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unmerged(5934)

Lt. General
Oct 2, 2001
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En estos momentos en el foro inglés de historia hay una interesante discusión sobre la Armada, y se ha mencionado este artículo. Como me ha parecido notable, creo que lo voy a ir traduciendo (es largo)







La Derrota de la Armada Inglesa y el Resurgimiento Naval Español en el siglo XVI : Una Revisión Minuciosa de la Armada Invencible, sus Resultados Inmediatos, Sus Efectos a Largo Plazo, y su Desconocido Epílogo



Mitos desenmascarados y Hechos Sorprendentes
1589: La Expedición de Drake y Norris a Portugal



por Wes Ulm, Harvard University personal website, URL:
http://www.people.fas.harvard.edu/~ulm/history/sp_armada.htm, © 2004.




Introducción: El rey Felipe y la Guerra de los 20 Años


Muchas obras históricas relatan la famosa campaña de la Armada de 1588 entre la flota española y su enemiga inglesa como una especie de confrontación militar señalada y aislada que alteró radical e inmediatamente la suerte de los dos contendientes. Según la historia que se cuenta con frecuencia España, la potencia hegemónica en Europa antes de la campaña, quedó anonadada por una derrota absoluta, cediendo el control de los mares a la nación isleña del norte. Probablemente hayan leido que como resultado los ingleses y la Europa del norte en general pudieron dedicarse sin cortapisas a la exploración y la colonización del hemisferio occidental y Norteamérica en particular, una región que hasta entonces había sido un satélite de España y
su navegante vecino en la Península Ibérica, Portugal. España decreció hasta la insignificancia política y militar, se dice, mientras Inglaterra canibalizaba su imperio en el Nuevo Mundo y se hacia con la preeminencia. Pero esta descripción de la campaña de la Armada, perturbadoramente frecuente, es también falsa por completo y ni siquiera trata de relatar el
sorprendente epílogo de este combate naval — del que España saldría paradojicamente reforzada en su dominio de los mares, en vez de contemplar su decadencia. Este resurgimiento naval español tendría repercusiones masivas que continuan hasta el día de hoy - afectando el mapa de las Américas, reforzando el poder del Parlamento en Inglaterra al drenar los ingresos de la Corona, e incluso implicando a Irlanda y su atormentada historia.


La Campaña de la Armada no fue un conflicto aislado, sino tan solo una batalla en una larga y cruel guerra que implicaba no solo a España e Inglaterra, sino a toda la Europa Occidental en las ambiciones del rey de España, Felipe II. Esta 'Guerra de los 20 Años' se extendió desde los años centrales de la década de 1580 hasta 1604, y fue ni mas ni menos que la primera guerra guerra mundial: sus combates se libraron en el continente europeo, en las junglas de Panamá y el Caribe, en las cálidas aguas de la costa atlántica europea, bañadas por la Corriente del Golfo, y en las frías inmensidades del Pacífico. De hecho, el curso de los acontecimientos
después de la singladura de la Armada es fascinante, y en muchos aspectos por completo opuesto a lo que se asume y describe usualmente. Quizá la campaña individual más decisiva de la guerra no fuese la de la Armada Invencible, sino un combate mucho peor conocido librado en tierra y mar por España e Inglaterra en 1589, el año siguiente al intento de invasión de Inglaterra por España. En ese año un Armada Invencible inglesa mandad en parte por sir Francis Drake, el famoso corsario, lanzó una atrevida operación anfibia con una serie triple de objetivos, dirigida a quebrar el poderío de la corona española. Estuvo cerca del éxito, pero al final su derrota fue total y llena de drásticas consecuencias.


El resultado de la campaña de 1589 tendría inmensas consecuencias para la historia de la colonización en el hemisferio occidental, para el equilibrio de poder en el continente europeo, y para la melancólica y trágica historia de Irlanda. Y lo más importante, al contrario de lo que con frecuencia se asume, España saldría reforzada de la década que siguió a la Armada, con una marina renovada que era definitivamente capaz de rechazar los ataques de los bucaneros y transportar con seguridad los metales preciosos desde las Américas. La Inglaterra isabelina fue la perdedora en la mayoría de las restantes batallas con España, tanto en tierra como en el mar, y acabó inestable y endeudada, sus ambiciones coloniales arruinadas y sus recursos
socavados por una agotadora guerra de guerrillas en Irlanda. Ciertamente Inglaterra no dominó las mares tras el incidente de la Armada; España siguió controlando las aguas durante muchas décadas antes de que su cetro pasara a los holandeses, y después se produjera la titánica lucha entre Inglaterra y Francia por el dominio de las rutas marítimas en el siglo XVIII. La historia de la guerra angloespañola de finales del siglo XVI es mucho más compleja que el
titular periodístico ralativo a la Armada usualmente empleado, y también muchísimo más intrigante. El punto decisivo del conflicto no fue la derrota de la Armada Invencible española en 1588, sino el desastre de la Inglesa en 1589. Y en ambos incidentes jugó un pael destacado la aún fascinante figura de ese legendario marino inglés, sir Francis Drake, y un examen más
detallado de la expedición de 1589 a España y Portugal ayuda a iluminar mejor el carácter de Drake en toda su extraordinaria multidimensionalidad. La derrota de la Armada Invencible Inglesa en 1589, mal conocida pero notablemente significativa en sus consecuencias, se relata en este artículo.
 
interesante... gracias por la traduccion alatriste

resulta extraño ver como los giris no barren para casa.
 
2º parte

El Siglo XVI y el trasfondo del Conflicto Anglo-Español



La segunda mitad del siglo XV había visto cambios que transformaron el mundo. Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino, había sido tomada por los turcos otomanos en 1453, y la caída de la vieja ciudad significó el fin de la mitad oriental del antiguo Imperio Romano, cuya parte occidental se había derrumbado casi un milenio antes. La prensa de imprimir de Johannes Gutenberg iba a cambiar el mundo, permitiendo una transmisión más rápida de la información, impulsando la popularización de la educación, y ayudando al nacimiento de la Revolución Científicas y la Ilustración. Y los portugueses iniciarían la Era de las Exploraciones Europeas, creando las técnicas de construcción naval y navegación que abrirían el resto del mundo a Europa. El vecino de Portugal, España, se unió rapidamente a esta empresa de exploración. En 1492 un marino italiano, conocido para la posteridad como Cristóbal Colón, descubriría un nuevo mundo a sus patrones españoles, llevando a Europa a contactar con las antiguas civilizaciones de Mesoamérica. Pocos acontecimientos en la historia han tenido un impacto tan grande en el mundo como los de esta época final del siglo XV, y la apertura de dos nuevos continentes a la Europa Occidental transformaría el equilibrio de poder en el Viejo Mundo.


España y Portugal consiguieron enormes riquezas de sus descubrimientos en metales preciosos y esclavos, además de nuevos alimentos que rescatarían a Europa de una crisis alimentaria potencial a medida que su población crecía explosivamente. Durante el siglo XVI las rutas marítimas del Océano Atlántico estuvieron salpicadas de uno a otro horizonte por las características vistas de los galeones del tesoro españoles llevando inmensas cargas de oro y plata desde las minas de Méjico y el Perú. Inevitablemente la envidia creció en las demás naciones de la Europa Occidental con costas al Atlántico, que codiciaban las nuevas riquezas de España y su imperio del Nuevo Mundo. Los ingleses habían iniciado su propia Era de las Exploraciones cuatro años después del viaje de Colón, cuando Enrique VII, rey de Inglaterra, financió a un navegante italiano, Giovanni Caboto (más conocido como John Cabot) para que llevase a cabo sus propias expediciones al Nuevo Mundo. Después de tocar tierra en Newfoundland en 1497, Cabot reclamó Norteamérica para el rey Enrique, y sus viajes llevaron al establecimiento de pequeños asentamientos pesqueros en la costa de las actuales Canadá y Nueva Inglaterra. Sin embargo el hemisferio occidental siguió siendo predominantemente zona de influencia española durante la mayor parte del siglo XVI, hasta que la creciente riqueza del país ibérico llevó a acciones mejor concertadas entre Francia e Inglaterra para conseguir una parte de esas riquezas a mediados del siglo. Cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg en 1519 y la Reforma Protestante comenzó la rivalidad comercial entre los países de la Europa Occidental adquirió amargos tintes religiosos a medida que católicos y protestantes luchaban por influir en el exterior.


La Europa del siglo XVI tuvo un epicentro humano en la dominante personalidad de Carlos V de Habsburgo, Emperador del Sacro Imperio que, debido a una notable madeja de enlaces dinásticos, reinó sobre una serie de vastos territorios que iban desde los Países Bajos a sus provincias italianas y de la Europa Central a España. Fue Carlos V quien consolidó los enormes territorios adquiridos para España por Conquistadores como Hernán Cortés y Francisco Pizarro, y fue él quien dirigió a las tropas imperiales contra la dispersa oleada de la Reforma Protestante en Alemania. Carlos creyó que su Imperio era demasiado grande para que una sola persona pudiera gobernarlo sola, de modo que a su abdicación lo dividió, entregando a su hijo Felipe el control de sus dominios occidentales, incluyendo principalmente España, los Países Bajos, Cerdeña y varios territorios en Italia. en el mejor estilo Habsburgo Felipe fue puesto al servicio de la forja de enlaces dinásticos adicionales al casarlo con la princesa heredera de Inglaterra y futura reina Maria I, hija d Enrique VIII, el poderoso monarca inglés que había fundado la marina nacional y cuyas tribulaciones matrimoniales le llevaron a romper con Roma y fundar la la Iglesia Protestante de Inglaterra. Cuando llegó al trono Maria, ferviente católica, trató sin éxito de anular muchas de las reformas protestantes de su padre. Detestaba e incluso despreciaba a su media hermana protestante, Isabel, manteniéndola presa en la Torre de Londres durante cierto tiempo y aparentemente llegó hasta a amenazarla con hacerla ejecutar. Ironicamente fue Felipe quien intercedió en favor de Isabel, e incluso después de que sus dos países entraran en guerra Felipe e Isabel mantuvieron un grado inusual de respeto mutuo.


En 1558 Maria murió sin hijos y de acuerdo con los términos del testamento de su padre Enrique VIII Isabel fue elegida como reina por el Parlamento. En el momento de su coronación, sorprendentemente, Inglaterra y España mantenían unas relaciones relativamente cordiales y podrían incluso ser descritas como aliadas. Ambos países mantenían disputas y recelaban del
poderío de Francia. Enrique VIII incluso había hecho la guerra a Francia a fines de su reinado, la más reciente erupción de hostilidades entre los dos viejos rivales. María I e Isabel I también invadieron el norte de Francia durante la década de 1550 y los primeros años de la de 1560 a causa de la disputada región de Calais. Los franceses vencieron en ambas ocasiones y expulsaron permanentemente a los ingleses del continente europeo, agravando aún más la enemistad mutua entre los dos países. Felipe por su parte albergaba ambiciones sobre el trono de Francia, sentía un profundo deseo de suprimir el movimiento protestante hugonote en Francia, y recelaba de las intenciones de Francia en América. Aunque una alianza matrimonial
entre el católico Felipe y la protestante Isabel era imposible, el enlace matrimonial anterior entre Felipe y Maria había creado un cierto grado de intereses comunes entre España e Inglaterra. El status imperial de España y sus increíbles riquezas eran indudablemente anheladas por sus vecina, pero había escasos indicios del sangriento conflicto que iba a involucrar a España e Inglaterra en el futuro. Esto, sin embargo, cambió en 1562, cuando los
ingleses entraron en el comercio de esclavos.
 
Hawkins, Drake y San Juan de Ulúa

Hawkins, Drake, y el incidente de San Juan de Ulúa


El repugnante pero extremadamente provechoso negocio de traficar con esclavos negros había sido iniciado por los portugueses en el siglo XV, y a mediados del siglo XVI España se había hecho con el monopolio del aspecto más lucrativo del negocios - la venta de esclavos capturados en el Africa Occidental a los ansiosos capataces de las minas y las plantaciones de las Américas [N. del T. no del todo exacto, porque lo que hizo España fue conceder el monopolio de la trata a un consorcio de comerciantes
portugueses a cambio de una lucrativa cantidad anual, pero este detalle no cambia las cosas]. España no quería contrabandistas y guardaba celosamente sus ventajas en este sórdido negocio, pero era inevitable que otros quisieran una parte del pastel y los ingleses mismos pronto se vieron involucrados. El primer traficante de esclavos inglés fue un barbado caballero y marino llamado John Hawkins. Primo del famoso sir Francis Drake y él mismo consumado navegante, Hawkins poseía ya considerable experiencia marítima antes de embarcarse para viajar a lo largo de la costa del Africa Occidental en los primeros años de la década de 1560; Allí supo de los mercados de esclavos atlánticos y de la enorme riqueza de los comerciantes ibéricos que los dominaban. Hawkins emprendió su primera expedición esclavista en 1562, y sacó un bonito beneficio de su carga humana, lo cual informó prontamente a la reina Isabel I. La reina desaprobó al principio las iniciativas empresariales de Hawkins, pero cambió de idea cuando Hawkins le reveló la magnitud de sus ganancias y, en pocas palabras, ella misma impulsó las dos expediciones siguientes de Hawkins (junto con los más elevados miembros de su Consejo Privado), proporcionándole barcos y ayuda material. La decisión de Isabel ha inspirado muchos ?what-ifs? entre los observadores históricos, porque el apoyo que dió con tanta rapidez a la empresa esclavista de Hawkins probablemente involucro a Inglaterra en esta sangrienta empresa con mucha mayor profundidad que si le hubiera reconvenido por ello; después de todo el tráfico de seres humanos ahora contaba con la aprobación oficial de la realeza, silenciando las protestas antiesclavistas que ya estaban apareciendo. A pesar de todo hay que tener en cuenta que Isabel había heredado de la reina Maria un reino relativamente empobrecido y cargado de deudas, y dada su situación ella y el Consejo Privado probablemente vieron en la trata una inesperada fuente de alivio financiero que, pese a todos sus males, era demasiado buena para ignorarla.


En cualquier caso el apoyo real animó a Hawkins a perserverar en la trata de esclavos, algo que los españoles habían advertido sin el menor placer. España había mantenido un monopolio virtual sobre el comercio de esclavos obligando a los mercantes de todos los países a pasar por puertos españoles, Sevilla en particular, de modo que las autoridades españolas pudieran recaudar una parte de los beneficios de los comerciantes. Para los funcionarios españoles las ventas directas que Hawkins hacía a las Indias Occidentales eran contrabando, y estaban decididas a detener sus viajes a las islas del Caribe. En su tercer viaje, en 1567, Hawkins dirigió una flotilla esclavista de 6 barcos, dos de ellos mandados personalmente por él mismo y su primo Francis Drake. En 1568 los barcos se vieron obligados a hacer aguada en San Juan de Ulúa, cerca de Veracruz, en Méjico, para conseguir suministros y material de reparaciones. El virrey español, Martín Enríquez, vió su oportunidad de castigar a los contrabandistas y ordenó a su flota abrir fuego contra los ingleses. Solo los barcos de Hawkins y Drake, ambos dañados, consiguieron escapar del ataque español. Sacudidos y mareados por una tormenta que les alcanzó mas tarde los dos marinos lograron regresar eventualmente a Inglaterra, furiosos por lo que consideraron la fría traición de los españoles. Como muchos otros marinos ingleses, franceses, holandeses y hasta españoles y portugueses, se volvieron piratas y bucaneros, actividades que no vieron como actos criminales sino como el único medio de responder a lo que consideraban la política opresiva de la corona española de desviar las riquezas del comercio atlántico a sus cofres. Aún mas importante, el choque de San Juan de Ulúa constituyó el incidente diplomático que acabó con las hasta entonces amistosas relaciones entre España e Inglaterra. Es dudoso que el rey Felipe tuviera ningún papel en la intercepción del convoy de Hawkins por su virrey. La radio y el telégrafo aún estaban a 300 años de distancia, y los almirantes por necesidad poseían un elevado grado de autonomía en sus decisiones. Pero dificilmente podía Felipe censurar o encarcelar a Enríquez simplemente por aplicar lo que era la política oficial española contra el contrabando, aunque el virrey pudiese haberse excedido un tanto en sus deberes.


El incidente de San Juan de Ulúa se añadía a un crescendo gradual de antipatía en Inglaterra hacia la intensa beligerancia católica de Felipe. Inglaterra había sido protestante desde la ruptura de Enrique VIII con Roma, y el rey había destrozado de tal manera la presencia de la iglesia católica y sus apoyos en Inglaterra que el interludio de la reina Maria poco pudo hacer para restaurar una base de poder católica, especialmente en lo que se refiere a la aristocracia. Felipe se había ganado una reputación como Guerrero de la Iglesia por excelencia en sus esfuerzos contrareformistas, un papel que aceptaba con placer, y no solo los ingleses sino también los católicos franceses e italianos, y hasta los portugueses veían su celo y sus maquinaciones con suspicacia. En particular los Países Bajos se convirtieron en un punto focal. Varias provincias del norte holandés de los Países Bajos comenzaron a abrazar publicamente el protestantismo y encontraron un inteligente líder clandestino en la persona de Guillermo el Taciturno de Orange, que libró una astuta guerra de desgaste y hostigamiento en la década de 1570 contra los dominadores españoles de los Países Bajos, y que Felipe no fue capaz de eliminar. La simpatía religiosa de los ingleses por los protestantes holandeses iba de la mano con una considerable disgusto por los efectos que las acciones militares españolas estaban teniendo en los valiosos
mercados comerciales que las mercancías inglesas habían tenido desde antiguo en los Países Bajos [N. del T. se refiere sobre todo a las exportaciones de lana inglesa para los telares de los Países Bajos; exportaciones que, dicho de sea de paso, competían con la lana castellana en esos mercados.] Los protestantes hugonotes de Francia también inspiraban simpatía al otro lado del Canal, especialmente después de la gratuita matanza sangrienta de 20,000 de ellos por los católicos franceses en la masacre del día de San Bartolomé de 1572 [N. del T. yo no la llamaría gratuita, porque tuvo una evidente intención política, pero esa es otra historia...] Los españoles, por su parte, estaban preocupados por lo que veían como marginación y represión de los católicos ingleses (y eventualmente tambien de los irlandeses.) Enrique VIII había ejecutado a muchos clérigos, destruido monasterios y confiscado las propiedades de la glesia, enviando al exilio a numerosos católicos. La deriva de Inglaterra hacia el protestantismo había avanzado demasiado para ser invertida por completo, pero muchos españoles empezaron a versa a sí mismos como mínimo como los protectores de la población católica de Inglaterra, del mismo modo que los ingleses se veían en el papel de defensores de los protestantes holandeses, franceses y alemanes del continente. Esta tensión religiosa dió un salto cualitativo en 1570, cuando el Papa Pio V excomulgó a Isabel y absolvió a los católicos ingelses de sus obligaciones hacia ella. Isabel quedó anodada; hasta entonces mostrado escasa inclinación a prestar apoyo a los rebeldes protestantes del continente; como su padre, era un monarca absoluto que sentía profundo disgusto por los rebeldes de cualquier clase, y temía que un apoyo semejante acabara volviéndose en su contra y provocando revueltas similares en Inglaterra e Irlanda. Sin embargo, la bula de excomunión del Pontífice cambió las cosas, y la llevó a identificarse con el movimiento protestante. Finalmente prestó apoyo a los holandeses y los hugonotes, e impulsó medidas contra los católicos en Inglaterra, sospechando que muchos eran desleales o poco fiables. Los católicos protestaron por esta persecución, y muchos marcharon al exilio.


Estos dos resentimientos parejos - la irritación española por el trato que Inglaterra daba a sus católicos, la simpatía inglesas por los audaces protestantes holandeses y los perseguidos hugonotes ? se fundieron con el resentimiento aún vivo contra España por San Juan de Ulúa y con la competencia comercial para avivar para crear las bases del conflicto. Los ingleses, los franceses y los holandeses seguían albergando ambiciones de fundar sus propias colonias en las Américas; lo que hoy en día es San Agustín, en Florida, fue originalmente un asentamiento hugonote - Fort Caroline - antes de ser invadido y aplastado por fuerzas españolas. Los ingleses mismos emprendieron en las décadas de 1570 y 1580 varias empresas semejantes y finalmente infructuosas de crear un asentamiento permanente para colonizar Norteamérica en Newfoundland y la actual Virginia. Sus ambiciones coloniales habían estado fermentando desde que John Cabot había despertado su apetito estableciendo un asentamiento pesquero en Newfoundland y reclamando esta tierra en nombre del rey Enrique VIII. De este modo quedó preparada la escena para la ruptura de hostilidades entre Inglaterra y España, y entre 1570 y 1585 las dos naciones libraron un conflicto de baja intensidad en los mares, del que formaron parte las empresas corsarias cuasi-oficiales de sir Francis Drake.
 
Alatriste said:
La Campaña de la Armada no fue un conflicto aislado, sino tan solo una batalla en una larga y cruel guerra que implicaba no solo a España e Inglaterra, sino a toda la Europa Occidental en las ambiciones del rey de España, Felipe II. Esta 'Guerra de los 20 Años' se extendió desde los años centrales de la década de 1580 hasta 1604, y fue ni mas ni menos que la primera guerra guerra mundial: sus combates se libraron en el continente europeo, en las junglas de Panamá y el Caribe, en las cálidas aguas de la costa atlántica europea, bañadas por la Corriente del Golfo, y en las frías inmensidades del Pacífico. .

Estoy de acuerdo con este articulo pero creo que la guerra anglo-española no es la primera guerra mundial, sino que ésta sería el conflicto de los países bajos, del que la guerra anglo-española es una parte.
 
Muy bueno el artículo, gracias por la traducción Alatriste.
Sólo un pero Newfoundland=Terranova.
 
3º y 4º partes

Después de un paréntesis, seguimos (y tomo nota de lo de Newfoundland)


Los Perros del Mar, El deterioro de las relaciones angloespañolas y la Armada Invencible



Drake y Hawkins eran la vanguardia de los esporádicos pero dañinos ataques corsarios contra los barcos y puertos españoles del Nuevo Mundo de la década de 1570, que se unían al grupo multinacional de piratas que acechaban a las flotas del tesoro cargadas de oro y plata que los españoles hacían ir y venir regularmente entre las minas del Perú y los puertos de Barcelona y Cádiz [N. del T. por todo lo que sé la mención de Barcelona es un error manifiesto o se referirá a un periodo muy temprano, antes de que Carlos V otorgara el monopolio del tráfico con las Indias a Sevilla].


Drake en particular dirigió numerosas expediciones contra los 'pérfidos enemigos' españoles, atacando el corazón del imperio con sus audaces raids en Panamá y las Indias Occidentales y numerosas emboscadas en alta mar. Entre 1577 y 1580, Drake se convirtió en el segundo navegante (tras el español Juan Sebastian el Cano, un sobreviviente de la expedición de Magallanes) en circunnavegar el globo, y por el camino reclamó la posesión de Nueva Albión (la California española), una reclamación que nunca pasó de teórica pero inspiró a futuras generaciones de marinos ingleses.


Durante la siguiente década Drake ejecutó famosos raids en el Caribe y se distinguió especialmente contra las defensas españolas de La Hispaniola en 1586, y al año siguiente se atrevió incluso a entrar en la guarida del león dirigéndose a Cádiz con la intención de quemar una parte de la flota española. No todas sus operaciones tuvieron éxito, y muchos marinos ingleses murieron por enfermedad o en combate durante sus ataques; a pesar de toda la fanfarria propagandística que rodea su raid contra Cádiz de 1587 el hecho es que los españoles rechazaron el ataque y Drake fracasó en su objetivo principal de saquear la ciudad y el puerto.


Pero la reputación de como “El Drache,” el dragón de los mares, era al menos parcialmente merecida. Indudablemente era un líder valeroso y lleno de recursos, conocedor de todas las complejas técnicas de la navegación a vela y capaz de inspirar lealtad en sus marineros, tanto veteranos como novatos. Podía arreglárselas para escapar de potenciales desastres y demostró una habilidad destacable tanto en las labores de inteligencia como en la preparación de planes basados en ella. Además Drake era inusualmente magnánimo con sus enemigos; en una época despiadada, siglos antes de la Convención de Ginebra y de usos similares, Drake no ejecutaba o torturaba a los soldados españoles que había capturado. Con frecuencia su único "castigo" consistía en leerles las escrituras y tratar de convertirlos al Protestantismo. Por encima de todo Drake personificó al atrevido "perro del mar" inglés, el prototipo del pirata o corsario que dirigía operaciones independientes contra las flotas del tesoro y el imperio español para beneficio de su país.


John Hawkins, aunque jugó un papel menos directo en la guerra de corso contra España, cumplió una misión vital en el desarrollo de la marina nacional desde que fue nombrado su Tesorero en 1577, un cargo desde el cual modernizó la flota inglesa. El creador original e innovador crucial de la marina inglesa del siglo XVI fue Enrique VIII, que equipó sus majestuosos barcos de guerra reales con cañones de largo alcance y fuego más rápido de lo acostumbrado en sus tiempos. Hawkins continuó implementando las innovaciones de Enrique y las mejoró substancialmente. Como Tesorero de la Marina dirigió con habilidad sus finanzas y al mismo tiempo rediseñó la flota, favoreciendo buques más pequeños y ágiles, y notablemente marineros. Sus pedidos a las fundiciones metalúrgicas aseguraban que los barcos ingleses estuvieran armados para el combate a larga distancia, y no retrocedió ante la idea de comprar barcos mercantes adecuados para usarlos en las defensas costeras. Hawkins fue la mente maestra que concibió la flota inglesa como una fuerza de reacción rápida, y su trabajo fue más que competente a la hora de asegurarse de que los buques de la flota estuvieran en las condiciones adecuadas para enfrentarse a una poderosa escuadra enemiga en las aguas cálidas del Canal de la Mancha. También intevino en la preparación de los planes y los barcos de aguas profundas que Drake y sus compañeros corsarios usaban para hostigar la navegación española. Las contribuciones de Hawkins fueron muy valiosas en los años que precedieron a 1588.


Los españoles respetaban a Drake y el resto de los corsarios por su valor y su indudable habilidad marinera, aunque mostrasen una falta de entusiasmo muy comprensible por el perjuicio económico que suponían los perros del mar y su interferencia general en el tráfico mercantil. La retórica religiosa de Católicos Y Protestantes subió de tono, y los ingleses comenzaron a prestar un apoyo abierto a los rebeldes holandeses a medida que los insurgentes demostraban su capacidad de resistencia. Después del asesinato de Guillermo el Taciturno en 1584 la monarquía francesa misma se desplomó el año siguiente, convirtiendo a Francia no solo en un campo de batalla religioso entre grupos rivales, sino también en un teatro de guerra para fuerzas extranjeras decididas a imponer sus designios sobre el territorio francés. La crisis en el continente provocó una reacción en Inglaterra, y las hostilidades entre Inglaterra y España comenzaron abiertamente en 1585, cuando los ingleses enviaron 7.000 soldados mandados por Robert Dudley, conde de Leicester, en apoyo de los rebeldes protestantes holandeses.


Las operaciones de Leicester en 1585 tuvieron poco éxito contra el veterano ejército de los españoles, pero el guante había sido oficialmente arrojado; Inglaterra y España estaban en guerra. La tensión religiosa existente alcanzó el paroxismo entre los españoles cuando la reina Isabel, reluctantemente, autorizó la ejecución de su archirival, la católica reina Maria de Escocia, en 1587. Maria había estado en prisión durante más de diez años y había estado implicada en varios complots para asesinar a Isabel, pero seguía siendo considerada por una parte de los católicos como la legítima reina y, como mínimo, como la protectora simbólica de los católicos ingleses en el país. La interferencia inglesa en los Países Bajos y las continuadas depredaciones de los corsarios habían irritado a los españoles, pero la ejecución de Maria fue la última gota, que agotó su paciencia.


Felipe comenzó a preparar una fuerza para la invasión de la nación isleña. Dirigida por el duque de Medina Sidonia esta armada sería enviada en la "empresa de Inglaterra"; su misión consistía en reunirse con otra flota transportando al ejército de Alejandro Farnesio, duque de Parma, y escoltarlo hasta las costas inglesas. Los puntos débiles del plan estaban en la pura y simple dificultad de las comunicaciones precisas para coordinar las dos flotas españolas y en la falta de un puerto de aguas profundas en el noroeste de Europa, pero a pesar de ellas los españoles decidieron ejecutar su plan en 1588, tres años después del comienzo formal de las hostilidades contra Inglaterra.





El fracaso de la Armada Española y el ataque de la Armada Inglesa



Como es bien sabido la Armada Española fracasó en su invasión, un desastre atribuible en primer lugar a algunas de las peores tormentas de septiembre nunca vistas por los marineros que surcaban el Atlántico durante el todo el agitado siglo XVI. Para resumir, la Armada y la flota inglesa combatieron hasta llegar a un punto muerto antes de que las fuerzas españolas, dirigidas por el duque de Medina Sidonia, decidieran abandonar por el momento y rodear Escocia e Irlanda para regresar a España. En el camino los marinos españoles pasaron una auténtica prueba de fuego entre feroces tormentas oceánicas que batían sus naves y exigieron hasta la última onza de su habilidad y experiencia. Algunos barcos españoles zozobraron o encallaron en la costa de Irlanda; pero la mayoría consiguieron regresar, baqueteados pero intactos, a los puertos españoles, que contaban con provisiones y con servicios médicos cuidadosamente preparados y recurrieron también a los recursos de las ciudades costeras para atender a los soldados y marinos heridos y cuidarlos hasta su curación. El revés de los españoles en 1588 no fue ni de lejos tan severo o perjudicial como se asume con frecuencia, uno de los muchos hechos sorprendentes que se han mezclado con la mitología comunmente aceptada de la campaña de la Armada. He dedicado un breve artículo independiente a desmantelar estos numerosos mitos y relatar los detalles de la historia de la Armada — sus motivaciones, las circunstancias de la batalla en sí, y sus repercusiones.


Pero como este ensayo en particular trata de la llamada "Armada Inglesa" que zarpó hacia España y Portugal en 1589, el mensaje clave de la campaña de 1588 es que el fracaso del intento de invasión de 1588 no representó una derrota decisiva para los españoles, ni significó por sí mismo un desafío grave para el poderío naval español o para los objetivos bélicos del rey Felipe (que se encontraban principalmente en los Países Bajos, Francia y otros teatros bélios en el continente). Para asestar un golpe verdaderamente decisivo a España Inglaterra tenía que responder con su propia ofensiva, y es por esto que la casi desconocida campaña de 1589 - el tema de este artículo - representó el choque decisivo de la "Guerra Angloespañola de los 20 Años" de 1585-1604.


El resultado de la campaña de 1589 sería verdaderamente crucial para la historia mundial. Los ingleses, como los franceses y los holandeses, habían visto el imperio español en el Nuevo Mundo y deseado poseer uno propio. No aceptaban las pretensiones españolas de dominar los territorios de la América Central y del Sur, donde los misioneros españoles se mezclaban con la cultura de las grandes civilizaciones de los aztecas, los mayas y los incas y los galeones españoles cargaban incontables toneladas de oro y plata. El continente americano y el Caribe serían disputados durante mucho tiempo, y el frágil dominio español sobre estas regiones dependía en parte de defensas fortificadas, pero sobre todo de la formidable flota atlántica del rey Felipe. Los barcos españoles guardaban y bloqueaban muchas de las rutas atlánticas y no solo impedían el acceso a Sudamérica y el Caribe, sino también la colonización de Norteamérica.


Mientras la Armada cojeaba de regreso a puerto después de su penosa singladura sacudida por las furiosas tormentas oceánicas, los ingleses - sobre todo sir Francias Walsingham, miembro del Consejo Privado de la reina Isabel - advirtieron una oportunidad única y extraordinaria. Aunque la mayoría de los buques españoles había regresado a los puertos ibéricos, necesitarían muchas reparaciones y suministros antes de que estuvieran verdaderamente listos para volver a navegar. El espionaje inglés indicaba que la flota española - con su tenaz núcleo atlántico - estaba concentrada en Santander y San Sebastián, en el golfo de Vizcaya. Y mientras estuviese en reparaciones sería muy vulnerable a un ataque inglés destinado a quemar las naves. Como señaló R.B. Wernham: “Todo lo que quedaba de la flota española estaba indefenso en los dos puertos. No había suficientes marinos para tripularlos, o trabajadores para repararlos rapidamentente, y los soldados se habían dispersado en sus cuarteles de invierno a doce leguas de la costa. Los barcos por fuerza iban a pasar meses en esta situación, incapaces de moverse o de combatir.”


Un ataque con éxito contra los escuadrones españoles inmovilizados hubiese tenido consecuencias históricas. Privadoa del núcleo de su flota atlántica Felipe hubiese quedado manco en su capacidad para hacer la guerra en Europa; y también hubiera perdido su capacidad para vigilar y mantener seguro su imperio en el Nuevo Mundo. Las Américas hubieran quedado abiertas a sus competidores, y el propio e inseguro control de España sobre sus posesiones del Nuevo Mundo hubiera cedido. Argentina y Perú podrían haberse convertido en las primeras colonias del miperio británico. Las colonias españolas en Norteamérica no hubiesen llegado a nacer y los ingleses y franceses hubieran podido dar rienda suelta a sus frustradas ambiciones en el siglo XVI. Además los galeones del tesoro españoles seguían siendo una presa apetitosa, y un gran cargamento de metales preciosos tenía que llegar a España en 1589. Como colofón el dominio del rey Felipe sobre Portugal - que había conquistado en 1580 - estaba en cuestión y un pretendiente portugués, Dom Antonio, se había proclamado rey en lugar de Felipe. Arrancar Portugal de manos de Felipe le hubiese privado de valiosos recursos navales, de los puertos portugueses, de sus experimentados marinos, y de sus posesiones coloniales.


Por estos motivos Walsingham, Isabel y los mejores marinos de Inglaterra optaron por lanzar una operación ofensiva contra España en sus propios puertos. No había un momento que perder. Los ingleses decidieron lanzar una invasión de la península ibérica con tres objetivos distintos:

1º destruir la flota española en sus fondeaderos de Santander y San Sebastián mientras estaba siendo reparada; el objetivo principal de la misión para Isabel y su Consejo

2º interceptar la flota española de la plata cuando llegara desde el hemisferio occidental y hacerse con el control de las Azores, privando así al rey de España de las riquezas que financiaban sus campañas europeas y le permitían expandir su marina, y desviando estos recursos al Atlántico norte, y

3º expulsar a los epañoles de Portugal y poner a Dom Antonio en el trono como legítimo monarca del país.


La expedición sería dirigida nada menos que por sir Francis Drake y sir John Norris, dos almirantes distinguidos y de enorme experiencia marinera.


Esta operación ha recibido varios nombres, como "la expedición a Portugal", "La expedición de Drake y Norris", "la expedición de 1589" y otros. Pero en aras del progreso del siempre delicado arte del feliz bautizo quizá sea más útil considerar esta fuerza de invasión inglesa como lo que era: el contrapunto y la imagen reflejada en el espejo de su predecesora y enemiga del año anterior, una "Armada Inglesa". Y de esta manera en 1589 los ingleses organizaron su Armada y zarparon con el objetivo de cumplir las tres misiones citadas.

[N. del T. el nombre de "Armada Invencible" ha caido en desuso hace mucho tiempo, y en inglés el nombre que recibe con mayor frecuencia es el de "the Spanish Armada"]
 
5º parte - la cosa se calienta... en todos los sentidos

La incierta preparación de la Armada Inglesa



Como explicamos en nuestro artículo sobre los múltiples mitos acerca de la Armada Española de 1588 la dispersión de los barcos españoles no supuso en absoluto un momento triunfal para los sufridos soldados ingleses que habían guarnecido las fortificaciones costeras. Una terrible epidemia - probablemente el tifus o la peste - explotó entre ellos y mató a centenares, puede que a millares de hombres. Esta enfermedad añadió un toque amargo al mal que durante mucho tiempo había sufrido el sistema militar inglés: a la mayoría de los hombres, a pesar de toda su perseverancia y sus sacrificios, se les debían muchos meses de paga. Furibundos insultos caían regularmente sobre la Reina, su Consejo, y sobre todo sobre el desgraciado William Cecil, Lord Burghley, el Tesorero y más estimado consejero de la reina Isabel, que encontraba constantemente grandes dificultades para reunir de uno u otro modo el dinero preciso para pagar a las tropas inglesas y a sus aliados holandeses y hugonotes.


Parecía amargamente irónico que los soldados, después de soportar meses de incomodidades y sufrimientos para defender las costas inglesas, en ves de ser recompensados por sus servicios se vieran obligados a endeudarse cuando se suponía que el gobierno debía pagar sus salarios regularmente. Sin embargo este frustrante estado de cosas dificilmente podía ser llamado inusual, sino que era típico de los problemas financieros que lastraban el esfuerzo de guerra inglés contra España, y que presentarían un aspecto particularmente grave durante la preparación de la Armada Inglesa de 1589.


La reina Isabel había heredado una enorme deuda de casi tres millones de libras de su medio hermana Maria I cuando se convirtió en reina en 1558, pero ella y Cecil habían mostrado una disciplina fiscal elogiable y durante los 30 años siguientes habían devuelto a Inglaterra una relativa solvencia. Aparte de un fracasado intento de tomar El Havre y Calais a los franceses durante sus tres primeros años de su reinado, Isabel se había abstenido casi siempre de la clase de despilfarradoras aventuras militares en las que su padre [Enrique VIII] se había involucrado con demasiada frecuencia, y la relativa parsimonia de la Reina y su Consejo en lo relacionado con los gastos de la corte había ayudado a devolver poco a poco el Tesoro a un nivel de endeudamiento manejable, si no a un balance equilibrado. Los ingresos de la Corona provenientes del tráfico de esclavos y de su apoyo apenas disimulado a los corsarios habían ayudado a mejorar la situación, pero su mayor fuente de ingresos provenía del floreciente comercio de lana y textiles con los Países Bajos y la Liga Hanseática. Esta dependencia financiera era tan fuerte que, aparte de la simpatía protestante por los insurgentes holandeses, los ingleses tenían un interés económico en evitar que las guarniciones del rey Felipe en Holanda interfiriesen con el lucrativo comercio de la lana, creando otro acicate potencial para la intervención inglesa en los Países Bajos.


[N. del T. Este es un análisis por un lado muy correcto, en lo que se refiere a las dificultades financieras que hicieron que la política exterior de Isabel I fuera muy prudente y que la reina sintiera enorme reluctancia ante la idea de meterse en problemas y guerras exteriores, pero por otro sumamente simplista en cuanto al comercio de la lana: del mismo modo podría decirse que Inglaterra tenía interés en la supresión de la revuelta y la vuelta del comercio tranquilo anterior a la guerra; lo cierto es que para los comerciantes ingleses la situación era por un lado perjudicial en cuanto que la guerra hacía más difícil su negocio, pero por otro era una oportunidad única para desplazar a la lana castellana de los mercados de los Países Bajos y la Hansa, donde ambas habían competido durante siglos]


La guerra con España, sin embargo, significó para las finanzas inglesas un nuevo desafío exigente e inexorable, muy por encima de lo que Isabel había tenido que afrontar hasta entonces, y amenazó con deshacer la mayor parte de los pacientes malabarismos presupuestarios que la reina y el Consejo Privado habían hecho durante los 30 años anteriores. Los costes de la defensa contra la Armada habían vaciado el Tesoro hasta casi el último penique, de modo que financiar una operación ofensiva en 1589 no sería trabajo fácil. Los gastos de la expedición estarían muy justificados si la flota del rey Felipe era destruida, y si la flota española de la plata hubiese sido interceptada con éxito los invasores hasta habrían podido sacar beneficios de la guerra. Pero los nada despreciables costes de preparar una flota y pagar de forma adecuada a los marinos [N. del T. porque si no, dada la experiencia del año anterior, no se habrían enrolado...] significarían una carga adicional para las finanzas inglesas, que ya estaban en dificultades. El problema financiero llegaría a ser tan severo que en muchos aspectos se convirtió en el mayor obstáculo para el éxito de la expedición y, como veremos, tendría un fuerte impacto sobre las decisiones de Drake y Norris cuando alcanzaron España y Portugal.


Para una fuerza de invasión adecuada se necesitarían unos 12.000 soldados, una parte de ellos ingleses, pero incluyendo un contingente de endurecidos veteranos holandeses y mercenarios alemanes. Dado que los holandeses tenían tanto interés como los ingleses en atacar al rey Felipe Isabel logicamente esperaba que sus aliados continentales pagasen una parte de los gastos, pero las disputas sobre los arreglos monetarios y los contingente a aportar enfrentaron a los ingleses con los holandeses, y muchos holandeses quedaron ofendidos por la en su opinión excesivamente autoritaria actitud de Isabel y el Consejo Privado. En cualquier caso las discusiones sobre los detalles del reparto de los gastos y los contingentes quedaron al menos en parte suavizadas por los comunes intereses financieros de todos los implicados.


El segundo objetivo entre los tres especificados, la captura de la flota del tesoro y la conquista de las Azores, era la zanahoria que danzaba antes los ojos de los participantes con su promesa de un rico botín, y llegó incluso a animar a individuos y grupos con intereses mercenarios a invertir su dinero en la preparación de la operación. Estas "compañías de capital-riesgo" proporcionaron fondos vitales para la compra de suministros y vituallas para las fuerzas de ataque de Drake y Norris; ¡era como si los inversores se hubieran visto arrastrados a arriesgar su capital en un mercado cuyas compañías estaban explicitamente destinadas a robar la plata extraída por los españoles en su propio imperio! Este plan especulativo, útil como fue para repartir la carga financiera, tambien llegó a convertirse en una enorme complicación y acabó por resultar asombrosamente perjudicial. Para decirlo con toda claridad, existía un conflicto latente en los objetivos de la expedición: ¿Estaban los invasores ingleses y sus aliados holandeses y alemanes tratando de destruir las fuerzas navales atlánticas de Felipe y expulsarlo de Portugal, o estaban tratando de asegurarse un beneficio para sí mismos capturando sus galeones del tesoro?

[N. del T. Me gustaría hacer tres puntualizaciones. La primera relacionada con mi nota anterior, que los intereses ingleses y los holandeses en realidad no coincidían para nada. Uno de los puntos más curiosos de la larga guerra entre España y los rebeldes holandeses a lo largo de nada menos que 80 años, es que los holandeses mostraron siempre escaso entusiasmo a la hora
de atacar la península, sobre todo los puertos del norte; algo que resulta mucho más lógico cuando uno entiende que perjudicar el comercio entre España y el mar del Norte les hacía tanto daño a ellos como al rey de España... de modo que les resultaba mucho más provechoso hacer la guerra en las colonias, y incluso allí sus ataques se dirigían con mucha mayor frecuencia e
intensidad contra las posesiones portuguesas (Brasil, El Cabo, Ceilán, la moderna Indonesia...) que contra las españolas.

La segunda es la naturaleza de las monarquías del Renacimiento y la Edad Moderna y como estaban siempre endeudadas. No hacían la guerra hasta que se quedaban sin dinero, que nunca tenían, sino hasta que sus deudas pasaban de lo tolerable a lo intolerable (para los prestamistas, quiero decir, no para el rey, que aplicaba lo de que si debes mil millones al banco, es el
banco el que está en tus manos) y recuperarse de un largo periodo de aventuras exteriores como el reinado de Enrique VIII necesitaba literalmente decenios de prudencia y ahorro.

Y la tercera es que el auto subestima la importancia de las islas Azores por sí mismas; una colonia muy antigua, poblada y rica gracias al cultivo de la caña de azúcar, la conquista de las Azores por sí sola hubiera bastado seguramente para convertir la expedición en un éxito financiero, pero precisamente por eso no era empresa fácil]


Por razones evidentes los impulsores políticos de la Armada Inglesa, y sobre todo la reina Isabel y Walsingham, consideraban la destrucción de la flota española en Santander y San Sebastián el objetivo más crítico con diferencia. Solo el éxito en esa misión podía plausiblemente privar a Felipe de sus grandes medios para hcer la guerra en el continente europeo, y solo la destrucción de su flota abriría el ansiado imperio español del Nuevo Mundo al saqueo y la colonización de sus codiciosos competidores europeos. Y sin embargo la jugosa perspectiva de capturar un gran galeón español cargado hasta los topes de joyas y metales preciosos cautivaba obviamente la imaginación de los pequeños inversores que habían financiado la operación y de los pobres marineros que tenían que llevarla a cabo, y no es difícil adivinar el objetivo más acuciante a sus ojos.


El resultado de todo esto en la práctica fue sembrar instantaneamente la desconfianza y la sospecha mutua en las mentes de Isabel y sus almirantes. Ella sospechaba, y probablemente con algo de razón, que Drake, Norris y los marinos no compartían las prioridades que ella y el Consejo Privado habían establecido y estaban más interesados en la captura de los galeones del
tesoro, un objetivo secundario para ella, que en el ataque decisivo contra los barcos de guerra fondeados en Santander y San Sebastián. Drake y Norris, por su parte, se preguntaban una y otra vez si durante su misión recibirían de la Reina los suministros precisos y con la rapidez necesaria, y al parecer se sentían frustrados por la idea de que la reina Isabel y el Consejo Privado no entendían en absoluto el desafio logístico que suponía desembarcar una fuerza de ataque en el norte de España y reembarcarla en breve plazo para emprender otra misión distinta en las Azores y el mismo Portugal.


Aquí la situación toma un giro especialmente irónico entre los que acabarían enviando a la expedición a Portugal de 1589, a trancas y barrancas, en direcciones extrañas e inesperadas. Las pruebas y tribulaciones de los navíos de la Armada Española en 1588 en su viaje de retorno a España acabaron curiosamente planteando un espinoso problema a los ingleses en su propia
ofensiva de 1589. Originalmente se suponía que Medina Sidonia y su Armada debían regresar a los puertos principales de la flota atlántica española, Lisboa en Portugal y La Coruña y Cádiz en la misma España. Como Wernham apunta sagazmente si los españoles hubiesen tocado tierra donde se suponía que iban a hacerlo los objetivos políticos de Isabel y sus consejeros hubiesen encajado mucho mejor con las aspiraciones pecuniarias de Drake, Norris y sus marineros: Después de prender fuego a la marina española en La Coruña, Drake y Norris hubiesen podido aprovechar facilmente la geografía para descender a Portugal, quemar las naves que hubiera en Lisboa y cumplir su tercer objetivo, expulsar al virrey español de Lisboa y poner a Dom Antonio en el trono de Portugal. Entonces hubieran podido zarpar hacia las Azores para atrapar a la codiciada flota del tesoro cuando llegase desde las indias Occidentales.


Pero los vientos y el oleaje durante el largo viaje atlántico habían obligado a Medina Sidonia a desembarcar inopinadamente en Santander y San Sebastián, algo que decepcionó a los españoles tanto como iba a perjudicar a los ingleses; reparar los barcos en esos puertos sería mucho más lento y logisticamente más difícil que en los puertos de Lisboa o La Coruña. Norris y Drake se encontraron ante lo que consideraron un conflicto irresoluble en sus objetivos. Santander y San Sebastián están muy al Este y dentro del golfo de Vizcaya, y los vientos, que soplan predominantemente del Oeste, harían que despues de fondear y destruir la flota española en esos puertos los ingleses tendrían que navegar contra el viento hasta rodear Galicia y alcanzar Lisboa y las deseadas Azores. Incluso si el clima era favorable el retraso haría que los españoles probablemente tuvieran tiempo suficiente para preparar la defensa de Portugal y tal vez también para evitar la intercepción de la flota del tesoro.


Fue así que aunque la Reina y el Consejo Privado dejaron muy claro que el ataque contra Santander y San Sebastián era el primer y principal objetivo, los marinos y los inversores se sentían secretamente inclinados a disentir en privado; sus deseos se dirigían a atacar Portugal primero para evitar que la flota de la plata se les escapara.
 
El Dia D

La Invasión


La Armada Inglesa comenzó a reunirse en Plymouth en Febrero de 1589, pero los vientos contrarios, la falta de suministros y las querellas personales retrasaron su partida, proporcionando unas semanas cruciales al rey Felipe para reparar su flota, proteger la llegada de la flota de Indias y solicitar la ayuda de la Liga Hanseática y las potencias bálticas. El preludio a la partida de la Armada estuvo lleno de disputas y agrias acusaciones cruzadas de incompetencia y ciego egoísmo entre los impulsores de la empresa y aquellos que iban a participar en ella. La reina Isabel se sentía cada vez más indignada por los retrasos y la aguda sensación de que una oportunidad única se estaba escapando poco a poco, y seguía sin confiar completamente en las intenciones de sus almirantes. Wernham destaca que su contribución final fue de 49.000 libras, muy por encima de las 20.000 que en principio iban a ser su parte. Su exasperación no hizo sino crecer aún más cuando un joven, brillante y valeroso, pero alocado cortesano llamado Robert Devereux, conde de Essex, zarpó solo el 5 de Abril con su compañero Roger Williams en el Swiftsure en un atolondrado y quijotesco ataque contra Portugal que aumentó aún más sus temores de que la Armada Inglesa tenía en mente un destino muy distinto a los muelles y astilleros de Santander y San Sebastián. Essex fue el ejemplo máximo del osado y a veces competente guerrero romántico que aún no había aprendido que la prudencia es la mejor parte del valor. Contribuyo notablemente a muchas operaciones inglesas, pero en esta ocasión su temprana partida no hizo mas que añadir otra capa de confusión a los planes de la invasión. Drake y Norris quedaron retenidos por vientos contrarios y solo pudieron zarpar y dirigirse finalmente hacia la península ibérica dos semanas despues.


Pero cuando Drake y Norris avistaron finalmente la costa de su enemigo no estaban en absoluto cerca de Santander o San Sebastián como esperaba la reina Isabel. Ni siquiera estaban en Lisboa. Tal vez engañado por su espionaje, Drake había llegado a La Coruña, uno de los principales puertos españoles y situado en la ruta hacia Lisboa, pero casi carente de objetivos navales españoles, exceptuando algunos viejos cascos inútiles, pequeños barcos costeros y un solo buque de guerra español, de los menos valiosos. La empresa ya había asumido en ciertos aspectos el estilo de una película de Monty Python, incluyendo irritadas disputas entre comandantes que se suponía que debían estar cooperando entre ellos, soldados soñando con pilas de dinero fácil y un atolondrado jovenzuelo cortesano cegado por espejismos de gloria militar que parte hacia la batalla dos semanas antes que los demás.


Las fuerzas de desembarco de Drake, en efecto, saquearon la parte baja de La Coruña (que estaba separada de la ciudad alta, amurallada) y capturaron o mataron a muchos soldados españoles, y despues consiguieron descubrir y apoderarse de gran cantidad de provisiones. En otro giro comicamente absurdo de la invasión los soldados descubrieron abundancia de barricas de vino que demostraron ser mucho más mortíferas que todos los cañones y mosquetes españoles de la ciudad. Los ingleses procedieron a emborracharse hasta quedar reducidos al estado de una banda de hooligans en día de partido; no hace falta decir que no estaban exactamente en la mejor forma para asediar la ciudad alta.


En este punto otro elemento inexplicable de la invasión entró en juego. La reina Isabel había prometido a Drake y Norris un generoso tren de asedio para abrir brecha en las defensas de las ciudades amuralladas que sabían que encontrarían en España y Portugal. Pero finalmente la reina nunca les entregó esa artillería, un hecho que al parecer irritó a Drake enormemente y que éste usó en varias ocasiones como excusa para no atacar fortalezas en situación vulnerable. De hecho, y dado el enrarecido ambiente descrito, las acciones de la reina pueden haber sido perfectamente consistentes con sus temores; quería que sus almirantes se ocuparan de Santander y San Sebastián antes de intentar nada en Lisboa, y puede haberse negado a suministrar esos cañones como una sutil indicación de que mientras no completaran la tarea mas sencilla e importante, quemar la flota española, no tendrían la artillería que necesitaban para las mucho más lucrativas operaciones de Portugal y las Azores.


En cualquier caso el malentendido acerca de la artillería dejó a Drake mal equipado y, combinado con la borrachera de sus soldados, hizo fracasar el asedio de la ciudad alta. Una torre se derrumbó sobre los sitiadores y un puñado de soldados demasiado entusiastas arruinó una oportunidad de abrir una brecha en las murallas. En realidad las bajas sufridas en La Coruña no fueron elevadas, pero cuando las tropas se pusieron en marcha hacia Lisboa la combinación de los efectos del vino y el de enfermedades aparentemente provocadas por la tórrida primavera ibérica redujo sus fuerzas considerablemente.


Inmediatamente despues de su llegada a Lisboa los ingleses, tras algunas escaramuzas con los defensores, se dirigieron a las murallas del bastión español en el centro de la ciudad. Una vez más la falta de artillería condenó sus esfuerzos al fracaso; sin un tren de asedio no tenían medios para abrir brecha en las murallas. El archiduque Alberto, sobrino de Felipe II y virrey de Portugal, mantuvo sus fuerzas dentro de los muros de la ciudad, tal vez sabedor de las carencias del armamento de los invasores y claramente poco dispuesto a confiar en la lealtad de sus reclutas portugueses. Incapaz de tomar Lisboa, Norris se retiró a Cascaes y tras reunirse con Drake ambos decidieron no intentar un ataque anfibio remontando el Tajo debido a la amenaza de los poderosos cañones de las defensas del río y, una vez más, a la falta de artillería.


La Armada Inglesa aún tenía la tentadora perspectiva de interceptar la flota del tesoro española muy presente. Pero del mismo modo que la Armada Española había sido condenada al fracaso por un clima poco dispuesto a cooperar, su contrapartida inglesa quedaría frustrada por el capricho de los vientos locales, aunque fueran menos destructivos que las tormentas que dispersaron la flota de Medina Sidonia. La captura de los galeones españoles, como se vió enseguida, estaba dentro de lo realizable aunque las fuerzas inglesas estuvieran debilitadas, pero la flota fue dispersada y dañada una y otra vez por un mar inusualmente tempestuoso, arrastrada más allá de la zona adecuada para interceptar los galeones del tesoro, y para acabar los buques de guerra encargados de protegerlos hostigaron y dañaron aún más a los barcos ingleses y lograron eludir sus intentos de entrar en combate. Finalmente la flota inglesa regresó a Plymouth maltrecha en Junio con una cifra de bajas muy elevada; es probable que más de 10.000 hombres, la gran mayoría de los participantes, murieran (la mayoría de enfermedad) o desertaran. Las pérdidas en barcos fueron mucho menores que las de la Armada Española, pero el coste humano combinando las muertes entre los soldados y las batallas navales era abrumador.


El precio de la Armada Inglesa había ascendido a más de 100.000 libras, una cifra tan elevada que en ciertos aspectos superaba incluso el coste de la Armada Española. Y sin embargo sus resultados habían sido mínimos. Aunque algunas pequeñas ciudades españolas habían sido saqueadas y una parte de las fueras de Felipe distraídas de los Países Bajos, la flota de Indias había llegado a puerto sin el menor percance, los españoles retenían el control de Portugal y, lo peor de todo, los barcos españoles en Santander y San Sebastián, que habrían sido presa fácil para cuatro hombres con una antorcha y un medio de retirada, permanecieron intactos. La derrota de la Armada Inglesa en 1589 fue una píldora muy amarga para los ingleses a causa de la oportunidad perdida que representaba. La reina Isabel I comprendía demasiado bien que sus fuerzas hubieran podido asestar facilmente un golpe devastador a los españoles, pero que a causa de las disputas internas, de que sus misiones eran demasiadas y demasiado ambiciosas, y de una serie de pequeños errores, su esfuerzo había fracasado.
 
De nuevo gracias por el artículo. Efectivamente ésta expedición fue un absoluto fracaso y digamos que, tras el fracaso de la armada española, colocó a los dos contendientes en una situación de "empate".

Una de las cosas que se demostró en esta expedición era que Drake, sin lugar a dudas un gran marino, no estaba capacitado para dirigir grandes fuerzas militares y mucho menos para compartir el mando de ellas. Lo suyo era dar golpes de mano inesperados y si es posible contra ciudades indefensas o que no se lo esperaban. Para ello se requería una gran audacia, y Drake la tenía. Lo que no tenía era la capacidad de organización y planificación que requería una gran expedición militar.

En 1596, tras los desembarcos españoles en Inglaterra, Drake salió del ostracismo al que le había condenado la reina tras el fracaso ante Lisboa para lanzar otra gran expedición, esta vez contra las Indias, y de nuevo compartiendo el mando, esta vez con Hawkins. Pero ahora las Indias no estaban desprevenidas como en sus antiguas expediciones, y ocurrió lo que ocurrió :cool: .
 
Y el final de toda esta historia es la paz firmada por el sucesor de Isabel I, James I en 1602? (no estoy seguro de la fecha) que dejo las cosas exactamente como estaban, 20 años de guerra para nada :(
Otra consecuencia interesante fue el viaje del Príncipe de Gales (futuro Carlos I, el que decapitaría Cromwell) y de su favorito el Duque de Buckingham a Madrid de incógnito para intentar casarse con una infanta española.
Cuentan que a Olivares casi le da un jamacuco cuando le despertaron para decirle que el Príncipe de Gales estaba en Madrid a ver si "pillaba cacho" :rofl:
Por cierto, un What If interesante es ¿que habría pasado si ese matrimonio se realiza? Teniendo en cuenta las tendencias absolutistas y pro-católicas de Carlos I, ¿podría Inglaterra haber vuelto al redil católico?, ¿habría sido duradera la alianza hispano-inglesa? Porque en ese caso Richelieu lo hubiera tenido muuuuy dificil. ¿Habrían ganado los Habsburgos la Guerra de los 30 años y unificado Alemania?.
¿Que os parece?
 
Dakar said:
Y el final de toda esta historia es la paz firmada por el sucesor de Isabel I, James I en 1602? (no estoy seguro de la fecha) que dejo las cosas exactamente como estaban, 20 años de guerra para nada

Fue en 1604, el año pasado se ha celebrado el 400 aniversario.
 
Dakar said:
Y
Por cierto, un What If interesante es ¿que habría pasado si ese matrimonio se realiza? Teniendo en cuenta las tendencias absolutistas y pro-católicas de Carlos I, ¿podría Inglaterra haber vuelto al redil católico?, ¿habría sido duradera la alianza hispano-inglesa? Porque en ese caso Richelieu lo hubiera tenido muuuuy dificil. ¿Habrían ganado los Habsburgos la Guerra de los 30 años y unificado Alemania?.
¿Que os parece?

Es una cuestión interesante. Yo personalmente pienso que las tendencias de Inglaterra eran bastante inevitables. Por un lado no estaba dispuesta a un sometimiento a otro poder que el inglés (o sea, no estaba dispuesta a someterse al Papa) y por otro lado hay que entender que la verdadera fuerza de Inglaterra estaba en su gran empuje económico, y ese empuje venía dado por la burguesía, que era protestante y antiabsolutista. Creo que un giro hacia el catolicismo de cualquier rey inglés (como pasó efectivamente) habría conducido a una rebelión y su sustitución por otro perteneciente a la "verdadera fe".

Por otro lado, no veo muy posible una alianza duradera con España. Sus intereses chocaban demasiado: España quiere mantener su monopolio comercial con las Indias e Inglaterra quiere romperlo. España es el baluarte del catolicismo e Inglaterra uno de los baluartes del protestantismo.

En cuanto a una alianza contra Francia, realmente a Inglaterra lo que le interesó históricamente era que no hubiese en Europa un poder demasiado fuerte, y hasta Luis XIV ese poder eran los Habsburgo. Una vez que hay un cambio de poder, pues ala, a aliarse contra Francia.

Incluso en los casos en los que se produce un inevitable acercamiento entre Inglaterra y España debido a sus enfrentamientos comunes contra Francia (en la época del Rey Sol o Napoleón) realmente no es una alianza consistente y cada cual está pensando más en sí mismo y en los conflictos que tienen entre los dos (en esto siempre han sido unos linces los ingleses que "no tienen amigos sino intereses", y siempre esperaban, además de derrotar a Francia arrancar algunas colonias o privilegios comerciales a su Católica Majestad :rolleyes: ).
 
Dakar said:
Y el final de toda esta historia es la paz firmada por el sucesor de Isabel I, James I en 1602? (no estoy seguro de la fecha) que dejo las cosas exactamente como estaban, 20 años de guerra para nada :(

Hombre, yo no creo que las cosas quedaron exactamente como estaban. Inglaterra cogió un gran impulso económico y militar después de esta guerra y adquirió una gran confianza en sí misma. Esto habría sucedido sin necesidad de la guerra pero ésta sin duda lo aceleró.

Por otro lado la guerra anglo-española impidió una verdadera victoria en los Países Bajos. Con Francia bloqueada y sin la ayuda inglesa, estoy seguro de que Farnesio habría acabado con los rebeldes flamencos. Cuando se firmó la paz con Francia e Inglaterra España estaba demasiado agotada para ganar y los holandeses ya habían comenzado su formidable despegue histórico :( .

Lo que si está claro es que en la epoca de la paz a nadie se le ocurriría pensar que Inglaterra ganaba. Inglaterra estaba sometida a una terrible crisis económica debido a los tremendos costes de la guerra y los ataques al comercio inglés, vivía con una gran sensación de aislamiento y bloqueo y con el temor de que en cualquier momento se produjese la invasión española y además se había producido la rebelión de Irlanda con ayuda española.

Isabel llevaba buscando la paz desesperadamente desde hacía años y la firma de la paz entre España y Francia le supuso un verdadero golpe. Sin embargo es cierto que no estaba dispuesta a abandonar a los flamencos a su suerte por lo que hubo que esperar a su fallecimiento para que la paz se firmase.
 
[No me da tiempo a leer vuestros ocmentarios, esta semana estoy muy liado.... espero que esta tarde]

Epílogo



El fracaso en la captura del tesoro de las Indias y la persistencia del dominio español en Portugal eran innegablemente irritantes, pero la consecuencia más importante, y con gran diferencia, de la derrota de la Armada Inglesa fue que la marina de Felipe II salió con bien de su apurada situación. Contrariamente a lo que se cree con tanta frecuencia la marina española posterior a 1588 era mucho más fuerte que su predecesora, en gran parte porque esa marina había escapado a un desastre que hubiese sido casi seguro en 1589 si Drake hubiese desembarcado aunque solo fuera un pequeño destacamento en Santander.


Durante la década de 1590 España transportó con seguridad y eficacia casi tres veces más oro y plata desde las Américas que en cualquier década anterior. El poderío y la reputación de la marina imperial británica del siglo XIX puede seducirnos y llevarnos a creer que de alguna manera misteriosa los ingleses tenían una afinidad especial para dominar los mares, y la 'Armada Invencible' parece un hito demasiado conveniente para este dominio. Pero como hemos visto el hecho es que los ingleses no dominaban los mares despues de la campaña de 1588, en gran parte debido al fracaso de su propia Armada en 1589. Los españoles seguirían siendo la primera potencia naval hasta bien entrado el siglo XVII, y cuando otro país se hiciese con la hegemonía de los mares en la segunda mitad del siglo sería Holanda y no Inglaterra la que la alcanzase. Solamente a mediados del siglo XVIII alcanzó la marina inglesa una posición verdaderamente dominante, e incluso entonces tuvo que enfrentarse al tenaz desafío de los franceses. En realidad el Tratado de Paz de Paris de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años con una decisiva victoria inglesa, puede ser considerado como el punto mas adecuado para señalar el comienzo de la hegemonía naval británica; pero este no era ciertamente el caso en 1589.


El rey Felipe se aprovechó enormemente de la oportunidad que le proporcionó el fracaso de la Armada Inglesa de 1589 para reconstruir su flota y la empleó con excelentes resultados. Organizó un bien concebido sistema de convoys que, como dijimos más arriba, demostró ser sumamente eficaz en la protección de los envios de oro y plata; John Hawkins emprendió varias expediciones corsarias con Martin Frobisher desde 1589/1590, pero obtuvo muy poco éxito contra las reforzadas defensas españolas. Los ingleses solo alcanzaron un éxito parcial, contra Cádiz en 1596, pero hasta este logro les dejo un sabor agridulce por el nuevo fracaso en la captura de la flota del tesoro español y los resultados de la política de tierra quemada de los defensores. Con esta excepción la década de 1590 presenció un rosario de reveses ingleses en tierra y en el mar a medida que Felipe aumentaba la presión sobre sus enemigos. Se mantenía la guerra naval de baja intensidad, en la que las fuerzas españolas usualmente repelían, y con frecuencia inflingiendo graves daños a los atacantes, los raids ingleses contra sus flotas transatlánticas y sus puestos fortificados en el Caribe y América.


Drake y Hawkins, los corsarios por excelencia, murieron durante una desastrosa ofensiva contra Puerto Rico y Panamá en 1595 que acabó siendo aún más costosa para los ingleses en hombres y barcos que la invasión de España y Portugal de 1589. Esta operación había sido concebida con la finalidad de asestar un golpe al mismísimo corazón del imperio español en las Indias, pero la mejorada marina española, más ágil, y una excelente red de espionaje permitieron a los españoles sorprender y atrapar a los ingleses y asestarles una de las peores derrotas navales y terrestres que el país sufrió jamás. Otras expediciones, como la que Essex dirigió a las Azores en 1597, terminaron con la misma falta de resultados. Ni siquiera Inglaterra estaba a salvo de los ataques. El mal tiempo dispersó otras tres armadas enviadas por el rey Felipe para lanzar ataques en gran escala, pero en 1595 una pequeña fuerza española mandada por Don Carlos de Amesquita, que estaba patrullando el canal y escasa de agua, fue impulsada por los vientos a la costa en las cercanías de Cornwall. Los españoles intimidaron o derrotaron con facilidad a la milicia local prendieron fuego a gran parte de Cornwall, sobre todo Penzance y los pueblos cercanos, y se llevaron de las aldeas todas las vituallas y suministros navales que pudieron encontrar. Finalmente, cuando los ingleses comenzaron a reunir un ejército profesional y llamaron a las fuerzas navales de Drake y Hawkins, los españoles reembarcaron y regresaron a casa despues de celebrar una Misa en suelo inglés, pero las exitosas operaciones de Amesquita eran típicas de los fracasos militares ingleses en la década posterior a la Armada.


Quizá la más importante - y trágica - ramificación de la derrota de la Armada Inglesa ocurriese en Irlanda. Inglaterra había estado política y militarmente implicada en Irlanda desde tiempos de los normandos, cuando Enrique II lanzó una invasión de la isla en el siglo XII y estableció el dominio nominal normando, que quedó con el tiempo restringido a una zona alrededor de Dublín llamada el 'Pale' (orígen de la frecuente expresión inglesa 'beyond the Pale'). Eventualmente los normandos se mezclaron con los irlandeses y adoptaron sus costumbres y cultura hasta llegar a ser, se decía, "más irlandeses que los irlandeses mismos"; la isla siguió siendo mayormente independiente. Sin embargo a comienzos del siglo XVI Enrique VII comenzó a ejercer un control más firme sobre los señores irlandeses y su hijo Enrique VIII yendo más allá se proclamó a sí mismo rey de Irlanda. Enrique estuvo siempre demasiado ocupado con otros problemas para seguir una política demasiado agresiva en Irlanda, y como consecuencia la tarea de establecer su dominio directamente sobre el país acabó cayendo sobre Maria e Isabel.


La enemistad entre los protestantes ingleses y los católicos irlandeses se había disparado, y la política regia concerniendo a la isla esmeralda estuvo marcada por un nivel aterrador de brutalidad, desprecio y corrupción incluso en los años anteriores a la Armada, provocando una tensión generalizada y esporádicos levantamientos durante las décadas de 1570 y 1580. En contraste con el trato comparativamente benigno que recibían los católicos en la misma Inglaterra (por lo menos si se compara con la situación en el continente) a los de Irlanda no se les consideraba siquiera dignos de un mínimo respeto, y el trato que recibían de los administradores ingleses iba del desprecio al capricho malicioso. Sin embargo Inglaterra podría haberse sentido inclinada a dejar a los irlandeses en paz despues de todo si no hubiera sido por las consecuencias de la derrota de la Armada Inglesa. Con la marina española reconstruida y reorganizándose después de 1588 Irlanda se convirtió en una amenaza estratégica creciente, un trampolín y refugio potencial para los invasores católicos españoles, y en respuesta las acciones inglesas en la isla se hicieron más represivas y crueles. La cólera creció entre los irlandeses, que comenzaron a levantarse en masa en la década de 1590.


La Rebelión Irlandesa contra el dominio inglés estuvo dirigida por los nobles gaélicos del Ulster dirigidos inicialmente por "Red Hugh" O’Donnell, pero pronto se les unió el clan de los O'Neill, que hasta entonces habían sido aliados de los ingleses. Hugh O’Neill, conde de Tyrone, había sido instruido en las formaciones y tácticas de los ingleses, y asestó a sus antiguos aliados derrotas particularmente severas cuando se unió a los señores gaélicos en 1594. En ese año los O’Neill [N. del T. el texto dice "los O'Donnell", que dado el contexto parece una errata] lanzaron sus fuerzas contra los fuertes que los ingleses habían construido y guarnecido para someter a los señores del Ulster; después de sitiarlos los irlandeses utilizaron eficaces tácticas de guerrilla contra los intentos ingleses de reaprovisonarlos; la llamada "Guerra de los Nueve Años" comenzó en 1594 con la victoria de los irlandeses mandados por O'Donnell en el Vado del Bizcocho [N. del T. "Ford of the Biscuits"; "biscuit" se traduce usualmente al español como bizcocho o galleta, pero en español estas palabras han cambiado de significado; hasta tiempos recientes significaban un pan horneado hasta secarlo, que se conservaba mucho tiempo y por ello era muy utilizado en las empresas militares; en este caso particular se refiere a los suministros que los ingleses estaban intentando llevar hasta sus fuertes].


A esta victoria los irlandeses sumaron otras en Sligo, Armagh, Blackwater y Clontibret, confirmando la sorprendente capacidad militar de los irlandeses a pesar de la superioridad de las fuerzas inglesas, y en 1598 O’Neill aplastó a una fuerza profesional inglesa mandada por un general consumado, Sir Henry Bagenal, en Yellow Ford, un ejemplo dramático mencionado con mucha frecuencia del uso de la astucia contra un enemigo superior — los soldados de O’Neill emplearon con brillantez zanjas y parapetos camuflados para encerrar a los ingleses en una emboscada - Yellow Ford fue la peor derrota jamás sufrida por los ingleses en suelo irlandés. El año siguiente, 1599, O’Neill hostigó al ejército de Essex eludiendo siempre una batalla abierta con él; el fracaso inglés en esta campaña acabó con la carrera del joven conde.


O'Neill fue finalmente derrotado en batalla por Charles Blount, Lord Mountjoy, en Kinsale el año 1601. Kinsale terminó con el poder de O’Neill como líder de una revuelta general irlandesa contra los ingleses, pero el astuto noble irlandés escapó a la captura y continuó su guerra de guerrillas contra las fuerzas de Mountjoy, que no pudieron restablecer el control inglés sobre las zonas rurales.


El final de la guerra llegó a finales del año 1603, 6 días después de la subida al trono de Inglaterra de Jacobo I. O’Neill aceptó condiciones de paz muy favorables, se sometió y regresó a su hogar en el Ulster, donde permaneció sin ser molestado. Sin embargo él y los demás nobles gaélicos sospechaban que los ingleses planeaban capturarlos a traición y cuatro años después, en la llamada “Fuga de los Condes" O’Neill y sus compatriotas partieron al destierro en las tierras católicas del continente, entregando de hecho Irlanda a los ingleses. 1607 — el año en que Inglaterra fundó su primera colonia en Norteamérica, Jamestown — es recordado con tristeza por los irlandeses como el año en el que el gobierno fue definitivamente abandonado a los ingleses.


La Guerra de los Nueve Años tuvo efectos devastadores para los dos bandos. Gran parte de Irlanda - sobre todo los condados del norte - quedó devastada de tal manera que, para su tiempo, superó todo lo sufrido por las regiones más asoladas de la Europa Oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Como ocurrió después en la Guerra de los 30 Años en Europa se libraron batallas y escaramuzas en granjas, iglesias, fortalezas y mercados sin excepción alguna. Mountjoy quemaba las cosechas, y destruyó gran parte de la base económica y agrícola de Irlanda en sus intentos de someter a la población nativa; el resultado fue una hambruna provocada por el hombre que rivalizó en sus efectos con la famosa Hambruna de la Patata de la década de 1840. Puede que muriese un tercio de la población irlandesa, y los efectos físicos y psicológicos combinados del desastre pesaron durante siglos en el alma colectiva del país, iniciando la trágica historia que aún no ha terminado en el siglo XXI.


Los ingleses, por su parte, se vieron sumergidos en una pesadilla que en ciertos aspectos recuerda la experiencia de los americanos en Vietnam, pero fue mucho más severa en sus consecuencias. Irlanda se convirtió en el principal teatro de la guerra para los ingleses una vez que la reforzada marina española rechazó los ataques ingleses, tanto los corsarios como los regulares, y decenas de miles de soldados ingleses dejaron la vida en la desorientadora, casi hipnótica maraña de pantanos y bosques de Irlanda, vencidos por las enfermedades o por las espadas y mosquetes de sus feroces enemigos irlandeses. Todos los planes de Inglaterra para dar un cierto autogobierno a Irlanda por bien preparados que estuvieran acabaron derrumbándose, en medio de una política calamitosa que hizo de los irlandeses enemigos jurados y dejó a los ingleses atascados durante siglos en una tierra hostil.


La guerra en Irlanda costó a la corona inglesa entre dos y tres millones de libras, una úlcera que agotó recursos cuidadosamente acumulados durante decenios. Hasta que la gue la guerra con España comenzó en 1585 la prudente conducta financiera de la corte isabelina casi había acabado con la deuda de tres millones de libras que los despilfarros de Enrique VIII y Maria I habían creado para 1558, y la moderada política de la reina en la implantación del compromiso anglicano de sus predecesores contribuyo enormemente a ahorrar a Inglaterra la devastación de las guerras de religión que traumatizaron al continente. Pero el continuo desgaste provocado por las guerras contra España e Irlanda hundió otra vez a Inglaterra en una deuda no muy inferior a la que dejó Maria en 1558.


Contrariamente a lo que se cree frecuentemente los últimos años del periodo isabelino en la década de 1590 no fueron tiempos felices y prósperos en los que las gentes del país disfrutaban alegremente de riqueza y éxito militar; al contrario, estuvieron marcados por la amargura provocada por una guerra fracasada que los ingleses podrían haber ganado facilmente si Drake hubiese desembarcado en Santander en 1589. La creciente deuda que las campañas en el extranjero provocaba vaciaba el tesoro y perjudicaba al comercio y la industria. Estos problemas económicos se unían a sequías y malas cosechas, llegadas en muy mal momento, para crear hambre y miseria por todas partes. Los soldados reclutados para la guerra contra Irlanda, España y los aliados continentales de Felipe II no recibían su paga y a su regreso (si regresaban - cientos de miles no sobrevivieron) con frecuencia se enfrentaban a un futuro muy negro. William Shakespeare, deberíamos recordarlo, era un autor de tiempos de guerra. No es que visitase los frentes como Bob Hope, y no hay pruebas de que estuviese oficialmente al servicio de la corte, pero sus obras, tanto en sus temas como en su tono y su substancia, estaban dirigidas a una población exhausta, empobrecida y con frecuencia atemorizada que había soportado los efectos de 20 años de guerra con su inevitable desvío de los magros recursos de la nación. Inglaterra y España estaban pasando los mismos apuros y, en un giro irónico frecuente en estas situaciones, empezaron a simpatizar como solo dos enemigos duros y tenaces pueden hacerlo.


Cuando Jacobo I subió al trono en 1603 el nuevo rey estaba deseoso de acabar finalmente con la guerra. Aunque estaba decepcionantemente falto del carisma, el glamour y la popularidad de sus predecesores los Tudor, Jacobo comprendía claramente la hartura y la frustración que el pueblo sentía por la guerra. Después de negociar la paz con los señores irlandeses firmó el Tratado de Londres en 1604 poniendo punto final a la Guerra de los Veinte Años entre inglaterra y España. Ironicamente las condiciones de paz eran muy similares a lo que Felipe II había buscado conseguir antes de que la Armada Española zarpara en 1588, es decir, el final de la intervención inglesa en el continente y la renuncia a la guerra corsaria (que de todos modos había rendido, como mucho, beneficios cada vez menores desde que la marina española fue reorganizada en 1589).


España había alcanzado gran parte de sus objetivos en la guerra pero, igual que en Inglaterra, el Tesoro había quedado casi agotado en el proceso. Había reforzado su dominio sobre el imperio del Nuevo Mundo y mantenía firmemente el dominio del mar, pero en su posición en el continente el resultado no era tan bueno, y eso se debía en buena parte al continuo apoyo inglés a los enemigos de Felipe II; los Países Bajos del Sur (aproximadamente la moderna Bélgica) habían permanecido católicos y, con la conversión del rey Enrique IV de Francia al catolicismo (si fue sincero, pragmático o una mezcla de las dos cosas no podemos saberlo) el trono de Francia siguió perteneciendo a un príncipe católico. Pero las provincias holandesas del norte habían ganado cierta autonomía [N. del T. es lo menos que puede decirse... ], y el mayor sueño de Felipe II — poner a su hija la infanta Isabel Clara Eugenia, en el trono de Francia — había quedado en nada después de la conversión de Enrique [N. del T. en realidad siempre hubo muy pocas posibilidades de eso, la Ley Sálíca y todas esas cosas... ]



En cualquier caso los dos grandes logros de Felipe II durante la larga guerra fueron en realidad la modernización de la marina española y la construcción de una red de fortificaciones en su vasto imperio de ultramar, no sus bizantinas intrigas en el continente europeo, y este poderío ultramarino español tendría consecuencias de tanta importancia que sus efectos siguen sintiéndose hoy en día. De hecho es en las áreas de la colonización y el poder de la corona en las que la derrota de la expedición de Drake y Norris en 1589 tendría mayores efectos.
 
Alatriste said:
Contrariamente a lo que se cree frecuentemente los últimos años del periodo isabelino en la década de 1590 no fueron tiempos felices y prósperos en los que las gentes del país disfrutaban alegremente de riqueza y éxito militar; al contrario, estuvieron marcados por la amargura provocada por una guerra fracasada que los ingleses podrían haber ganado facilmente si Drake hubiese desembarcado en Santander en 1589.

Estos ingleses... aún en los artículos en los que reconocen sus fracasos tienen que meter su puyita... :rolleyes:

Eso de que los ingleses habrían ganado fácilmente la guerra si hubiesen atacado Santander... Probablemente los turcos pensaron lo mismo al destruir la flota española en Djerba y ya veis... :rolleyes:
 
Gracias por la traducción, muy bien hecha.

A lo dicho, me ha estrañado que el autor no hiciese referencia a las dos "invasiones", o expediciones si se prefiere, españolas a Irlanda. No solamente era un interés estratégico por cuanto suponía un desgaste para Inglaterra (dinero, hombres,...) sino que podía suponer una cabeza de puente para una posible invasión o para intensificar la guerra del corso (no olvidemos los estragos que estaban haciendo los buques de Dunquerke).

La primera expedición, no recuerdo la fecha (1596?), fue al final del reinado de Felipe II. Pero la segunda tiene historia detrás.

En 1600 llegaron emisarios irlandeses a la Corte de Madrid prometiendo el levantamiento de toda la isla si se enviaba un ejército español y ofreciendo reconocer a Felipe III como rey de Irlanda. De esta forma, en 1602 zarpó una escuadra de Lisboa; disminuida por las tempestades, sólo pudieron desembarcar 3000 hombres al mando de Juan del Aguila, y se apoderaron de Kinsale, al sur de la isla, lejos de los alzados irlandeses. Cercados y fracasados los intentos de socorro, se firmó una honrosa capitulación según la cual se repatrió el ejército de Juan del Aguila en buques ingleses.

Al año siguiente, 1603, muere Isabel I, y con ella la guerra. En 1604 se firma la paz de Londres.