Historia e historias
de la Casa de Borbón
Capítulo Primero.
- ¡Por Dios! -tronó Francisco- ¿Es que no vais a concederme ni un día de respiro? Me dais dolor de cabeza.
Los consejeros del rey seguían apresuradamente a éste, que les dejaba atrás con grandes zancadas, que atrevesaba la gran explanada del palacio en dirección a su caballo.
Su primer consejero, Guillaume d'Arnac, un hombre serio, formal, de mediana edad, se debatía entre la admiración por su joven señor y un profundo abatimiento por su tozudería. Era un hombre ilustrado, que no había encajado bien que Carlos de España rivalizara con él por el trono germanico. Al menos los suizos ya habían aprendido a respetarle, decía con su aire bravucón.
Anda esos días empeñado en negociar con Enrique VIII un pacto para alejarle de su alianza española, pero el inglés era conocido por su inconstancia y su deseo en convertirse en el árbitro del mundo -por no decir nada de sus sueños de volver a conquistar Francia como ya hiciera Enrique V. Pero, sobre todo, era conocido por su pasión por las faldas, en lo que iba parejo con Francisco, también famoso por sus amantes.
- Ruego a su Majestad que reflexione sobre lo tocante a Carlos -sugirió Guillaume, a riesgo de avivar el enojo del rey-. No os conviene enfrentaros aún a él.
Pero Francisco ya se alejaba a uña de caballo, velozmente.
***
La tarde declinaba cuando el primer rayo de sol traspasó el cielo encapotado y, entrando por la ventana de la cabaña, dibujó una cinta dorada en la blancura de los pechos desnudos de la mujer. Francisco, acodado a su lado, acariciaba con gesto ausento los pequeños senos, suaves como el plumón. Ella abrió lentamente los ojos.
Habían estado cabalgando a galope tendido que el mes de abril cubría de un intenso verdor hasta llegar al pabellón real de caza, situada en la linde del bosque. Habían entrado riendo, jadeantes por el esfuerzo, pero con la sangre bullendo en las venas, y se habían entregado a la pasión, a tremendos besos y abrazos, y a otras intimidades en las que habían ido progresando en el curso de los meses anteriores.
Mientras tanto, mientras Francisco se revolcaba en el lecho con su amor de aquel día, Europa comenzaba a notar las consecuencias de un hecho que trastocaría la historia de Francia. Y ni siquiera había pasado en Francia.
El 3 de enero de 1520, las autoridades de Bohemia habían permitido a los protestantes de Breslau a que pudieran escoger libremente su fe. Era un simlpemente reconocimiento de facto de que la ciudad ya no era católica. Así surgía en Europa la primera comunidad protestante de la historia.
Apenas dos semanas después Castilla ardía bajo la ira de los Comuneros, y Valencia en la de las Germanías. Parecía que el rival de Francisco no iba a tener un minuto de calma...
- ¡No quiero, padre! No quiero y no...
Una bofetada zanjó el asunto. Con un dedo amenazante, mi padre me señaló y me rugió a la cara.
-¡Te casarás con ella! ¡Y si dices una palabra más te arranco la cabeza! ¡Y vamos para la iglesia! -añadió, reforzando sus palabras con un elocuente puntapié en mi trasero. Ante tales argumento, harto convicentes, no se me ocurrió argumento que tuviera más peso que el de lab ota de mi padre.
Y así fue como yo, Arnaud de Batz de Castelmore, tercero hijo del conde d'Artagnan, me casé con una navarra, Juana, que me odiaba con todo su negro corazón.
En fin, no podía empezar mejor mi matrimonio...
Y se preguntaban luego por el porqué de
mi serio semblante el día de mi boda...