La guerra con los paganos de Västerbotten pasó a la historia de Escandinavia como una de las mejor ejecutadas ya que se alcanzaron los objetivos marcados al menor coste posible de sangre cristiana. Sin embargo para el conde Sune fue una campaña totalmente decepcionante.
Nada más anunciar que el condado se iba a la guerra Sune encargó a su consejero Ulf Godwineson y a su nuevo mariscal Bo Knoppe que partieran inmediatamente en barco a las provincias del norte. Cada uno de ellos debía armar una partida de guerreros y esperar al conde en las marcas del norte. Sune pondría en pie de guerra a la mesnada más numerosa, la de los bosques de Hälsingland, y posteriormente marcharía por tierra hacia el norte para unirse con sus dos comandantes.
Sin embargo cuando las tropas de Sune llegaron a los dominios de los paganos se encontraron con que la campaña ya había terminado. Las fuerzas de las tropas paganas, lideradas por los esquivos jinetes de renos, habían resultado ser inferiores a las esperadas y las tropas de Ulf y el mariscal habían completado la conquista de la provincia sin demasiadas dificultades.
Las tropas de Sune estaban felices pues al llegar al norte en vez de toparse con un fiero enemigo se encontraron con una tierra pacificada y rica en caza. La primavera había llegado y los soldados correteaban detrás de las campesinas y se dedicaban a bañarse en los arroyos de montaña y haraganear despreocupadamente.
Los jinetes de los renos sagrados no se dejaron ver demasiado en la campaña lapona
Sune estaba furioso. Su padre había ganado gran prestigio en los campos de batalla, especialmente tras derrotar a los hijos del dios ahorcado; que en su tiempo habían sido considerados como la tribu pagana más peligrosa de toda Escandinavia. Sin embargo él se había enfrentado a 7 años de malas cosechas, poca pesca y menos comercio. Las exhaustas arcas del condado le habían impedido librar una campaña militar; y ahora que tenía la oportunidad de alcanzar una gran victoria sus subordinados se habían llevado la gloria.
Y lo peor de todo es que no podía tomar represalias públicas contra ellos pues habían actuado de forma eficiente. Las tropas de Ulf y de Bo Knoppe habían pasado a estar al mando de este último cuando se unieron. El mariscal había enviado exploradores a territorio enemigo, y al comprobar su debilidad había atacado rápido y por sorpresa.
Bo Knoppe era un señor de la guerra proveniente del sur de Suecia que había llegado al Pico del Cuervo durante el último año precedido de su fama. Se trataba de un hombre ya anciano que a sus 61 años todavía conservaba un porte majestuoso. Durante los últimos 40 años había tomado parte en los principales conflictos bélicos de Suecia, ganando muchas victorias para el reino. Para su desgracia su familia estaba ligada por lazos de lealtad y honor a la del duque de Dal y tuvo que apoyarlo durante su rebelión contra el rey Erik. Tras la derrota de su señor había huido al norte, a la corte de Hälsingland.
Así pues en mayo de 1091 las tierras de Västerbotten pasaron a engrosar los dominios del condado de Hälsingland sin grandes percances ni tampoco gloria militar.
Sin embargo el conde Sune pronto encontró la forma de resarcirse. Resultaba que el más anciano de los druidas, aquel del que se decía que podía hacer magia, había escapado en barco y se había refugiado entre las tribus que vivían en las tierras de Aland. Estas tribus practicaban la piratería con cierta frecuencia y suponían un freno para el comercio con las regiones del sur del Báltico. Así pues Sune decidió que en vez de disolver las tropas partirían los tres ejércitos juntos a la conquista del archipiélago de Aland. De este modo Sune se garantizaría estar al mando de las operaciones militares y el triunfo sería suyo.
Durante el verano se reunió a todos los navíos de guerra del condado y se construyeron primitivas naves de transporte. Para septiembre la flotilla estaba lista y dio comienzo la invasión, alentada por vientos favorables y la tranquilidad de las aguas del golfo de Botnia.
El desembarco registró escasos combates, pues pocos eran los hombres de armas que protegían la costa occidental de la isla principal y todo parecía marchar bien.
Pero la desgracia se cernía sobre el ejército invasor y el conde Sune se convirtió en su desgraciado brazo ejecutor.
Las tropas de Hälsingland encontraron poca oposición durante el desembarco
Nada más pisar tierra el conde insistió en que el ejército debía empezar una marcha a través del gran bosque que ocupaba el centro de la isla. En el otro extremo se encontraba la capital del enemigo y Sune quería tomarla cuanto antes pues temía ver aparecer en cualquier momento las orgullosas banderas de la flota danesa sobre el Báltico. Y es que el rey Olaf de Noruega había firmado una alianza con el monarca danés. En principio el pacto tenía como fin hacer causa común contra Suecia, pero Sune sabía que el rey de Dinamarca no era tan acomodaticio como el monarca noruego y participaría activamente en la guerra. Si las tropas danesas aparecían reclamarían la conquista de las islas para su monarca.
El mariscal Bo Knoppe se opuso frontalmente a este plan aludiendo que el denso bosque sería un lugar perfecto para una emboscada y que sería preferible seguir el camino de la costa. Pero Sune se negó rotundamente a perder varios días dando un rodeo. El conde reunió a sus capitanes y les desveló que un informante de total confianza le había dicho que los paganos contaban con menos de 500 hombres de armas.
“¡Nuestro ejército está formado por 1.600 valientes, así que no hay nada que temer!”
Sune hizo avanzar a sus tropas en una columna que las dejaba muy desprotegidas.
El ataque llegó al anochecer cuando la niebla subió reptando perezosamente desde el mar para instalarse en el frondoso bosque. Los paganos, lanzando gritos de guerra casi inhumanos, surgieron de la nada y atacaron por todas partes. Lo que luego sucedió tuvo más de carnicería que de batalla, pues pronto las distintas partes del ejército quedaron unas aisladas de otras.
Con todo, el mariscal Bo Knoppe consiguió que al menos tres centenares de hombres de la retaguardia adoptaran una formación defensiva y poco a poco retrocedieron hasta la playa. Tanto el consejero Ulf como un conde Sune en estado de shock formaban parte de este destacamento.
La derrota más amarga de la historia del condado de Hälsingland
Perseguidos y acechados por sombras asesinas que surgían de entre la niebla consiguieron llegar a la playa y la mayor parte de los hombres se hicieron a la mar. Pero mientras los últimos soldados alcanzaban los botes una imagen terrible llegó desde tierra. La niebla se abrió misteriosamente dejando ver una figura enjuta encaramada sobre unos peñascos. Se trataba de un hombre anciano de larga melena blanca que alzaba un cayado al cielo.
¡Era el druida de los dioses antiguos que había huido desde Västerbotten!
Los improvisados marinos escucharon horrorizados como el viento arrastraba la profunda voz del druida mientras este convocaba a todos los dioses del viento, las mareas y las tormentas para pedirles que liberaran de las profundidades del mar a los trolls marinos.
El conde Sune reunió el valor suficiente para gritar a sus hombres que todos ellos eran cristianos y estaban protegidos por la cruz. Ellos eran de la cruz.
Pero cuando el eco de las palabras de Sune todavía flotaba en el aire empezó a soplar con más fuerza el viento. Una hora después llegó la tormenta, acompañada de olas de decenas de metros que jugaban con los barcos como si fueran de juguete. Jamás el Báltico había visto una tormenta como aquella.
Naufragaron todas las naves menos dos y el fondo marino recibió en un abrazo gélido y mortal a los restos del ejército de Sune. El navío insignia fue uno de los que se salvaron y tanto el conde como su séquito formaron parte de la escasa veintena de supervivientes.
Algunos de estos supervivientes juraron haber visto a los míticos trolls marinos surgir de entre las olas y coger con sus dedos de muerte a un barco para luego devorarlo.
La leyenda cuenta que el druida convocó a los terribles trolls marinos para que destruyeran la flota de Sune
Rápidamente la noticia se extendió por todo el condado y el nombre del conde Sune fue maldecido en medio de los lamentos. ¡Toda una generación se había perdido! La mayoría de los hombres jóvenes del condado habían perecido por culpa de la imprudencia de su señor. Las madres lo maldijeron a gritos, los padres apretarían durante toda su vida el puño cada vez que se mencionara su nombre y alguno de los más ancianos de las aldeas recordaron a quien los quiso escuchar que ya había sido predicho que Sune causaría grandes males a su pueblo.
Y las malas noticias para el conde no habían hecho más que empezar. Al llegar al Pico del Cuervo se enteró de que su mujer había dado a luz un niño muerto la misma noche en que la gran tormenta se tragó a los restos de su ejército. Además el mariscal Bo Knoppe presentó su renuncia y abandonó el condado alegando que no quería seguir sirviendo a un señor tan poco digno como favorecido por Cristo.
Por si todo esto no fuera suficiente llegaron noticias de que los navíos daneses navegaban hacia el archipiélago de Aland. A no ser que el druida conservara algún truco mágico en su zurrón todo parecía indicar que ese enclave estratégico iría a parar a manos de un monarca extranjero.
Pero la gota que colmó el vaso fue la amenaza de Erik, el hermano de Sune, de abandonar el condado. No sólo estaba furioso por las decisiones militares de su hermano, sino que no paraba de echarle en cara que no le hubiera dado ningún puesto de mando en la expedición y por la contra lo hubiera dejado de “niñera” del Pico del Cuervo.
Sune no pudo soportarlo más, todo el mundo parecía estar en su contra, hasta su hermano y único amigo. Hasta entonces su ambición sin límite le había dado fuerza para tomar todas las decisiones, hasta las más crueles pero…. ¿si todo el mundo lo odiaba qué sentido tenía seguir peleando por sus ambiciones? ¿Para qué alcanzar el rango de duque si nadie se iba a alegrar por él?
El conde Sune se hundió en la más profunda de las depresiones, ya nada tenía sentido en su hasta entonces metódica vida. El sol ya no salía nunca para Sune av Hälsingland.
La concentración de eventos negativos acabó deprimiendo al conde