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A. Blackthorn

Plantagenet enjoyer
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[CK2] Una crónica Angevina

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¡Hola a todos! Aquí estoy de nuevo para presentaros un pequeño AAR que ando escribiendo acerca de la Casa de Anjou. La idea es ofrecer una versión "histórica" de los hechos que he jugado en Crusader Kings II, de modo que el estilo narrativo será similar a una crónica de hechos que os ofreceré mediante capítulos, usualmente fundamentados en la vida de cada conde-duque de Anjou con el que juegue. No busco arrebatar a corto plazo el Reino de Francia a los Carolingios, si no que la estrategia, por el momento, será la de consolidar la dinastía dentro de Francia, y los objetivos son relativamente sencillos. Una vez los alcance, veré que nuevo rumbo toma el AAR. En líneas generales, estas son mis ambiciones:

- Conquistar, asimilar y integrar a Francia el Reino de Bretaña.
- Consolidar el ducado de Anjou dentro de Francia.
- Tratar de unir los ducados de Normandía y Anjou una vez este se forme.
- Crear un Imperio Angevino similar al de Enrique II de Inglaterra.
- Todos los condes-duques de Anjou tendrán por nombre Geoffrey o Foulques.

Trataré de mantener una línea histórica en la medida de lo posible en lo que me envuelva. En el año 900, o antes, Hrolf de Normandía invadirá y tomará el norte de Francia, estableciendo el ducado de Normandía; la casa de Poitou debería tener en sus manos toda la Aquitania y Poitiers, con sus respectivos Guillermos; la familia de Toulouse ocupará el sur de Francia, y espero que Guifré el Pilós de Barcelona alcance la dignidad condal que le corresponde. Seré en la medida de lo posible leal a la dinastía carolingia, pero también he pensado en apoyar reivindicaciones reales al trono de Francia de otras dinastías, o incluso postularme yo mismo como monarca: todo dependerá de los traits del personaje y mi manera de interpretarlo.

 
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Los inicios de la sangre

Capítulo I: Los inicios de la sangre

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Torcuato de Anjou, fue un diestro guerrero entre las filas del emperador Ludovico Pío. A pesar de sus orígenes humildes enseguida se destacó en la corte imperial itinerante del hijo de Carlomagno. A los catorce años, Torcuato luchó en las fronteras del imperio contra los musulmanes; a los treinta, combatió contra los hijos insurrectos del emperador Ludovico en la tremenda guerra civil que fragmentó el Imperio Carolingio. El anciano emperador no tardó en dejarse llevar a la tumba, aquejado por las tramas e intrigas de sus hijos, y cometió un crucial error antes de morir: según la tradición de los francos, debía dividir su reino entre sus descendientes, para satisfacer a los ancestros y a sus hijos. El mayor, Lotario, recibió el reino de Francia Media y la rica Italia; el mediano, Luís el Alemán, obtuvo de su padre la Francia Oriental, que incluía la marca bávara, y el menor, Carlos el Calvo, obtuvo la Francia Occidental, cuyo dominio se extendía desde Flandes hasta Barcelona.

Torcuato seguió enseguida a su amado Ludovico en el tenebroso viaje a la muerte. Tan solo unos años después de que el emperador expirara entre sus ambiciosos hijos; Torcuato dejó sus escasas posesiones de guerrero a su vástago Tertulle, que en premio por la lealtad de su padre, fue nombrado como marqués y vigilante de una pequeña marca en el norte de Francia. Carlos el Calvo, su nuevo señor e hijo de Ludovico, le encargó la defensa de la frontera sur con el reino de Bretaña, y fue allí donde el joven Tertulle conoció a Giles, uno de sus mejores comandantes y amigos que le ayudaría a consolidar su posición de defensor de Francia.

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Carlomagno siempre fue un referente para la dinastía angevina, y a lo largo de su existencia, los duques de Anjou respetarían a los descendientes del emperador​

Tertulle murió a los diez años de ser encomendado guardián de las marcas, y en ese instante se puede afirmar con total seguridad que nació la casa de Anjou. Ingelger obtuvo de Carlos el Calvo la confirmación de su título, si no que fue ascendido a la dignidad de conde y se le concedió el castillo de Angers, donde nacerían en el futuro todos los vástagos de la Casa de Anjou, la dinastía más destacada de entre los vasallos de la Francia Carolingia. Por supuesto, Ingelger no sabía en esos momentos que su nombre se envolvería en el lustre de la gloria, y simplemente se acomodó en su poltrona, aconsejado por el viejo Giles el Bretón, y empezó a dirigir férreamente el destino de su nuevo feudo: Anjou.

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Representación medieval de Ingelger de Anjou, el Rico​

Los objetivos del nuevo conde estaban muy claros: debía de apoderarse del vizcondado de Vendôme si quería empezar a ser importante dentro de la miríada de vasallos del duque Hugo el güelfo, su señor legítimo y dueño de casi todo el norte de Francia. Ingelger era un hombre inteligente, prendido del orgullo de los nobles y valientes orígenes de su familia; con un gran don para crear dinero - y dilapidarlo, para que engañarnos -, paciente, metódico y honesto. Si bien es cierto que se regulaba con suma correción en los placeres de la comida y la bebida, se puede aseverar que muchas de las granjeras del próspero condado fueron seducidas por el conde, que hacía gala de unas dotes de seducción casi demoníacas que no le valían el aprecio de los eclesiásticos que le servían como vasallos.

El joven conde, en una visita a París junto a su señor, el duque Hugo, se encontró con Ermengarda, una de las muchas hijas del rey Carlos el Calvo, y quedó prendado de ella hasta el punto de pedir humildemente al rey de los francos que le diera su bendición para unirse en matrimonio. Al principio, el monarca pareció dubitativo, pero accedió y entregó a su hija al conde Ingelger. Conociéndolo, incluso ya habría plantado su semilla angevina dentro de la princesa antes del matrimonio, en contra de las costumbres férreas de la época que promovían la castidad y la moderación.

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No parece que el duque Hugo el Güelfo e Ingelger se apreciaran demasiado, incluso volvieron separados de París. ¿Por qué será?​

Así pues, tras una ceremonia nupcial llena de fasto y celebración en la corte parisina, Ingelger cruzó con su nueva esposa los feudos del duque Hugo, hasta llegar a la deprimente fortaleza de Angers. El conde, instigado por su manipuladora esposa, decidió mejorar y embellecer con prodigio la zona, gastando un dineral a manos llenas para convertir Angers y sus aledaños en un condado próspero y hermoso de verdad. Sus arcas, casi inagotables, le valieron entre la plebe el apodo de "el Rico", que es el que nos ha llegado a nuestros días y por el cuál se le conoce en el folclore francés, en cuyas historias el conde protagoniza innumerables líos de cama dignos de su figura histórica real.

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Adivinad que opción tomó​

En definitiva, armado de valor, Ingelger remató la faena con su esposa y volvió a los asuntos administrativos que tanto embriagaban sus sentidos, sobre todo en cuánto a dinero se refería. Sus consejeros más allegados, entre ellos Gilles el Bretón, caballero de armas tomar y leal capitán de la guardia condal, le aconsejaron al procaz conde que fraguara una reclamación hacia Vendôme, famosa por sus vinos y por su riqueza natural, que estaba a cargo de un cruel señor que desagradaba al pueblo. Haciendo gala de un sentido de la honorabilidad nulo, una ética apabullantemente maquiavelista y una irrespetuosidad por la vida ajena, Ingelger mandó asesinar al señor de Vendôme sin el menor titubeo, además de inventar una sarta de papeles sin ningún rigor que aseguraban la legitimidad del gobierno de Ingelger sobre Vendôme, asegurando que dicho territorio había estado bajo el dominio de un viejo conde de Anjou y que por ende pertenecía al legítimo conde.

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¡Guerra!​

La guerra fue declarada a la heredera del señor de Vendôme, una niña de tres años, y enseguida las tropas de la mocosa imberbe usurpadora, como aseveraban los lacayos de Ingelger, fueron aniquiladas bajo las huestes del conde, al mando del capitán Gilles, que ha pasado destacadamente a la historia como uno de los más leales, honestos y mejores estrategas de la Francia Carolingia, eclipsado por la figura del conde Ingelger en la historia, que procuró adecentar todas sus victorias con ciegas muestras de fanatismo y adjudicárselas él mismo. Ingelger, en realidad no tenía ni la más menor idea de combatir, dirigir o de estrategia, e incluso se dice que vomitó ante la visión de un campo de batalla en cierta ocasión. La victoria sobre Vendôme y la usurpación del condado, se debe sin duda a Gilles y a sus hombres, y no a Ingelger, que simplemente esperó en su trono en Angers las noticias de la victoria de Gilles y la obtención del condado de Vendôme. Un paso más hacia el poder...

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Escudo del vizcondado de Vendôme​

La táctica del asesinato que había acabado con el vizconde de Vendôme pareció agradar al joven Ingelger: una lluvia de flechas se había cernido sobre él mientras viajaba a través de la carretera con su séquito de leales, peregrinando hacia Santiago de Compostela. Jamás se encontraron a los asesinos, y se achacó a una compañía de bandidos que habitaban un bosque cercano, grupo de bandidos que fueron eliminados implacablemente por Ingelger cuándo tomó posesión del vizcondado de Vendôme a modo de represión implacable. Ello nos muestra la clara ambición y la personalidad sinvergüenza del conde angevino, que no dudaba en mentir y manipular datos y hechos para asegurarse el dominio sobre el territorio recién conquistado y contar con la nominal aprobación del rey Carlos de Francia.

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Carlos II el Calvo
Así pues, tras obtener el vizcondado de Vendôme, decidió tomar un gran paso que precipitaría a la dinastía de Anjou a la gloria: decidió acabar con el duque Hugo el Güelfo, su señor. Encomendado los deberes del plan y la intriga al maestro de espías Adalbert, Ingelger enseguida empezó a consolidar su nueva base de poder. Al cabo de unas semanas, cuándo prácticamente todos los allegados de Hugo fueron comprados por los espías de Ingelger, se decidió dar el golpe. El duque era un hombre extremadamente piadoso, y tenía por costumbre visitar cada sábado una ermita remota donde habitaba un eremita de gran sabiduría que aconsejaba al señor en materia teológica, de modo que los miembros de la guardia del duque fueron comprados para desatender sus deberes de guardia durante la visita semanal al ermitaño. Cuándo Hugo el Güelfo salió del santuario, se encontró con que un grupo de arqueros enmascarados lo apuntaban con flechas. No tuvo tiempo a reaccionar, pues le asaetaron con saña y acabaron con él en un abrir y cerrar de ojos.

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Hugo el Güelfo estaba como un queso​

La guerra no tardó en estallar cuándo llegó a la corte de Tours la noticia de que el duque estaba muerto, pero no por parte del cauteloso Ingelger, que aún no contaba con el total apoyo del resto de los vasallos del duque, si no por parte de Eudes Capeto, el hijo de Roberto Capeto el Fuerte. Eudes reclamaba para sí los territorios del fallecido Hugo, esgrimiendo a base de espada y escudo los derechos sucesorios de su padre, que también fue en su día señor de aquellas tierras gobernadas por Hugo el Güelfo. En un principio, la hija del duque, una infante de cuatro años que padecía enanismo, se temió lo peor, pero astutamente, Ingelger llamó a todas sus levas y acudió en socorro de la joven duquesa, que apenas reunía unos quinientos hombres, desleales y poco dispuestos a derramar sangre por la desafortunada niña.

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¡Traidores por todas partes!​

Entre las paupérrimas tropas de la duquesa y las mesnadas del conde de Anjou, capitaneadas de nuevo por el avezado Gilles, se reunieron más de mil doscientos hombres de predominancia angevina. Ante la llegada de las tropas de Ingelger, las huestes de la duquesa recibieron una gran inyección de moral, y junto, el nuevo ejército enseguida puso en sitio la ciudad de Chartres, capital de los dominios de Eudes Capeto, el conde rebelde. La ciudad cayó tras meses de asedio, y las tropas de Eudes cometieron un crucial error al dejar atrás el saqueo de la campiña de Normandía y tratar de asestar un golpe al compacto ejército de Ingelger y la duquesa. Aplastados quedaron cuándo se encontraron frente a una perfecta alineación de hombres robustos y valientes capitaneados por Gilles y los comandantes de Anjou, que derrotaron a los rebeldes en un golpe magistral en la que sería conocida como la sangrienta batalla de Dreux.

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En recompensa por sus servicios y labores a la hora de asegurar el ducado, a Ingelger se le concedió Maine, antiguo feudo de uno de los nobles rebeldes exiliados del ducado. Las tierras de Maine eran ricas y repletas de oportunidades, y el nuevo conde no dudó en dar castillos a sus consejeros más leales. Mientras que el maestro de espías Adalbert fue recompensado con Beaumont, el fiel Gilles el Bretón recibió otra fortaleza que sería cuna de su dinastía y de su sangre. Ensalzado ya Ingelger, que veía su ambición casi alcanzada, mandó sendos mensajes y regalos a los condes de Ruán y Evreux, que le brindaron su apoyo en la más alta empresa que acaeció en la vida de Ingelger: la guerra con la duquesa.
 
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Capítulo I: Los inicios de la sangre
Parte II



La muy buscada y muy merecida guerra contra la duquesa Agnes la Güelfa jamás se produjo. Apoyado por el conde de Chartres y los señores de los poderosos condados de Amiens y Evreux, el conde Ingelger mandó una misiva en tono imperativo que instaba a la joven duquesa a entregar sus territorios en base a la elaborada reclamación forjada en años de intrigas, falsificaciones y sobornos. Aquella maniobra tan solo era un pretexto para adecentar y dar legitimidad a la guerra en ciernes, pero Ingelger no cabió en su gozo cuándo se le informó de la rendición de la duquesa y la cesión de todos sus territorios, dignidades y títulos al mismo Ingelger, que fue elevado, por fin a la dignidad ducal y fue convertido en duque de Anjou.

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El rey Carlos el Calvo, el beligerante y autoritario monarca de Francia estaba demasiado ocupado librando un sinfín de guerras contra sus parientes carolingios, de modo que confirmó a aquel minúsculo conde de Anjou a la dignidad ducal y simplemente le pidió levas para acometer las duras batallas en las que los francos se sumían asiduamente. ¿Qué más daba una niña que un hombre, si mandaban oro y tropas? Enseguida Ingelger, investido como un hombre prominente en la alta sociedad, fue nombrado Mayordomo del Reino de Francia, en uno de los ocasiones retornos del rey a la capital parisina. Dicho título tenía una gran importancia simbólica, ya que era el mismo título que los ancestros de los monarcas carolingios habían lucido antes de expulsar a los merovingios y proclamarse reyes de los francos. En aquella época de relativa paz dentro del ducado, creció el primer hijo de Ingelger, el que sería conocido como Foulques I de Anjou, un maestro diplomático sin parangón en la historia de Francia que supo revertir él solo los resultados de las guerras y los tratados de paz en los que se sumió en vida.

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Si Ingelger era un administrador magnífico, Foulques era todavía mejor que su padre, por lo que fue designado consejero diplomático, o canciller, en el pequeño concilio ducal. Enseguida empezó a reclamar tierras de la Marca Bretona para su padre, e incluso lo instó a atacar al reino vikingo de Nantes. La guerra con Nantes fue breve, y se lograron tomar los condados de Vannes y Nantes, entregados para su cuidado y manutención al mismo capitán de la guardia Giles el Bretón, que fundó una prolífica dinastía en la frontera con una Bretaña convulsa por los avatares de la guerra y el desangramiento interno. Tan solo un invasor externo, un catalán llamado Miró, de la dinastía gobernante en Barcelona, logró unir a los bretones bajo su mando. A pesar de las conquistas de Foulques e Ingelger, su dominio sobre las tierras del norte se vio ensombrecido por la llegada de un caudillo vikingo llamado Hrolf, que empezó a saquear las tierras de Amiens y Eu con una sanguinaria hueste vikinga proveniente de Escandinavia. Ingelger mandó llamar a sus levas para hacer cara a la trepidante amenaza norteña, pero las tropas de Anjou y Francia fueron derrotadas a orillas del río Sena, por lo que Carlos el Calvo tuvo que ceder la dignidad ducal a Hrolf y las tierras de Normandia, a cambio de que se bautizara y se convirtiera al cristianismo, jurando que ya nunca más volvería a saquear a los francos.

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Quedó constituido así el ducado de Normandía, o de los nordmanni ergo los hombres del norte en el idioma latino. Su dominio se extendería desde Eu hasta Mortain, y durante siglos serían los principales rivales directos de los duques de Anjou, con los que pugnarían en innumerables disputas y peleas de mayor o menos relevancia que vertieron las ricas tierras de ambos ducados de sangre. El hijo de Hrolf, Ricardo, fue instruido en una corte cristiana, y a pesar de haber nacido en alta mar, siempre se comportó como un normando, más que como un nórdico, como hiciera su padre. La fusión de ambas culturas, la francesa y la nórdica, daría lugar a la cultura normanda en los siglos venideros, predominante en aquella zona. En los años venideros, Ingelger olvidaría los territorios que había perdido en Normandía -los condes de Amiens y Eu eran vasallos suyos- y empezó a centrar, por recomendación de su hijo, la vista en el ducado de Berry, que estaba siendo gobernado por Eudes el Capeto, el hijo de Roberto el Fuerte.

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Ingelger, sin embargo, sabía que el exceso de territorios bajo su dominio enfurecería a sus vasallos y a sus numerosos hijos -varias crónicas nos aseguran que tuvo más de diez-, de modo que una vez logró cambiar las leyes de sucesión por la primogenitura, se lanzó a la conquista del condado de Berry. Con el apoyo del duque de Poitou, cuya hermana estaba casada con uno de los hijos de Ingelger, y enfrentándose a Eudes de Berry y a la duquesa de Borgoña, estalló una cruenta guerra repleta de traiciones, intrigas y batallas. Uno de los hijos del ya fallecido Gilles el Bretón había osado levantarse en armas contra Ingelger, en apoyo del duque de Berry. Finalmente, Ingelger logró sobreponerse al golpe y acabar con el noble rebelde, por lo que pudo lanzarse totalmente a la guerra y enfrentarse en igualdad de condiciones sin impedimentos en Moulins.

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La victoria fue casi total para las mesnadas de Ingelger, que entre el pueblo llano era conocido como "el de las calderas", ya que tenía que llevar muchísimos suministros y dilapidar parte de su fortuna para mantener a la cuantiosa cantidad de levas que mantenía para combatir, más de dos mil hombres de variada extracción con la única voluntad de vencer. La duquesa de Borgoña no mandó más tropas, y pronto la ciudad de Bourges sucumbió al tenaz sitio que Ingelger sostuvo durante años. Eudes el Capeto claudicó su ducado, a cambio de que fuera heredado a la muerte de Ingelger por uno de sus otros muchos hijos en vez de por Foulques. El elegido fue el intrigante Roberto el Silencioso, cuarto hijo del duque.

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Tras la gran guerra con Berry, vino un periodo de estabilidad y bonanzas en los terrenos del duque que sería ampliamente recordado por los siervos y vasallos de Ingelger durante largo tiempo. Las fiestas, francachelas, cacerías y festivales fueron cosa común durante los años que precedieron a la conquista, y terminaron por asentar a Ingelger en su nuevo trono. La legitimidad se gana con el contento del pueblo y no con unos burdos papeles, se dice que comentó en cierta ocasión el propio duque de Anjou, que nunca tuvo interés en la lectura o el estudio y siempre dedicó su vida a las más bajas pasiones que la Iglesia puede condenar. Sus bastardos e hijos ilegítimos fueron tan incontables como las doncellas que mancilló en sus cincuenta y cuatro años de existencia, y todos los padres desde Maine hasta Moulins suspiraron de alivio al enterarse de que Ingelger fue encontrado muerto un caluroso cinco de junio en su cama, aparentemente por causas naturales.

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Y, así, envuelto en mortajas dignas de un rey, el cuerpo de Ingelger de Anjou fue enterrado en la abadía de Angers, mientras su ambicioso hijo alcanzaba la dignidad de duque de Anjou como Foulques I.


 
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¿Cuantos comandos usaste para el AAR? :p. No importa, te ha quedado perfecto. Muy original y entretenido. Me suscribo a ver en que líos se meten estos Angevinos.
 
Hay algo que no me queda cláro ¿Qué razón histórica hay para limitar a solo 2 nombres a los futuros angevinos?
 
¿Cuantos comandos usaste para el AAR? :p. No importa, te ha quedado perfecto. Muy original y entretenido. Me suscribo a ver en que líos se meten estos Angevinos.

Cuándo me veo obligado a utilizar trucos es únicamente para equilibrar la partida para que no se desmadre demasiado todo, nada que afecte a mi modo de juego directo. Tengo mucho aprecio por los tres DLC's de escudos históricos y siempre gusta verlos en lo alto, jajaja.

Hay algo que no me queda cláro ¿Qué razón histórica hay para limitar a solo 2 nombres a los futuros angevinos?

Tengo constancia de que todos los condes de Anjou utilizaron esos dos nombres tan solo; aunque si alcanzo a obtener el reino de Inglaterra sí aparecerán Enriques, Ricardos y Eduardos por doquier, aunque viendo el percal en las islas británicas está complicada la cosa.

¡Gracias por vuestro interés! ^^

PD: El "genio" del rey de Francia ha perdido Toulouse a manos de Abderramán III y al Papa no se le ha ocurrido nada mejor que llamar a las cruzadas en 908, ¿es algo normal? xD
 
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Pues todo depende bastante de tu partida, las cruzadas se pueden dar si se dan una serie de eventos (Caida de Constantinopla en manos arabes,Se alcanza una fecha y Jerusalem sigue siendo arabe,Caida de Roma en Manos arabes,ETC ETC) y sobre lo de Tolosa... La vida en el CK2 esta llena de sorpresas :p
 
Me apunto.