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A. Blackthorn

Plantagenet enjoyer
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Jul 15, 2013
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Saludos a todos y a todas los que me leais y los que no. Durante este verano, me he dedicado mucho a jugar al maravilloso Crusader Kings II, e inspirado sobremanera tras ver "El león en invierno", empecé una partida con la casa de Normandía para intentar lograr algo similar a los Plantagenets descendientes de Geoffroy I de Anjou. El resultado es este humilde relato que os presento ahora a modo de crónica, que por ahora, consta de tres reyes, William I el Conquistador, Richard I el León y Edward I el Sabio. Sus nombres son los de mis tres reyes favoritos de la época medieval inglesa, Guillermo, Ricardo el Crusader King y Corazón de León y Eduardo I, conquistador de Gales y Escocia. He tratado de mantener los nombles ingleses, tal y como nos lo ofrece Paradox en el juego. Y aquí os lo dejo, pues, para que lo juzguéis como os antoje. Alea jacta est.

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El blasón de la ilustrísima casa de Normandía muestra dos leones rampantes de oro sobre un campo de gules. Descendientes de sanguinarios vikingos, empezando por Hrolf I de Normandía, la casa se precipita a una guerra para reinar sobre Inglaterra en el año 1066 de Nuestro Señor.


WILLIAM DE NORMANDÍA
"El Bastardo"
"El Conquistador"
"Rey de Inglaterra"
(1027 D.C – 1071 D.C)


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William al principio de su reinado.​

Robert el Magnífico, el duque de Normandía, tuvo dos hijos: un niño y una niña. El niño, William, nació el quince de enero de 1027. Sin embargo era un bastardo. Sin haber tenido otro hijo con su esposa legítima, al final de su vida el duque Robert decidió legitimar al joven William. Tras la muerte del duque Robert, William fue investido como Duque de Normandía, conde de Ruán, barón de Beaumont y barón de Argentan. Una vez el duque hubo consolidado su poder, y habiendo colocado en vereda a sus vasallos rebeldes, decidió ayudar a su primo Eadward el Confesor con una rebelión en su país, Inglaterra. Eadward, elegido por el witangamot rey de los anglosajones, era un rey casto y pío, justo al contrario que William, que mostraba un cinismo bien patente en su personalidad. En la guerra, los caballeros normandos, con las levas anglosajones, aplastaron a los rebeldes, y Eadward le prometió a su primo el reino de Inglaterra cuándo éste muriera, en vez de nombrar heredero a Eadgar de Wessex, el nieto de su hermano Eadmund el Intrépido. Tras unos años de paz, Eadward murió, feliz, tras haber construido la famosa abadía de Westminster, donde serían coronados todos los reyes de Inglaterra, y consolidado su reino como una potencia en Europa. Sin embargo a la muerte de Eadward, el astuto Godwine, conde de Essex, convenció al witangamot para que su hijo Harold fuera el rey, pues durante el reinado del Confesor, había fortalecido a su familia y hecho muchas alianzas con otros nobles. Así pues, el uno de abril del año 1065, Harold Godwin fue coronado como rey de los anglos y de los sajones en Westminster. Enfurecido por semejante afrenta, William pidió al papa Alexander II el permiso para invadir Inglaterra y hacerla suya, conforme a los designios de Eadward el Confesor y el adalid de la cristiandad aceptó. Aún así, al norte de Europa, el antiguo guardia varego y ahora rey de Noruega, Harald "Haardrade" decidió que sería él el que conquistaría Inglaterra y terminar con el trabajo de los daneses que la habían ocupado hacía tiempo.
Y el quince de septiembre del año 1066 de Nuestro Señor, estalló la guerra. Harald, Harold y William. ¿Quién reinaría en Albión?

Sin embargo, William no partió inmediatamente a las Islas, si no que se quedó en Ruán, entrenando a su ejército. Ordenó a su servil mayordomo y senescal que reforzara las defensas de sus feudos, y llamó a todo campesino, artesano y siervo capaz de blandir un arma a Ruán, donde se agolpaban las tropas normandas, ansiosas por desembarcar en las tierras de los anglosajones. Tras unos días de espera, los espías que había mandado a York le escribieron cartas diciendo que una gran hueste de fieros escandinavos había desembarcado en la ciudad del norte, y que un ejército anglosajón capitaneado por los Godwin estaba cerca de ellos, en Lincoln. Ambos rondaban ejércitos los treinta mil hombres, mientras William solo disponía de quince mil. Su única esperanza era esperar a que ambos reyes lucharan encarnizadamente y perdieran la mayor parte de sus tropas en la batalla. Según los espías, William estaba de suerte, pues los ejércitos de ambos reyes estaban enfermos de consunción y hambrientos, habiendo saqueado tanto la campiña aliada como la enemiga. Además, le comunicaron que el hermano de Harold, Tostig, seducido por la promesa de entronizarlo en Londres, se había aliado con Harald el Tirano, traicionando a su hermano.

Al ver infranqueables los firmes muros de York, los escandinavos marcharon hacia Derby, mientras Harold mandaba una marcha lenta hacia la misma ciudad para interceptarlos. Sin embargo, los nórdicos llegaron antes a Derby y saquearon la ciudad, que era más débil que York. El poderoso duque Eadwin de Lancaster no pudo hacer nada salvo observar la devastación noruega, encerrado en su castillo. El seis de noviembre de 1066, los noruegos estaban desperdigados por la campiña, destruyendo y saqueando. A Harald le llegó la noticia de que el rey anglosajón marchaba hacia Derby, y en vez de escapar, ordenó formar al ejército y decidió tratar de resistir hasta que llegaran unos fantásticos refuerzos frescos recién llegados de la helada Noruega. Los refuerzos, en vez de socorrer a su rey, se quedaron saqueando la cercana Chester, y las tropas de Harold aplastaron a Harald, que finalmente escapó con solo ocho mil hombres heridos y hambrientos. Harold dijo entonces, prepotentemente, que solo le quedaba un adversario.

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La batalla de Derby
Mientras preparaba a sus tropas, William recibió la visita de su esposa enana y de sus tres hijos, Robert, Richard y William. El mayor, que era conde de Maine, era un perezoso ceceante, y Richard era un cobarde, pero su tercer hijo y tocayo, según su maestro de espías, padecía la enfermedad de la homosexualidad. Asqueado por semejantes hijos, tomó como escuderos a Robert y Richard para encauzarlos, y a William simplemente lo mandó con su madre, esperando que entrara en vereda.

Mientras tanto, en Albión, Harold aplastó a Haardrade en Derby, y dividió a sus tropas para atrapar a los noruegos que huían, destrozados definitivamente. Victorioso fue su plan, y quedó con veinticuatro mil hombres, nueve mil más que William, que ya preparaba sus cien naves para la travesía por el paso de Calais. Desembarcó en Canterbury, donde se reunió con el arzobispo, llamado Stigand, anglosajón y le dijo: "Preparad mi coronación, anciano. En poco tiempo, yo seré rey de esta tierra". El arzobispo asintió, sin más, y Canterbury no se saqueó ni tocó por los normandos, respetando el suelo sagrado. Harold, enfurecido por el desembarco de Kent, llegó al condado donde trató de negociar un pacto con William, mas fue imposible. La batalla estalló en una llanura de Kent, con inferioridad númerica por parte del duque pero superioridad en el terreno. William decidió resistir, hasta la llegada de los refuerzos que navegaban por Calais, que eran nueve mil hombres ofrecidos por el rey Philippe Capet, el rey de Francia y su señor. El rey Harold, se retiró en mitad de la batalla, temeroso, escondiéndose en Londres. Había designado a sus tres principales duques como los comandantes del ejército de Inglaterra, pero eran incompetentes y la moral de las tropas estaban por los suelos. Dos de los tres duques murieron en la batalla y uno fue capturado, con la esperanza de que se pagara un rescate. Sonriendo, William gritó a los soldados anglosajones que huían: "¡El abolengo no hace al guerrero!". Tras vencer en Hastings contra las desmoralizadas tropas que escapaban, pasó por Surrey, y marchó hacia Londres, donde los últimos vestigios de los Godwin apuntalaban la ciudad y reunían una fuerza para defenderse de William. Harold, al ver que no lo podía vencer mediante las armas, contrató a unos asesinos para que envenenaran la comida del duque normando. Sin embargo, William fue avisado por uno de sus consejeros, el mariscal Osbern, y sirvió la comida al noble que había atrapado, el duque de Norfolk, que murió entre terribles sufrimientos y agonías.

Pese a las aplastantes derrotas de Derby y Chester, Harald Haardrade no había sido derrotado. Él había servido a los emperadores del imperio romano; era un nórdico verdadero y no podía ser derrotado. Merced de unos provechosos matrimonios con las bastardas del anciano rey Svend Estrid de Dinamarca y con la ayuda del rey Malcolm Dunkeld de Escocia, reunió una nueva hueste y asedió Londres. William, que iba hacia Winchester, dio media vuelta y ordenó ir a Londres para liberar al pueblo de los nórdicos. Tras una larga batalla a las puertas de la ciudad, derrotó a los invasores daneses y escoces, deteniendo el asedio. Se dice que San Jorge apareció en mitad de la batalla, esgrimiendo una lanza, y que ayudó a William a matar al mismo rey Harald Haardrade, por lo que fue confirmado como santo patrón de Inglaterra y las Islas Británicas. Al morir el rey noruego, su hijo Olav III fue coronado como rey y reanudó la guerra contra William, desembarcando en Essex. Sin embargo, sus ejército de daneses y escoceses fueron aplastados por las tropas normandas del duque en Essex y ya sin esperanza de vencer, firmó la tregua de Essex con William, reconociéndolo como rey de Inglaterra, mientras el rey Harold se escondía en Londres, temeroso tras sus puertas firmemente apuntaladas. Según sus mayordomos, podrían resistir un mes entero al asedio normando, y propagar enfermedades en su campamento. Talaron todos los árboles a muchos kilómetros a la redonda y envenenaron muchos pozos. Harold sonrió, seguro, y afirmó que llegarían refuerzos en una semana.

Londres no cayó. Los ciudadanos abrieron las puertas de la ciudad al día siguiente, y William entró vestido de armiño y oro, con dos rugientes leones bordados en su capa. El rey Harold, fue tomado prisionero mientras huía por unos túneles, y fue despojado de los honores reales. El quince de febrero del año 1067 de Nuestro Señor, el duque William de Normandía, el Conquistador, fue nombrado rey de los anglos, de los sajones, de los bretones y de los normandos, por la gracia de Dios y del Espíritu Santo, en Westminster, por el arzobispo Stigand, que ciñó en su cabeza la antigua corona que habían portado los ilustrísimos reyes de la Casa de Wessex desde el glorioso Alfred el Grande. Tras ser nombrado rey, William decretó que Harold fuera despedazado en cuatro trozos, que sus intestinos fueran sacados mientras viviera, castigo que se daba a los que cometían alta traición, y que los cuatros trozos de su macilento cuerpo, irían a cada punta del país: su cabeza, estuvo colocada en la recién construida y famosa Torre de Londres, donde encerró a los hermanos de Harold. Sus manos, se colocaron a las puertas de York. Su torso, en Tintagel, en Cornualles, y sus piernas, en Oxford, dónde William mandó construir una famosa universidad.

Una vez ya se hubo aposentado en Londres, disolvió el witangemot y desterró de por vida a los sabios y ancianos que lo componían, marchándose estos a Gales, Irlanda o Escocia, acogidos por el rey Caradog Aberffraw de Gales o Malcolm Dunkeld de Gowrie. William también mandó muchas cartas con órdenes de revocación a todos los duques por alta traición al no haberse alzado en armas con el contra el usurpador Harold. Una vez hubo revocado los grandes ducados, destruyó gran parte de los antiguos títulos ducales, y los restantes, los repartió a manos llenas entre sus parientes y fieles condes normandos. A su mariscal, Osbern de Montenay, un genio de bajo abolengo, lo nombró duque de Northumberland y marqués de la Marca Escocesa. El rey Malcolm, temeroso de la ira del normando, cedió Cumberland a Inglaterra para siempre. Asentado ya en el trono de Eadward el Confesor, William I de Normandie, el Conquistador, subyugó a la nobleza a sus deseos, comprándolos con regalos y títulos honoríficos que se iba inventando. Estableció la ley de la primogenitura y abolió la bárbara prima nocte de la que aún disponían muchos nobles. Aumentó, al ver el contento general, los impuestos sobre el dominio de la Corona, que eran los ducados de Normandía y Essex. Una vez llenó sus arcas de reluciente oro, miró hacia otros objetivos: la conquista total de las Islas Británicas bajo su mando, como ya quisiera hacer el legendario rey Arthur Pendragón, del cuál se consideraba un digno sucesor.

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El reino del conquistador
Sin embargo, mientras supervisaba las construcciones de nuevos castillos y villas en Lancaster, recibió una petición de reunirse con el rey de los francos, Philippe Capet en Paris. William se rodeó de su guardia y marchó a la capital de Francia, donde el rey le exigió vasallaje perpetuo debido a que había sido su vasallo antes de ser rey. Sin embargo, William se negó de pleno y le dijo que si quería recuperar Normandía, debería hacerlo a un alto precio en sangre. El rey, enfadado, lo echó de Melun y se preparó para la guerra. Pero el primer golpe lo dio William: reclamó el Vexin de facto, debido a que en el pasado había sido patrimonio normando. Tras una corta guerra contra Francia, William derrotó a los diez mil soldados franceses que Philippe I había logrado llamar, en Chartres. Tras estar unos días destruyendo los restos de la leva, partió hacia París, para saquearla, como ya hiciera su antepasado el vikingo Hrolf. Tras el saqueo de París, al ver la debilidad de Philippe I, Bodeujwin de Flandes, cuñado del conquistador, se rebeló contra el rey franco. William obtuvo el Vexin, que concedió a un sobrino suyo, y procedió a ayudar al duque flamenco a obtener su ansiada independencia, y de paso, minar el poder francés. Además, prometió a su hijo Richard con la duquesa de Aquitania, por lo que algún día, una simiente de la noble casa de Normandía nacería en Francia. Tras una corta campaña, William logró liberar a la antigua Frisia del yugo de su rival Philippe, habiéndole ganado dos guerras el mismo año y con las mismas tropas, que se mantenían tan fuertes y sanas como el primer día.
Sin embargo, no todo fue bien. Durante la Navidad de ese mismo año, el cadáver del díscolo conde de Maine, su hijo Robert, apareció muerto en mitad de la calle, acuchillado. Lograron atrapar al asesino, que aparentemente, confesó que había sido el rey de Francia el que lo había contratado y castigaron al asesino con la muerte más dolorosa: la misma que la de Harold. Sin embargo, historiadores recientes especulan que pudo ser el mismo William el que librara a su hijo de la vida, pues este era un inútil y mal gobernante. Eso agravó más la situación de Inglaterra y Francia, pero a decir verdad, Robert no hubiera sido un buen heredero; incluso había contravenido las órdenes de su padre y se había casado con la hija del traidor Harold Godwin. William la casó con el porquerizo del castillo, enviudada.

Tras celebrar un grandísimo torneo en pos de la paz, William apareció muerto en su cama, sin signos de violencia o envenenamiento en su cuerpo. De muerte natural, dijeron los médicos reales.
 
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Comentarios:
Después de verme las dos películas más recientes de Robin Hood, la de Kevin Costner y la de Rusell Crowe, decidí que me encantaba el personaje de Ricardo Corazón de León. Un cruzado, rey y caballero, defensor de la cristiandad. Y además, su mote era genial. He de añadir también que Sean Connery es uno de mis actores favoritos y que su fugaz interpretación en la Robin Hood del 95 me encantó. Básicamente por eso intenté moldear a Richard como el rey Ricardo real. Aunque este no era homosexual, como insinúan en el León en invierno.

RICHARD DE NORMANDÍA
"El León"
"Rey de Inglaterra"
"Rey de Gales"
(1055 D.C – 1091 D.C)


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Richard consagrado como rey cruzado

Richard apenas acababa de salir de la mayoría de edad cuándo su padre murió. Éste lo había instruido personalmente en los artes de la guerra y había heredado de su padre una astucia militar y una fuerza considerable. Fue coronado en Westminster como rey de Inglaterra, por el arzobispo, y en su cabeza ciñó la sencilla corona de oro de los reyes anglosajones. Juró por Dios y por San Jorge, patrón de la Patria, que sería un buen rey y un buen cristiano. Durante sus batallas, muy habituales, siempre esgrimía la espada de su padre William, cuya empuñadura había adornado con un león con rubíes en los ojos. Poseía una barba roja, frondosa y larga, y en su primer combate luchó tan fieramente que fue conocido desde aquél día hasta su muerte "el León". Cumpliendo los sueños de su padre, decidió atacar el Pequeño Reino de Deheubarth, un vestigio de la antigua septarquía anglosajona que aún perduraba como una espina clavada en los reyes de Inglaterra. No llamó a las levas de sus nobles, si no que, con el séquito entrenado por su padre, atacó al débil rey galés Elystan, que se rindió tras una corta batalla en Gwent. El condado de Gwent, albergaba la mítica ciudad de Caerleon, donde el rey Arthur había sido coronado como rey de Inglaterra. Allí, Richard se hizo coronar como rey de Gales y confirmar su coronación como rey de Inglaterra.

Mientras tanto, en Escocia, el viejo rey Malcolm III había muerto repentinamente y había estallado una cruenta guerra civil entre los condes y duques escoceses. Los condes de Atholl, Gowrie y Carrick estaban a favor del hijo de Malcolm, Donald, el cuál acababa de enviudar misteriosamente y era el legítimo rey de Escocia. Había sido destronado por el clan A Muirebe, cuyo rey vivía en Gowrie. Donald vivía en el condado de Atholl, esperando la resolución de la contienda, mientras que los demás vasallos escoceses estaban a favor del rey coronado, llamado Malsnectan A Muirebe. El rey Richard, aprovechando que el conde de Atholl estaba distraído por la campaña, propuso que Donald y su hermana Constance de Normandie se casaran mediante los esponsales matrilineales. El conde de Atholl, sin haber leído completamente la carta, firmó y se casaron: sus hijos pertenecerían a la dinastía de ella y la casa de Normandía se apoderaría de Escocia. A fin de cuentas, Richard era un león astuto.

Tan astuto era, que invitó al heredero de Francia a ir a Inglaterra, dónde sería tratado como invitado. El rey Philippe no se había casado aún, y las propuestas de matrimonio de Richard fueron rechazadas tan pronto llegaron. El príncipe Hugues de Francia comió y bebió junto a Richard y pronto trabaron una amistad. En un principio, Richard había planeado asesinarlo y acabar con todos los Capet usurpadores del trono franco, pero el joven Hugues caló tan bien en él que decidió perdonarle la vida, casarlo con su hermana y cuándo ya hubieran consumado el matrimonio, colocarlo en el trono de Francia. Así, sus herederos serían familia suya y dejarían de mandarle insistentes peticiones para que devolviera Normandía a los franceses. Mientras guerreaba en Escocia, a Richard le llegó la noticia de que el rey Philippe se había casado con una mujer fea, gorda y que rondaba los cuarenta, con una hija y viuda. Tanto Hugues como Richard rompieron a reír, y Richard le prometió el trono de Francia, por qué "Seguro que los descendientes de Philippe no cabrán en él", dijo, a carcajadas. Al día siguiente, asediaron y aseguraron para los donaldos Annandale, Teviotdale y la legendaria Lothian, que había pertenecido al malvado Rey Lot, archienemigo del rey Arthur. Richard retó al duque de Lothian a un duelo personal, y le venció, esgrimiendo la espada de su padre. Al vencerle, dijo. "¡Lothian, esta vez no atacaréis Terrabic!". Richard se consideraba el sucesor y émulo del gran rey Arthur, y aunque no se sabía aún si había existido realmente, él consideraba que ya formaba parte del folklore de su nueva patria: Inglaterra.

Meses más tarde, tras el asedio de Moray, la capital provisional de Escocia, Richard venció la guerra para Donald. Los A Muirebe prefirieron lanzarse al fuego que ardía en la capital de Moray a rendirse, salvo Malsnéctan, que se rindió. El recién coronado Donald III Dunkeld, el rey Richard I de Normandía y el príncipe Hugues Capet entraron a caballo a Gowrie, donde se festejó la coronación de Donald con grandes festines. Marcharon a las cortes de Gowrie y Edinburgo, dónde se confirmó a Donald III Dunkeld como rey de los escoceses. Al final de las celebraciones, Donald llamó hermano a Richard, y los reyes de Inglaterra y Escocia se fundieron en un abrazo.

Tras volver a Middlesex, la capital de Inglaterra, Richard se enteró de que el parricida Robert de Borgougne había declarado la guerra al rey Philippe por el trono de Francia, pues era el nieto del famoso rey franco Hugues Capet, y era legítimo. Richard decidió no intervenir en la guerra francesa y preparó un viaje a la lejana Aquitania para ir a recoger a la duquesa Ainés de Aquitania, su prometida y futura esposa.

En la gran Burdeos, ajena a la guerra civil francesa, recogió a la duquesa Ainés. Al verla, se quedó prendado de ella, pues tenía una bella sonrisa, unos ojos verdes grandes, y los cabellos negros, rizados y trenzados. Juntos, rey y duquesa marcharon en el León de Normandía, el buque insignia real, hacia Inglaterra. Se desposaron el uno de enero de 1074, el día de cumpleaños de ella, y a la boda acudieron dignatarios de Escocia, Castilla y León, entre ellos Rodrigo Díaz, el Sacro Imperio, varios duques de Irlanda, encabezados por Brian el Grande, que era duque de la mayor parte de Irlanda. Hubo un mes entero de celebración en Londres, y una semana de banquetes y torneos repletos de emoción.

Tras las largas celebraciones, en la Torre de Londres se alzó una nueva bandera: a los dos leones de Normandía, se le había añadido el tercer león de Aquitania, por lo qué la nueva bandera de Inglaterra fueron tres leones rampantes de oro sobre un campo de gules. Su bella esposa retornó a Francia para gobernar la gran Aquitania.

Pero llegaron terribles noticias de Escocia: el malvado destronado Malsnectan había secuestrado al hijo del rey Donald y lo había asesinado. Más tarde, intentó acabar con la vida de su rey, pero fracasó y le declaró la guerra en pos de una sucesión electiva para volver al trono a la muerte de Donald. Richard mandó una gran hueste a ayudar a Donald y mató a Malsnectan en la batalla de Lothian, a las puertas de Edinburgo. La guerra terminó, y de los A Muirebe no quedaba más rastro que el del recuerdo, pues habían muerto todos.

Sin embargo, al final de la batalla de Moray, un grupo de escoceses, furibundos por haber matado a Malsnectan, cargaron contra Richard; pero el príncipe Hugues Capet se adelantó y detuvo con su escolta francesa a los escoceses pelirrojos. Recibió los espadazos y hachazos de los highlanders de Escocia, muriendo como un héroe del pasado. Entristecido, Richard llevó sus huesos a la dulce Francia, donde se le enterró en la capilla de los reyes de París, en vez de la de los infantes. A su funeral acudió Ainés, la esposa de Richard; el duque de Anjou y el de Tolosa; el último Carolingio, Eudes, y muchos nobles más, incluido el rey Philippe I, que abrazó a Richard, como un hermano. Al final del funeral, llegó el duque Robert de Borgougne, que pidió una tregua durante los funerales de Hugues. El rey Philippe I aceptó, pues tenía que hacerlo.

Tras embarcar en Ruán, volvió a Middlesex en el León de Normandúa, recibió la noticia de que unos bandidos llamados los Hombres Alegres estaban aterrorizando a la población de Nottingham, y que el aguacil del lugar había muerto a manos de un tal Robin. Más tarde, llegó una furibunda mujer que dijo que la habían atracado, y el rey tuvo que pagarle, por su honor, las joyas perdidas contra los bandidos. Igualmente furibundo, el rey partió al bosque de Sherwood, dónde acampó con su séquito real durante siete días y siete noches, pero no apareció ningún bandido o asesino. Entonces, el rey decidió que celebraría un concurso de tiro con arco, pues había oído que el tal Robin era un muy buen arquero. Seguro que picaba en el anzuelo. Efectivamente, picó, y Richard atrapó a Robin, que parecía un campesino, vestido de verde y con arco. Le preguntó por qué había decidido matar al alguacil de Nottingham. Robin juró que abusaba con los impuestos de los campesinos de Nottingham que morían de hambre. Tras visitar Notthingam, descubrió la veracidad de la historia de Robin. Conmovido por la historia, el rey lo liberó y lo nombró segundo mariscal del reino y disminuyó los impuestos a la gleba que su padre tanto había aumentado. Mientras tanto, llegaron noticias de Francia diciendo que Philippe Capet había sido destronado.

Tras la buena obra del rey Richard, recibió una petición de ayuda de un conde galés del pequeño reino de Gales. Su señor, que había destronado a Caradog Aberffraw, y asesinado a toda su antigua dinastía, estaba explotando a sus vasallos flagrantemente, rompiendo los contratos feudales. Gales necesitaba ayuda, y Richard vio la oportunidad que su padre había estado esperando durante su reinado: la conquista de Gales. Armó a las levas de Normandía tan solo, y con su séquito se encaminó hacia Gwynedd, la capital del reino galés.

En un principio, los arqueros galeses fueron unos dignos rivales para las tropas del rey Richard, pero, tras penetrar por los densos bosques abandonados de las tierras del dragón rojo, los caballeros anglosajones pillaron desprevenido al rey galés y atacaron a su ejército por la vanguardia. Los galeses, que solo disponían de arqueros, salieron huyendo ante la potente caballería anglosajona que hacía retumbar el suelo. El ejército galés fue derrotado, pero su rey, rodeado de su guardia, huyó a Gwynedd a toda prisa, sin mirar como sus súbditos morían. Sin embargo, al llegar a un bosque cercano, se dio cuenta de que las tropas normandas del rey estaban asediando ya la ciudad de Aberffraw. Acorralado, fue traicionado por sus sirvientes, que entregaron la cabeza del rey Bleddyn Mathrafal, que así se llamaba, a Richard. El rey normando, furibundo, observó la cabeza del rey galés y les gritó a los traidores: "¡Habéis privado a vuestro rey no solo de la vida, si no de una muerte honorable! ¡Tal muerte os dispensaré yo a vosotros, al igual que vosotros a vuestro rey!". Tras ello, los decapitó con la espada de William y mandó lanzar sus cuerpos al mar. Con eso, no solo se ganó una reputación de impecable hombre honorable, si no que también los galeses lo llamaron rey de su tierra. La conquista de Gales, efímera y corta, había terminado, y Richard se proclamó el rey de Gales de facto. Sin embargo, descubrió al Aberffraw legítimo, llamado Trahaearn, y lo nombró duque de Gwynedd, y conde de Powys y Perfeddwlad de por vida, es decir, señor de toda Gales.

Poco tiempo después, el rey Donald de Escocia mandó una petición de ayuda para conquistar el condado de Las Islas, que estaba bajo el yugo de un noruego pirata que aterrorizaba los puertos de Escocia e Irlanda con sus navíos. Aún listas para la batalla, sin hacer mella en ellas el mal tiempo galés, las huestes del rey Richard con su rey a la cabeza partieron hacia Escocia para ayudar a su rey en la conquista de Soreyar. Pocos días después, las islas cayeron una a una a manos normandas, y el rey de Escocia recompensó a Richard con oro escocés y una gaita, la cuál Richard aceptó con gusto y aprendió a tocar.

Meses más tarde, otra guerra civil estalló en Francia. Robert de Borgougne estaba empeñado en ser el nuevo rey de los francos, y había convencido a gran parte de los nobles francos para que lo apoyaran en su lucha contra Philippe, de nuevo, el cuál había sido destronado y el cuál se había entronizado de nuevo, merced de la veleidosa nobleza. La esposa de Richard, Ainés, se alió con Robert, al igual que otros muchos duques igual de prestigiosos. Todo parecía perdido para Philippe, y se volvió loco cuándo Richard desembarcó con sus huestes en mitad de París, enarbolando el estandarte de los tres leones con la siniestra y la espada del Conquistador con la diestra. Con la ayuda de Richard, Robert de Borgougne logró el trono y se mostró muy agradecido con él.

Tras la guerra civil francesa, Richard visitó a su esposa Ainés en Burdeos, y se quedó allí un año entero. El uno de agosto del año siguiente, nació un hermoso niño del vientre de Ainés, fuerte y rubio: era el heredero al ducado más grande de toda Francia y al reino más poderoso de toda Gran Bretaña: William de Normandie.

Pero la desgracia, propulsando el viento y la lluvia, se cernió sobre el rey Richard, que navegaba con su hijo recién nacido y con su esposa por el golfo de Vizcaya hacia Inglaterra. William se acatarró debido al frío, en mitad del mar nadie pudo hacer nada por él y murió. Sus padres quedaron devastados y tristes, y llegaron a Inglaterra el mes siguiente. Richard quedó desolado y ya apenas había rastro de su furor ni de su férrea mirada en sus ojos. Parecía un hombre perdido.

Pero la suerte le sonrió: su esposa Ainés, que vivía con él en Westminster, quedó embarazada de él de nuevo. Su segundo hijo fue llamado Edward, en honor a Eadward el Confesor, el último rey de los Wessex, gracias al cuál ahora Richard era rey de Inglaterra y gracias al cuál su hijo recién nacido también lo sería.

Al ver que el hijo de Ainés heredaría toda Aquitania, Auvernia y Poitou, el rey Robert de Borgougne decidió revocar los tres ducados de la reina de Inglaterra. Ésta, la última representante de la casa de Poitou, se negó de lleno y empezó otra guerra civil en Francia. El rey Richard se echó a reír por la paranoia de Robert y mandó a todos sus ejércitos contra la nueva capital del reino: Dijon. Desembarcaron en Normandía, donde diez mil hombres franceses luchaban contra mil normandos. Al desembarcar el rey, con nada menos que treinta mil guerreros anglosajones, en Normandía, bajó hacia París, donde los franceses disponían de un ejército dos veces menos. Al ver a las tropas anglosajonas, los franceses huyeron y fueron derrotados por grupos, pues se habían dividido. Sin más defensa que sus débiles murallas, el rey Robert se escondió en Dijon, temeroso, como ya hiciera el rey Harold con William el Conquistador en Londres.

Aprovechando el momento de debilidad del rey Robert, Philippe Capet decidió que era hora de volver al trono y traicionó a su rey. En mitad de la batalla de Orleáns, retiró a las levas de Orleáns, lugar del cuál era duque, y los dos generales de Robert y todas sus tropas quedaron aplastadas por los caballeros normandos y anglosajones, que marcharon cantando canciones hacia la capital Dijon.

Tras un corto asedio, Dijon cayó en manos del rey Richard, que obligó a Robert a concederle a él en pago por sus afrentas el condado de Anjou y el de Vendôme. Anjou pasó a ser un dominio de la Corona y Vendôme fue cedido al conde de Eu, que era familia de Richard.

Contento por la gran herencia de Edward, que sería toda Inglaterra, toda Gales y la mayor parte del reino de Francia, Richard decidió descansar un tiempo de tanta guerra. Licenció a sus tropas y volvió a Middlesex, donde reinó en paz y armonía.

A los pocos meses de su retorno, erigido como conquistador de Francia y como uno de los mejores reyes de Inglaterra, Richard recibió la noticia de que un hombre de una familia irlandesa llamada Ua Briain estaba conquistando toda Irlanda a fuego y sangre. Prefirió no interceder a favor de ninguno de los dos bandos, ni de los independentistas irlandeses ni de los conquistadores, y se dedicó a recopilar información acerca del conquistador irlandés, Brian el Grande, que había ido a su boda.

Unos días mas tarde, el rey francés Robert murió, en coma, de viejo. Heredó el reino de Francia su hijo mayor, llamado Henri, que sería el segundo Henri de Francia. El nuevo rey no parecía muy avispado, era un pusilánime y estaba gordo. El trono francés estaba en el caos, pues el rey Philippe Capet le estaba ganando la guerra a pulso, para nombrarse rey de los francos por tercera vez. Mientras tanto, en Inglaterra, el rey Richard abrió varias universidades, entre ellas la de Dorchester y Londres, famosas junto a las de Oxford por su alto nivel de conocimiento y enseñanza. Además, empezó a escribir un libro sobre las campañas tanto suyas como de su padre, y lo tituló "las Campañas Leoninas".
Tras finalizar su libro, nació su única hija, que llamó Mathilde, en honor a su madre, la reina viuda de Inglaterra, que aún rondaba por el palacio, aconsejando a su hijo acerca de su gobierno. Casó, acertadamente, a su hermana Constance de Normandía con el rey Alfonso VIII de Castilla, que estaba reconquistando Hispania a los misteriosos moros. El rey Richard jamás había visto a un árabe, y marchó a la conquista de Valencia, ayudando al rey de Aragón. Por fin partía a la guerra, tres años después de su retiro.

Al llegar a la lejana Hispania, se quedó asombrado por la belleza de Balansiyya, y durante su asedio, trató de dañarla lo menos posible. Capturó a varios musulmanes, y aprendió su lengua gracias a un sabio beduino que había estado en Valencia cuándo los normandos entraron por las Torres de Serrá, que se convirtió al cristianismo y vivió en la corte de Richard mucho tiempo.

Sin embargo, la campaña de la ayuda a la conquista de Valencia se suspendió cuándo estalló una revuelta en la marca de Cumberland: los escoceses exigían la independencia. El rey embarcó a sus tropas en las naves y prometió al rey de Aragón que volvería para terminar lo que había hecho, y si no, lo que Dios quisiera.

Tras aplastar brutalmente la rebelión, volvió a Valencia rápidamente, dónde los ejércitos almorávides se hallaban asediando a la parca guarnición que Richard había dejado como guardia de la ciudad. Las tropas desembarcaron en la playa de la Malvarosa y cargaron directamente sobre los musulmanes, que fueron destrozados y forzados a una ignominiosa retirada. El rey Sancho II de Aragón agradeció sobremanera la ayuda de Richard y le regaló varios regalos típicos en Hispania, además de la eterna amistad de los Jimena que reinaran en Aragón, Castilla y León. Tras embarcarse en el puerto de Valencia, Richard recorrió los mares y se detuvo en Burdeos, para visitar a su esposa, Ainés, que estaba muy enferma: pues padecía neumonía. Apenas podía si respirar, y al día siguiente de la llegada de Richard murió en paz. El hijo de ambos, Edward, fue investido por coacción al rey de Francia como duque de Aquitania a la semana, justo al lado de su padre, el cuál sería su regente: al final era cierto, Aquitania ya era una parte de facto de Inglaterra.

Triste y desolado por la pérdida de su esposa, el belicoso león de Normandía se encerró en sí mismo y nunca jamás volvió a casarse, ni yació con otra mujer. Se sentaba en su trono y meditaba sobre lo que fue y lo que no sería. Escribía poemas y canciones y tocaba melodías melancólicas con la gaita escocesa que su amigo Donald III le había regalado. Al cumplir seis años, el duque Edward I fue a Middlesex y se le confirmó como escudero de Richard, que puso un gran énfasis en su educación.

Tras la muerte de su esposa, recibió una petición de ayuda del rey Alfonso de Castilla, y marchó de nuevo sobre Hispania, dónde, con las mismas tropas que conquistaron Valencia, conquistó Badajoz para el rey castellano. Su hijo y su escudero, el hijo del marqués de Montenay lo acompañaron, y ambos vieron los horrores de la guerra. Su hijo no pareció muy agradado por ésta, pero el joven escudero se mostró inflexible con los infieles y dijo que merecían la muerte por invadir los lugares de los cristianos.

Más tarde, cuándo el joven Montenay fue reclamado por su padre, tomó como pupilo a Sewal de Normandie, que sería el próximo rey de Escocia y primo de su hijo. Quería que los dos reyes crecieran como uña y carne y que en el futuro fueran inseparables y se trataran como hermanos que casi eran. Los dos muchachos crecieron juntos como pajes y escuderos de su tío y padre y aprendieron las artes de la guerra de Richard.

Y entonces, el cuatro de enero de 1090, el papa Hilarius II, tras consultar con el Sacro Emperador, declaró una cruzada por Jerusalén. Para recuperar Tierra Santa de los infieles musulmanes que campaban por ella, ensuciándola con sus impías creencias, dijo. Y el rey Richard llamó a todas sus levas y tropas a Londres, dónde las embarcó en más de trescientas naves. Su destino, Tierra Santa. Él mismo se ciñó el yelmo coronado de los reyes anglosajones y subió al León de Normandía con su poderoso séquito. Sus navíos desembarcaron en Normandía, desde la cuál fue a París, dónde convenció a la reina Constance de Francia, recién nombrada tras una guerra civil, para que se uniera a las cruzadas. El Sacro Emperador Romano Germánico de Occidente, Heinrich IV Salian el Grande, al ver que la reina de Francia, su rival, y el rey de Inglaterra se unían a las cruzadas, decidió no ser menos y llamó a todas sus levas para realizar un arduoso trayecto a través de la siniestra Hungría y la anciana Grecia, donde su archienemigo, Alexios Komnenos reinaba como emperador del verdadero imperio romano, casado con una hija cristiana de William el Conquistador. La tensión entre los dos emperadores fue tal que Alexios no le dio la bienvenida en la gran Constantinopla y cerró sus murallas, por lo que Heinrich siguió su viaje a través de Siria y Turquía. Las tropas de los Estados Pontíficos desembarcaron en Acre, en febrero, y no dieron cuenta de ningún ejército hostil en Tierra Santa, por lo que dieron luz verde a la conquista: aquél que más hombres aportara a la guerra, sería el nuevo rey jerosomolitano, al igual que Salomón y David.

Cuándo el rey Richard desembarcó en Tierra Santa, como un David, fundador de su reino, recibió la noticia de que el que se hacía llamar auténtico rey de Inglaterra, Eadgar de Wessex, nieto del rey Eadmund el Intrépido, le había declarado la guerra y contaba con treinta mil hombres que asolaban el mismo reino que reclamaba, en Cumberland. Dividió a sus tropas y mandó una parte a Inglaterra para que fueran perseguidas hasta Gales, donde el terreno les sería favorable y pudieran vencerles, mientras las otras partían por Tierra Santa. Este movimiento, le hizo perder Jerusalén, pero le ganó el amor de sus súbditos. El dieciocho de enero, el rey Richard, con treinta mil hombres de diversas y varias nacionalidades, conquistó Jerusalén, tras un terrible asedio. La sangre de los infieles y los fieles orlaba las calles y los caballos, cuándo caminaban, se embadurnaban las patas del líquido de la vida. El rey Richard, el rey Knud de Dinamarca, el Sacro Emperador y la Reina Constance, recién llegados, vieron como la impía media luna árabe se retiraba del templo donde Jesucristo echó a los mercaderes y sonrieron, al grito de Deus Vult. Al mes siguiente, el papa Hilarius, viejo pero enérgico, llegó al reino de Salomón y proclamó como nuevo rey de Tierra Santa al káiser Heinrich, que concedió el reino a su segundo hijo. Los estandartes de Inglaterra, Castilla y León, Dinamarca, el Sacro Imperio, Francia y muchos más fueron colgados en la sala del trono jerosomolitana, para recordar que con sangre habían tomado Jerusalén. Richard, Constance y Knud, los principales reyes cruzados, le sonrieron y aplaudieron, pero en su interior, cada uno sabía que la Tierra Santa debía de ser suya, por las muertes de sus hombres. Los conquistadores oraron en el templo de los conquistados, y aquél día, el rey Richard contrajo la mortal enfermedad de la neumonía, al igual que su amada esposa hiciera en tiempos. Ordenó el retorno a Inglaterra, para aplastar la rebelión, y morir en paz, en su reino.

Murió en Tierra Santa, el veintiuno de abril del año 1091 de Nuestro Señor. Los reyes cristianos y el emperador lo honraron como un héroe y abrazaron al joven Edward. El Príncipe de Gales y duque de Aquitania era el nuevo rey de los anglos y de los sajones.
 
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Comentarios:
A decir verdad, desde que leí sobre Alfonso X el Sabio, me han gustado los reyes a los que les gusta la cultura y los libros, al igual que a mí. En mis otras partidas del CKII, hice varios reyes así, pero creo que este es el mejor. Ya que no tuvo tantas guerras como los otros, logré ahorrar lo suficiente para abrir un par de universidades, y cuándo me saltaron los traits de Erudito, pues ya fue genial. Aunque creo que me excedí un poco al casarlo con la heredera de Irlanda (bueno, cuándo me casé no lo era, pero al pobre heredero le dio por resbalarse en la ducha :p), ¡en tres reyes ya tenía el imperio creado! Y tenía una justificación rolera, por qué Edward, supuestamente descendía del gran Carlomagno y en base a eso podría proclamarse emperador de un imperio puro, verdaderos descendientes del imperio romano y no una farsa creada por los descendientes de los destructores del Imperio. También, lo de Philippe de Francia es completamente real. Me hubiera gustado tener un rival francés, a lo Juan Sintierra y Felipe Augusto o Eduardo I Plantagenet y Felipe IV Capeto. Pero, plas, a Robert el Viejo le da por montarse su rebelión con casinos y furcias y básicamente, tenía Francia en bandeja al prometer a Richard con Ainés, con lo que logré básicamente el reino de Ricardo Corazón de León con mi Eduardo I. Aunque eso sí, el canciller y sus dotes de inventiva fueron cruciales para ganar Anjou, Vendôme y Tolosa (quería el condado y me salió el ducado, =D). Lo del alzamiento a los carolingios es un pequeño reto mío de aumentar y mantener a los descendientes de Carlomagno hasta el fin del medievo. Como una especie de justicia poética. Si este AAR sale bien, el siguiente será una crónica del reestablecimiento carolingio, en el cuál los condes de Vermandois ascienden a Sacro Emperadores, o no. Ya veré como avanza la partida de los Karling.

EDWARD I DE NORMANDÍA
"El Sabio"
"Rey de Inglaterra"
"Rey de Gales"
“Rey de Escocia”
"Duque de Aquitania"
(1081 D.C – D.C)


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El rey Edward I en la flor de la vida
Antes de partir de Tierra Santa, el joven rey Edward, que era un muchacho de mandíbula cuadrada, como su padre y de cabellos negros como su madre, portando la corona de su padre, que le venía grande, acudió a las cámaras de la reina Constance de Francia, la cuál le increpó que devolviera el ducado de Aquitania a su legítima dueña: ella, la reina de Francia; pero el joven Edward se negó, sin dejarse amilanar al igual que hiciera su abuelo William el Conquistador con Philippe Capet cuándo le exigió que devolviera Normandía o rindiera humillante vasallaje. El joven Edward se despidió de los señores de Europa, recogió muchos libros de las bibliotecas de Jerusalén y partió con el cuerpo de su padre y con su primo Sawel de Escocia hacia Inglaterra. Nada más ser coronado rey de Inglaterra en Westminster, el duque de Gwynedd, el desagradecido Aberffraw, le exigió en el banquete de celebración que disminuyera la autoridad de la corona. Edward, sonrió y se negó, diciendo que estaba bien así. Enfurecido, Trahaearn se marchó de Londres, y estalló la guerra civil. Casi todos los duques de Inglaterra que su padre y su abuelo habían nombrado le habían declarado la guerra: pero Aquitania y todo su ejército eran suyos.

Recordando las enseñanzas de su padre y las gloriosas campañas de su abuelo del que tanto había leído, decidió dirigir el mismo sus tropas, pero siempre desde la retaguardia. La campaña salió bien: el rey conquistó York y Lancaster de manos de su tío, que se había aliado con el duque de Gwynedd y partió a Gales, donde los galeses se enfrentaron infructuosamente a él, pues una tarde del año 1092, Trahaearn capituló, tras el largo asedio de Gwynedd.

Con la derrota aplastante por parte de los duques, el rey decidió que el sistema ducal estaba anticuado, y revocó del duque de Lancaster y York, e hijo del abuelo de William, sus dos ducados, pasando a ser Lancaster y York feudos de la Corona. El sistema feudal de los dux quedó obsoleto en Inglaterra, dónde el rey, apenas un inteligente niño de diez años, era la cabeza suprema del estado. Además de eso, decretó que su hijo mayor sería conocido como Príncipes de Gales y los menores, como Príncipes de Aquitania. Demostró ser un rey paciente, pues se prometió con la hija del rey de Irlanda, la cuál acababa de ser proclamada como reino, a la cuál le sacaba seis años. Como el rey irlandés era viejo y su esposa también, y solo tenían dos hijos, quizás fuera posible que algún día el arpa y los leones se unieran en una nueva corona.

Una vez hubo sometido a los nobles, que ahora eran meros condes, salvo el prisionero Duque de Cornualles y el leal William de Deheubarth, el extravagante hijo del Conquistador, estableció nuevas leyes basadas en las del imperio romano y fundó varias universidades y bibliotecas, entre ellas, las de Gwynedd, York y Lancaster. Además, construyó las ciudades de Yorkshire y Lancashire, en sus respectivos condados, y la palabra "Shire" fue usada para denominar una villa o un pueblo.

Además, el rey era un muchacho muy lector, pero sin embargo, su incapacidad para dirigir las tropas como ya hicieran sus antecesores William y Richard, le valió un temperamento iracundo e impetuoso. Sus gritos resonaban por Westminster, a base de chillidos cultos. Aún así, el pueblo llano lo llamó "El Sabio", pues de sus valiosos escritos había sacado muchos conocimientos. Además, se carteaba mucho con el papa, y más de una vez se reunió con el emperador del basileia Rhomaion, lugar del que sacó muchos escritos de grandes filósofos helénicos como Aristóteles, cosa que dio un gran florecimiento cultural a Albión. Fue criado por el duque Osbern de Montenay, el mariscal del Conquistador, junto con el príncipe Sewal de Escocia, como quería su padre.

Meses más tarde, por petición de su primo Sewal, acudió en ayuda de el amigo de su padre, el rey escocés Donald, que estaba siendo atacado por el viejo Olav III, que habiendo renunciado ya a los sueños de su padre, Harald Haardrade, había decidido tomar las Tierras Altas en nombre de un pretendiente aliado suyo llamado Malcolm. Padre e hijo se reunieron en Gowrie, y ambos juraron amistad a Edward, que complacido, ayudó a liberar a Escocia de los noruegos que la asolaban, reclamándola en nombre del traidor Malcolm Dunkeld, hermano de Donald. Era de capital importancia ganar la guerra, pues solo así una simiente de la casa de Normandía florecería en Escocia y se apoderaría la Isla de Gran Bretaña. El pretendiente Malcolm murió sospechosamente el mismo mes, y el joven rey sonrió al oír la noticia, pero no dijo nada, lo que da a suponer que él, con trece años, ordenó su muerde. Al estar muerto el pretendiente, Olav se retiró con sus tropas de Escocia, y cedió grandes cantidades de oro al rey escocés en pago y disculpa por su desastrosa guerra.

El rey de Irlanda, mientras tanto, ya había dominado su isla completamente, y se reunió con el rey de Escocia y el joven Edward en la isla de Man, donde firmaron los tres un pacto llamado Alianza Británica, formando la Triarquía Británica, en que estipulaban que los tres reinos se ayudarían en caso de invasión extranjera.

Meses más tarde, el rey Edward, deseando conquistar definitivamente el ducado de Anjou, declaró la guerra a la anciana reina Constance de Francia. En vez de mandar a las levas anglosajonas, mostró un cínico y retorcido sentido del humor cuándo mandó a los propios franceses contra sus compatriotas. Él mismo dirigió la campaña desde Poitiers. La reina de Francia, mostrando su perfidia, atacó Poitiers, y el mismo Edward, desde allí, se vistió, solo con quince años, con la armadura de batalla y esgrimió la espada del conquistador. Allí, los franceses lo equipararon con el legendario Carlos Martel el Primer Carolingio, del cuál descendía por línea materna. Pero en vez de aplastar a los moros, él aplastó a la reina de Francia y le hizo firmar la tregua de Tours, por la que se estipulaba que todas las tierras por detrás del Loira, por arriba y por abajo del Garona, eran de Inglaterra.

Cuándo cumplió la mayoría de edad, celebró El Año de las Fiestas. Durante aquél año, se celebraron banquetes, torneos, ferias y cacerías por doquier que él mismo pagó con su propio dinero. El Gran Torneo que celebró fue legendario, pues él mismo lo ganó, quedando primero en la justa y nombrando reina de la belleza a su prometida, la hija del rey de Irlanda, que había ido a verle. Su primo, el rey Sewal de Escocia, también fue a verle, y quedó tercero en el torneo. El futuro de Edward brillaba con luz propia. Si su padre había sido bueno, él sería mucho mejor.

Tras las celebraciones, una peligrosa revuelta estalló en la Aquitania. Burdeos, que estaba regentada por Archambaud de Borbón, Mariscal y Marqués de Aquitania, estaba siendo asediado por unos nueve mil campesinos liderados por unos furibundos terratenientes que buscaban reinstaurar la gloria del reino de Louis el Tartamudo. El rey, confiado en su victoria, desembarcó en Burdeos con seis mil hombres a caballo, infantería y arqueros y ordenó cargar a la caballería. Él mismo la dirigiría, como ya hiciera su abuelo William en el pasado. Al grito de: “¡Normandía!”, cargó con sus caballeros normandos contra los rebeldes.

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Europa durante el reinado de Edward I
La gloriosa carga de Edward no fue como esperaba. Los campesinos aguantaron un tiempo, resistiendo encarnizadamente y acabando con los caballeros y soldados normandos, frente a las puertas de Burdeos. En mitad de la batalla, una lluvia de flechas de los arqueros aquitanos cayó sobre los normandos y los propios campesinos, que se dieron media vuelta y huyeron hacia Marsan. Edward mandó órdenes a los nobles, para que llamaran a sus levas. Había comprendido que era un grave peligro, y que debían aplastar a los rebeldes cuánto antes. Estuvo siete días en Burdeos, hasta que llegaron diez mil hombres del norte. Con ellos, marchó hacia Marsan para aplastar a los rebeldes de una vez por todas. Las levas de Aquitania aplastaron a los rebeldes en Marsan, y atraparon a su líder. No murió, pues el rey determinó que le sería útil.
Mientras tanto, en Francia había estallado otra guerra civil. El primo de la reina Constanza se había proclamado rey de los francos y se había rebelado contra su prima. Aprovechando las levas que había convocado, el rey Edward se aprovechó de la guerra civil y atacó Tolosa con sus cinco mil caballeros. La conquista de Tolosa fue una guerra fugaz y rápida. Antes de que se terminara la guerra civil, el condado de Toulouse tenía un nuevo señor normando, Baldwin de Hexham, jorobado.

Mientras cavilaba en la sala del trono, el rey Edward pensó que al igual que en el Meditarráneo había varias repúblicas mercantes, en los mares septentrionales también debería de haberlas. El duque de Gwynedd, aún prisionero, perdió todos sus títulos y Edward fundó la República de Gwynedd, que comerciaría con Irlanda y Escocia y enriquecería a Inglaterra. El comerciante francés Géraud de Montferrat fue elegido como sereno dux. La república de Gwynedd, auspiciada por Edward I, había nacido.

Una vez fue fundada la república, el rey Edward empezó a estudiar la secreta alquimia, para detectar y ver los venenos que pudieran tratar de darle sus enemigos más acérrimos. Estudiaba por las mañanas en un sórdido antro con un viejo alquimista llamado Gar. Al cabo de poco tiempo, podía distinguir varios venenos y pociones. Fundó, además, en aquella época, la Biblioteca de Westminster, grandísima y repleta de los libros que había traído desde las cuatro esquinas del mundo. Era evidente que el rey poseía una gran agudeza mental.

Meses más tarde, de toda Inglaterra llegaron peticiones de socorro. Un grupo de vikingos nórdicos, los angermanos, desembarcaban en varias costas, y al ver que no podían saquear nada, se marchaban. Cuándo el rey Edward llegaba a las costas, veía a los desvencijados drakkars huir por mar. El rey, harto de los vikingos angermanos, llamó a sus caballeros y partió a conquistar Angermannia, para ver de que pasta estaban hechos. En Angermannia, en la lejana Escandinavia, descubrió que la capital de Thord era apenas una empalizada rodeada de flechas. No tardó ni una hora en conquistar el castillo de madera y lo mandó quemar. Irónicamente, castigaba lo que sus ancestros habían hecho antes que Thord.

Tras volver a Inglaterra, se desposó con Caitlín, la princesa de Irlanda. Su boda, en Westminster, fue celebrada con mucha pompa y lujo. Acudieron muchos personajes de la época: el rey de Castilla, con el anciano Rodrigo Díaz de Vivar “el Cid”, el káiser Heinrich y sus hijos, junto con la reina de Lotharingia; el nuevo rey de Francia, Eudes II de Borgougne, el primo del rey, Sewal de Escocia y Svend III de Dinamarca también llegó. Lo que Svend no sabía, es que Edward llevaba meses planeando la invasión de Dinamarca y entronizar allí a alguno de sus futuros hijos con su rubia novia. Pero Svend fue tratado con toda cortesía y fue sutilmente interrogado por el rey, que mandó al dux de Gwynedd construir un puesto comercial en Jutlandia, oficialmente para comercir y extraoficialmente, para tener ojos en Dinamarca. El matrimonio se consumó la misma noche y la reina de Inglaterra quedó embarazada. Tras tanto tiempo de espera, por fin Edward sería padre y esposo.

Sin embargo, llegaron malas noticias de Escocia. El rey Sewal, tras haber vuelto a su patria, fue emboscado en mitad de un bosque cercano a Lothian y asesinado brutalmente. El nuevo rey, descendiente de los Dunkeld, era Malcolm IV de Atholl, y estaba en mitad de una cruenta guerra civil. Edward decidió que para terminar con el caos de los escoceses, invadiría Escocia pronto, cuándo su hijo hubiera nacido. El nueve de noviembre del año 1102 nació William, Príncipe de Gales, y futuro rey de Inglaterra.

Marchó con todas sus levas anglosajonas hacia Escocia. Una vez estuvo en la Marca Escocesa, dividió sus tropas en tres: diez mil hombres irían a Dunbar, diez mil a Teviotdale y diez mil a Lothian. Él mismo capitaneó a los de Lothian, mientras Archambaud de Borbón iba hacia Dunbar y Oscytel el Tercer Mariscal iba a Teviotdale. Mientras tomaban Lothian, una tercera hueste francesa desembarcó en Gowrie, saqueando la ciudad y robando el trono de los reyes escoceses. El rey Edward se hizo coronar en Edinburgo como rey de Escocia debido a su parentesco con Sawel el Grande, su primo. La silla de los reyes escoceses permaneció en la sala del trono de Edinburgo, la nueva capital de la Escocia inglesa, y el capacitado segundo hijo del marqués Osbern de Montenay, el Viejo Mariscal, fue nombrado Hombre de las Nuevas Marcas, que eran Galloway y Lothian. El rey de Escocia, Malcolm apenas pudo asimilar el golpe, pues en menos de un mes había perdido la parte sur de su reino. Edward trató a Lothian como una provincia conquistada, pero la trató con justicia igualmente. Cuándo volvió a Inglaterra, descubrió que los resultados de la noche antes de la marcha a Escocia con su esposa habían dado sus frutos: el joven Edward, su segundo hijo, acababa de nacer y era bautizado como el Príncipe de Aquitania.

También se enteró de que su vasallo, el conde de Lusignan, había heredado París por parte de su madre. Ahora, la capital francesa era de los anglosajones, y el rey recompensó con oro al conde de Lusignan por sus herencias. Permaneció en Inglaterra un tiempo más, y decidió intervenir en la guerra civil escocesa entre el conde de Argyll y el tirano y parricida rey Malcolm IV, que había matado a un primo suyo, pretendiente al trono. El conde de Argyll postulaba a favor de una dama escocesa llamada Joan Dunkeld, casada con un francés, y su pretensión fue apoyada por el rey Edward. Mandó a su antiguo maestro, Archambaud, a que se encargara de paliar la guerra civil, para librar a los escoceses de tanta guerra. Entre tanto, en Francia, el tres veces coronado Philippe Capet y tres veces destronado luchaba contra su señor, Eudes II, también destronado, para volver al trono de una vez por todas, y recuperar Francia de manos de los conquistadores anglosajones, por lo que el rey Edward mandó reforzar todas las defensas de las marcas francesas. Tras aplastar al rey Malcolm IV, apareció en el trono de Escocia Joan I Dunkeld. El conde de Lusignan, cuya madre de la cuál había heredado París y era princesa de Francia, declaró la guerra a Eudes II, que ya había derrotado al anciano Philippe el Destronado. Pero apareció muerto al día siguiente, aparentemente por unos venenos muy extraños, y el rey se mostró muy consternado por su muerte. Pero igualmente, París era suya.

Aquél año, su abuela, Mathilde van Vlaandereen, a la edad de setenta y siete, el veintisiete de diciembre murió. Ella había sido la esposa del Conquistador, y madre de reyes. Fue enterrada junto a su glorioso marido en un ataúd más pequeño, en las tumbas reales, en la sección de los reyes normandos, dónde ya reposaban William, Richard y Ainés, la duquesa aquitana. El rey Edward lloró amargamente la pérdida de su abuela, y tras un luto nacional, siguió preparando la conquista de Escocia, cuyos duques solo eran dos, apenas sometidos a la reina Joan Dunkeld. A los pocos días, nació su tercer hijo, Robert, pero unas fiebres se lo llevaron, muriendo a la semana de nacer. Sin embargo, Edward, apenas se entristeció, pues él deseaba una niña que casar para crear una nueva alianza. De nuevo estalló la guerra en Escocia, y Edward, que ya había obtenido varias reclamaciones a condados importantes, declaró la guerra a Joan. Llamó a las levas de las tierras de la Corona y partió, confiado de su victoria, a Escocia.

Su confianza resultó ser cierta. A los dos meses de campaña había conquistado Gowrie y Buchan, y la reina Joan abdicaba del trono y destrozaba la corona escocesa con sus botas. Enfadado por el infantil comportamiento de la escocesa, Edward la desterró del reino y se reunió con el duque de Atholl, que se negó a ser su vasallo, y se hizo llamar a sí mismo rey de Escocia. Ya habían dos reyes escoceses al mismo tiempo, y Edward marchó a conquistar Albany y tomar definitivamente la isla de Bretaña, que tantos dolores de cabeza había provocado a los romanos y terminar la obra del gran Trajano, del cuál tanto había leído. Mientras guerreaba, prometió a su hijo con la princesa Lykke de Dinamarca. Si todo salía bien, sus nietos obtendrían una reclamación a Dinamarca y podrían marchar a conquistarla, en venganza por la humillante conquista danesa, los danelaw y los tributos que se pagaron por parte de los Wessex. Así, sus nietos se ganarían el amor de su pueblo, en forma de la llamada vendetta en italiano.

Mientras tanto, el rey de Albany había muerto en batalla contra Edward, y su hijo, renunció a la corona escocesa y a Albany, titulo el cuál Edward destruyó. Ahora, los últimos reyes escoceses se escondieron en las islas de Soreyar y lanzaban de vez en cuándo fugaces incursiones piratas a los comerciantes de Gwynedd o a la antigua Albany. Edward declaró la guerra a Olav III, el antiguo enemigo del Conquistador para reclamar Caithness y Ross, que llevaban mucho tiempo en manos de los noruegos déspoticos. Liberaría a Escocia de la corrupción y de la tiranía, prometió a los escoceses, que lo aclamaron como a su rey, por muy raro que fuera, pues los clanes escoceses eran muy independientes. Reunió entonces a todas sus levas para atacar Noruega y el norte conquistado de Escocia por los escandinavos. Las levas aquitanas devastarían Noruega, mientras las escocesas conquistaban Caithness y Ross. Los anglosajones se dividirían en dos, entre los aquitanos y los escoceses. Los aquitanos desembarcaron en Trondelag, dónde se enfrentaron en durísimas condiciones contra los noruegos. La nieve y el frío escandinavos les habían sorprendido, pero el viejo duque Archambaud logró imponerse a las adversidades del terreno y tomar la capital noruega por asedio. Atraparon a la bella reina de Noruega, que llevaba en su vientre al heredero del reino, una gran baza a favor de Inglaterra, pues el viejo rey ya estaba muy viejo. Sin embargo, al ser Noruega una monarquía primitivamente electiva, el heredero no tenía valor y fue rescatado por su padre junto con su esposa.

Mientras tanto, en Francia, el rey Philippe I volvía a ser rey, pero de una dinastía macilenta y moribunda. Ocupado entre tantas guerras, jamás se había preocupado por tener un heredero, y ahora eso le pasaba factura. Solo había tenido un bastardo llamado Adrien, fruto de un corto romance con una vivandera de campamento, y el heredero de Francia era un nieto de Robert II, uno de la casa de Borgougne, archienemiga de los Capet entronizados, que solo quedaban dos. Era el fin de los Capet, a todas luces. Mientras la casa de Normandía se ensalzaba por encima de sus antiguos amos, la de los predecesores de Carlos el Calvo se marchitaba. La semilla de Roberto el Fuerte se terminaba.

En Cumberland estalló otra rebelión, que fue aplastada. El rey comprendió que la antigua Marca era como una especie de foco de problemas, de modo que decidió castigar severamente a los traidores, colgándolos en muchos árboles de allí. Así se sofocarían las rebeliones escocesas y anglosajonas de los cumberlandeses.

El nueve de noviembre confirmó a su hijo como su escudero y heredero. El joven William, que sería William II de Inglaterra y William I de Escocia y Gales, demostró ser un joven aplicado en todo lo que hacía, pero tenía una gran tozudez y no cesaba en su empeño si se lo proponía. Fue criado junto con el joven conde de Eu, pariente suyo, y se hicieron muy buenos amigos bajo la atenta mirada del rey Edward. Para enseñar a sus pupilos las artes de la guerra, Edward, mostrando su cinismo, declaró la guerra al anciano Philippe I de Francia por Chartres, y en pocos días venció y conquistó el condado de manos del rey franco. Su hijo dijo que Francia era débil y que merecía ser conquistada si su rey era tan pusilánime como él había visto. El comentario de William arrancó una sonrisa en el rostro de Edward. Tras perder la guerra, el rey Philippe I fue destronado en favor de Eudes II, a lo cuál el rey Edward y su hijo se echaron a reír. Ya eran cuatro entronizaciones del antaño gran rey francés, y dos del anciano Eudes II, que había nombrado a su tres veces antecesor como su mayordomo. A decir verdad, no era buena idea tener bastardos cerca, pues solo traían problemas, determinó el rey Edward. En aquellos días nació su cuarto hijo, al cuál llamó Henry, un muchacho fuerte y rubio.

Mientras tanto, en Aquitania había surgido otra rebelión. El pueblo de los aquitanos quería ser liberado otra vez, y su líder, un terrateniente, ser coronado como rey de la antigua provincia romana. El rey Edward llamó a varias levas y se embarco con William, su hijo, a Burdeos para aplastar la rebelión aquitana que tenía lugar allí. La aplastó poco después. Mientras tanto, en Francia, el rey Eudes II había muerto y su hijo, de apenas quince años, había heredado su pequeño reino. El anciano duque Philippe el Destronado declaró de nuevo una guerra civil para ser nombrado rey de Francia por quinta vez, ya al borde del surrealismo que propiciaba su locura. El rey Edward casi se meó de risa en su trono cuándo lo oyó, y decidió que si los reyes franceses no traían paz, lo haría él. Declaró la guerra por Blois y a los pocos días la conquistó, partiendo a Blois. Cuándo se cruzó por el camino a Dijon con Philippe I, con un ejército de tan solo mil hombres, para conquistar Francia, éste le gritó: “¡Usurpador niño, eres lo peor! ¡Pero que sepas, que mientras Orleáns no caiga, Francia vivirá!”. El rey Edward se rió en su cara y, retado por el Destronado, decidió partir a Orleáns para conquistarla. Cuándo llegó a las puertas, le comunicaron que un joven aventurero, el hijo de un vasallo suyo, el conde de Lusignan y París, llamado Jourdain, había conquistado Francia contra el rey Eudes, que ahora era su mariscal. El rey Philippe murió asesinado por el propio Edward en un duelo, cuándo volvía de Dijon, tras perder una gran batalla en Chalons. Los restos amilanados de las tropas de Philippe contra los soldados normandos de Philippe chocaron cerca de Orleáns, y Edward venció la batalla. El rey Jourdain le concedió el ducado de Valois, Orleáns y Bourges al rey Edward, temeroso de su ira, en la Paz de París. Edward restableció el ducado a los últimos carolingios, descendientes del gran Carlomagno y concedió Orleáns y Bourges a un noble rico.

La antaño poderosa Francia ahora apenas era un país al borde de la anarquía que comprendía de un pequeño ducado en Flandes, la reducida Tolosa y el ducado de Blois. Inglaterra estrechaba el cerco entorno a Francia, y para colmo, ésta estaba al borde de la guerra civil gracias al usurpador Jourdain de Lusignan, apenas un adolescente.
En la cercana Hispania, el rey Alfonso III de Castilla y León, había reconquistado una gran parte de la antigua provincia romana de Hispania, siendo un estado poderoso y aliado con Inglaterra. Mientras tanto, unos italianos astutos se habían apoderado mediante matrimonios, de la corona de Navarra. El rey Edward, aprovechando la debilidad vasca, se lanzó a la conquista de la antigua Vasconia, dónde los enemigos de Carlomagno habían proliferado. Así, como ya hiciera el emperador hacía siglos, crearía la segunda Marca Hispánica, y entre sus planes, deseaba recuperar la primera, dirigida por los descendientes del mítico Wifredo el Velloso, es decir, el ducado catalán de Barcelona, y por ende, la Tolosa aquitana como rey de Aquitania. Tras la conquista de Navarra, el rey volvió a su amada Inglaterra y prosiguió la conquista de los últimos remanentes de la Escocia de los Atholl. Los respectivos condes y marqueses normandos habían intentado conquistar las Islas, pero habían sido rechazados por los rancios escoceses que pirateaban y saqueaban como bárbaros. El rey, harto, marchó hacia la Escocia septentrional, dispuesto a tomarla a fuego, sangre y acero. Mientras marchaba a Escocia, nacieron de Caitlín, su esposa irlandesa, los gemelos Sewal y Godfrey. El rey tenía muchos hijos y ninguna hija, de modo que podría plantar muchas simientes de su casa por todo el mundo. Empezó a prometer a sus hijos con reinas, duquesas y condesas de toda Europa. El mezquino rey de las Islas fue devastado en la batalla de Moray por las expertas tropas normandas y firmó la paz en la tienda de campaña del rey Edward. Tan solo quedaba por conquistar Atholl, parte de Escocia, en manos por matrimonios de los noruegos. Edward declaró la guerra a Olav III, su rey, que se negó a darle Atholl y le escupió, justo lo contrario que hizo en el pasado con el propio William el Conquistador, al cuál alabó y ensalzó. La guerra noruega-normanda estalló al poco tiempo, y Edward tomó con su séquito cercano en Moray, el condado de Atholl. El rey Olav desembarco en Dunkeld, Gowrie y cargó con quince mil hombres contra Edward, que tocó retirada y fue a Moray, con cinco mil hombres menos que el Yngling. Esperó en Moray a su llegada, y cuándo los noruegos llegaron, el duque Archambaud de Borbón desembarcó en una playa cercana y atacó a la vanguardia del rey noruego. Esta maniobra, llamada Martillo y Yunque, provocó la creación de una canción con el mismo nombre, muy en boga entre los bardos y juglares de Inglaterra. El rey Olav III murió en batalla a manos de Edward, como ya hiciera William con Harald Haardrade, supuestamente ayudado por el mismo San Jorge Matadragones. Tras vencer al hijo de Olav hijo, Torstein, que, recordando la prisión de la Torre de Londres, se acobardó y rindió, tomó Atholl y Torstein capituló todas sus pretensiones a Escocia.

En el sur, la república de Venecia se había convertido en un reino, y su capital, ocupada por la Compañía mercenaria de San Jorge, siendo Venecia una ciudad estado mercenaria. En aquellos momentos, la república de Génova era la república principal, en cuya cabeza estaban los Grimaldi. Su príncipal enemiga era la república de Ancona, que dominaba lo que era el mar Adriático. Pronto, alguna de las dos sería la cabeza, y solo quedarían Gwynedd y Gotland para hacerle frente. Gwynedd, a manos de un patricio llamado Antoine de Luxembourg, luchaba contra el Gran Alcalde de Gotlandia por cada trozo de mar del Norte, causando tensiones entre el rey sueco y el rey normando.

El diez de febrero de 1118, fue creada la Orden de los Pobres Caballeros Templarios, para defender Jerusalén de los infieles fatimíes, hashimidas y seldjucidas que poblaban Arabia, bajo el auspicio de los califas chíias y sunnitas. El rey Edward fue invitado a entrar a la orden con un título honorífico, pues él había participado en la cruzada y en la conquista de Jerusalén con su padre. Fue nombrado Caballero Templario por el papa Agapetus II el veinte de mayo en el Kerak de los Caballeros, la inexpugnable fortaleza jerosomolitana, junto con Heinrich IV Salian, el rey Alfonso de Castilla, y Knud IV de Dinamarca. El rey Edward, fascinado por la función de los caballeros, los trajo a Inglaterra y nombró varios caballeros. Estipuló que los caballeros serían nombrados por sus hazañas y no por su abolengo, que debían defender al inocente, al débil y al pobre y que su título sería el de sir, derivado del sire, señor en francés. En aquel año, murió el príncipe Godfrey, en un accidente.

Mientras tanto, en Francia, un niño llamado Hélie, hijo del conde de Lusignan, era nombrado rey de los francos. El niño, que padecía un severo retraso mental, apenas pudo manejar su reino, rodeado de incompetentes consejeros que no daban ni una acertadamente. Entonces, los pocos nobles vasallos que quedaban decidieron que un joven más enérgico sería el nuevo rey, llamado Robert de Vexin-Amiens. Los nobles franceses creían que sería él aquel que expulsaría a los normandos de Francia y Aquitania y tenían fé en el como el reconquistador prometido. El rey Edward, riendo, declaró la guerra al niño rey francés para reclamar el ducado de Tolosa como suyo. Hélie de Lusignan, sin haber llamado a sus levas, se rindió y perdió el último ducado francés en Aquitania, dejando vía libre a Edward para recuperar la Marca Hispánica. El rey normando decidió no intervenir en la guerra civil francesa. Quería ver como se desarrollaban las cosas con Robert. Deseaba tener un rival digno. A los pocos días, Hélie moría, y una bellísima pero no capacitada para gobernar reina Berengera ascendía al trono de Francia como heredera de Hélie.

El 12 de febrero de 1122, el papa Agapetus llamó a todos los reinos de la cristiandad a luchar contra los infieles que poblaban el antiguo reino de Andalucía. El rey Edward, que estaba cerca de allí, decidió unirse a la cruzada y con su séquito y sus hijos William y Edward, recorrió rápidamente Aquitania, Navarra y Castilla, hasta llegar a Al-Andalus. Cuándo llegó, junto con el rey Alfonso, su tío político, vencieron a los musulmanes en la batalla de Cuenca, y el rey de Castilla anexionó la recién creada Andalucía a su poderoso haber.

Tras la Segunda Cruzada, Inglaterra estaba en el cenit de su historia. La isla de Gran Bretaña estaba en su totalidad conquistada por los normandos. El reino de Irlanda, caería en sus manos, pues la heredera de Irlanda era la esposa del rey Edward, Caitlín. Prácticamente toda Francia estaba en manos del rey normando. Solo había una potencia capaz de encararse a él: el Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente, dirigido por el omnipresente Heinrich IV el Grande, que había anexionado ya la Polonia de los Piast gracias a los Premyslid bohemios. El Imperio Romano, era gobernado por el primo de Edward, de raza normanda pero cultura griega y religión ortodoxa. Mientras tanto, en el antiguo Egipto, el Califa Chii Biktor I Fatimid, descendiente directo del gran Mahoma aumentaba sus fronteras hasta la lejana Persia, dónde los seldjucidas estaban en una cruenta guerra civil. El rey de Castilla se alzaba ya con la mayor parte del occidente hispánico, Aragón y Barcelona luchaban por la Marca Hispánica, mientras los ricos emires ziridíes eran obligados a abandonar la bellísima Alhambra en Granada en pos de los castellanos. El rey Edward posó su mirada en el Pequeño Reino de la Pequeña Bretaña, gobernado por la casa de Cornouaille, usurpadores de la casa de Rennes. El rey normando, para aprovecharse de esa situación, entró en guerra con el débil rey bretón, uno de los últimos vestigios de esa cultura. Mientras preparaba la invasión a Bretaña, estalló la tercera revolución aquitana en Tolouse. El rey se echó a reír y marchó a Toulose, dónde aplastó a los rebeldes. En aquella batalla, esgrimió un martillo a caballo e hizo volar la cabeza del principal líder rebelde e inventó el juego del cricket.

Tras el asedio de Rennes y la batalla de Vannes, el rey Edward vio como Höel de Cornouaille se rendía y lo exiliaba. El conde de Nantes le pidió el recién formado ducado de Bretaña, pero Edward lo exilió y revocó sus títulos. Al final, concedió el ducado de Bretaña a su cuarto hijo, el taimado y conspirador Henry, a pesar de las advertencias de William, su primer hijo. “Lo que importa es el ahora”, le dijo. Mientras Edward tomaba Bretaña, el duque Hélie Karling de Valois reclamó París de facto, en base a que formaba parte de iure del ducado de Valois. La guerra fue corta, y el duque venció, mientras Robert IV era humillado al ser derrotado por un mero vasallo y sirviente de su rival. Restableció la capital de Francia a la devastada Dijon, de nuevo. Mientras tanto, el rey Edward planeaba más guerras y conquistas contra Francia, planeando terminar con el ducado de Blois.

En la república de Gwynedd, el anciano Antoine de Luxembourg había muerto, y la heredó un patricio llamado Boson de Chatillôn, no muy inteligente, que tenía que ser ayudado por sus consejeros. Tras la muerte de Antoine, estalló una rebelión en Teviotdale.

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A partir de aquí no he escrito nada más. Si os ha gustado, batid palmas, y yo lo acogeré con reverencias.
 
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- Sigue desde el anterior hilo. Muchas gracias por seguirme =D -

El rey marchó con sus tropas, y tras una pequeña batalla allí, se enteró de que su cuñado, el rey de Irlanda, había muerto. Su esposa se reunió con él ya en Londres y marchó a Irlanda con su hijo mayor, William, cosa que produjo desazón en el rey, pues su hijo le era muy preciado. Durante aquellos días, se enteró que el conde de Charolais poseía una reclamación en la ya decadente Francia. Lo invitó a la corte, y tras enterarse de la solidez, declaró la guerra al condado de Auxerre, que estaba en guerra contra el rey Robert IV. Sin embargo, mientras tomaba Auxerre, se enteró de que su rey había sido depuesto y que otro rey, llamado Renaud estaba en el trono de Francia. El rey Edward no pudo hacer más que reírse. Haciendo cumplir la tradición de la familia, reclamó al nuevo rey de Francia Chalons para uno de sus vasallos, y durante aquella época, llegó a los cincuenta años de edad, el primer rey normando que llegaba a esa cifra. Durante un banquete por la victoria contra Francia, que fue una campaña muy corta, la duquesa de Hereford, Valdrade de Normandía pidió al rey que liberara al duque de Galloway, prisionero en las mazmorras. El rey Edward sonrió y aceptó delicadamente, se puso en pie, llamó a la guardia y gritó: “¡Guardias, prended a esta mujer, es una traidora!”. El cuerpo anciano de Valdrade fue lanzado a las mazmorras con su amigo de Galloway.

En aquél mes de marzo, el Sacro Emperador Heinrich IV de la Casa Salian murió de viejo, con ochenta y un años. Muchos lo compararon con el gran Carlomagno, y más de uno empezó a llamarlo “Heinrichmagno” y similares, pero al ver que el nombre no tenía tirada, cayó en desuso. A sus funerales acudieron muchos de los monarcas del mundo, incluso los del imperio romano, que dejaron a un lado las rencillas para dar las condolencias al nuevo káiser, Heinrich V el mal llamado Malsoberano, de Jerusalén, que se trasladó a la ciudad de Salomón para luchar contra los musulmanes más enérgicamente que su difunto padre.

En aquél tiempo, harto de la debilidad francesa, el rey de Inglaterra decidió conspirar para matar al rey francés Renaud. Tras comprar básicamente a toda la corte, sabemos que en el asesinato real hubo mucho estiércol, una posada y un campesino que lo contó todo. Y nadie se extrañó de la muerte de Renaud, tras el cuál fue coronado un pariente lejano suyo, bastante inteligente, pero sin tierras. Al nuevo rey no le dio tiempo de ascender al trono, pues murió de vientre suelto mientras viajaba a Sens. Su hija recién nacida, ya sin apenas herederos más allá de los primos lejanos, abdicó en favor del rey Edward, el cuál fue jurado como rey en las cortes de París en noviembre del año mil ciento treinta y cinco, con cincuenta y cuatro años. El sueño de William el Conquistador se había cumplido por fin. La casa se había erigido ya en Europa como una potencia digna a tener en cuenta, y en menos de cien años.

Sin embargo, su nombramiento como rey de los Francos Occidentales no le causó dicha alguna. Era muy consciente de que la muerte le acechaba tras las esquinas, y preparó su testamento. Deseaba que cada uno de sus bienamados hijos gobernara un reino de entre los cuáles él había gobernado. De modo que a su muerte, el mayor, William, heredaría Inglaterra, Edward heredaría Aquitania, Henry la Pequeña Bretaña, Richard los Francos Occidentales y Geraid el reino de Alba, o Escocia.
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Los últimos reyes franceses de Francia

Mientras ultimaba los preparativos de la herencia, estalló una peligrosa rebelión en la Pequeña Bretaña, gobernada por su hijo Henry. El rey, que estaba cerca, decidió ir a aplastarla él mismo, a sangre y fuego. Tras dos batallas muy sangrientas en Cornuaille, en las que derrotó a los rebeldes, marchó a visitar a su hijo, que reinaba en Vannes.

Supervisó él mismo las embarcaciones de la capital, y en una fría noche de marzo del año mil ciento treinta y siete, le dijo a su hijo: “He leído varios escritos de ancianos griegos que tu primo Ionannikos me mandó de la ciudad del deseo del mundo. En esos escritos, se dice que el mundo no es plano, si no redondo. Si lo es, afirmo con total seguridad que hay una ruta a Catay por los mares occidentales, lugar dónde podemos obtener grandes tesoros. Mañana me embarcaré con el León de Normandía, el León de Bretaña y el León de Aquitania y partiré a los Mares Desconocidos en una expedición en busca del saber. Entonces, hijo mío, tú serás el rey. Si todo sale bien, volveré”. Al día siguiente, el rey Edward I de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Gales, Bretaña y Aquitania subió con mil hombres a los navíos y partió hacia los mares.
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La partida del rey Edward​

Nunca más se le volvió a ver con vida en el mundo conocido.
 
Comentarios: Juro por Dios y la virgen que no tuve nada que ver con el lío de Francia. Solo me cargé a Philippe Capet para que dejara de dar por detrás :eek:o.


WILLIAM II DE NORMANDÍA
"El Demonio"
"Rey de Inglaterra"
"Rey de Gales"
“Rey de Escocia”
“Rey de Francia”
“Rey de Irlanda”
"Duque de Aquitania"
(1102 D.C – 1155 D.C)
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El nuevo rey William no esperó mucho para proclamarse rey de todos los feudos de su padre. Sus hermanos protestaron enérgicamente por la tiránica medida que emprendió el mayor, pero ignoró totalmente a sus hermanos, a los cuáles casó y despidió de su reino.

Si hay algo que destacar de William es que había heredado de su padre una ira exorbitante, que si bien le servía para la guerra, no le granjeaba el favor de sus súbditos, que habían estado acostumbrados a su amable y sabio padre, aunque a veces fuera iracundo. William desdeñaba los conocimientos que su padre Edward había acumulado en la Torre de Londres, y además, odiaba a los clérigos debido a un accidente con una moza y un sacerdote. A decir verdad, William no era un rey demasiado culto; él pensaba que el medio mantendría a raya a los vasallos, pues su padre había entrenado a un poderoso ejército regular de más de diez mil hombres, y eran el terror de Inglaterra. Cuándo fue coronado, aunó, en contra de los deseos de Edward, los territorios de su padre, tan solo coronándose rey de la Pequeña Bretaña su hermano Henry. Los otros hermanos le deleznaban, y entre los nobles se celebraban contubernios para derrocar al rey y entronizar a otro, o independizarse, incluso. El dos de febrero del año 1137, estalló la primera guerra civil de la Casa de Normandía, entre Edward y William. Prácticamente toda Inglaterra se alzó en nombre de Edward, y Francia. Pero William tenía un as en la manga: pidió ayuda a su madre, la reina de Irlanda, y al Emperador romano. Confiaba en vencer con eso. Sin embargo, a mitad de la guerra, apareció el cadáver del príncipe Edward, tirado y acuchillado en su cama, brutalmente. Nunca se supo quién asesinó al príncipe, pero muchos dicen que fue el rey William, para evitar la guerra civil y mantenerse en el trono como rey. Pero aún quedaban muchos hermanos y muchos revolucionarios. En aquellos tiempos, el hijo de Archambaud de Borbón murió en un accidente, lo que significaba la muerte de la casa de Borbón, para desgracia del rey, que se entristeció. El rey, en tiempos de paz, era muy aficionado a las fiestas y cacerías, que celebraba muy asiduamente, en las cuáles mostraba sus excesos. Solía llevarse a la cama a muchas mujeres, plebeyas o nobles, y era mentiroso por naturaleza. Su odio por los sacerdotes lo llevó a ser llamado de “El Gordo” a “El Demonio”, pues además de aquello, era cruel y torturaba a la gente, mediante métodos que había aprendido de un torturador griego que Ioannikos, su primo, había desterrado del Imperio por su maldad.

En el año mil ciento treinta y nueve, nació su hijo, el príncipe Henry. Su nacimiento fue largamente festejado por el rey y sus aduladores. Durante su reinado, se dedicó a encarcelar a sus nobles, escudándose en simples pruebas incriminatorias menores, lo que provocó varias rebeliones que fueron hábilmente paliadas. Entre ellas, el nieto del mariscal Osbern de Montenay, el genio del Conquistador, se rebeló y fue encarcelado por el rey y que no vería jamás la luz del sol hasta muchos años después. Al poco tiempo de paliar las rebeliones, su esposa murió en extrañas circunstancias y se casó con la hija del Sacro Emperador, sin muchos funerales. Dijo, textualmente, que Lykke ya había cumplido su propósito. Mientras tanto, en el sur, el gran califa de los fatimías, descendiente directo del gran Mahoma, declaró una gran yihad contra Jerusalén. El rey William declaró que no pensaba participar en la guerra, pues no tenía nada que ver con la Tierra Santa, y sus tropas se quedaron en Inglaterra. Al poco tiempo, llegó la noticia de que el emperador había muerto en batalla contra el Califa Zaia, y que su hijo de cinco años era ahora el nuevo rey de romanos. El rey William ignoró los lloros de su esposa Isentrude, que era hermana del fallecido y siguió festejando y cazando jabalíes, pero fue al funeral del emperador. Se rumorea que tuvo un pequeño romance con la emperatriz madre del Sacro Imperio, la madre del nuevo emperador, y tuvo un hijo con ella, llamado William, al cuál nunca reconocería. Pese a su patente tiranía, ninguno de sus vasallos volvió a osar alzarse contra él; puesto que sabían el destino que deparaba a los traidores en las mazmorras.

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El mundo durante el reinado de William II. Nótese la división entre el reino de Andalucía y Castilla.

A mitad de su reinado, por el mero hecho de llevarle la contraria al Papa, declaró que él era el jefe de la iglesia dentro de Inglaterra, y que por tanto, no debía pleitesía al trono de San Pedro. Nombró como su cardenal al arzobispo de Canterbury. La ley que se presentó fue la del “Acta de Supremacía”, por la cuál el rey era todopoderoso. A pesar de que los vasallos no se lo tomaron a bien, lo acataron sin rechistar. Mientras tanto, la yihad contra Jerusalén no surgió muy bien: pero aún así, el califa Zaia no se dio por vencido y siguió consolidando su imperio, que era toda Arabia y parte de Persia, como los antiguos badshah musulmanes. El veintiocho de marzo del año mil ciento cincuenta, la reina Caitlín de Irlanda murió de anciana, y sus feudos y señoríos los heredó William, que fue jurado como rey de Irlanda en las cortes de Dublín, lugar dónde habían reinado Brian I y Caitlín antes que él, incorporando el antiguo Eire a su haber. Entre sus muchos bastardos, estuvo el hijo de una princesa noruega, al cuál llamó, haciendo gala de su humor negro, Harald Haardrade. Mientras el rey se divertía, cazaba y corneaba a su esposa, en Hispania había una gran guerra civil la cuál también decidió ignorar, a pesar de las peticiones de ayuda de sus primos, que luchaban entre sí en una guerra fratricida.

Al poco tiempo, el papa decidió llamar una cruzada por el reino de Finlandia, prometiendo la redención a todo aquél que le ayudara, pero ninguno de los reyes de la cristiandad lo apoyó, pues estaban ocupados en sus mezquinas luchas intestinas. El papa, sin saber a quién recurrir, se carteó con William, concediéndole la supremacía de la iglesia inglesa si éste colaboraba en la cruzada contra los varegos. El día uno de enero del año mil ciento cincuenta y uno, miles de caballeros y guerreros ingleses marcharon a helada Finlandia, ocupada por un poderoso cacique suomenusko. Tras un gran índice de victorias, pero muchísimas bajas, habiendo tomado las ciudades principales de Finlandia, en el año 1151 fue cuándo a los taimados vasallos del rey decidieron declararle la guerra: unos buscaban la independencia; otros, subir al trono al rey de Britania, y muchas peticiones más.

El rey William tuvo que abandonar la malhadada cruzada con sus guerreros y volver a Inglaterra a librar la lucha, desde la cuál ordenó, supuestamente, el asesinato de su hermano Henry de Bretaña. Desembarcó en Ruán, dónde se enfrentó al principal líder rebelde, al cuál, en un golpe de suerte, atrapó e hizo firmar una humillante paz, encarcelándolo de por vida. Al final, quedó inútil debido a un golpe en la cabeza en una fiesta, y su hijo y canciller Henry fue nombrado su regente. El ambicioso Henry, un hombre muy perspicaz, proclamó a su padre como emperador de Bretaña, el veintinueve de agosto de 1155 y dictaminó que sus feudos se repartirían en dos: los franceses, gobernados por su hermano Edward, salvo las tierras atrás del Garona, y feudos los ingleses, gobernados por Henry. Durante esta maniobra, el príncipe fue inteligente, pues adjudicó la principal fuente de ingresos comerciales a su reino. Sin embargo, gozando de una posición privilegiada en la que podía hacer cuánto quisiera, el príncipe Henry se enteró de que su padre había muerto en la cama, apaciblemente como William II de Inglaterra y William I de Bretaña, en una pacífica muerte en la cama.

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Imperii Bretonii

Los historiadores lo han considerado uno de los reyes más tiránicos y malvados de Inglaterra, pero el miedo que inspiraba a sus súbditos haría que sus herederos reinaran con relativa paz en sus reinos, forjando una amistad veleidosa como la luna entre la Francia de Normandía y la Bretaña de Normandía. A su muerte, una estrella cayó de los cielos, y entre los plebeyos surgió una leyenda que decía que si se rebelaban contra los reyes de la casa de Normandía, el rey William el Demonio volvería para atormentarlos y hacerlos arder en los fuegos de la ira.
 
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CAPÍTULO II: FRATER BELLUM

HENRY I DE NORMANDÍA
"El Grande"
“Emperador de las Islas Británicas”
"Rey de Inglaterra"
"Rey de Gales"
“Rey de Escocia”
“Rey de Irlanda”
"Duque de Aquitania"
(1155 D.C –)
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El nuevo rey era un hombre apuesto, con una larga barba de color caoba, ojos oscuros como los de su familia, y fuerte. Solía vestir con unos vestidos sobrios y sencillos, que le conferían un porte elegante y cercano. Aún así, siempre portaba con él su corona, que era más sencilla y a su vez, mejor, que la de sus antepasados: un aro de oro con varias joyas púrpuras y nada más. Entre sus posesiones más preciadas, estaba la espada de William, a la cuál decidió llamar Rugido. Cuándo tuvo que elegir el blasón imperial, se decidió por el dragón rojo, que simbolizaba la caballerosidad y fuerza de San Jorge Matadragones, el patrón de Inglaterra. Por no mencionar que fue una forma de potenciar la leyenda que circulaba por las islas acerca de cómo William el Conquistador había derrotado en combate a Harald Haardrade con la ayuda del Santo.

Cuándo el rey Henry ascendió al trono de su padre, lo primero que hizo fue modelar toda la sala conforme a lo que había visto en sus viajes a Bizancio y a Aquisgrán. Las telas rojas y de oro fueron acompañadas por sedas purpúreas y doradas, al más puro estilo imperial. Su trono se embelleció, e hizo colocar muchos tapices representando desde Hrolf saqueando a su padre reinando en el trono con sus vasallos rindiéndole pleitesía. El nuevo emperador justificó su ascensión imperial en base a que no solo descendía del gran Carlomagno, si no que descendía por línea materna de los emperadores del imperio romano, los Komnenos. El papa, tras ser sobornado debidamente, y tras haber rechazado Henry su potestad de supremacía religiosa en favor del representante de Dios, lo erigió en Roma como Sacro Emperador de las Islas Británicas, en base a su doble linaje imperial. Una vez volvió a la Gran Bretaña, liberó a todos los nobles que su padre había encerrado, entregándoles valiosos regalos. Los nobles, asombrados, lo declararon como su emperador para siempre y lo alabaron y reverenciaron. Los nobles libres, al ver la generosidad del nuevo rey, también lo reconocieron y le favorecieron. Tras reunir de nuevo a su ejército, desperdigado por Francia y Finlandia, marchó de nuevo a Escandinavia, a luchar en las cruzadas contra los suomenuskos demoníacos que sacrificaban a sus prisioneros. Reunió más de treinta mil hombres bajo su estandarte, una gran proeza, teniendo en cuenta que los campos estaban marchitos debido a los cincuenta mil que su padre se había llevado y que nunca habían vuelto. La gran cruzada finalizó tras una tortuosa batalla en mitad de Finlandia, entre veinte mil hombres de cada bando. El emperador mostró en ella su valía, y el papa, conmovido, lo nombró rey de Finlandia, destronando a Kezhay de Perm, el rey. Henry, mostrando su buen talante, le concedió el reino y la independencia a un hermano bastardo suyo, llamado William, que era el hijo de la emperatriz viuda del Sacro Imperio.

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Solo con la participación de Henry se logró vencer a los paganos
Tras la gloriosa cruzada contra los paganos varegos, el emperador se enteró de que el Sacro Emperador había perdido Tierra Santa, y que ahora estaba en manos del califa Zaia, el cuál tenía un gran imperio que amenazaba ya al Imperio Romano de Oriente, que pese a que se alzaba poderoso por fuera, pr dentro estaba plagado de luchas mezquinas para derrocar al basileus Ioannikos, el cuál estaba en guerra civil desde hacía años. El emperador de Bretaña, para garantizar su seguridad y la de sus sucesores, casó a su medio hermana Isentrude con el Sacro Emperador, y a su hermana Anne, con el príncipe púrpura del imperio romano.

Los matrimonios imperiales fueron acontecimientos de la época que serían recordados por mucha gente. De hecho, surgió un dicho, que decía: “Solo se come mejor en la boda del emperador”, muy en boga entre los plebeyos. El emperador, para mostrar su poderío, celebró muchísimos festines y fiestas, tomando por el ejemplo al cónsul Julio César, que se ganó al pueblo de esa forma. Los ingleses, cuándo veían al emperador, gritaban: “¡Que viva el césar Henry!”. El mismo emperador, tras haber leído crónicas imperiales de Roma, descubrió que los romanos habían construido un muro en Gran Bretaña, y mandó varias excavaciones a buscarlo, infructuosamente. Sin embargo, años más tarde, un pastor encontró las ruinas de una muralla cerca de un bosque, y gracias a él, se pudo restaurar el Muro de Adriano, cómo una poderosa defensa que recorría casi toda Inglaterra. El emperador, consciente de que se estaba formando una nación, empezó a lanzar arengas a su pueblo, y reverenciaba a los héroes britanos del pasado. Alfred el Grande se consideró el Pater Patriae, al más puro estilo romano; mientras que Boadicea, la reina guerrera que tanto hizo sufrir a los romanos pasó a ser una heroína nacional. También se elevó a William, como el defensor de los ingleses y derrocador de tiranos. Aunque fuera mentira, nadie de su época vivía ya para contarlo, y mucho menos para negarlo. Curiosamente, en aquella época, empezaba a perfilarse con discreción el patriotismo para aumentar la moral de la gente.

Durante el reinado imperial, surgieron varias rebeliones peligrosas que amenazaron con destruir la cara estabilidad del reino. El emperador las paliaba el mismo, con su ejército regular de más de diez mil hombres. El antiguo ejército de su padre había sido asesinado o muerto en la desastrosa campaña de la cruzada, y solo quedaron cien, los cuáles formaron parte de la Guardia Imperial, que vestía de oro, púrpura y rojo.

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El poderoso imperio fatimida amenazaba a los guerreros de piel oscura de Abisinia y al imperio romano
En Albión, la hija del emperador nació el uno de enero del año mil ciento sesenta. El emperador, se alegró sobremanera del nacimiento de su hija, cuyos abuelos era el difundo káiser Heinrich V el Malsoberano y el emperador William II, de modo que su había alguien que rechazara la verdadera naturaleza imperial de Bretaña, lo negaría al ver la línea de oro que formaban los antecesores de Elisabeth. El emperador, festejó el nacimiento con muchas fiestas, invitando a sus nobles y concediendo regalos dignos de reyes hasta los más pobres. Además, formó la Orden de la Jarretera, a la que pertenecerían todos los caballeros ingleses que fueran nombrados. Además, celebró varios torneos y cacerías. Sin embargo, el emperador esperaba un hijo, pues sabía que los reyes de antaño que habían intentado hacer heredar a sus hijas les había salido fatal. Sin embargo, decidió nombrar como su heredera a Elisabeth. Durante las celebraciones, mandó un ejército a vigilar a su hermano bastardo William en Finlandia, pues sabía que la población pagana escandinava no era propensa a aceptar a extranjeros como reyes, y siempre corría el riesgo de que el rey de Perm intentara conquistar Finlandia de nuevo.
El pueblo de Bretaña lo amaba. No solo los ingleses, a cuya cultura pertenecía, si no también los galeses, escoceses e irlandeses. El emperador, siendo sabio, decidió que en su imperio se aceptarían todas las culturas que hubieran estado en el país alguna vez. Además, formó un concilio de sabios similar al witangemot, llamado “el Círculo”, que lo aconsejaba y le ayudaba a establecer las leyes que Henry legislaba. Disminuyó los impuestos, para evitar rebeliones, puesto que las arcas imperiales estaban repletas de oro. Además, construyó nuevas ciudades y fortificó las marcas. La ciudad de Burdeos fue remodelada como la capital de Aquitania, desde donde el regente del reino la dirigía en ausencia del rey, que prefería mantenerse en Londres. Sin embargo, muchas veces viajó a Burdeos, la cuál era para él la ciudad perfecta. En aquel glorioso año, también nació su hijo Henry, pero murió a las pocas horas, con gran pesar para la familia. Tras él, a los pocos meses nacieron Alba y Anne, dos princesas gemelas idénticas. Se celebraron muchísimas fiestas y jaranas por el nacimiento imperial.

El imperio gozaba de una paz y una tranquilidad como nunca.
 
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Esto se anima, bien manejado!

Pues estoy pensando en hacer un paréntesis temporal al EUIV, para ver si se podría hacer algo, la verdad, aunque no sé con que estilo escribir los AARS del Europa Universalis. Lo que sí tengo claro es que creo que voy a empezar un aar nuevo y mejor.
 
voy a editar el primer post, para poner lo del segundo, que veo que esta repetido.
 
Muchas gracias, señor Tully. La verdad es que no tengo ni idea de por qué ha pasado, pero bueno...
 
Pues estoy pensando en hacer un paréntesis temporal al EUIV, para ver si se podría hacer algo, la verdad, aunque no sé con que estilo escribir los AARS del Europa Universalis. Lo que sí tengo claro es que creo que voy a empezar un aar nuevo y mejor.

¿Eso quiere decir que vas a abandonar este? :(
 
¿Eso quiere decir que vas a abandonar este?

Sí, por el momento. Os dejo con el pequeño final y me pongo a preparar el siguiente, a ver cómo sale.

El anciano cronista dejó la pluma embadurnada de tinta en el scriptorium. Se sentía cansado, destrozado, roto. Ya había narrado demasiado. Era mucho lo que había escrito en su vida.

- Iré a descansar. - farfulló.

Al día siguiente, los monjes lo encontraron muerto, cómo los viejos reyes cuya vida había narrado como cronista. El escrito Leo victorem fue titulado como "Leo Victorem, vidas de cinco monarcas". El cadáver del anciano fue enterrado en la abadía de Wiltshire.