Capítulo Cuarto:
Intrigas postrevolucionarias que causan más revoluciones
3. Dos Españas
La guerra civil proseguía en España. Los leales a Carlos IV se reagrupaban en el este del país, usando para ello a Barcelona y a Valencia. Tropas francesas, veteranas de la guerra alemana, cruzaron los Pirineos para ayudar al monarca de la Casa de Austria. Los rebeldes organizaban sus fuerzas desde Madrid, con el apoyo de un ejército angloportugés al mando del general John Moore. Londres, además, envió armas para el ejército rebelde. A pesar de todo eso, 1799 fue un año tranquilo en la Peninsula.
Ambos bandos se dedicaron a reorganizar sus fuerzas. Incluso se reunieron en Sevilla, a finales de año, para intentar engañarse mútuamente y lograr alguna ventaja. Aparte de un aburrimiento, las negociaciones no lograron nada. La única batalla de 1799 tuvo lugar en el mar, cuando una flota británica que regresaba de apoyar a los rebeldes, se encontró con otra flota hispano-francesa cerca de Cadiz, en el Cabo Trafalgar. Los buques británicos, al mando del almirante Collingwood, lograron escapar de la superior fuerza enemiga logrando causar numerosos daños en los buques rivales antes de romper el contacto. Dos meses después, el almirante Nelson intentó reverdecer los laureles de Drake intentando un ataque contra los buques anclados en Cádiz, sin lograr nada positivo, salvo encajonar a la flota hispana del Atlántico en Cadiz.
En 1800 la situación cambió cuando Nelson logró derrotar a otra flota hispanoportugesa en la batalla de Formigues. Las flotas se encontraron cerca de las islas Formigues, situadas frente a la costa de Calella de Palafrugell y terminó con la flota hispanofrancesa aniquilada. Poco después un ejército francés, con apoyo hispano, flanqueó Madrid y atacó Burgos, que fue tomada. La réplica rebelde llegó a finales de año, cuando los británicos tomaron Murcia. El resto del año, las acciones se limitaron a pequeñas escaramuzas a lo largo del país.
Mientras tanto, los británicos intentaban unificar las divergentes visiones de los republicanos, conservadores y radicales alzados en armas contra el rey. Si no hubiera sido por la insistencia de Westminstre, es posible que la causa rebelde se hubiera roto en mil pedazos por sus diferencias. Pero, al conocerse en junio de 1801 una masacre perpetrada por las tropas francesas en Bilbao activó todos los resortes y todas las simpatías pro-republicanas y antimonárquicas. El 4 de julio de 1801 se proclamó la República Española, que dejó a los monárquicos que se habían rebelado muy desorientados. Miguel Ricardo de Álava, uno de los principales generales y hombres de estado republicanos, fue nombrado presidente.
Esta proclamación preocupó mucho a Lisboa y a Londres, que empezaron a sentirse algo inseguros ante la perspectiva de apoyar a una república radical. Sin embargo, la alternativa era peor. En 1802 los republicanos pasaron a la ofensiva, haciendo retroceder a los monárquicos y a sus aliados galos. Pero para comienzos de 1803, las fuerzas republicanas flaquearon y la guerra se empantanó de nuevo. Londres empezaba a hartarse de esta guerra, al igual que Lisboa. Afortunadamente para los rebeldes, París estaba hartándose de mantener una guerra que parecía perdida, y estaba agotada después de llevar en lucha constante desde 1790.
Así, con la paz anglobritánica de 1805, llegó un acuerdo para España con el tratado de París. España quedaba dividida en dos, con un gobierno republicano con base en Madrid y una monarquía en Barcelona, que apenas englobaba Aragón, las Baleares y Catalunya.
Miguel Ricardo de Álava, primer presidente de la República Española.