Ioannes Rex
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Un AAR Plantagenet (CK)
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Un AAR Plantagenet (CK)

Con la memoria fresca de mis AARs del CK -pues muchos son llamados a empezar, pero pocos escogidos para se acabar-, comienzo este nuevo intento con un objetivo claro en mente: explicar la historia de un solo rey, por los años que el juego le den para vivir, más el epílogo correspondiente, y no más. Porque, seamos sinceros, tantos siglos agotan al más pintado y yo soy cambiante cual dirección del viento -para un AAR del CK que he acabo, ciento más he comenzado- Así, una vez mi personaje principal muera, sanseacabó.
¡A por el jamón!
Capítulo primero: ¿Me amáis?
Por culpa de mis pecados, encontróme el destino vagando en mi exilio por una isla olvidada de la generosa mano del Creador, desprovisto de mñas compañía salvo qie la de mi fiel aunque cabrona mascota, que es lo mismo que estar más solo que la una, pero peor, pues no se acaba de estar todo lo solo que uno quisiera. Pero si plugo así al Señor, pues sea. Y fue.
Llevaba lloviendo todo el día de mala manera, por no decir que llevaba así el mes entero, y yo maldecía la mala fortuna que me había hecho abandonar la buena vida que estaba disfrutando allende los mares. En fin, llovía a mares, y tanto mi fiel acompañante como yo estábamos calados hasta los huesos, y estando mi temple perdido, pues estaba uno hasta las orejas de tanta lluvia, cuando, de repente, levantóse la cortina, que digo, el muro de agua que nos caía de todas partes y nos encontramos en unos de esos lamentables y raquíticos pueblos irlandeses, perdido, malgrè moi, en mi húmeda carne mortal en una gritona y apestosa muchedumbre formada por una marea humana que hubiera pasado por una manada de tigres, pues como tales apestaban. Movíanse hacia adelante, para saludar a su señor, cuando apercibíme que de eso nada, que moverse no se movían, sino que los movían unos soldados de lanza en ristre, y de ese modo fue como la amable muchedumbre me lanzó, en mi mojada humanidad, dentro de un hermoso y lujoso carruaje, y encontréme con una varonil y apuesta cara que me miraba con harta perplejidad. Y tras agradecer al suelo que lo que uno chorreaba era agua y no aceite, me dispuse a ser corrido a gorrazos, ponlomenos.

- Oh, Dios mío -me dije, oliendo el final de mis días mientras notaba un súbito apretón en las almorranas, pues se me estaba aflojando todo, pues me temía que iba de la sartén a las brasas...
- No tanto, no tanto -díjome el hombre. Fijéme en sus ropas, caras y de buena calidad, en la escolta de hombres rudos y con cara de muy pocos amigos que me miraban con peores intenciones y en la carroza y supuse que me encontraba con algún tipo de noble local.
Es harto ocioso referir a vuestras mercedes que la comitiva entera se detuvo en seco por mi acto involuntario de inesperada presencia. Entonces, el gentil caballero me hizo la pregunta más extraordinaria de toda mi vida, que me hizo temer por mi integridad corporal, de espalda para abajo, concretamente.
-¿Tú me amas, joven escu..., joven caba... joven lo-que-seas?
Así, con semejante pregunta, no pude por menos que pensar que habría corrido menos peligro de eunuco en un jarém moruno que delante de aquel bello doncel, cuyos instintos no conocía, pero que se me antojaban raritos, aunque el tiempo plúgole de corregirme de aqueste error, para mi eterno alivio. Consciente de que mi respuesta podía alargar o acortar mis días, y hacerme de oro o de mierda, opté, visto que mi fiel consejero, es decir, mi mascota, no aparecía por parte alguna, a hacer lo que todo buen caballero haría en semejante situación, es decir, contestar a lo burro y sin pensarlo mucho, que si uno piensa dos veces, ya piensa una de más. Total, para cagarla valen igual de bien cinco minutos de voraz pensamiento que dos horas de calmada cavilación. Así que díjele:
-Con todo mi corazón, mi señor.
El feliz caballero, pues por su enorme sonrísa parecía que le había tocado el guarro más gordo de la feria de mi pueblo, exclamó:
-¡Que simpático es el gañán!
Apareció entonces mi peluda e impuntual mascota, es decir, Peti, y yo opté por bajarme del carruaje. Ahí pensé que se acababa mi gloria tan breve.
-Me aburro... O me explicas algo que me entretenga, o usaré tu cabeza para jugar a los bolos.
- Bueno, sire, soy un caballero errante cuyo nombre no importa -al notar su daga en mi gaznante y ver su sonrisa simpáticamente cabrona opté por cambiar de idea- pero que si hay que llamarse se llama por el anónimo nombre de sir Kurt Steiner, de allende los mares, pero muy allende, vamos, allendísimo, y que acabo de regresar por mi peregrinaje por los Santos Lugares, y lamento informaros, sire, que mi señor el rey Guido de Lusignan ha, ¡oh mísero de mí, infelice! -grité con una pena fingida que aún me sorprende al recordar- muerto en un trágico accidente de caza, cuando mi... digooo, una, eso, una flecha anónima y desconocida que no, repito, no salió de mi arco, pues yo no tengo arco, en fin, que una flecha le acertó en pleno y majestático corazón.

Entoncse la sonrisa del desconocido se hizo más amplia y cálida, y con una vocecilla algo bujarrona, me dijo, sin dejar de sonreir:
-Infiero, por vuestras palabras, gentil caballero, que la vella y dulce reina Sibila se ha vuelto a quedar viuda...

-Maravi... estoo... ¡oh, que tragedia, que dolor, que horrible destino! - y cambiando el tono de voz, continuó-. Me parece que voy a viajar a Tierra Santa a confortar a tan desesperada dama, pero a la de ya mismo. Y vos, mi desconocido pero conocidamente conocido caballero, os habeis ganado el honor de convertiros en mi guardaespaldas personal, con la especial tarea de mantener las flechas traidoras y/o anónimas lejos de mi real cuerpo. ¿Que os parece, sir Kurt?

Así, de esta absurda forma fue como conocí y me convertí en el principal guardaespaldas del príncipe Juan de Plantagenet, Señor de Irlanda, duque de Meath, conde de Mide, Dublin y Cornwall, el más joven de todos los hijos del rey Enrique II de Inglaterar y Leonor, duquesa de Aquitania.

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