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Kairn

Sergeant
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Jan 2, 2012
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Año 151 tras la llegada de Mahoma a Medina
Invierno en la costa norte de África


Hace ya un año que el beduino suní Umar Muhallabid, gobernador provincial bajo el Califato Abbasida, ha sido destinado a Túnez para tomar el mando de la costa norte africana. Liderando sus 500 jinetes desde el corazón del Califato, Umar ha sabido ganarse a los líderes locales para situarse a la cabeza de la región. Sin embargo, en lugar de portar el estandarte del Califato, Umar se ha proclamado Sultán de África, rechazando la legitimidad de los Abbasidas para dirigir el Imperio Musulmán y renegando del Califato. Lo que no esperaba Umar ha sido el levantamiento en el corazón de sus provincias de los bereberes ibadíes, 40 años después de que una rebelión similar dejara fuera de las manos del Califato todo el Maghreb occidental. Hatim Malzuzi, el oficial bereber más brillante y valiente de la región, ha conseguido ganarse a las fuerzas locales señalando la intolerancia de los sunitas hacia otras perspectivas de la fe. Se ha proclamado Emir de Tripolitana, y las provincias de Tripolitana, Leptis Magna, Syrte y Yerba se han plegado a él, dividiendo en dos las tierras de los partidarios del Sultán Umar. Aunque la mayoría de la población en la zona rebelde es bereber, un crisol de confesiones cohabitan en ella: suníes, ibadies y católicos herederos de la antigua ocupación romana.

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Desde Túnez, el maquinador Umar planea aplastar la rebelión de Hatim y recuperar las tierras que considera suyas por derecho propio. Hatim reconoce que las fuerzas de las que dispone Umar son muy superiores a las suyas, además de estar rodeado por sus vasallos en oriente y en occidente. La estrategia del bereber durante todos estos meses ha sido buscar la rebelión del Emir Azim de Cirenaica, el gobernante de las tierras del Sultanato de África al este de Tripolitania. Si Azim reniega del Sultán, Hatim sólo tendrá que focalizar sus esfuerzos militares en un solo frente. Sin embargo, el Sultán Umar no es el único problema del líder bereber. En su intención de dirigir las tierras levantadas como si de un ejército disciplinado se tratara, ha centralizado en él mismo el gobierno de las cuatro provincias, tomando decisiones arbitrarias sin tener en cuenta a consejeros e implicados, e ignorando frecuentemente los preceptos de la fe ibadí. Todo ello está teniendo resultados nefastos: los gobernantes bajo su mando sienten que su Emir no les presta la suficiente atención ni recursos para dirigir sus dominios, y en consecuencia no llegan todos los tributos que Hatim exige de ellos. Y sus súbditos y cortesanos lo ven como un general que acaba de saborear el poder recién adquirido y no duda en abusar de él, por encima de cualquier justicia o moral. Por si fuera poco, Hatim ha sido siempre hombre de armas pero no de familia. Pero ahora, con 49 años y su dinastía Malzuzi recién fundada, comienza a darse cuenta de la necesidad de tener una descendencia que recoja su legado.
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Invernal día 13 del mes Dhu I-Hijja, año 151 tras la llegada de Mahoma a Medina
Sala del trono, Fortaleza de Assaraya Al-Hamra, Trípoli


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Hatim entra con paso marcial en la amplia estancia, ataviado como siempre con sus impecables ropajes de oficial y su daga bereber ricamente ornamentada al cinto. Los presentes le hacen una reverencia y le abren paso inmediatamente en el pasillo central para que cruce sobre la antigua pero bella alfombra central hasta su trono, elevado sobre un par de escalones. Allí se encuentran los cinco miembros de su consejo y los cuatro comandantes a cargo de sus tropas, pero como novedad el Emir también ha convocado a los Valís de las mezquitas de Nalut y As Sultán (en Tripolitana y Leptis Magna respectivamente). Hatim se sienta sobre el trono, y sin más preámbulos, comienza a hablar: Hace ya un año que hemos logrado la independencia bereber de los opresores árabes sunís, pero eso no quiere decir que aún podamos considerar que hemos logrado la victoria por nuestro pueblo. ¿Qué nuevas me traéis desde Túnez? –pregunta inquisitivo. Dos personas avanzan un paso, siendo el primero en tomar la palabra el carismático Barakat: Gran Hatim, mi paso por la corte de Umar ha sido cauteloso y prudente, pues el Sultán es cruel con sus enemigos. Pero he de deciros con orgullo que he entablado buen trato con el Emir Azim de la región oriental Cirenaica. El Emir se encarga de la administración de los territorios de Umar, pero como buen bereber no siente aprecio alguno por el Sultán. Varias veces hemos criticado en privado su crueldad y su inconveniencia como gobernante… El Emir asiente, y su mirada gira hacia el otro adelantado. ¿Masgava? El clérigo mentado habla bajando la vista: Mi Emir, la provincia de Túnez es más avanzada… su gran fortaleza tiene establos, sus villas bazares y puertos, y sus mezquitas son espléndidos complejos fortificados… Sin embargo, sus tropas no están mejor equipadas que las nuestras, y aunque nos superen en número, no creo que lo hagan en destreza. Por desgracia, el Sultán cuenta con otra baza… El Sultán Yazid de Egipto es el hijo del primo de su padre, por lo que podría llamarle a las armas si se ve envuelto en una guerra… El Emir se acaricia la barba con mal gesto escuchando estas nuevas… Tras unos segundos pensativo, añade: Partid de nuevo hacia Túnez y continuad con vuestras labores, tú desestabilizando a sus vasallos y tú informándome de todo lo que veas para poder estar prevenidos… Los súbditos asienten con la cabeza, y retroceden un paso para situarse con los demás.

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Su mirada severa se vuelve hacia el resto de presentes: ¡Ghani y Ghumer! –llama con autoridad. Ambos comandantes se adelantan con paso firme, haciendo una reverencia. Ghani, tu valentía es admirable, pero eso no es suficiente para que un alcalde sea capaz de dirigir con presteza un ejército. Lo mismo digo de vos, Ghumer: la mano dura os garantiza obediencia, pero no os hace más hábil en el campo de batalla. Ambos quedáis relevados como comandantes en este momento: dejad ante mi vuestras cimitarras para que otros más capaces dispongan de ellas. Ghumer obedece diligentemente, y Ghani lo hace tras hacer una mueca hosca con su rostro. Ninguno de los dos habla, y con un gesto de la mano el Emir hace que vuelvan un paso atrás con el resto. Mellal… -el fuerte comandante y gobernante de Abu Hadi avanza con paso marcial hasta quedar ante su Emir- …vos también vais a dejar aquí vuestra cimitarra de comandante. El hombre desengancha su cinto y lo deja a sus pies diligentemente. Aprecio tu destreza marcial, pero a partir de ahora no me sirves a mi –asevera haciéndole retroceder con un gesto de la mano. El rostro de todos los presentes muestra extrañeza ante tal declaración. He decidido que, salvo en la provincia de Tripolitana, voy a delegar el gobierno de las demás en algunos de vosotros. Ya me habeis informado continuamente de las dificultades para llevar todas las riendas del Emirato desde Trípoli, por lo que voy a daros la posibilidad de gestionarlas desde cerca. Espero no tener que lamentar esta concesión… -dice de mala gana.

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Lacumaces, venid aquí. El teólogo avanzó obedeciendo. Desde hoy sois el Jeque de la provincia de Syrte. Desde vuestra mezquita de As Sultan gobernarás la frontera oriental para mi, por lo que Mellal rendirá ahora cuentas ante ti. El teólogo hizo una lenta reverencia, comentando: Es un gran honor para mi, espero estar a la altura de vuestra confianza. Barakat seguirá poniendo sus esfuerzos para que Cirenaica no sea un enemigo, pero no bajeis la guardia en la frontera. Así será, mi Emir.

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Ghani, avanzad –ordena, mientras Lacumaces retrocede. Tú te encargas desde hoy de la frontera occidental, así que dejo bajo tu custodia la fortaleza de Houmt-Souk, en Yerba. El rostro del hombre muestra cierto desconcierto: Mi Emir… soy el gobernador de la villa de Midoun… no me pidais que deje mi cargo… No lo vas a dejar, sino que también vas a asumir la dirección de la fortaleza –aclara el Emir. Los presentes se miran los rostros ante tal decisión. No soy un hombre de armas, mi Emir… la fortaleza… El Emir le corta bruscamente: Sois valiente, y no os tiembla la mano para hacer cumplir vuestros mandatos. Eso es lo que quiero en mi frontera occidental, y no admito discusión en ese punto. Aún pensativo, Ghani responde: Como deseeis, mi Emir… Yugurthen, como Valí de la Mezquita de Ajim, ahora responderás ante Ghani. Partirás con él y abandonarás Trípoli; no serás más tiempo el Imán de mi corte. El Valí apretó los dientes bajo su abundante bigote con gesto de enfado, pero solamente asintió con la cabeza y se mantuvo en silencio.

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Y Leptis Magna ahora será regida por Masgava. Escoge bien a tus ayudantes, pues por ahora seguirás en Túnez siendo mis ojos y mis oídos. El clérigo asintió, a lo que el Emir continuó: E Is’mail dejará de ser mi contable para ser tu súbdito, como gobernador de Misratah. Te llevas a un buen funcionario, aprovéchalo. El referido asintió en silencio. A partir de ahora, el administrador de mis dominios es Ghumer. Dirigiéndose a él, añade: Conoceis bien los números y letras, y apreciais lo suficiente el dinero para no derrocharlo. Conseguid que en Tripolitana todos paguen sus impuestos y éstos lleguen íntegros a mis arcas; en ti confío esta responsabilidad. Y Hussamadin, ahora eres tú el Imán de la corte. Eres un teólogo culto, y compartimos algunas ideas sobre la fe: es a ti a quién quiero a mi lado para que me impregnéis de sabiduría. El sorprendido clérigo esboza una sonrisa y hace una leve reverencia: Agradezco vuestra confianza, mi Emir. Mariscal Immel –llama el Emir, siendo al único al que antepone su cargo a su nombre- a partir de ahora tu jurisdicción será ahora Tripolitana: da entrenamiento militar a todos aquellos que puedan empuñar un arma. Necesito que nuestras tropas crezcan en número ante la amenaza de Umar. A sus órdenes, mi Emir –responde con orgullo marcial.

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Una cosa más, antes de despacharos. Barakat, ¿recordais a esa chiquilla de Cirene, la sirvienta del Emir Azim que tanto nos llamó la atención? ¿La joven simpática y atractiva, mi Emir? Creo que se llamaba Rula… Esa misma. La quiero en mi lecho. Pedid formalmente al Emir que deseo desposarme con ella; eso nos ayudará a estrechar lazos entre nosotros. Así se hará, mi Emir. Bien, pues ahora, marchad. Los hombres hicieron una reverencia casi al unísono, y se giraron para salir de la sala con paso presto…
 
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