CAPÍTULO III - EL INICIO DE LA GUERRA DE LIBERACIÓN DE GALICIA
Leandro Jimenez de Cisneros no tenía más que una cosa en la cabeza: la liberación de la república. Era necesario tener una política propia, diferente de la política castellana para tener un crecimiento acorde a los ingresos recibidos. Galicia se había convertido en una primerísima potencia europea a nivel comercial, pero debido al tributo pagado al monarca castellano y a una serie de usos y derechos sobre Galicia, el comercio y el crecimiento interno se encontraban muy debilitados.
Durante los treinta años siguientes, diversos estatúder fueron cambiando: Aleixo da Cerda, Iago de Córdoba o Bermudo de Lara, pero la política siguió siendo la misma, la figura de Leandro era el ejemplo a seguir y a pesar de haberse retirado, desde su casa en Delaware, seguía manteniendo correspondencia con gran cantidad de los notables gallegos. Se potenció la creación de un ejército moderno nacional, pero sobretodo era preciso convertirse en una potencia naval de primer orden.
Se fundaron tres astilleros con ayuda de expertos ingleses en la ciudad de La Habana, sede del comercio de ultramar e inmediatamente se pusieron a funcionar. A pesar del trabajo y del esfuerzo que supuso para la pequeña Galicia la creación de una gran flota, el deseo fue fraguando en el horizonte. Finalmente, en torno a 1610 la flota gallega estaba preparada: unas 25 galeones junto a barcos más pequeños que protegerían la pequeña colonia.
Los expertos militares habían comenzado a preparar los planes de guerra, pero la diferencia de tropas hacía una cosa irreversible en la guerra: la caída de la capital bajo manos castellanas.
Según los espías Castilla siempre tenía unos 50 regimientos desplegados en la península para reprimir revueltas internas, frecuentes en la zona sur de la península y protegerse contra Portugal, Aragón y Francia, con apetencias en su territorio.
Esto hacía que Coruña, la capital gallega, debido al número de tropas de la república, fuera a ser el primer objetivo de los castellanos. Y desgraciadamente no había forma humana de protegerla. A pesar de todo lo que ello significaba, casi todos los planes militares obligaban a abandonar la capital y a defenderse en la periferia.
El plan previo a la guerra era muy simple, a pesar de la supremacía militar castellana en tierra, con coraje y un poco de suerte, era posible que lográramos controlar los mares, donde eran más débiles. De nada les serviría a los castellanos un ejército tan potente si eran incapaces de sacarlo de la península ibérica.

El plan consistía en lo siguiente:
Era necesario realizar una cierta evacuación de la capital gallega. Ante una posible guerra entre vasallo y señor, se comenzaría a enviar de forma forzada a los habitantes de la Galicia continental en dirección a La Habana. Sabíamos que ello provocaría tensiones pero era un mal necesario.
La mayoría de la acción militar se correspondería con el control de los mares y la absorción de todas las tierras no continentales de los castellanos. Era fundamental evitar un conflicto directo con el grueso del ejército peninsular, con una gran superioridad numérica y una gran cantidad de artillería.
Bermudo de Lara, pensativo
Sin embargo, un pensamiento no paraba de atormentar al estatúder Bermudo de Lara. El hecho de tener que abandonar la capital le producía una grande y profunda tristeza. Sabía lo que iban a hacer los castellanos sobre la capital, iban a matar a todos los hombres e iban a violar a todas las mujeres que encontraran. La gente decía que deliraba, con sueños donde el fuego lo consumía todo y se despertaba empapado en sudores fríos y muy desconcertado. Las malas lenguas decían que se estaba volviendo loco.
A comienzos de 1614 se aprobó el decreto Terra Nosa donde se daban ayudas económicas a las familias continentales que quisiesen comenzar una nueva vida en la Galicia colonial. La cuantía de las ayudas hizo que aproximadamente el 5% de la población decidiese embarcar y establecerse en las Américas. A pesar del relativo éxito del plan, era necesario realizar presiones más importantes para conseguir un mayor número de desplazados.
La siguiente medida fue forzar a los desposeídos hacia las colonias, repartiéndose pequeños lotes de tierra. Gracias a ello se logró duplicar la población en la isla de Puerto Rico, gran centro de producción azucarera.
Finalmente se instó al resto de la población, más acomodada o privilegiada a trasladarse a las colonias, sin demasiado éxito.
El 23 de noviembre de 1614 se envía una petición formal a Castilla para solicitar la “manumisión” de la República gallega. La carta, de un talante muy conciliador, estaba firmada por Bermudo de Lara.
Dos días después, el 25 de diciembre, se recibía la negativa del rey castellano y se solicitaba el cese del gobierno gallego. Las consecuencias fueron graves, ese mismo día se movilizaba la flota gallega y se declaraba la guerra a Castilla. La suerte estaba echada.
A las pocas horas de la declaración de la guerra 30.000 soldados atraviesan la frontera gallega y se dirigen a la capital, Coruña. Que en poco más de tres meses cae al asedio dejando a la República sin su insigne capital.
Las primeras horas de libertad política fueron bien aprovechadas por Bermudo de Lara. De talante calculador había enviado embajadores al resto de reinos de la península previniendo la respuesta castellana. Al estallar la guerra, el resto de potencias vio esta rebelión como la oportunidad perfecta para debilitar la posición hegemónica castellana: Portugal, Cataluña, Aragón y Borgoña enviaron cuantiosos subsidios de guerra, en apoyo a la causa gallega.
El grueso del ejército gallego se encontraba situado en la América continental, en Monacan. Estaba formado por 26.000 soldados y una abundante fuerza artillera. Esperaron la intervención castellana en dirección norte y se acantonaron a la espera de órdenes.
Dos meses después, debido a la tardanza en las comunicaciones, los ejércitos castellanos situados en América comenzaron a ascender hacia el norte. Una semana después comenzaban a sitiar la ciudad de Monacan.
Mientras los castellanos bombardeaban las fortificaciones de la ciudad las tropas gallegas se aproximaban lentamente, midiendo su avance. El hecho de combatir en territorio amigo era muy importante para la acción, puesto que su conocimiento del terreno era muy superior al que tenían los castellanos. Finalmente los sitiadores se convirtieron en sitiados. Las fortificaciones defensivas de los atacantes no fueron suficientes y fueron forzados a combatir. La apertura de dos frentes, con el ataque de las fuerzas situadas en el interior de la ciudad provocaron una gran confusión que fue aprovechada por el ejército regular gallego, que logró provocar una gran desbandada en las tropas castellanas. No fueron capaces de contener a los castellanos y se produjo una brecha en la pinza, huyendo la mayoría por ese hueco.
Aquel ejército había hecho huir a los castellanos, pero éstos no estaban derrotados y se retiraron al interior de las colonias sureñas. Mientras estas pequeñas victorias se realizaban en la América continental, graves noticias llegaban del Este. A mediados del año siguiente, la flota castellana había rendido las Azores y las Canarias, perdidas para la república gallega.
Gracias a los subsidios extranjeros, se organizó un nuevo ejército, de menor tamaño, formado por unos 15.000 efectivos al mando de Pedro Madruga. El ejército se encargaba de la protección de la provincia de Nova Suevia e iba a dar mucho que hablar en los tiempos próximos.
A la caída de las Azores y las Canarias, el rey castellano organizó la frota tras haber sido repelido en América y envió refuerzos para someter las colonias gallegas. Organizó una flota de 50 barcos y transportó desde Santander, 20.000 soldados más para reforzar a las tropas castellano-americanas de Florida. La idea principal de Castilla era la rendición de la periferia de la Nova Suecia para finalmente rendir Cuba y proceder a la asimilación de Nova Galicia. La flota estaba formada por 15 galeones, 20 barcos de transporte y 15 galeras de mediano tamaño cuyo primer objetivo fue Puerto Rico.
La gran armada gallega se encontraba en Varadero, a la espera del encuentro de los castellanos. Se encontraba comandada por Afonso de Ayala. Aprovechando el desembarco de las tropas castellanas en Puerto Rico, la flota gallega, con una gran cantidad de galeones se enfrentó a la castellana. En unas horas, 3 galeones habían sido hundidos, un par más capturados y el resto de barcos pequeños también reposaban en el fondo del mar Caribe. Los restos de la armada castellana se refugiaron en Jamaica y los gallegos sitiaron la isla. Mientras los castellanos dominaban Puerto Rico, los gallegos se hacían con el control de Jamaica y hundían definitivamente los restos de la flota de Indias castellana en una última carga, donde Afonso fue abatido. Con un gran esfuerzo, el control de los mares comenzaba a tener un peculiar acento a partir de ahora.