Era Meiji (I)
Renovarse o morir
Los primeros pasos no fueron fáciles. El desmantelamiento del Bafuku generó un vacío de poder al romperse su cadena de lealtades. La pérdida de autoridad de los Daimyos desató el desorden en el país, con numerosas revueltas de los campesinos, que aprovecharon el caos con la esperanza de liberarse de sus ataduras seculares. Para reestablecer el orden, tanto como para fortalecer el país era imprescindible crear un gobierno central sólido. Pero primero había que asentar la autoridad de un emperador sin tradición de mando y, como divinidad en la tierra, demasiado puro para mancillarse con asuntos mundanos. El gobierno necesitaba también medios económicos, hasta entonces en manos de los Daimyos, para crear la estructura del Estado, y debía contar con unas fuerzas de seguridad para imponer la ley.
Las reformas, por otra parte, debían introducirse con cautela, manteniendo cierto equilibrio entre modernidad y tradición para evitar toda resistencia. Pero claramente debían ser gestionadas por la generación educada en Europa y estados Unidos, y no por anticuados señores feudales. El Emperador y sus consejeros desplazaron poco a poco del poder a los sectores tradicionales para dar entrada a los reformistas, aunque implicaron en lo posible en el proceso a los antiguos partidarios del Bafuku. El objetivo principal era evitar una nueva guerra civil que permitiese a los extranjeros hacerse con el poder.
Crear un ejército imperial y disolver a las tropas particulares de los Daimyos se convirtieron en prioridad. Se formó un ejército de tierra con asesores franceses, y más tarde, alemanes, al que se dotó de una poderosa artillería. Y se organizó, a la manera británica, una fuerza naval que sería la base de futuros éxitos militares. El servicio militar sería obligatorio, aunque sólo fueron a filas los que no podían pagar el impuesto que les eximía.
Con la formación del Ejército se debilitó a los señores feudales, pero también se acabó con los samuráis al despojarles de sus privilegios. Los más ricos se adaptaron a los nuevos tiempos, accediendo a las altas esferas de la política, el mundo empresarial o la oficialidad. Sin embargo, las medidas provocaron el malestar entre los samuráis de menor rango y sus violentas resistencias. Miles de ellos, descontentos, se sublevaron contra las reformas, pero su sofisticado adiestramiento como guerreros sucumbió ante un ejército tecnológicamente superior, pese a su reciente creación y a que lo integraban soldados del pueblo llano. A la larga, no quedó más salida a los samuráis que ingresar en las fuerzas armadas, acceder a la función pública o malvivir de empleos manuales, tan humillantes para ellos históricamente.
Saigo Takamori, destacado general imperial y líder de la rebelión de Satsuma
La reforma territorial contribuyó a segar aún más el feudalismo. Se convenció a los Daimyos para que entregaran sus tierras al Emperador, a cambio de una generosa remuneración o manteniéndose en ellas como gobernadores a sueldo del Estado. También se abolió la servidumbre, con lo que el campesino quedó libre para cambiar de oficio y emplearse en la industria. Para impedir que las tierras de cultivo se quedasen sin labrar, el Emperador las repartió en régimen de arrendamiento a los campesinos. La razón era de carácter pragmático: El gobierno necesitaba recaudar impuestos para subvencionar el desarrollo industrial, y el 90% debía salir del campo. Fue tan fuerte la presión fiscal que el campesino apenas retenía el 30% de su producción. Como resultado, tuvieron lugar una serie de hambrunas que se tradujeron en distintas sublevaciones (Sofocadas de forma sangrienta) y en un atroz infanticidio para quedarse sólo con un hijo varón.
Mientras, el gobierno llevó a cabo un desarrollo industrial inteligentemente escalonado. Con lo recaudado de los impuestos agrícolas subvencionó la creación de grandes factorías textiles con maquinaria moderna importada. Los beneficios generados con sus exportaciones se invirtieron en minería, construcción e industrias pesadas y armamentísticas. Éstas a su vez impulsaron el desarrollo de las comunicaciones y el transporte, fundamentales para el crecimiento del país. Un cúmulo de reformas, acompañadas de la creación de instituciones como el Banco de Japón o la Bolsa de Tokio, que equipararon pronto al viejo Japón feudal con Estados Unidos y Europa.
A ese impulso industrial de las reformas contribuyó, además del campesinado, la recién creada clase obrera, igualmente explotada. Un trabajador japonés cobraba una décima parte del salario de uno británico, que tampoco era muy alto. Las fábricas textiles estaban ocupadas en un 80% por mujeres (Mano de obra más barata), que trabajaban casi en un régimen de esclavitud, vigiladas y maltratadas físicamente. Dormían y vivían en la fábrica. Su jornada era de entre 12 y 19 horas. La falta de higiene provocaba innumerables muertes por tuberculosis. El sector más arriesgado era la minería, con una elevada mortandad por falta de medidas de seguridad, malos tratos y enfermedades. En ella trabajaban hombres, mujeres, niños y reclusos, y no había derecho a huelga. Fue gracias a estás prácticas como se produjo el espectacular crecimiento del país, pero también gracias a ella se forjaron fortunas particulares e importantes consorcios industriales.