Mientras que en Europa el rey Luis Felipe firmaba el llamado "Tratado de Londres", en el que se establecía la garantía de independencia del nuevo Reino de Bélgica -una región disidente de los Países Bajos desde 1830, y que compartiría fronteras con Francia-, la situación en África del Norte era cada vez más tensa.
Cuando fue derrotada en 1815, Francia tuvo la suerte de mantener su independencia, y ahora se encontraba vigilada estrechamente por los gigantes ultraconservadores prusiano, ruso y austríaco.
Para resarcirse de algún modo, desde esa época comenzaron a extender bases en lo que hoy se conoce como Argelia, y que antes era un territorio hasta hacía poco subyugado por el sultán de Estambul.
Con casi toda la costa y un ejército francés que se imponía a la población árabe y bereber que vivía en aquellas costas, un hombre, devoto musulmán, decidió proclamar la
Yihad (Guerra Santa), contra el opresor francés desde 1832. Y cada vez iba a más.
Este fanático se llamaba Abd al-Qadir, y se le conocía entre el pueblo como "príncipe de los creyentes". Sus operaciones de guerrilla comenzaron con el típico robo de ganado de las granjas de los pocos granjeros franceses allí instalados, pero acabó con el asesinato de incluso árabes que apoyaban a los europeos. Harto ya de estos desafíos, se propuso en el gobierno que un mariscal destinado en África, un tal Beltrand Clauzel, tomara la ciudad de la que se suponía salían la mayoría de los discípulos de Qadir.
El gobernador de dicha ciudad, que estaba en el oeste y a la sazón se llamaba Tlemcen, se negó en rotundo a entregar la ciudad e incluso llegó a arengar a sus tropas, tan escasas como mal preparadas, pero con una fe inquebrantable.
Pero esta autoconfianza no fue tanta como para que, días después y ante la visión del pingüe ejército francés -un poeta árabe lo definiría como "un pequeño lago azul en medio del desierto, que se iba convirtiendo en mar al acercarse", haciendo alusión al uniforme azul de los europeos- las puertas les fueron abiertas y todos se rindieron casi sin excepción.
Por ahora, el Argel francés respiraría libre sin Qadir, que huyó a Marruecos.