Pues a mi me gusta más Inés Suárez, porque no era un 'marimacho'

como las anteriores (lo digo porque se disfrazaban de hombre).
(Wikipedia) "Inés de Suárez o Inés Suárez (Plasencia, Extremadura, España, 1507 - Chile, 1580), fue uno de los grandes amores de Pedro de Valdivia y una de las pocas mujeres españolas que son de renombre en la odisea de la conquista americana. [...]
Hacia la conquista de Chile
A finales de 1539, cautivada con los planes de Valdivia de conquistar las tierras que el adelantado Diego de Almagro había descubierto algunos años atrás, marchó junto a Pedro de Valdivia a pesar de las protestas de índole moralista de un tal Francisco Martínez, benefactor de Pedro de Valdivia. Este pidió permiso oficial para que Inés le acompañase en una expedición que partiría hacia el sur, territorio llamado Chili (Chile): Francisco Pizarro dio su consentimiento mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia hubiese estorbado a la pareja. De esto se desprenden los arraigados sentimientos que había entre Valdivia e Inés de Suárez.
En la ardua caminata que siguió, la presencia de Inés resultó una ayuda inestimable, pues a lo largo de la larga y dificultosa marcha hacia el sur, Inés se encargó de tratar a los heridos, encontrar agua en medio del desierto, vigilar a los yanaconas, e incluso llegó a salvar la vida de Pedro de Valdivia cuando un contrincante (Pero Sánchez de la Hoz y otros) estuvo a punto de matarle en Atacama. Es por ello que fue considerada entre sus compañeros de viaje, según Tomás Thayer Ojeda, como "una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores".
Tardaron once meses (diciembre de 1540) en dar por finalizada su travesía, habiendo llegado al valle del río Mapocho, donde fundaron la capital del territorio con el nombre de Santiago de Nueva Extremadura. Este valle era extenso, fértil y con abundante agua potable; pero se encontraba rodeado por indígenas de intenciones poco claras, por lo que debieron establecer la base entre dos colinas que facilitaban disponer posiciones defensivas, contando con el río Mapocho a modo de barrera natural.
[editar] Toma parte en la defensa de Santiago
Poco después de establecer un asentamiento en el lugar, Valvidia envió una embajada con regalos a los caciques locales con el propósito de demostrar su deseo de paz. Éstos, aunque aceptaron los presentes, lanzaron un ataque contra los españoles, con el belicoso promaucahue Michimalongo como líder. A punto de derrotar a los españoles, los indígenas de pronto abandonaron las armas y huyeron en estampida, logrando ser capturados algunos de ellos. Posteriormente los cautivos declararían haber visto "a un hombre montado sobre un caballo blanco que, empuñando una espada, bajó de las nubes y se abalanzó sobre ellos", siendo esta misteriosa aparición la que provocó su huida. Los cristianos consideraron que la milagrosa aparición no era sino San Santiago, por lo que, en señal de agradecimiento, dieron el nombre de Santiago del Nuevo Extremo (Chile) a la recién fundada ciudad, en fecha 12 de febrero de 1541.
Meses después, llegado agosto, Inés descubrió otro complot para derrocar a Pedro de Valdivia: tras resolver el incidente, el líder español centró su atención en los indígenas, proponiendo a siete caciques un encuentro para llegar a un acuerdo sobre la entrega de víveres. Los nativos fueron capturados y mantenidos como prisioneros para asegurar la paz en las áreas circundantes y que las provisiones llegasen sin riesgos.
El 9 de septiembre de 1541, Valdivia y un regimiento de cuarenta hombres, abandonaron la ciudad para abolir un motín provocado por indígenas cerca de Cachapoal. Apenas llegada la mañana del día siguiente, una joven yanacona volvió con la noticia de que los bosques periféricos al asentamiento se encontraban llenos de indios hostiles. Al preguntar a Inés si consideraba que los prisioneros indígenas debían ser liberados en señal de paz, ella lo consideró como una mala idea ya que, en caso de ataque, los líderes recluidos serían su única posibilidad de pactar una tregua. El capitán Alonso de Monroy, a quien Valdivia había dejado el mando de la ciudad, consideró acertada la suposición de Suárez y decidió convocar un consejo de guerra.
Antes del alba del 11 de septiembre, jinetes españoles salieron de la ciudad para enfrentarse a los indígenas, cuyo número en un principio se valoraba en 8.000 hombres, y posteriormente 20.000: pese a contar con caballería y mejores armas, los indígenas eran una fuerza superior, y al anochecer lograron que el ejército rival se batiese en retirada cruzando el río hacia el este, refugiándose de nuevo en la plaza. Entre tanto, los indígenas, lanzando flechas incendiarias, lograron prender fuego a buena parte de la ciudad, dando muerte a cuatro cristianos y varios animales. Tan desesperada parecía la situación que el sacerdote local, Rodrigo González, afirmó que la batalla era como el Día del Juicio y que tan sólo un milagro pudo salvarlos.
Durante el ataque, la labor de Inés a lo largo del día había consistido en atender a heridos y desfallecidos, curando sus heridas y aliviando su desesperanza con palabras de ánimo, además de llevar agua y víveres a los luchadores; ayudando incluso a montar a caballo a un jinete cuyas serias lesiones le impedían hacerlo solo. Pero aún tendría que jugar un papel decisivo en la lucha: viendo en la muerte de los siete caciques, que desde la prisión gritaban palabras de ánimo a sus vasallos, la única esperanza de salvación para los españoles -turbados y rendidos al desaliento-, Inés propuso cortar las cabezas de los adalides y arrojarlas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos. Muchos hombres daban por inevitable la derrota y se opusieron al plan, argumentando que mantener con vida a los líderes indígenas era su única baza para sobrevivir, pero Inés insitió en continuar adelante con el plan: se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas y que protegían Francisco Rubio y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución. Testigos del suceso narran que de la Torre, al preguntar la manera en que debían recibir muerte los prisioneros, recibió por toda respuesta de Inés "De esta manera", tomando la espada del guardia y decapitando ella misma al primero de los caciques.
Después de que los siete caciques fuesen decapitados y sus cabezas arrojadas entre las filas de indígenas, Inés se vistió con cota de malla y casco, cubriéndose con un manto de piel de alce, y montó sobre un caballo blanco.
Afirma un testimonio que "(...) salió a la plaza y se dispuso frente a los soldados, enardeciendo sus ánimos con palabras de tan exaltadas alabanzas que la trataron como si fuese un valiente capitán, y no una mujer disfrazada de soldado con cota de hierro". Avivado el coraje de los españoles, éstos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas al topar con las cabezas decapitadas de sus líderes, logrando poner en fuga a los atacantes. El coraje de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó concediéndole una condecoración.
De tal magnitud fueron las pérdidas en víveres y animales que Inés de Suárez reunió los pocos pollos que quedaban y algunos cerdos y los crió con tal celo y diligencia que pronto se reprodujeron, salvando en parte la situación de pobreza que sumía al naciente poblado de Santiago". [...]
En wikipedia viene un artículo muy extenso sobre ella.