II. Risorgimento
Brindisi en 1921 era una ciudad que, sin guerra, debería haber sido muy bonita. Desgraciadamente las llamas y el ruido de disparos la convertían en un lugar nada agradable de ver.
Y allí estaba yo mirándola, desde la cubierta del destructor
SMS Kaiserjaeger, supervisando la huida de los ciudadanos austriacos de la ciudad. Varias lanchas motoras y vapores habían sido fletados, con destino a Pola, llenos de ricos ciudadanos huyendo de la Revolución de las Dos Sicilias.
Nuestra política de post-guerra se revelaba ahora erronea. Tras anexionarnos la provincia de Venecia, habíamos dividido Italia en una confederación de estados como antes de 1848. Uno de los más potentes era el Reino de las Dos Sicilias, donde colocamos a un aristocratilla italiano amigo de Austria como rey. Sorprendentemente, el teóricamente reaccionario y hastiado campesinado siciliano y napolitano no lo acogió bien, dejándose llevar por las consignas sindicalistas y rebelándose contra los regentes impuestos por nosotros.
Algo parecido había pasado en Francia, derivando a una guerra civil que dejó la Francia continental en manos sindicalistas, y las colonias en manos del gobierno democrático. Y lo mismo con Gran Bretaña, con una Unión Británica roja y un Canadá Monárquico que ansiaba volver al trono de Londres. Poco pudo hacer una Alemania que se estaba recuperando de la guerra. Y menos aún podíamos hacer nosotros con Italia.
La flotilla austrohúngara que vigilaba la retirada era imponente. Los dos acorazados de la clase Ersatz Monarch, el
SMS Laudon y el
SMS Hunyadi, apuntaban a la ciudad con sus cañones. La ciudad ya prácticamente había sido tomada por los sindicalistas, y los últimos focos de resistencia estaban a punto de caer.
A lo lejos, un par de destructores aún enarbolaban la bandera del Reino de las Dos Sicilias. De tanto en tanto disparaban alguna salva, como si intentaran apoyar a las tropas que aún morían por el buen rey. Eran el “Aquila” y el “Falco”. Ambos habían navegado bajo bandera de la Regia Marina en la Gran Guerra, y fueron entregados a la diminuta marina de guerra real siciliana. Sus cañones de 120mm podían ser buenas armas ante los campesinos. Pero creo que disparaban más por el “qué dirán” que por otra cosa.
Al cabo de un rato los ví de lejos, como pequeños puntitos creciendo en la lejanía. Los reconocí rápidamente: bombarderos Caproni aproximándose. Tras lo que parecía una vuelta de reconocimiento, en la pude ver las estrellas rojas que reemplazaban los escudos reales, pude ver como se lanzaban a por los destructores monárquicos.
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Aún estaban lejanos los tiempos del bombardeo en picado, pero pude ver a los dos aviones dirigiéndose hacia uno de los destructores. Este respondió con su poca artillería antiaérea, dañando ligeramente uno de los aviones, pero sin poder impedir que ambos descargaran su contenido contra su real enemigo.
Había sido en realidad un bombardeo clásico, pero una de las bombas dio al destructor y lo hizo volar por los aires. El otro destructor puso cola inmediatamente, huyendo de la escena.
No pude evitar recordar al viejo Blasius Freiherr von Lovranica, antiguo superior mio a bordo del “Erzherzog Albrecht” y resonaron esas palabras: “¿Aviones contra buques de guerra? Sería como una pulga intentado romper un yunque a cabezazos. Las pocas bombas que puedan llevar no podían ni rascar los centímetros de acero del cinturón blindado de un acorazado…”
En fin, si el bueno de Blasius hubiera visto al destructor (posteriormente supe que era el “Aquila”) en llamas, se hubiera replanteado sus palabras.
Inmediatamente nos llegó un telegrama del almirante Horthy a bordo instruyéndonos de emplear nuestro armamento ante cualquier avión sindicalista que pululase a nuestro alrededor. No era plan de tentar a la suerte como el “Aquila”…
Al cabo de unos días, pude leer en Pula que el Reino de las Dos Sicilias había caído. En su lugar, el consejo de sindicatos de Italia había proclamado la República Socialista Italiana. Algunos choques habían tenido lugar contra sus vecinos del norte, la Federación Italiana. Las fuerzas de los Estados Papales y de los Ducados de Milán y Toscana habían repelido varias partidas sindicalistas.
Más abajo había una noticia sobre un decreto real ordenando la formación de dos nuevos regimientos, así como la modernización del ejército. Teníamos un nuevo enemigo, y estaba claro de que lo de la “Guerra que acabaría con todas las guerras” quedó en una buena intención nada más.
Ya íbamos a armarnos para la próxima.