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Kairn

Sergeant
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Jan 2, 2012
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ÍNDICE:



PRÓLOGO:

Invierno del año 798 DC.
Dvin, fortaleza capital del recién renombrado Sultanato Uqaylid.


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Mientras los sirvientes traen los platos de carne de oveja, puré de calabazas con frutos secos, queso y jarras de agua y vino, platos típicos armenios, los comensales muestran un aparente ánimo distendido. Las tres jóvenes damas se encuentran en un lado de la mesa, acompañadas por dos hombres sentados al otro lado de la misma. Un tercer hombre azuza el fuego alejado de los demás. Las llamas hacen que en su rostro bailen danzarinas sombras, haciéndolo más repulsivo de lo que ya es su cara llena de ronchas y granos, lanzando alguna discreta mirada sucia hacia las jóvenes. Srpouhi bromea sobre los jóvenes tenderos del mercado de Dvin, que a la vez que intentaban venderle sus baratijas intentaban cortejarla con descaro. Los hombres a la mesa escuchan las peripecias y sonríen gentilmente a Srpouhi “pico de oro”. Así la llaman a sus espaldas para diferenciarla de la otra joven llamada Srpouhi; a ésta última la refieren como “la simpática” en clara mofa, pues aunque de espíritu noble, su lengua es mordaz y poco dada a la sutileza verbal. La atractiva Datevig, que recibe las mayores sonrisas y cumplidos, completa el trío de jóvenes, las cuales han comenzado a residir en la fortaleza de la ciudad hace algo menos de un año, invitadas por el antiguo Sultán beduino Salih. Hijas de familias prósperas pero sin apellidos de renombre, han pagado una buena suma para que residan en la corte del Sultán con la esperanza de conseguir fortuna y casarse con algún noble armenio que traiga prosperidad a los suyos.

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Los sirvientes terminan de dejar todas las viandas y se retiran del austero salón de piedra. En cuanto les dejan solos, los hombres de la mesa dejan de prestar tanta atención a las jóvenes, y el tercero de la chimenea se aleja del fuego para tomar asiento entre los dos varones. La simpática estira su brazo para coger un pedazo de carne, pero Vesd levanta el dedo con gesto severo, y ese mero gesto de autoridad vale para que la joven se contenga de mala gana. Antes de probar un solo bocado, es de bien nacidos dar las gracias al Señor por estos alimentos. No era la primera vez que le llamaba la atención por este asunto; a ella y a otros tantos. Cerca de cumplir 40 inviernos, el Gran Visir Vesd estaba entregado a la firme observación de la norma cristiana miafisita, y no hay comida ni evento importante en el que no dedicara una oración al Señor. Los demás responden obedientes a los rezos de Vesd, todos salvo uno de los hombres, el más joven. Su actitud es respetuosa, pero sin seguir la norma que el Gran Visir recitaba: para Sarkis, los miafitas se equivocan al plantear al demonio como una entidad externa, cuando realmente es el cuerpo, la carne, el instrumento de pecado bajo el dominio de la Oscuridad. Pero evita discutir sobre aspectos teológicos con el Gran Visir; aunque Sarkis es un buen teólogo, la cerrazón de Vesd sobre sus creencias ha ocasionado varios fuertes desencuentros que el joven no desea potenciar.

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Tras la oración, todos comienzan a comer de los platos de la mesa, y con especial pasión Srpouhi la simpática, que devora con ansia todo aquello que tiene a tiro. Sin embargo Zakare, el hombre de feo rostro que intenta ocultarlo tras una espesa barba, no deja de mirar a Vesd, atento a su plato sin apartar la cabeza de él. ¡Vamos, Vesd! ¿Es que no nos vas a contar nada? Ya no hay criados en la sala… El silencio se hace en la mesa. El trío de armenios no tiene problemas para hablar delante de las jóvenes; son adolescentes en edad fértil y ellos los únicos armenios de la corte que les pueden dar compañía y confianza, por lo que no dudan de ellas. Sin embargo, en la fortaleza se cuidan de decir alguna palabra de más, pues los sirvientes armenios y bizantinos pueden ser sobornados con facilidad. Y no digamos ya de los beduinos, que también sirven entre esos muros al Sultán y su corte beduina que dominan estas tierras. Zakare se echa el pelo hacia atrás para disimular las calvas que pueblan su cabeza. ¿Por qué Salih se marchó de la noche a la mañana dejando todos sus títulos a ese tal Bakkar? La pregunta de Zakare va directa al grano, y todos en la mesa se callan para escuchar la respuesta. Vesd lleva siendo Gran Visir del consejo del Sultán Salih desde que éste tomó el poder hace dos años, tras la muerte del Sultán predecesor. Ejerciendo de interlocutor con los Nakharars, los nobles armenios que gobiernan los tres emiratos en los que se divide el sultanato, el ferviente miafisita se encuentra en un lugar privilegiado para saber el por qué de su repentina retirada a su desértica tierra natal, en el corazón del Imperio Abbasid. No tengo certezas claras, –comenta Vesd con su habitual tono moderado- pero sí que hay rumores y habladurías. Los beduinos son salvajes del desierto, con costumbres brutales muy diferentes a las nuestras. Y se dice que Bakkar ha sido capaz de amedrentar a Salih para legarle todas sus posesiones. ¿Recordais el carácter desconfiado de Salih, siempre viendo enemigos en todos lados? No niego que no los tuviera… -comenta con una media sonrisa- …pero sus hermanos y su propia prole comenzaron a morir en extrañas circunstancias. Una exótica serpiente venenosa que entra en su lecho de noche... Un desprendimiento de rocas que sepulta a su víctima... Un robo que acaba muy mal... Y antes que quedarse sólo en tierra ajena, ha decidido volver a sus orígenes para defender a los suyos –asegura.

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Todos han parado de comer escuchando el relato de Vesd, salvo la simpática, que entre bocado y bocado pregunta: ¿Así que al nuevo Sultán que nos va a gobernar no le va a temblar la mano para pasarnos a cuchillo si lo desea? Las miradas se giran hacia ella, y pico de oro le replica: No digas esas cosas. El Sultán nos gobernará y deberá ganarse nuestra confianza si quiere que le apoyemos; dudo que se dedique a buscar enemigos nada más llegar a la fortaleza –asegura tranquilizadoramente. Si ese árabe piensa que puede acabar conmigo igual que con sus congéneres, que venga y pelee conmigo mano a mano, que yo le enseñaré modales armenios –fanfarronea Zakare. No creo que haga falta llegar a ese extremo –puntualiza Vesd mientras termina de comerse una loncha de queso. El silencio vuelve a hacerse en la mesa. ¿Y quién se va a encargar del árabe si no? –pregunta el poco agraciado armenio. Simbat II –responde escuetamente el Gran Visir. El rostro de los otros hombres se ensombrece, y Sarkis habla en voz baja: ¿Estáis hablando de otra guerra civil, de que los Nakharars se levanten en armas de nuevo contra los árabes? Esa idea ya se le ocurrió a alguien hace 20 años, y parece que olvidas la masacre y la represión que sufrimos entonces –asevera alarmado. Pero ahora es diferente –asegura el Gran Visir de mala gana. ¿En qué es diferente? En que este nuevo Sultán es un extranjero que no sabe nada de estas tierras, seguramente ni nuestro idioma. Sólo tendrá el control de algunas ciudades alejadas, pero el grueso de nuestra tierra sigue gobernada por los tres Nakharars. Simbat está deseoso de volver a conquistar Dvin, y este Sultán venido a menos no tendrá ni la mitad de los hombres que puede convocar Simbat; no te digo ya si se une a los demás Nakharars. ¿Y qué me dices del Imperio Abbasid? ¿Cuánto tardarán esos fieros beduinos en salir del desierto y volver a doblegarnos? Vesd clava la mirada en Sarkis, y le responde con frialdad: Esta vez el Sultán no tendrá el apoyo del Imperio, te lo puedo asegurar… -afirma Vesd con gesto sombrío, tanto que es capaz de silenciar y amedrentar a los presentes en la sala.
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Invierno del año 798 DC.
En algún lugar del desierto del Kurdistán.

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Los guerreros apostados en el perímetro del campamento escuchan las voces y las risas que provienen de la tienda principal, levantada entre todas las demás antes de que el anochecer hubiera cubierto el desierto por el que habían avanzado todo el día. Sin embargo, a pesar de estar a la intemperie del viento desértico, vigilan con ánimo y de buena gana: antes de apostarse han sido premiados con generosa comida y bebida por su entrega en estos días. En la tienda principal, el nuevo Sultán de Armenia Bakkar Uqaylid, su hijo el Príncipe Amir, y el Imán de la Corte Mahmud Mahmudid, Valí del templo de Owshank, cenan, beben y charlan alegremente, protegidos por el perímetro defensivo de la soledad del desierto. El Valí había tenido a bien sacar a sus mejores guerreros y partir más allá de las fronteras del Sultanato (con la tácita aprobación de los señores de aquellos lugares) a recoger en el río Tigris y escoltar al nuevo Sultán hacia Dvin. Resulta paradójico que el nuevo gobernante no llegue seguido de sus hombres, su séquito y sus riquezas, pero este es un caso particular. Bakkar no es un beduino rico ni gobernante, sino que se educó y creció a la sombra de sus hermanos mayores, que sí ostentaban diversos dominios, todos dentro del Imperio Abbasid. Y tras numerosos esfuerzos, sacrificios, grandes dosis de paciencia y conspiraciones sin remordimientos, Bakkar ha conseguido el anhelo de toda una vida: ser gobernante de su propio dominio. Y sus títulos son más importantes que los de sus hermanos vivos: Sultán de su propio Sultanato Uqaylid.

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Vuestro hijo ya rindió… -señala el Valí. A pesar de comer como pozo sin fondo, las fuerzas se le agotaron –apostilla su padre. Es un joven muy religioso… su inclinación religiosa me agrada sobremanera –comenta con una sonrisa el Imán, a lo que Bakkar responde: Más que su propio padre incluso. Falta le va a hacer, pues vamos a una tierra donde la mayoría de los nativos son cristianos, y será necesaria una fe íntegra a prueba de infieles. El Sultán toma un sorbo de agua de su copa, y mira a Muhmad. Os debo mucho, amigo. Desde que aquella noche, hace ya dos años, me transmitisteis vuestras inquietudes con Salih, y vuestra buena disposición a facilitar la llegada del linaje Uqaylid a Dvin, habeis sido el verdadero artífice de que ahora vayamos rumbo hacia allí. Muhmad sonríe afablemente, respondiendo: Para mi ha sido un honor volver a ver ondear la bandera de vuestra dinastía en Dvin. Vuestro hermano Ishaq, que Allah tenga en su gloria, siempre estará en mi memoria como el maestro y el Sultán que inspiró mis primeros pasos… y mi vocación en esta vida. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido, y mi disposición hacia vuestra buenaventura es sólo una pequeña muestra de ello.

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Bakkar se reclina sobre los cojines confortado por aquellas palabras, más pronto deja el tono amistoso para centrarse en asuntos más serios. Háblame sobre Dvin y su fortaleza, Mahmud. ¿Quiénes son mis súbditos? El Valí suspira pensativo antes de hablar. No soy muy dado a frecuentar el castillo, nada más que cuando el Sultán convoca un consejo. Pero puedo deciros algo con seguridad: habrá más infieles que hijos de Allah bajo vuestro techo. Debéis obrar con sabiduría en vuestro propio hogar, pues aunque os dediquen amables palabras a vuestra llegada, no todos los armenios están contentos de la gobernanza árabe. Esas tierras están bañadas con la sangre de conflictos pasados con nuestro pueblo. El rostro de Bakkar se ensombrece, reflexionando sobre las palabras del clérigo. ¿Hay alguien que se muestre abiertamente hostil hacia nuestro pueblo, Mahmud? El gesto del Imán se tuerce antes de hablar: No abiertamente hostil… pero sí bastante intransigente en cuanto a asuntos de fe. Hay un miafisita, un cristiano, que a duras penas es capaz de contener su propia intransigencia con respecto a Allah. Y por si fuera poco… se trata de uno de los hombres del consejo, el Gran Visir Vesd. Bakkar entrecierra los ojos al escuchar esta información. Aunque hábil con la diplomacia y moderado en sus palabras, su mirada y su conducta no puede ocultar el desprecio que siente hacia nosotros. El Sultan deja la copa a su lado, y cruza sus dedos ante él. Háblame del consejo. ¿Qué hombres formaban las manos y los ojos de Salih? ¿Quiénes me esperan en Dvin? Mahmud le da un sorbo más a su copa antes de responder. El Gran Visir Vesd que os acabo de comentar… un hombre no dado a exaltarse y que prefiere pasar discreto, pero no os engañéis: no es un hombre necio, y ha demostrado en alguna ocasión una buena habilidad para forzar los acontecimientos. Por otro lado, también está el viejo Mayordomo Nerse Nersiani, señor georgiano del Emirato de Kartli; también cristiano… ortodoxo –aclara el clérigo. Este vasallo vuestro es un hombre bravo pero también muy hábil en sus responsabilidades de gestionar el dominio que ahora poseéis. Es un arma de doble filo, pues puede daros un gran servicio, o una mala sorpresa. El Imán cambia de postura para continuar hablando. Pero no todo son malas hierbas, mi Sultán. Vuestro Mariscal es Abdul-Qadir, un brillante estratega beduino. Su ambición le ha llevado desde sus humildes orígenes hasta ser el gobernante de Erebuni, la población más importante del Dominio de Dvin. Y vuestros ojos son el Maestro de Espías Halil, otro beduino que ha salido del populacho y ha logrado con tesón ser la mano oculta del Sultán. Y yo mismo seré vuestro apoyo y consejero en aquellos temas de fe, o de cualquier índole, en los que pueda ayudaros. Todos ellos os estarán esperando en Dvin para recibiros en vuestro primer consejo, nada más llegar. No… -deja escapar Bakkar entre dientes. No serán los primeros a los que vea. Su mirada se clava en su acompañante. Lo primero que haré será dar una audiencia pública, y luego privada, con todos los cortesanos de Dvin. Quiero conocerles de cerca, saber sus impresiones, hacerme conocer… y luego me reuniré con el consejo.

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El clérigo asiente, y unos instantes de silencio se hacen en la tienda, sólo roto por el bostezo de Bakkar. Ha sido un día largo y agotador para él. Mi Sultán, si deseáis descansar, me retiraré a mi tienda de inmediato. Sí, Muhmad. El camino aún dará para más conversaciones interesantes. Descansad vos también; os lo habéis ganado. Muchas gracias, Sultán. Pero antes me permitiré el lujo de relajarme con esa joven criada que habéis visto cabalgar junto con nosotros –dice con mirada traviesa. Bakkar le observa sin emitir juicio con su rostro; solamente un escueto “Marchad” hace que el clérigo salga de la tienda, dejando al incipiente gobernante encerrado en sus reflexiones…
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Creo que con la nueva actualización del CK2, mi partida acaba de petar antes de comenzarla...
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