Gran Bretaña, 1900-1905
Una de las consecuencias de las elecciones de 1900 fue la extraña alianza entre conservadores y liberales, mientras el partido radical se cambiaba de nombre y adoptaba el de partido laborista. Los resultados electorales vieron el colapso del partido liberal y el enorme crecimiento de los radicales/laboristas, algo que no había sido siquiera imaginado por los expertos. El radicalismo fue inmediatamente visto por conservadores y liberales como una amenaza que podía desestabilizar el país, por lo que decidieron unirse para gobernar juntos, aunque los liberales pusieron sus condiciones, como, por ejemplo, la rebaja inmediata de los desproporcionados impuestos aplicados a las clases humildes, y un moderado incremento en las tasas aduaneras.
La tranquilidad del Imperio no se vería alterada hasta el 22 de enero de 1901. En ese triste día falleció la reina Victoria, sumiendo a la nación en la más profunda tristeza. Finalizaba así un reinado que había durado 63 años, siete meses y dos días y que había convertido a Gran Bretaña en una potencia mundial.
Eduardo VII, el nuevo rey-emperador.
Internacionalmente, la hegemonía alemana motivó a buscar alianzas que aseguraran la situación global del Imperio británico. Para ello se contactó tanto con franceses como con alemanes y rusos mientras se reforzarba la principal línea de defensa del Imperio -su marina- con el reemplazo de los anticuados buques de vela que aún formaban parte de la Royal Navy por una docena de cruceros ligeros y pesados y tres nuevos acorazados. Aunque los laboristas -y los mismos socios liberales- consideraron esto un gasto desorbitado, quedaron un tanto apaciguados por las reformas que los socios liberales del gobierno pusieron en práctica, reduciendo la jornada de trabajo de 14 a 12 horas diarias y aumentando los salarios mínimos gradualmente hasta hacerlos aceptables. El resto de reformas tuvieron que quedar aparcadas por el momento.
Lo cierto es que el "esplendido aislamiento" que había sido la piedra angular de la política exterior británica se estaba toricendo en su contra, pues sus tradicionales enemigos -Francia y Rusia- seguían siendo tan amenazantes como siempre. Curiosamente, Francia fue la primera en aproximarse a Londres, quizás porque tras haber sufrido una humillante derrota a manos de Alemania, conocía de primera mano el peligro que Berlín representaba.Por ello empezó a limar asperazas y se buscaron soluciones amistosas para poner fin a las diferencias coloniales (que abarcaban Egipto, Túnez, Marruecos y Siam). Las relaciones amistosas con Rusia eran más complicadas, por las diferencias relativas a los Balcanes -desaparecidas ahora que se habían convertido en el patio trasero de Berlín-, el Imperio Otomano, Persia, Afganistán y China. El "Gran Juego" que tenía lugar desde la anexión rusa de los decrépitos kanatos del Asia Central en la década de 1870 había llevado a ambas naciones a disputar un mortal juego de ajedrez por el control del Asia Central que había terminado con Persia devorada por el imperio zarista y el "cerco" de la India por Rusia. Sin embargo, la realidad del momento permitía un cierto espacio de maniobra a los diplomáticos británicos, pues Rusia se veía amenazada tanto por el expansionismo japonés como por el germano.
Por ello también se cultivó la amistad alemana. Lord Salisbury, que como siempre evitó una alianza continental que pudiera hundir a Gran Bretaña en una desastrosa guerra en Europa y dañarla de manera irreparable, envió a su carismático ministro de exteriores, Henry Petty-Fitzmaurice, 5º marqués de Lansdowne, a Berlín, para ofrecer una serie de acuerdos comerciales y militares que pudieran beneficiar a ambas partes. Para sorpresa de Lansdowne, el canciller alemán, Bernhard von Bülow, aceptó con entusiasmo dichas propuestas. Sin embargo, los siguientes encuentros bilaterales fueron demostrando un enfriamiento de la actitud alemana, que tal vez tomó la propuesta de amistad británica por una declaración de debilidad. Incapaz de llegar a un acuerdo firme con Berlín, Londres comenzó a buscar a los dos rivales de Alemania, Francia y Rusia, para cercar al coloso austrogermano.
Pero la situación en el gobierno se había vuelto muy complicada de repente. El 11 de julio la delicada salud del Primer Ministro, Lord Salisbury, roto por la muerte de su esposa, forzaría su dimisión. Fue sucedido por su sobrino, Arthur James Balfour. Balfour ya había sido nombrado anteriormente por su tío como gobernador de Irlanda, y esto provocó que fuera acusado entonces de nepotismo. Ahora estos cargos se repitieron, todavía con mayor dureza si cabe. Entonces llegó la crisis de Sudáfrica.
En el transcurso de una pelea, un inglés residente en el Transvaal, Thomas Edgar, fue muerto por los disparos de un miembro de la policía afrikaner, que fue exhonerado por los tribunales boers. Esto motivo que la población Uitlander (es decir, los residentes europeos que no eran de procedencia boer) escribieran una carta a Londres pidiendo que mediaran y exponiendo sus quejas. El Alto Comisionado en Sudáfrica, Sir Walter Hely-Hutchinson, se entrevistó con el presidente del Transvaal, Paul Kruger, para discutir el que se ampliaran los derechos de los Uitlanders, algo a lo que Kruger se negó rotundamente, provocando el estallido de las hostilidades el 15 de diciembre de 1902.
Las operaciones iniciales implicaban un asalto simultáneo de las provincias boers dejando aislada Pretoria, cuya rendición se esperaba conseguir facilmente una vez el resto del país fuera sojuzgado. A comienzos de marzo de 1903 tan sólo resistían Pretoria y Pisung Kop cuando una inesperada aparición de gran cantidad de voluntarios Boers giró el curso de la guerra. Se hizo necesario replegarse y esperar a la llegada de refuerzos procedentes de todo el Imperio: más de 150.000 soldados, con numerosa artillería de campaña e ingenieros, fueron enviados rapidamente a Natal, desde donde marcharon para reforzar a sus desbordados compañeros. La contraofensiva dio comienzo el 23 de junio de ese mismo año, cuando Lord Robertson marchó de nuevo con 40.000 soldados sobre Pretoria y otra fuerza similar lo hacía sobre Barberton. En agosto cayó Pretoria y Barberton, y Kruger intentó ofrecer una salida honrosa a su país que fue rechazada. Londres no quería nada menos que una rendición completa. Una vuelta a la situación anterior a la guerra no era satisfactoria. Había que borrar la vergüenza de Majuba (1881).
Las tres semanas restantes de guerra se vieron salpicadas por pequeñas escaramuzas mientras las tropas imperiales acababan con los últimos restos de resistencia. Finalmente, por la paz de Vereeniging, firmado el 17 de septiembre de 1903, la República del Traansval perdió la mayoría de sus tierras y quedó reducido a un estado satélite del Imperio británico.
Un mes antes el Imperio Dual había declarado la guerra a Portugal al negarse Lisboa a realizar concesiones territoriales a Berlín. Ante el silencio francés y la complicidad rusa con la agresión austroalemana, Gran Bretaña había decidido no inmiscuirse, ocupada como estaba con las negociaciones con Kruger. El 23 de diciembre de 1903 terminó el conflicto germano-portugés con malas notícias para Londres y peores para Lisboa, que perdía todo su imperio colonial.
Los intentos diplomáticos británicos para aislar a Alemania continuaron fracasando por la reluctancia francesa y rusa de unirse con su antiguo rival colonial. Pero nadie se esperaba que Rusia entraría en guerra con Alemania a raíz de una disputa fronteriza con el estado satélite germano de Ucrania. La guerra estalló el 14 de agosto de 1904, y comenzó de una manera un tanto extraña, pues los aliados (satélites, mejor dicho) tradicionales del imperio austroalemán (Hungría, Crocia, Polonia, Venecia, Valaquia, Bosnia, Albania y Bulgaria) permanecieron neutrales. A comienzos de abril, cuando se convocaron las siguientes elecciones en el Reino Unido, mientras las tropas austrogermanos penentraban en Polonia y en el Báltico, las tropas zaristas hacían lo propio por Bohemia y sojuzgaban a Ucrania.
El frente oriental a mediados de 1905