XIII - Honor mancillado
Calatayud/Zaragoza - Mayo de 1072 (Probablemente)
El castillo de Ayubb, en su lastimoso estado actual
Mientras el grueso del ejército cristiano plantaba cerco a Zaragoza, la vanguardia, al mando conjunto de Ramiro de Tudela y Rodrigo de Vivar se adentraba en el Valle del Jalón y llegaba a las inmediaciones de Calatayud. Hasta ese momento, Al-Moctadir no había presentado batalla alguna y, una tras otra, las plazas que conformaban el anillo defensivo de su capital habían capitulado sin lucha. En cierto modo, el avance de la tropa castellano-pamplonesa recordaba al de la de Tariq tres siglos antes cuando, una vez derrotado el ejército visigodo en las orillas de un río situado en un lugar perdido en las brumas de la leyenda, plaza tras plaza, región tras región, salieron al encuentro del invasor para hacerle juramento de lealtad y vasallaje. Solo Saraqusta, capital y corazón de la Taifa, había osado cerrar sus puertas y esperar, orgullosa, al regreso de su señor. Día tras día, desde los alminares, terminada la llamada de los almuecines a la oración, se hacían proclamas a la resistencia y al coraje, anunciando que su señor, al que Allah guíe y proteja por muchos años, se hallaba junto a la costa, formando al ejército que con el que limpiaría de las tierras del Ebro la mácula causada por esos infieles que, amparados en sus necias creencias, se negaban a aceptar la sabiduría de las palabras del Profeta.
Mientras tanto, y para oprobio de Al-Moctadir, su todavía inconcluso palacio extramuros, la Aljaferia, había sido ocupado por los dos Sanchos, quienes habían instalado su cuartel general en él. De sus muros ondeaban los pendones de Castilla y Pamplona y en sus salas nobles, en las que las yeserías todavía no habían terminado de secar, los dos reyes hacían sus planes de asedio, examinaban los planos y aguardaban. Algún día, las máquinas de asedio lograrían abrir una brecha o, mejor aún, un traidor, ante la promesa del oro y el hastío de una palabrería hueca y vana que exhortaba a la resistencia cuando ya estaba más que claro que el rescate nunca llegaría, abriría una de las puertas de la ciudad.
En esta historia alternativa, Al-Moctadir no va a poder disfrutar el palacio al que dio su nombre.
Y fue justo cuando la situación estaba lo suficientemente madura como para propiciar un desenlace, que ocurrió el suceso que, en opinión de la mayoría de los eruditos y anecdotistas de Iberia, propiciaría un cambio radical en el curso de aquella guerra y, probablemente, en la historia posterior de la península. Sorprende, por tanto, el escaso conocimiento que se tiene sobre lo que realmente sucedió en aquellos días de mayo (el mes es de lo poco que se da por seguro en esta historia), así como del lugar exacto en el que sucedieron los hechos. La versión más extendida cobra habitualmente la forma de leyenda o cuento infantil, ejemplo de lo que puede ser la doblez del carácter humano, y sitúa a los dos capitanes cristianos, Ramiro y Rodrigo, ante las puertas de una Calatayud largo tiempo ya asediada. Ambos se hallan en plena negociación de la capitulación de la plaza tras de que una peste hubiese quebrado por completo el espíritu de resistencia de una ciudad que, por otra parte, contaba con un magnífico sistema de fortificaciones y reservas para aguantar años.
En la historia, Muhammad, alcaide de la medina y hermano de Moctadir, solicita a Ramiro y Rodrigo permiso para mandar una embajada a su hermano con la que suplicarle le permita capitular, por bien de los escasos supervivientes de su pueblo que se hallan sufriendo el asedio. Los capitanes acceden a que tal embajada, compuesta por cuatro sabios u hombres santos de la ciudad, parta bajo juramento de retorno en menos de una luna, a los que se proporciona salvoconductos con los que atravesar con seguridad el territorio ocupado por los cristianos. Pero, pese a ello, la embajada no logra retornar con vida. En su camino hacia Lérida, en donde la tradición situaba en aquel momento el campamento del ejército taifal, la embajada es sorprendida por tropas castellanas, al mando del mismísimo rey Sancho quien, celoso del éxito que están a punto de lograr sus capitanes, que pone en evidencia el fracaso propio ante Zaragoza, ignora las cartas francas, y ordena dar muerte y decapitar a los embajadores, cuyas cabezas terminarán ensartadas en las picas de su guardia. Ramiro y Rodrigo, al enterarse del hecho pocos días después, al llegar los guardias ante las puertas de Calatayud enarbolando su sangriento trofeo, montan en cólera y declaran a Sancho de Castilla indigno de su corona, y rompen todo lazo de fraternidad con él. Muhammad, al observar la traición, decidió resistir hasta el final y los ejércitos cristianos se vieron obligados a retomar el asedio, para tomar la ciudad varios meses más tarde, en un sangriento asalto costosísimo en vidas tanto para defensores como para atacantes.
Según este relato, en ese momento Sancho estaría camino de Burgos, al frente del grueso de su hueste, para interceptar la invasión de su reino a manos del monarca leonés, que habría aprovechado la ausencia de rey, mariscal y tropa para hacerse con el control de Castilla en la enésima pelea fraterna de los Jimeno. El acuerdo más extendido sobre la posibilidad histórica del relato es que, de haberse producido, fuera unos meses anterior a la propia toma de Zaragoza, y que el lugar probablemente correcto hubiera sido a las puertas de Tarazona o en algún otro punto del valle del Queiles, y no ante Calatayud, por el inverosímil rodeo al que hubiera obligado la localización de la leyenda.
Hay que ver lo que me ha costado cuadrar este puñetero evento en la historia
No obstante, y fuera cual fuere la realidad de los hechos, lo cierto es que lo que ocurrió en aquella primavera de 1072 o 1074, se convirtió en el fundamento por el que se justificaron varios hechos, estos sí conocidos con certeza. En esa época Ramiro de Tudela comenzó a utilizar un estandarte personal en sus campañas, que sumó al pendón rojo del ejército real pamplonés, y que constaba de un lienzo blanco en el que se situaban cuatro cabezas, barbadas y de tez oscura. Dicho emblema, que aparece en documentos sellados por Ramiro en aquella época, se supone fue adoptado como recordatorio del ultraje sufrido en su honor a manos del rey castellano. La tradición señala, además, a este hecho como el detonante de la reclamación de Ramiro al trono de Castilla “
pues vos, Sancho, con vuestra perfidia, os habéis mostrado indigno representante de la Cristiandad, y convertido con vuestros actos en perjuros a vuestros súbditos y hermanos en la Fe. La afrenta deberá ser lavada en sangre, y un Ximeno digno ocupar el lugar que habéis mancillado” (1).

El emblema de Ramiro tras la Afrenta de Calatayud, según un documento del siglo XVI (2)
Este suceso se ha conectado también con las actuaciones de Rodrigo de Vivar tras la partida de Sancho hacia tierras burgalesas pues, tras tomar el mando del reducido ejército castellano que quedó a cargo del asedio conjunto a Zaragoza, encabezaría la posterior toma de la ciudad en nombre de los dos Sanchos y se convertiría su el nuevo señor cristiano. A pesar de su nominal fidelidad a la corona de Castilla y aun reteniendo el cargo de mariscal del reino, Rodrigo, ahora de Zaragoza, no volvió a pisar tierra castellana ni a liderar un ejército en nombre de Sancho. En cambio, participó junto a Ramiro en las sucesivas campañas que terminarían llevando el dominio de Pamplona hasta el Mediterráneo.

¿Quien dijo que fuera fácil conquistar al moromaño? De vez en cuando, había que volver a casita a por provisiones, y a reforzar a la tropa. Y mientras tanto, el de Vivar tan cómodo en su palacio recién estrenado.
Rodrigo, Conde de Zaragoza, recién apoltronado en su silla condal.

El mayor ausente de esta historia, leyenda, o cuento popular, de los días de la conquista del Ebro medio, es el rey Sancho de Pamplona a quien, de nuevo cubierto por el velo de la leyenda y la incertidumbre, se le sitúa en un lugar muy distante, ajena su mente a cualquier cosa relacionada con el gobierno o la milicia.
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(1) Palabras atribuidas a Ramiro según El cantar de Mío Cid, en el que se narran la vida de Ramiro Jimeno, desde la toma de Jaca, hasta poco después de su entrada en Barcelona.
(2) Viva el reciclaje! 