ÍNDICE:
PRÓLOGO:
Invierno del año 798 DC.
Dvin, fortaleza capital del recién renombrado Sultanato Uqaylid.
Mientras los sirvientes traen los platos de carne de oveja, puré de calabazas con frutos secos, queso y jarras de agua y vino, platos típicos armenios, los comensales muestran un aparente ánimo distendido. Las tres jóvenes damas se encuentran en un lado de la mesa, acompañadas por dos hombres sentados al otro lado de la misma. Un tercer hombre azuza el fuego alejado de los demás. Las llamas hacen que en su rostro bailen danzarinas sombras, haciéndolo más repulsivo de lo que ya es su cara llena de ronchas y granos, lanzando alguna discreta mirada sucia hacia las jóvenes. Srpouhi bromea sobre los jóvenes tenderos del mercado de Dvin, que a la vez que intentaban venderle sus baratijas intentaban cortejarla con descaro. Los hombres a la mesa escuchan las peripecias y sonríen gentilmente a Srpouhi “pico de oro”. Así la llaman a sus espaldas para diferenciarla de la otra joven llamada Srpouhi; a ésta última la refieren como “la simpática” en clara mofa, pues aunque de espíritu noble, su lengua es mordaz y poco dada a la sutileza verbal. La atractiva Datevig, que recibe las mayores sonrisas y cumplidos, completa el trío de jóvenes, las cuales han comenzado a residir en la fortaleza de la ciudad hace algo menos de un año, invitadas por el antiguo Sultán beduino Salih. Hijas de familias prósperas pero sin apellidos de renombre, han pagado una buena suma para que residan en la corte del Sultán con la esperanza de conseguir fortuna y casarse con algún noble armenio que traiga prosperidad a los suyos.
Los sirvientes terminan de dejar todas las viandas y se retiran del austero salón de piedra. En cuanto les dejan solos, los hombres de la mesa dejan de prestar tanta atención a las jóvenes, y el tercero de la chimenea se aleja del fuego para tomar asiento entre los dos varones. La simpática estira su brazo para coger un pedazo de carne, pero Vesd levanta el dedo con gesto severo, y ese mero gesto de autoridad vale para que la joven se contenga de mala gana. Antes de probar un solo bocado, es de bien nacidos dar las gracias al Señor por estos alimentos. No era la primera vez que le llamaba la atención por este asunto; a ella y a otros tantos. Cerca de cumplir 40 inviernos, el Gran Visir Vesd estaba entregado a la firme observación de la norma cristiana miafisita, y no hay comida ni evento importante en el que no dedicara una oración al Señor. Los demás responden obedientes a los rezos de Vesd, todos salvo uno de los hombres, el más joven. Su actitud es respetuosa, pero sin seguir la norma que el Gran Visir recitaba: para Sarkis, los miafitas se equivocan al plantear al demonio como una entidad externa, cuando realmente es el cuerpo, la carne, el instrumento de pecado bajo el dominio de la Oscuridad. Pero evita discutir sobre aspectos teológicos con el Gran Visir; aunque Sarkis es un buen teólogo, la cerrazón de Vesd sobre sus creencias ha ocasionado varios fuertes desencuentros que el joven no desea potenciar.
Tras la oración, todos comienzan a comer de los platos de la mesa, y con especial pasión Srpouhi la simpática, que devora con ansia todo aquello que tiene a tiro. Sin embargo Zakare, el hombre de feo rostro que intenta ocultarlo tras una espesa barba, no deja de mirar a Vesd, atento a su plato sin apartar la cabeza de él. ¡Vamos, Vesd! ¿Es que no nos vas a contar nada? Ya no hay criados en la sala… El silencio se hace en la mesa. El trío de armenios no tiene problemas para hablar delante de las jóvenes; son adolescentes en edad fértil y ellos los únicos armenios de la corte que les pueden dar compañía y confianza, por lo que no dudan de ellas. Sin embargo, en la fortaleza se cuidan de decir alguna palabra de más, pues los sirvientes armenios y bizantinos pueden ser sobornados con facilidad. Y no digamos ya de los beduinos, que también sirven entre esos muros al Sultán y su corte beduina que dominan estas tierras. Zakare se echa el pelo hacia atrás para disimular las calvas que pueblan su cabeza. ¿Por qué Salih se marchó de la noche a la mañana dejando todos sus títulos a ese tal Bakkar? La pregunta de Zakare va directa al grano, y todos en la mesa se callan para escuchar la respuesta. Vesd lleva siendo Gran Visir del consejo del Sultán Salih desde que éste tomó el poder hace dos años, tras la muerte del Sultán predecesor. Ejerciendo de interlocutor con los Nakharars, los nobles armenios que gobiernan los tres emiratos en los que se divide el sultanato, el ferviente miafisita se encuentra en un lugar privilegiado para saber el por qué de su repentina retirada a su desértica tierra natal, en el corazón del Imperio Abbasid. No tengo certezas claras, –comenta Vesd con su habitual tono moderado- pero sí que hay rumores y habladurías. Los beduinos son salvajes del desierto, con costumbres brutales muy diferentes a las nuestras. Y se dice que Bakkar ha sido capaz de amedrentar a Salih para legarle todas sus posesiones. ¿Recordais el carácter desconfiado de Salih, siempre viendo enemigos en todos lados? No niego que no los tuviera… -comenta con una media sonrisa- …pero sus hermanos y su propia prole comenzaron a morir en extrañas circunstancias. Una exótica serpiente venenosa que entra en su lecho de noche... Un desprendimiento de rocas que sepulta a su víctima... Un robo que acaba muy mal... Y antes que quedarse sólo en tierra ajena, ha decidido volver a sus orígenes para defender a los suyos –asegura.
Todos han parado de comer escuchando el relato de Vesd, salvo la simpática, que entre bocado y bocado pregunta: ¿Así que al nuevo Sultán que nos va a gobernar no le va a temblar la mano para pasarnos a cuchillo si lo desea? Las miradas se giran hacia ella, y pico de oro le replica: No digas esas cosas. El Sultán nos gobernará y deberá ganarse nuestra confianza si quiere que le apoyemos; dudo que se dedique a buscar enemigos nada más llegar a la fortaleza –asegura tranquilizadoramente. Si ese árabe piensa que puede acabar conmigo igual que con sus congéneres, que venga y pelee conmigo mano a mano, que yo le enseñaré modales armenios –fanfarronea Zakare. No creo que haga falta llegar a ese extremo –puntualiza Vesd mientras termina de comerse una loncha de queso. El silencio vuelve a hacerse en la mesa. ¿Y quién se va a encargar del árabe si no? –pregunta el poco agraciado armenio. Simbat II –responde escuetamente el Gran Visir. El rostro de los otros hombres se ensombrece, y Sarkis habla en voz baja: ¿Estáis hablando de otra guerra civil, de que los Nakharars se levanten en armas de nuevo contra los árabes? Esa idea ya se le ocurrió a alguien hace 20 años, y parece que olvidas la masacre y la represión que sufrimos entonces –asevera alarmado. Pero ahora es diferente –asegura el Gran Visir de mala gana. ¿En qué es diferente? En que este nuevo Sultán es un extranjero que no sabe nada de estas tierras, seguramente ni nuestro idioma. Sólo tendrá el control de algunas ciudades alejadas, pero el grueso de nuestra tierra sigue gobernada por los tres Nakharars. Simbat está deseoso de volver a conquistar Dvin, y este Sultán venido a menos no tendrá ni la mitad de los hombres que puede convocar Simbat; no te digo ya si se une a los demás Nakharars. ¿Y qué me dices del Imperio Abbasid? ¿Cuánto tardarán esos fieros beduinos en salir del desierto y volver a doblegarnos? Vesd clava la mirada en Sarkis, y le responde con frialdad: Esta vez el Sultán no tendrá el apoyo del Imperio, te lo puedo asegurar… -afirma Vesd con gesto sombrío, tanto que es capaz de silenciar y amedrentar a los presentes en la sala.
PRÓLOGO:
Invierno del año 798 DC.
Dvin, fortaleza capital del recién renombrado Sultanato Uqaylid.

Mientras los sirvientes traen los platos de carne de oveja, puré de calabazas con frutos secos, queso y jarras de agua y vino, platos típicos armenios, los comensales muestran un aparente ánimo distendido. Las tres jóvenes damas se encuentran en un lado de la mesa, acompañadas por dos hombres sentados al otro lado de la misma. Un tercer hombre azuza el fuego alejado de los demás. Las llamas hacen que en su rostro bailen danzarinas sombras, haciéndolo más repulsivo de lo que ya es su cara llena de ronchas y granos, lanzando alguna discreta mirada sucia hacia las jóvenes. Srpouhi bromea sobre los jóvenes tenderos del mercado de Dvin, que a la vez que intentaban venderle sus baratijas intentaban cortejarla con descaro. Los hombres a la mesa escuchan las peripecias y sonríen gentilmente a Srpouhi “pico de oro”. Así la llaman a sus espaldas para diferenciarla de la otra joven llamada Srpouhi; a ésta última la refieren como “la simpática” en clara mofa, pues aunque de espíritu noble, su lengua es mordaz y poco dada a la sutileza verbal. La atractiva Datevig, que recibe las mayores sonrisas y cumplidos, completa el trío de jóvenes, las cuales han comenzado a residir en la fortaleza de la ciudad hace algo menos de un año, invitadas por el antiguo Sultán beduino Salih. Hijas de familias prósperas pero sin apellidos de renombre, han pagado una buena suma para que residan en la corte del Sultán con la esperanza de conseguir fortuna y casarse con algún noble armenio que traiga prosperidad a los suyos.

Los sirvientes terminan de dejar todas las viandas y se retiran del austero salón de piedra. En cuanto les dejan solos, los hombres de la mesa dejan de prestar tanta atención a las jóvenes, y el tercero de la chimenea se aleja del fuego para tomar asiento entre los dos varones. La simpática estira su brazo para coger un pedazo de carne, pero Vesd levanta el dedo con gesto severo, y ese mero gesto de autoridad vale para que la joven se contenga de mala gana. Antes de probar un solo bocado, es de bien nacidos dar las gracias al Señor por estos alimentos. No era la primera vez que le llamaba la atención por este asunto; a ella y a otros tantos. Cerca de cumplir 40 inviernos, el Gran Visir Vesd estaba entregado a la firme observación de la norma cristiana miafisita, y no hay comida ni evento importante en el que no dedicara una oración al Señor. Los demás responden obedientes a los rezos de Vesd, todos salvo uno de los hombres, el más joven. Su actitud es respetuosa, pero sin seguir la norma que el Gran Visir recitaba: para Sarkis, los miafitas se equivocan al plantear al demonio como una entidad externa, cuando realmente es el cuerpo, la carne, el instrumento de pecado bajo el dominio de la Oscuridad. Pero evita discutir sobre aspectos teológicos con el Gran Visir; aunque Sarkis es un buen teólogo, la cerrazón de Vesd sobre sus creencias ha ocasionado varios fuertes desencuentros que el joven no desea potenciar.

Tras la oración, todos comienzan a comer de los platos de la mesa, y con especial pasión Srpouhi la simpática, que devora con ansia todo aquello que tiene a tiro. Sin embargo Zakare, el hombre de feo rostro que intenta ocultarlo tras una espesa barba, no deja de mirar a Vesd, atento a su plato sin apartar la cabeza de él. ¡Vamos, Vesd! ¿Es que no nos vas a contar nada? Ya no hay criados en la sala… El silencio se hace en la mesa. El trío de armenios no tiene problemas para hablar delante de las jóvenes; son adolescentes en edad fértil y ellos los únicos armenios de la corte que les pueden dar compañía y confianza, por lo que no dudan de ellas. Sin embargo, en la fortaleza se cuidan de decir alguna palabra de más, pues los sirvientes armenios y bizantinos pueden ser sobornados con facilidad. Y no digamos ya de los beduinos, que también sirven entre esos muros al Sultán y su corte beduina que dominan estas tierras. Zakare se echa el pelo hacia atrás para disimular las calvas que pueblan su cabeza. ¿Por qué Salih se marchó de la noche a la mañana dejando todos sus títulos a ese tal Bakkar? La pregunta de Zakare va directa al grano, y todos en la mesa se callan para escuchar la respuesta. Vesd lleva siendo Gran Visir del consejo del Sultán Salih desde que éste tomó el poder hace dos años, tras la muerte del Sultán predecesor. Ejerciendo de interlocutor con los Nakharars, los nobles armenios que gobiernan los tres emiratos en los que se divide el sultanato, el ferviente miafisita se encuentra en un lugar privilegiado para saber el por qué de su repentina retirada a su desértica tierra natal, en el corazón del Imperio Abbasid. No tengo certezas claras, –comenta Vesd con su habitual tono moderado- pero sí que hay rumores y habladurías. Los beduinos son salvajes del desierto, con costumbres brutales muy diferentes a las nuestras. Y se dice que Bakkar ha sido capaz de amedrentar a Salih para legarle todas sus posesiones. ¿Recordais el carácter desconfiado de Salih, siempre viendo enemigos en todos lados? No niego que no los tuviera… -comenta con una media sonrisa- …pero sus hermanos y su propia prole comenzaron a morir en extrañas circunstancias. Una exótica serpiente venenosa que entra en su lecho de noche... Un desprendimiento de rocas que sepulta a su víctima... Un robo que acaba muy mal... Y antes que quedarse sólo en tierra ajena, ha decidido volver a sus orígenes para defender a los suyos –asegura.

Todos han parado de comer escuchando el relato de Vesd, salvo la simpática, que entre bocado y bocado pregunta: ¿Así que al nuevo Sultán que nos va a gobernar no le va a temblar la mano para pasarnos a cuchillo si lo desea? Las miradas se giran hacia ella, y pico de oro le replica: No digas esas cosas. El Sultán nos gobernará y deberá ganarse nuestra confianza si quiere que le apoyemos; dudo que se dedique a buscar enemigos nada más llegar a la fortaleza –asegura tranquilizadoramente. Si ese árabe piensa que puede acabar conmigo igual que con sus congéneres, que venga y pelee conmigo mano a mano, que yo le enseñaré modales armenios –fanfarronea Zakare. No creo que haga falta llegar a ese extremo –puntualiza Vesd mientras termina de comerse una loncha de queso. El silencio vuelve a hacerse en la mesa. ¿Y quién se va a encargar del árabe si no? –pregunta el poco agraciado armenio. Simbat II –responde escuetamente el Gran Visir. El rostro de los otros hombres se ensombrece, y Sarkis habla en voz baja: ¿Estáis hablando de otra guerra civil, de que los Nakharars se levanten en armas de nuevo contra los árabes? Esa idea ya se le ocurrió a alguien hace 20 años, y parece que olvidas la masacre y la represión que sufrimos entonces –asevera alarmado. Pero ahora es diferente –asegura el Gran Visir de mala gana. ¿En qué es diferente? En que este nuevo Sultán es un extranjero que no sabe nada de estas tierras, seguramente ni nuestro idioma. Sólo tendrá el control de algunas ciudades alejadas, pero el grueso de nuestra tierra sigue gobernada por los tres Nakharars. Simbat está deseoso de volver a conquistar Dvin, y este Sultán venido a menos no tendrá ni la mitad de los hombres que puede convocar Simbat; no te digo ya si se une a los demás Nakharars. ¿Y qué me dices del Imperio Abbasid? ¿Cuánto tardarán esos fieros beduinos en salir del desierto y volver a doblegarnos? Vesd clava la mirada en Sarkis, y le responde con frialdad: Esta vez el Sultán no tendrá el apoyo del Imperio, te lo puedo asegurar… -afirma Vesd con gesto sombrío, tanto que es capaz de silenciar y amedrentar a los presentes en la sala.
