Capítulo 2: La cuestión dominicana
La unificación de la isla había sido, desde el mismo momento de la independencia de Haití, una de las cuestiones políticas dominantes de la nueva nación. Hasta 1821, sin embargo, no se había podido hacer demasiado al respecto. Suficiente tenía el recién nacido país con intentar deshacerse de la influencia, cuando no injerencia, de Francia, la antigua metrópoli, como para embarcarse en una guerra contra España.
España podía estar en crisis. Y su intervención en los asuntos de la colonia, sumida como estaba en la recuperación tras el desastre de la Guerra de Independencia era prácticamente inexistente. Pero seguía siendo un rival formidable para un país sin apenas fuerzas y sin aliados [1].
Pero en 1821, la oportunidad fue demasiado buena como para dejarla escapar. Santo Domingo había declarado, por fin, su independencia, y no faltaban quienes apoyaban una unión con Haití. Es más, el nuevo país decidió ponerse a sí mismo el nombre de “El Haití Español”. Los esclavos dominicanos querían a Boyer, el libertador, como presidente. Las poblaciones fronterizas, conocedoras de la prosperidad haitiana, tampoco le hacían ascos a la unión de los dos países. Hasta el punto de que, en un claro guiño a su vecino, hicieron ondear banderas haitianas en sus edificios oficiales [2].
Y cuando, el 1 de diciembre de 1821, los gobernantes del Haití Español decidieron integrarse en la Gran Colombia [3], Jean Pierre Boyer pasó a la acción. En febrero de 1822 cruzó la frontera con 50.000 hombres y la isla, por fin, pasó a estar unificada [4].
Boyer, sin embargo, no contaba con que las élites dominicanas, de una prolongada tradición liberal, iban a estar en su contra desde el primer momento. Quizá se habrían calmado si, como reclamaban también algunos opositores en la parte francesa de la isla, el presidente se hubiera decidido a aplicar unas cuantas reformas aperturistas. Pero ante el inmovilismo oficial, en 1838 se creó la Sociedad Secreta La Trinitaria, bajo el mando de Juan Pablo Duarte [5].
Otros grupúsculos liberales abogaban por la reintegración de Santo Domingo en España, ahora que los liberales dominaban el país durante la minoría de edad de Isabel II. Claro que con la antigua metrópoli sumida en las Guerras Carlistas, aquello era complicado. También los había que apostaban por ofrecerse a los británicos. Ya los conocían de cerca: habían ocupado el país durante las Guerras Napoleónicas, para evitar la invasión francesa [6] y no les había ido demasiado mal. Incluso los había que, para mayor sonrojo de sus actuales invasores, preferían entregarse a los franceses, que a buen seguro estarían deseando cualquier excusa para volver a invadir su antigua colonia.
Los trinitarios no: ellos querían la independencia completa. Regir su propio destino. Y a ello se dedicaron en cuerpo y alma. Los preparativos se alargaron cinco años, y en 1843 por fin estaban preparados. En 1843 comenzó la Revolución Dominicana [7], que acabó siendo uno de los detonantes de la caída de Boyer [8]. Sus efímeros sucesores, Herard, Guerrier, Pierrot y Riché tampoco fueron capaces de acabar con los revoltosos dominicanos.
Pedro Santana, el general dominicano que rechazó las invasiones de Faustin I, y que en esta partida ni siquiera existe.
Y Soulouque, que había estado al mando de varias de las expediciones militares a la mitad oriental de la isla para solucionar el problema [9], heredó un problema enquistado. De haber sido, tal y como esperaba el Senado, una simple marioneta, probablemente la gangrena habría seguido extendiéndose hasta provocar la amputación de la parte española de Haití.
Sin embargo, las reformas liberalizadoras de Faustin obraron el milagro: ¿para qué iban los trinitarios a luchar por la independencia de un país que, de la noche a la mañana, respondía a todas sus peticiones políticas? La población pobre, semiesclava, tampoco parecía apoyar ya a las élites liberales. Para ellos, el carisma de un presidente negro, nacido esclavo y que garantizaba todo tipo de coberturas sociales resultó irresistible. Por supuesto, no todo fue un camino de rosas: pequeños grupúsculos nacionalistas todavía se alzaron en armas, tratando de forzar la independencia [10], pero aquello no sirvió más que como excusa para que Soulouque, al frente de un mínimo regimiento, entrara triunfalmente en Santo Domingo en abril de 1850 para proclamar el final de la Revolución Dominicana [11].
-----------------------
[1] Más sobre esto en el próximo capítulo.
[2] Todo esto es absolutamete verídico.
[3] Y esto también es verídico.
[4] Y, obviamente, esto también es tal y como sucedió históricamente.
[5] ¿Hace falta a estas alturas que diga que esto, de nuevo, es históricamente cierto?
[6] Eso, lo que os imagináis.
[7] Y hasta aquí lo históricamente cierto. En 1843, efectivamente, los dominicanos se revelaron y declararon definitivamente su independencia a comienzos de 1844. En el juego, en 1843 salta un evento que dispara la conciencia y militancia de los POPs de Santo Domingo, para fomentar las revueltas nacionalistas. Con todas las reformas sociales a tope y el país convertido en una democracia, en realidad, la cosa se queda en una minucia. En mi caso, una sola revuelta. Lo normal, dos o tres con muy pocos rebeldes, nada que la división con cerca de 5.000 hombres con la que Haití comienza el juego no pueda solucionar.
[8] He mentido un poquito: esto también es verídico. Pero dado que en 1844 se proclamó la independencia, y aquí no la va a haber, aquí se acaba la veracidad, de verdad de la buena.
[9] Esto no es cierto, pero hay cierta verosimilitud. Una vez asentado en su cargo de Presidente Vitalicio primero y Emperador después, Soulouque intentó la invasión de Santo Domingo en 1849 y 1855, en ambas ocasiones sin éxito.
[10] No sé cómo he perdido la foto, pero esto responde a la única revuelta de la que os hablaba antes.
[11] Tras el evento de 1843, y si Santo Domingo no se ha independizado, en 1850 salta otro que baja la conciencia y la militancia de los POPs de la provincia. Puede parecer una tontería pero no lo es: permite, por fin, reducir al mínimo el gasto en defensa y en mantenimiento militar y dedicar ese dinero a cuestiones más útiles.