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henryV

Captain
Apr 24, 2003
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El monográfico de esta semana del suplemento "Cultura/s" de La Vanguardia trata sobre la evolución del estudio de la historia, no creo que pueda resumir demasiado bien su contenido, pero me parece una lectura muy interesante pero inquietante para los que nos gusta la historia sin estar en contacto con sus vanguardias.



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Una historia para el s. XXI

La historia vive un periodo de gran evolución y desarrollo. Nuevas figuras lanzan una mirada renovadora y global sobre nuestro mundo y la evolución de sus sociedades. Adentrarnos en la obra de estos historiadores nos brinda ejemplos de conducta y de compromiso social, en los que participan otros agentes, como los cineastas, que se interesan por el proceso
La realidad supera siempre a la ficción, es más compleja, atractiva, fascinante, maestra de vida. Pero no siempre ocurre que las personas a quienes se les suponen vastas lecturas tienen presentes a los historiadores del siglo XXI



JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC - 03/05/2006


Nada mejor que leer un buen libro de historia. La realidad supera siempre a la ficción, es más compleja, atractiva, fascinante, maestra de vida. Pero no siempre ocurre que las personas a quienes se les suponen vastas lecturas tienen presentes a los historiadores que marcan la pauta del siglo XXI. A veces se conforman con nombres famosos, hoy obsoletos, pues la historia es una disciplina viva que como otras con su misma creatividad -también la física nuclear, la biología o la matemática- han cambiado radicalmente en los últimos veinte años. Conviene conocer esa nueva historia pues ella nos puede iluminar un futuro más sosegado. Pueden ser libros formativos para los ciudadanos de una época abierta y responsable, al proporcionar modelos de conducta, paradigmas morales y ejemplos de compromiso social que renovarán el tesoro de los saberes olvidados.

Al leer las narraciones maestras del pasado, expuestas sin acritud, de forma ponderada y juiciosa, como se suele hacer hoy, encontramos bastantes motivos para sentirnos ciudadanos del mundo, verdaderos cosmopolitas, rechazando la indignidad con tanta firmeza como la impostura y el cinismo en los modos de administrar la herencia recibida. Por eso, en la vida de todo ciudadano, debería haber un tiempo dedicado al aprendizaje de las herramientas que nos hacen comprender las civilizaciones y las individualidades de ayer, nuestros mejores espejos para limitar la pretensión de creernos el centro del mundo. La perspectiva ofrecida por el actual conocimiento de la historia es una garantía de cambio social, de progreso ético y de permanente implicación en el porvenir medioambiental de la tierra; además, y no en menor medida, le hará comprender el valor de la sorpresa y los descubrimientos ocasionales. Este reto en consecuencia forma parte de los desafíos del nuevo milenio, y afecta tanto a los autores clásicos que configuraron la manera de pensar de los historiadores actuales, como a los autores de más rabiosa actualidad. Si leemos a Gibbon, Burchkhardt o Braudel, no debemos olvidar que eso mismo lo llevan a cabo hoy Ginzburg, Schama o Spence. La preocupación por el papel de la política, el fundamento cultural de los gestos cotidianos o el error en las decisiones gubernamentales se entenderán muchísimo mejor si completamos la educación del siglo XX con la que se propone para el siglo XXI. Carece de sentido la aceptación de las novedades procedentes de la medicina, la biología o la farmacología, y al mismo tiempo mostrarse recelosos antes las sugerencias de un cambio en el punto de vista sobre el pasado.

La historia no es un monumento inmóvil, tejido de forma indeleble por unos pretendidos padres fundadores, cuyo legado no puede tocarse. Además de que resulta inapropiado para una generación, como la mía, que observó a sus maestros (lo pude comprobar personalmente en el caso de Roberto López revisando a Henri Perenne o de Georges Duby superando a Marc Bloch) con un sentido crítico, de respeto pero también de deseo de superar algunos de sus viejos hábitos. Si leo Paisaje y memoria de Schama o Mujeres de los márgenes de Natalie Zemon-Davis no puedo menos que pensar cómo esos nuevos métodos de introspección al pasado han renovado nuestra manera de pensarnos a nosotros mismos. Aquí reside el valor educativo que el aprendizaje de la historia tiene para una sociedad de la información y de la inteligencia emocional.

La lectura de un buen libro de historia nos prepara para posicionarnos mejor ante las responsabilidades cívicas. Por eso la educación de nuestros jóvenes debería comenzar con el fomento de tales lecturas. Aquí existe sin embargo un problema imposible de eludir. ¿Cómo van a tener acceso a esos libros si la mayoría de los docentes los desconoce? Por eso nunca será suficiente el reclamo auna reforma profunda de nuestro sistema de enseñanza, desde la escuela a la universidad, en todo lo referente al estudio de la historia; hoy inscrita en ese cajón extraño llamado sociales que no gusta a ningún espíritu libre. Cuando llegan a la universidad con la sensación de que la historia es eso que les han enseñado en la escuela (la escuela de verdad, la única que conocen) y quieren profundizar en ello, las facilidades son para quienes no cambian esos entumecidos procedimientos. Un mecanismo burocrático, que haría palidecer a las pesadillas de Kafka, favorece esa parasitaria línea de actuación al servicio del dogma, insensible a lo que ocurre en el mundo real, sujeto a unas normas de reproducción administrativa. Nuestro país se aleja de las maneras de hacer historia de los países de su entorno económico, social y cultural. Estamos a punto de convertirnos en una colonia cultural consumista de la historiografía foránea como ocurrió en los peores tiempos del franquismo: una época en la que la lectura de los libros de Braudel, Duby, Le Goff y otros cuestionaba las explicaciones en las aulas y los proyectos de investigaciones de los mandarines que en privado tachaban esos trabajos de modas pasajeras frente a lo eterno que ellos representaban. Yen parte tenían razón, pues la casta burocrática se ha reproducido hoy, en un país sin embargo que está a años luz de aquel régimen de grises y de impedimentos a la creación. Naturalmente eso ocurre cuando un sistema se vuelve sordo y ciego ante lo cambios producidos a su alrededor: se cosifica como se hubiera dicho en el teatro de los años cuarenta. Si no se favorece el espíritu innovador, si la historia está sometida a la burocracia administrativa y a las veleidades del poder público, no hay nada que hacer: no se recomiendan los buenos libros de los buenos historiadores del siglo XXI para no cuestionar la idea que de la historia tiene el gobernante de turno, que a lo sumo le llega un eco lejano de cuando estudió hace veinte o treinta años con unos métodos donde dominaba la historia inmóvil, la lucha de clases, el precio del trigo, las nóminas de los sargentos y otros lugares comunes del espíritu revolucionario tan entrañable en lo personal como premioso en lo metodológico. Esa manera está todavía en la escuela: quizás ya no se plantee en serio conocer a Leonardo da Vinci como una respuesta a los conflictos de la lana en Florencia, como se hacía en mi universidad en los años setenta, pero aún se siguen utilizando en los centros escolares manuales y fichas pedagógicas en las que se muestra a los adolescentes frases perentorias, sin ninguna razón de ser, salvo la pereza administrativa, cuya historia no es más que una sucesión de tópicos que van desde la identificación de la Edad Media y el feudalismo, como proponían los manuales de la extinta Unión Soviética, hasta la afirmación políticamente correcta de que la cultura árabe de al-Andalus era muy superior a la cristiana de su tiempo, una idea afín a Lawrence de Arabia, y que hoy provoca sonrisas entre los medievalistas, y así hasta miles de ejemplos más, cuya mención convertiría el listado en una historia de la necedad.

La escuela primero y la universidad después está obligada a dar a los jóvenes los instrumentos necesarios para adquirir una educación acorde con su tiempo, la primera década del siglo XXI, que es el tiempo del mp3 y de las aventuras de Potter, pero que una administración perezosa (y perversa, diría Michel Foucault) quiere convertirlos en los tiempos del botellón, de ejercicios espirituales en ismos exóticos y otras lindezas por el estilo, financiadas con fondos públicos de los impuestos de los ciudadanos, cuando no en operaciones de blanqueo de dinero, cuyo único fin es el desprestigio de los jóvenes, un colectivo brillante en sus anhelos, robusto en sus sueños, provocador en sus planteamientos, que no atiende consignas gastadas; un colectivo cuya identidad sería más firme si supiera encontrar en la educación de la historia un cauce para la vida futura. Esta sugerencia se puede formular con la calma interior que dan los años, pero también se puede hacer con la irritada insatisfacción al comprobar cómo se malogra toda una generación sin hacer nada para remediarlo, confirmándose una vez más la juiciosa observación de Henry Adams: "A lo largo de la historia humana, el desperdicio de la inteligencia ha sido abrumador y, como esta narración trata de demostrar, la sociedad ha conspirado para promoverlo".

No puedo imaginar una época sin su propia historia. Ya lo decía el irreprochable historiador R.G. Collingwood, "cada nuevo historiador no contento con dar respuestas nuevas a viejas preguntas debe revisar las preguntas mismas." Esa es la tarea en la que estamos empeñados muchos hombres y mujeres en todo el mundo sin reposo, sin atajos, con precisión, con rigor, lejos de cualquier impostura y devoción a causas espurias. Uno de los retos del historiador del siglo XXI es consigo mismo, con su imaginación moral, con su capacidad de combinar aspectos diversos de la vida humana, consciente de que su oficio no es una isla en medio de otras islas, sino un trozo de tierra fértil gracias a que está en relación con otras tierras tan fértiles y creadoras como el suyo. El historiador retorna así a la sociedad lo que ha recibido de ella, al hacerles entrega a los conciudadanos del conocimiento adquirido en los largos años de aprendizaje, en contacto con documentos difíciles, en lenguas imposibles y caligrafías cuyo desciframiento exige a veces toda una vida. Percibe en ese momento la verdad de su trabajo y convierte el esfuerzo personal en un servicio a la comunidad.

Otro de los retos del historiador del siglo XXI muestra que nunca se doblegará a ninguna dictadura, a ningún ritual de tinieblas, a ninguna inquisición por enmascarada que venga; tratará de educar no de divertir, y hacerlo por los medios que el siglo XXI ha puesto a su alcance: la escritura en primer lugar, pero también los medios audiovisuales, incluida la televisión, una herramienta eficaz si sabemos sacarla de su actual deriva. Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, responderé que ese esfuerzo en bien poco si tenemos en cuenta que nuestro futuro depende de cómo se escriba el pasado.
 
Felipe Fernández-Armesto
Acertar con las preguntas


"Mi trayectoria ha consistido en buscar contextos cada vez más amplios para entender problemas concretos"


JOAN-LLUÍS PALOS - 03/05/2006


Para Felipe Fernández-Armesto, está claro que no existe un buen libro de historia sin una colección de preguntas interesantes "¿Por qué hay tantos países en Europa? ¿Por qué los pueblos del occidente europeo tardaron tanto en explorar el Atlántico? ¿Cómo es que China dejó de ser la gran superpotencia mundial? y ¿qué posibilidades tiene de recuperar ese rango?" El problema es acertar con las cuestiones pertinentes. "Las preocupaciones de los historiadores se ajustan, por regla general, a ansiedades políticas. Así que, en la actualidad, mis colegas dedican su atención a los orígenes de la mundialización, la historia del equilibrio, en términos de poder y riqueza, entre oriente y occidente -o más concretamente entre China y EE.UU.-, la historia de las relaciones entre civilizaciones, los desastres derivados de nuestros intentos de explotar el medio ambiente, la naturaleza de los imperios (¿puede considerarse como tal a los Estados Unidos?) y el destino de los grandes estados pluralistas o multiculturales de pasado". Nadie negará que se trata de cuestiones importantes. "Por supuesto. No es que no me interesen tales cuestiones. Siento la obligación de seguir estos debates. Pero para mí los temas claves son más profundos: en primer lugar, ¿por qué tenemos historia? O sea ¿por qué las culturas humanas registran cambios tan rápidos, tan enormes, y a veces tan destructores, mientras que otros animales culturales se contentan con cambios muy lentos? Y luego, ¿de qué manera se influyen entre sí las diversas culturas? ¿Qué les pasa cuando difieren en aspectos fundamentales?"

Si algo ha caracterizado la trayectoria intelectual de este historiador español afincado entre Inglaterra y EE.UU. es la amplitud de sus planteamientos. "Mi trayectoria ha consistido en buscar contextos cada vez más amplios para entender problemas muy concretos". Para explicar la génesis de la aventura colombina se remontó a las navegaciones en el Mediterráneo de dos siglos antes; para caracterizar los rasgos distintivos de la ciudad de Barcelona necesitó un espectro cronológico de mil años. Se atrevió a redactar una breve historia de la humanidad y, como Peter Burke afirma en estas mismas páginas, ha sido uno de los pocos historiadores que se ha atrevido a arriesgar una interpretación global de la historia del mundo en Milenium, su trabajo más monumental. En esta línea, su próximo libro, Conquistadores del horizonte, cuya aparición está prevista para los próximos meses, es una historia mundial del establecimiento de las grandes rutas de contacto entre culturas. "Es dificil entender el pasado de otros pueblos cuando ni siquiera entendemos el nuestro. Pero vale la pena hacer el esfuerzo; imponerse la disciplina de intentar establecer simpatía con otras culturas es tal vez el único efecto moral que pueda tener el estudio de la historia. Y para conseguirlo hay que insistir en los hechos: no existen precedentes históricos de conflictos entre civilizaciones y, sobre todo, que el pasado que han compartido el islam y occidente ha sido en líneas generales pacífico y confluyente. Desde la óptica del resto del mundo, cristianismo e islam son religiones parecidas, y ambas de fondo judío".

Fernandez-Armesto ha sido, por otro lado, uno de los historiadores que mayor esfuerzo ha hecho en los últimos años por entender la relación entre el medio natural y las creaciones culturales. Su Historia de la comida ha sido todo un intento de encontrar la relación entre los alimentos, la forma de cocinarlos y la civilización. Un tema este último, la formación de las diversas civilizaciones, que le llevó esbozar una aproximación a la historia mundial a base de categorías ecológicas. "Es indudable el hecho de que ambos aspectos, el medio natural y la cultura, están relacionados, pero no disponemos de historias que den cuenta de este hecho. Y sin embargo, está claro que habitamos una morada ecológica, mantenemos relaciones vitales con otras especies, y la cultura es un fenómeno natural. Es decir, somos por naturaleza bichos culturales".

A pesar de la amplitud de los temas que aborda y la extensión de algunos de sus libros, Fernández-Armesto es uno de los historiadores que ha logrado mayor fidelidad entre sus lectores. "No me importa confesar que he aprovechado posibilidades comerciales, que suscitan el interés de casas editoriales y público, para publicar sobre temas concretos: tal fue el caso de mi biografía de Cristóbal Colón, el Atlas de los descubrimientos o la historia de Barcelona, publicados con motivo de los acontecimientos de 1992. También escribí Milenium pensando en el cambio de milenio". Pero no sólo es una cuestión de oportunidad. "Escribir sin pensar en la comodidad y el placer de los lectores carece absolutamente de sentido. Si quieres educar, tienes que divertir. Si quieres comunicar escribiendo, hay que escribir bien. Pero eso no quiere decir que la forma narrativa sea la única que puedes emplear. Los lectores son aproximadamente tan inteligentes como yo -algunos, muchos, más- y son capaces de seguir investigaciones minuciosa y razonamientos intricados. En cambio, no me interesa alcanzar a los lectores -digamos- de Dan Brown, que tienen que ser idiotas".
 
Peter Burke
De Thatcher al Rey Sol

"Los historiadores encuentran en el pasado aspectos más o menos interesantes en función de lo que está ocurriendo en el presente"


LA VANGUARDIA - 03/05/2006


Peter Burke, profesor de Historia de la Cultura en la Universidad de Cambridge hasta su reciente jubilación, es uno de los historiadores más prolíficos de la actualidad, con casi un nuevo libro cada año. "Debo admitir que, por utilizar la famosa distinción de Isaiah Berlin, soy un zorro más que un erizo. Prefiero saber muchas cosas antes que tener un gran tema". Esta norma de conducta le ha llevado a estudiar cuestiones muy diversas que abarcan desde la alta cultura del renacimiento italiano a la cultura popular de los pueblos del este europeo pasando por la campaña de imagen de Luis XIV o la historia social de los medios de comunicación.

"Desde el principio de mi carrera mi ambición ha sido trabajar en diferentes lugares y plantear diferentes clases de problemas", dice. "Me inicié como un estudioso de la historia intelectual del siglo XVII y acabé escribiendo un libro sobre el Renacimiento en Italia. Hasta entonces nunca había puesto un pie en un archivo ya que en este campo las fuentes impresas eran muy abundantes. Entonces, deliberadamente, elegí otro tema de estudio, los patricios de Venecia y Amsterdam, para el que los archivos serían esenciales. Al finalizar me dí cuenta de que había invertido más de diez años de mi vida trabajando sobre las élites, así que decidí que había llegado el momento de estudiar la historia del resto de la población. El resultado fue un estudio de la cultura popular en Europa. Después decidí volver a los archivos, fruto de lo cual fue mi Historical Anthropology of Early Modern Italy. Al darme cuenta de que en casi veinticinco años de investigación los políticos habían desempeñado un papel casi marginal, decidí escribir sobre Luis XIV".

Aunque, como él mismo reconoce, estas decisiones nunca fueron tan racionales como a primera vista pudiera parecer. "Los historiadores encuentran en el pasado aspectos más o menos interesantes en función de lo que está ocurriendo en el presente. Y, claro está, yo no soy una excepción a esta regla". Así, no pocos de sus libros nacen de sus propias experiencias vitales. "Me atraía escribir acerca de la cultura popular por su carácter exótico en un momento de mi vida en el que desconocía lo que era vivir en una casa con televisión o escuchar música pop salvo por accidente. Por otro lado, la decisión de abordar este tema en un espectro amplio que abarcara el conjunto de Europa, desde Galway hasta los Urales, me sedujo porque quería ser un buen europeo. Pero no sólo eso. La familia de mi padre había emigrado a Inglaterra desde el oeste de Irlanda y la de mi madre desde el este de Europa. Por eso, de forma inconsciente, quizá estaba tratando de reunirlas de nuevo".

El origen de uno de sus libros más conocidos, La fabricación de Luis XIV, en el que estudia la gran operación destinada a proyectar la imagen del Rey Sol, nació también en unas circunstancias concretas. "Así es. La idea de escribir un libro sobre la autorepresentación de Luis XIV me vino a la cabeza a finales de los años ochenta porque estaba viviendo en un país en el que la primer ministro, la señora Margaret Thatcher, acababa de contratar los servicios de una agencia de publicidad para mejorar su imagen". ¿Y cómo siguen influyendo las circunstancias en su trabajo actual? "Mucho. En realidad el desgarro más dramático para mí se está produciendo justamente ahora que estoy trabajando sobre el Brasil del siglo XX, especialmente sobre el gran historiador y sociologo Gilberto Freyre. La razón que me ha llevado hasta ahí es muy simple: cherchez la femme. Al estar casado con una brasileña, Maria Lúcia, y pasar parte del año en Brasil, era tentador, especialmente en este momento de globalización, ir más allá de Europa y más allá de la época moderna. Estoy escribiendo el libro sobre Freyre junto con mi esposa de modo que podemos combinar una perspectiva comparativa, desde dentro y desde fuera".

De hecho, la amplitud de planteamientos que ha llevado a Peter Burke a romper las fronteras europeas no es nueva. En sus escritos es frecuente encontrar referencias a historiadores y obras producidas en puntos muy alejados del planeta. "Estoy convencido de que los historiadores podrían ofrecer una enorme contribución al diálogo entre civilizaciones. De hecho, ya la ofrecen y el interés creciente por la historia global sugiere que esta contribución va en aumento. Pero podrían hacer mucho más si los gobiernos cooperaran fomentando el estudio de la historia global en las escuelas. En el mundo de habla inglesa, que es el que conozco mejor, hay muchos historiadores especializados en la historia de las civilizaciones no occidentales y algunos de ellos comunican con un público amplio, como es el caso de Jonathan Spence y sus muchos libros sobre China o el del recientemente fallecido Albert Hourani y sus estudios sobre los árabes. Incluso hay algunos suficientemente audaces como para escribir una historia mundial ellos solos como hizo Felipe Fernández-Armesto con su Milenium". Aunque inmediatamente añade que el objetivo no debería ser solamente el de ofrecer visiones globales sino también visiones plurales. "La nueva Historia de la Humanidad patrocinada por la Unesco ha intentado presentar una multiplicidad de puntos de vista, con apartados dedicados a diferentes regiones del mundo escritos por especialistas procedentes de dichas regiones. Se me ocurre que una buena manera de potenciar todavía más el diálogo sería reunir un pequeño grupo de estudiosos, seis como mucho, que se encontraran regularmente y debatieran las cuestiones cara a cara antes de producir cada uno de ellos su versión".

¿Piensa que con ello se lograría romper una cierta visión hegemónica del pasado promovida por occidente? "En realidad, no estoy tan seguro de exista esta visión hegemónica. Si me hubiera planteado esta cuestión hace treinta años no hubiera tenido ninguna duda de que tal hegemonía existía y que se hallaba en Francia. O, mejor dicho, en la escuela o movimiento centrado alrededor de la revista Annales.Yo todavía pienso que los historiadores franceses son más innovadores que sus colegas en la mayoría del resto de los países, pero ahora no tienen el prestigio que tuvieron en su día". Luego, ¿ya no existe un centro? "Mi impresión es que la profesión de historiador está más fragmentada ahora que cuando ingresé hace unos cuarenta años. Hace ya un tiempo planteé que la escritura de la historia se había vuelto policéntrica, y mencioné, entre otros, los ejemplos de la microhistoria en Italia, de los estudios subalternos en la India, la historia de la vivencia cotidiana en Alemania y la historia desde abajo en Inglaterra". Pero no negará que Estados Unidos ejerce una función central también en el terreno de los estudios históricos. "Desde luego que no. Y no me parece una simple casualidad la coincidencia entre el imperio intelectual y el imperio que en otros órdenes ejerce Estados Unidos. Pero tampoco creo que la relación entre la economía, la política y las tendencias intelectuales sea tan simple. Después de todo, Francia no era política o económicamente tan importante durante la gran época de Annales. Existía todavía una hegemonía cultural que favorecía la difusión de las ideas francesas, pero ello no explica su creatividad. En el caso de Estados Unidos yo pondría el énfasis en las universidades más que en la Casa Blanca: se trata de universidades con recursos económicos que ofrecen cobijo a los mejores profesores y estudiantes vengan de donde vengan. Hay que tener en cuenta por otro lado, claro está, la hegemonía cultural de norteamérica, lo que significa que la historia madein USA tiene mejores oportunidades de difusión. En otros países, los mejores historiadores (pienso por ejemplo en el recientemente fallecido Witold Kula en Polonia) tienen muchas menos posibilidades de ser ampliamente conocidos o imitados.

A pesar de constatar esta fragmentación, acaba de expresar en su último libro una cierta esperanza en la capacidad cohesionadora de la historia cultural que, en muchos sentidos, está desempeñando en la actualidad una función equiparable a la que desempeñó la historia económica hace unas décadas. "La que los historiadores llamamos nueva historia cultural, aunque ya no es muy nueva, continúa siendo extremadamente importante y hay algunos intentos de expandir sus dominios. Hace algunos días, estando en Alemania, me encontré con una nueva colección de ensayos que lllevaba por título La historia económica como historia cultural. Sin embargo, más que una cuestión concreta o un tema de debate, la nueva historia cultural es una aproximación a todos los ámbitos de la historia". ¿Y hacia donde va el futuro? "Ciertamente, un tema que está atrayendo una atención creciente es la historia medio ambiental, quizás, especialmente, en Estados Unidos y algunos países del norte de Europa como Gran Bretaña, Holanda, Escandinavia y Alemania".

Ante la cuestión de cómo hacer llegar estas reflexiones de los historiadores al gran público, Peter Burke, cuyos libros principales cuentan ya varias ediciones, parece tenerlo claro. "Entre la monografía erudita sobre un tema muy concreto redactada con un lenguaje asequible sólo para un reducido número de colegas y un programa de televisión destinado a millones de espectadores pero en el que muchas decisiones serán tomadas por el productor, el historiador tiene mucho donde elegir. Personalmente, prefiero no caer en ninguno de ambos extremos. Siempre he tratado de escribir de tal manera que los lectores no profesionales puedan entender el mensaje. Es verdad, como dice usted, que algunos historiadores creen haber encontrado la solución a los problemas de comprensión y comunicación de la realidad que estudian en la narrativa. Aprecio la narrativa -de hecho leo novelas constantemente y me gustaría escribir narrativa- pero mis temas requieren más descripción y análisis. De manera general, pienso que el problema para los historiadores es cómo construir lo que podríamos llamar una narrativa densa, por acudir a la analogía de la descripción densa empleada por el antropólogo Clifford Geertz. En otras palabras, una narración de acontecimientos que conlleve una interpretación de estructuras. El mejor ejemplo que conozco de un intento consciente de hacer esto es el trabajo no de un historiador sino de otro antropólogo, Marshall Sahlins, en sus textos sobre la historia de Hawaii y Fidji. Pienso que su manera de establecer una relación entre los acontecimientos y el orden cultural podría ser seguida (y por supuesto, adaptada) por los historiadores de otras regiones y periodos".
 
¿Y bien? ¿conociais estos autores? ¿erais conscientes de estas problemáticas? ¿Ponen en duda vuestros conocimientos? ¿Variareis algo al respecto?
 
Por ahora he leído en profundidad solo el de Burke...Me pareció ansioso por parecer políticamente correcto, aunque sí que se nota mayor globalización en los estudios ( aunque va por países y escuelas ). Luego me pondré con los demás...
 
Fernandez-Armesto es un crack. habeis leido civilizations? todo un antidoto contra el etnocentrismo. genial.
 
alvaro said:
Fernandez-Armesto es un crack. habeis leido civilizations? todo un antidoto contra el etnocentrismo. genial.

Me lo acabo de pillar por amazon.com. Hacia tiempo que no me pegaba un caprichito y mira :)
 
Apología del mito.

Bajo mi perspectiva, el primer punto de interés en el análisis histórico es entender la concepción del tiempo que aplicamos a dicho estudio.
La historia que se ha venido practicando hasta la fecha es en todos los casos, hija de una concepción del tiempo y su "historicidad" emanada de los grandes monstruos griegos como Herodoto o Tucídides.
Precisamente en este sentido, me decanto por unas tésis venidas de Levi-Strauss donde al socaire de la relación mito-historia, se pone en tela de juicio la inapelable validez de estas concepciones.
Hablando en plata, es imposible historiar sobre una época apartándose de la concepción temporal de dicha época.
Por ello, me parecen enormemente interesantes las propuestas de historiadores como J. Assmann (egiptólogo) al considerar el tiempo como base fundamental de sus "historias del sentido".
Como ya sabeis muchos, soy un apasionado del mundo indio y su peculiar forma de entender el tiempo y la historia.
Precisamente por ello, mi interés se centra en los mitos porque no son sólo unos "relatos bonitos de dioses y prohezas", sino que muestran una idiosincrasia muy marcada.
Y podeis pensar que esto no se puede aplicar igual de bien a la historia occidental que como se aplica al estudio de la Itihasa (la gran épica india compuesta por el Mahabaratha y Ramayana), pero si intentamos ver eso que Huizinga llamaba el "Otoño de la Edad Media" como un mito salido de las propuestas de gente como Dante y Petrarca, igual nos encontramos curiosos resultados.
 
En una página del CSIC.

ENTREVISTA A PETER BURKE


El historiador inglés Peter Burke es profesor de historia cultural en la Universidad de Cambridge y miembro del Emmanuel College. Ha publicado numerosos libros y artículos, traducidos en más de veinte lenguas, entre ellos La cultura popular (1978), La revolución historiográfica francesa (1990), Formas de hacer historia (1991), Hablar y Callar (1996).

Esta entrevista fue concedida a Claudia Möller en ocasión de su primera visita a la Argentina, como historiador, en diciembre de 1996, invitado por el Programa de Maestría en Historia de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Nacional de Mar del Plata.



C.M.: Frecuentemente se dice que para entrar en el mundo de un autor es importante “ponerse las ropas” del tiempo. Recordando aquel trabajo sobre Egohistoire y en clave etnohistórica, ¿Cómo ha sido su formación intelectual: quiénes han sido sus maestros, cuándo y dónde ha estudiado?



- La historia externa es muy simple de contar, tal vez la historia interna menos. Estudié en Oxford a fines de los años ‘50 con un profesor muy joven; era el primer año de enseñanza de ese profesor cuyo nombre es Keith Thomas. Él había sido discípulo de Christopher Hill, por lo que insistía en “mirar todo con ojo social”. Luego, como estudiante de posgraduación, mi profesor fue Trevor Roper, mucho más conservador, tanto metodológica como políticamente y nunca mostró demasiado interés por mi investigación, aunque siempre hablaba muy bien de su investigación. Él daba clases en un estilo “conferencista”, luego preguntaba si había alguna dificultad, y él mismo autorespondía que seguramente no, acto seguido se despedía hasta el próximo mes.

En 1962, entré en la nueva Universidad de Sussex. Fue muy importante para mí cambiar de colegio, mi primer colegio había sido el tradicional St. John’s College de Oxford, el segundo fue el nuevo St. Antony’s College, y su importancia residía en que la mayoría de sus integrantes eran extranjeros: cincuenta estudiantes de posgraduación y quizás solamente cuatro o cinco ingleses. Aquí mi gran amigo fue un ecuatoriano recientemente llegado de Paris, Juan Maiguashca (hoy profesor de Historia económica de América Latina en Toronto), discípulo de Chaunú, él fue quien me introdujo al mundo de los Annales. Claro que yo ya había leído los libros de Braudel como estudiante, pero es muy diferente encontrarse con una persona de ese mundo, hablar todos los días con alguien que entendiera todo “desde dentro”. Podría decirse que ingreso al mundo de los Annales de la mano de un discípulo latinoamericano de Chaunú.



C.M.: ¿Quiénes fueron sus “compañeros” a lo largo del camino de construcción de su oficio de historiador?



-Tuve una experiencia muy importante para mí antes de ir a la universidad. En aquella época, en Inglaterra existía el servicio militar obligatorio y en mi colegio se estilaba realizarlo antes de comenzar los cursos, así es que con dieciocho años fui para Singapur por diecisiete meses a un regimiento local, allí había malayos, hindúes, chinos... ¿Cultura híbrida, no?



C.M.: Entonces ¿Fue allí donde comenzó su interés por conocer las distintas lenguas?



- Ciertamente, también mi interés por los diversos estilos de vida, por las distintas mentalidades...



C.M.: Ud. mencionaba, al inicio de la entrevista, que en 1962 era estudiante, ¿Cómo vivenció el mayo francés?



- En aquella época yo era profesor en Sussex. Esta universidad tuvo a comienzos de los años sesenta la reputación de “universidad de izquierda” más por sus profesores que por sus estudiantes, por eso no tuvimos movimientos dentro de la Universidad como sí los hubo en otras universidades inglesas. En Sussex todo era permitido nada era subversivo. Claro que era muy interesante seguir los acontecimientos en Francia, pero en aquella época no me tenían demasiada confianza, yo sólo tenía 30 años. Era el principio de una distancia cultural con los estudiantes, ya que comencé a ser profesor a los 25 años y por lo mismo los estudiantes me parecían más amigos que alumnos. Luego del ‘68 aparece “otra” generación.



C.M.: Retomando la cuestión de la construcción del oficio de historiador, habíamos quedado en su formación en St. John’s College, en St. Antony’s College, su experiencia extraeuropea en clave “militar”, Sussex...



-Mi experiencia más importante luego de la de Oxford, fue en mi nueva Universidad de Sussex, con ideologías de interdisciplinariedad. Allí trabajaba con sociólogos, con especialistas en literatura... Luego en los años ‘60, con el History workshop tuve los primeros contactos con historiadores sociales de izquierda, como Raphael Samuel. En 1967 voy a Princeton, un lugar maravilloso para hacer investigación, invitado por Lawrence Stone. Casi todos tenían veinte años más que yo. Allí hablé con Panofsky, pero él no quería oír hablar de la historia social del arte, sólo le interesaba la iconografía. En aquella época el Instituto para Estudios Avanzados lo integraban solamente matemáticos, físicos, historiadores del arte, y especialistas en el mundo clásico, pero también estaba Félix Gilbert estudiando el Renacimiento. Después de Princeton y de Sussex, en 1979 fui a la Universidad de Cambridge, aquí había una gran ventaja: gente linda, más tiempo libre y una buena biblioteca, pero lo más importante intelectualmente fue cambiar de un ambiente, donde todos pensábamos mas o menos igual, a otro mucho más crítico, donde era necesario defender todo nuevo abordaje. Por ejemplo, cuando intenté organizar un curso de antropología histórica con mi colega Bob Scribner, fue preciso esperar tres años. El Comité no lo aprobaba, siempre decían que era preciso hacer unas pequeñas modificaciones; finalmente nos propusieron que el curso podría dictarse si quitábamos la teoría. Creo que esto describe mi divertido itinerario de Oxford a Cambridge, vía Sussex.



C.M.: A la manera en que aborda la Revolución historiográfica de los Annales, ¿Podría darnos una imagen de la historiografía inglesa?



- Hoy la situación es más fluida. Cuando comencé a enseñar, la mayoría de los historiadores ingleses eran historiadores políticos, estamos hablando de los años sesenta. Luego hubo un traslado hacia la historia social de la mano de un grupo de historiadores marxistas, el Grupo Past and Present, pero había mucha desconfianza hacia la historia de las ideas, hacia la historia de la cultura, es decir, hacia una historia con conexiones teóricas. Claro que estaba el Instituto Warburg pero había quedado aislado, una isla germánica y cultural, en un mar de empirismo inglés. Para muchos de mis colegas la historia cultural no tenía sustancia, ya que era y es muy importante, como dicen los ingleses, ‘tener los pies en la tierra”. En los años ‘60 se evidencia un cambio, al menos en el área de la sociología y en otras disciplinas, existe un mayor interés por las ideas continentales, las traducciones de Foucault por ejemplo. Pero fue recién en el ‘72 cuando El Mediterráneo de Braudel fue traducido al inglés, con iniciativa más norteamericana que inglesa, esto hoy parece increíble. En nuestros días la situación es más interesante y más complicada: de un lado, un nueva generación que lee a Braudel sin esa hostilidad para con Annales que mostró Elton, de otro lado, un movimiento global de reacción contra la historia social, la vuelta a la narrativa, a la historia política, esto implica hablar de una situación actual un poco confusa....



C.M.: En este marco ¿Dónde ubicaríamos a Eric Hobsbawm y a E.P. Thompson?; ¿Qué opinan ellos de esta manera de hacer historia?



- No hay unanimidad, claro que ahora casi todo el mundo respeta a Hobsbawm como un hombre de casi ochenta años que produce historia con gran penetración y estilo irónico... pero a pesar de eso, muchos historiadores ingleses piensan que Hobsbawm y Thompson son dogmáticos y rígidos. Esto es muy irónico porque ellos se definieron en oposición a un marxismo rígido.



C.M.: Luego de haber realizado una mirada sobre la historiografía inglesa actual y siendo Ud. uno de sus representantes ¿Podría decirnos cómo debe ser aprehendida su obra? Si hay una clave para su lectura teniendo en cuenta, valga la comparación, que a Platón se lo puede leer como en pequeñas cajas chinas, que a Maquiavelo se lo debe leer en zig-zag... ¿Peter Burke debe ser leído cronológicamente?; ¿Se debe agrupar su producción por temas? Hoy en este mundo cambiante ¿Ud. ha modificado lo que proponía en sus primeras obras?



- Para mí es tan importante la visión por dentro cuanto la visión por fuera de mi obra, tal vez alguien desde fuera tenga la llave para leerme, más que yo mismo. Pero mirando mi obra, es la clave cronológica la que me parece mas fácil para poder comprenderla. ¿Por qué hacer la Historia del Renacimiento italiano? Porque no quería hacer historia política, porque en aquella época todos hacían historia política, tampoco quería hacer una pura historia interna del Renacimiento sino una historia social; era la época de Raymond Williams. En 1968, Williams había publicado Cultura y Sociedad, entonces yo escogí el título Cultura y Sociedad en el Renacimiento. Era un tipo de homenaje para R. Williams. Escribiendo ese libro sobre la historia social de la cultura alta descubrí la ausencia de la cultura popular, y también escribiendo un libro general sobre el Renacimiento italiano, no era posible ni necesario ir a los archivos, porque muchas fuentes primarias ya estaban impresas, entonces en reacción contra eso quise hacer trabajo de archivo, por eso escogí Venezia y Amsterdam. Empezé con Venezia, (es decir Italia) queriendo hacer una historia comparativa y pensando en el modelo Marc Bloch me interrogué: ¿Qué ciudad puede yuxtaponerse con Venezia en el siglo XVII? Amsterdam parecía obvio. Este era otro trabajo de elites, pero no solamente de historia cultural, era historia total de un grupo estrecho. Finalmente, escribí la Cultura popular, ya que todo proyecto, en un cierto sentido es una respuesta a los puntos débiles de un proyecto interior. ¿Qué hacer después de la Cultura popular? Estudiar con más precisión la circularidad entre cultura alta y cultura baja, por eso escribí Ensayos de Historia antropológica o antropología histórica. Luego, siguiendo siempre con Italia, ¿Qué hacer? He vuelto al Renacimiento con una visión mas global: será la segunda vez que escriba sobre la Europa total; una vez la cultura popular, otra vez el Renacimiento, en un cierto sentido será un círculo.



C.M.: ¿Cómo surgió su interés por estudiar y adscribir a la Historia cultural, y en este marco, a qué se debe la interrrogación que titula su Seminario de la Maestría en Historia ¿“Hacia una nueva historia de la cultura?”. Es que como con la historia política podríamos -parafraseando a F. Guerra- hablar de un renacer de la historia cultural?



- ¿Por qué historia cultural? En primer lugar porque pensé hacer carrera como pintor o como restaurador en los museos, siempre sentí una gran atracción por la cultura visual. Como académico, como historiador, pensé al menos en hacer la historia de las artes y después, como hijo de los años ‘60, sentí el impulso de escribir y de no hacer solamente historia de elites En aquel momento en Inglaterra surgió un proyecto colectivo muy interesante: Culture Studies, una vuelta, sobre todo de críticos literarios, para estudiar la cultura popular contemporánea, aquí encontramos a Raymond Williams y luego a Stuart Hall, tal vez la cabeza mas teórica de ese grupo. Ahora me siento mas distanciado de ese abordaje, porque la carrera de Culture Studies en Inglaterra fue de mucho éxito, fue imitada en otros lugares como en Australia y hoy en Italia, pero de otro lado, el proyecto hoy por hoy me parece demasiado estrecho, estudios culturales sin la historia o historia sólo del siglo XIX, y también estudios culturales sin cultura alta, es decir grandes contrastes con el proyecto de Aby Warburg, porque él no excluyó la cultura popular, en cambio Culture Studies hoy está excluyendo a la cultura alta.

Pero es importante llamar la atención con respecto a la historia política, en primer lugar, la tendencia reaccionaria de hacer la vieja historia, y en segundo lugar, la que postula porqué no aprender algo de la antropología política, escribir historia política de estilo antropológica. Hay un libro de Annie Kriegel sobre una antropología del partido comunista francés, muy interesante, porque ella estaba dentro de ese partido y luego de salir escribió su antropología, me gustaría ver una antropología de la cámara de diputados inglesa, porque tiene unos rituales y una historia diplomática de estilo antropológica, las reglas, los rituales... Precisamos integrar la historia política en la nueva historia.



C.M.: Una herencia problemática de la historia cultural reside en la forma de concebir las relaciones entre los poderes sociales y los niveles culturales. ¿Cuál es su posición actual frente al binomio cultura popular-cultura de elites?



- Concuerdo con casi todos los investigadores en pensar que la circularidad entre cultura popular y cultura de elites es casi siempre muy importante. Pero, a mi ver es casi imposible analizar esa circularidad sin el binomio cultura popular-cultura alta. Quizás es más útil usar el plural, tal vez en casi todas las situaciones históricas es mejor utilizar culturas populares-culturas altas, y no historia de la cultura sino historias de las culturas.

Hay partes del mundo donde la interferencia política con la cultura es, o menos importante o menos obvia. En Inglaterra, tenemos la ventaja -o tal vez desventaja- que existe menos contacto entre el gobierno y la cultura -o alta o popular- lo cual implica: menos subvenciones pero también menos censura. Por eso, mi posición parece muy inocente fuera de mi contexto inglés. Tal vez nuestra felicidad resida en no tener que pensar, en nuestra isla, en esos problemas.



C.M.: En torno al tema del binomio cultura popular-cultura de elite, le propongo un diálogo imaginario con Roger Chartier...



- Existen por lo menos dos puntos de vista. Podemos escribir la historia cultural empezando con objetos culturales, textos, imágenes, prácticas: ese es el método Chartier. Siguiendo esa pista es claro que Chartier tiene razón al decir que no podremos asociar ciertas imágenes o textos con ciertos grupos sociales, hay una migración de objetos, por lo que es siempre importante distinguir los usos. Pero hay otro punto de vista que empieza por los grupos sociales, preguntándose sobre la lógica de la apropiación, la lógica subyaciendo los usos. Desde mi punto de vista, la estratificación cultural cambia; Chartier tiene razón acerca de la no estratificación social de los objetos culturales, pero tendría que tener en cuenta la estratificación de los usos culturales.



C.M.: En esta línea de los diálogos imaginarios, si Ud. debiera situarse en el contexto historiográfico de los estudios culturales, ¿Más cerca o más lejos de quién se ubicaría?De Darnton, de Ginzburg, de Levi, de Chartier...



- La pregunta es muy interesante para mí, sobre todo porque no existen grandes nombres. Natalie Zemon Davis merece la atención al igual que Keith Thomas. Resulta difícil ubicarme: formamos un grupo con tantos intereses comunes, con tantos encuentros, tantos diálogos... Tengo muchas cosas en común con todos ellos que son también mis amigos. No me siento más cerca de nadie en especial. Tal vez sea más fácil para alguien de afuera ubicarme...



C.M.: Ud. ha abordado a lo largo del seminario conceptualizaciones como mentalidades, historia de la cultura material, microhistoria -siempre alertando que se trata de conceptos sobre los que no podemos discutir eternamente-. Entonces, hoy Ud., ¿En qué momento de la reflexión se encuentra ?



- Como prefacio me gustaría decir que para los historiadores ingleses yo estaría situado muy cerca de la filosofía, y para los historiadores europeos o americanos yo soy casi empirista. Siempre mi intención es hallar el equilibrio entre lo concreto y lo abstracto, y entre ideas nuevas y tradiciones culturales, porque no tengo nada contra los progresos en función de los cuales, cada generación tiene que pensar la tradición. Con respecto a la microhistoria he aprendido mucho de Giovanni Levi, pero no puedo compartir su posición enteramente. Desde mi punto de vista, Levi niega la variedad de las microhistorias posibles, y yo quiero hallar el equilibrio entre micro y macrohistoria, no me gusta situarme en una isla histórica, las conexiones siempre son importantes. Con respecto a las mentalidades, la situación es muy divertida: en Inglaterra yo debo defender la historia de las mentalidades, porque casi todo el mundo sospecha de ella. La primera vez que me encontré con la historia de los Annales, en los Estados Unidos, en la época en que Braudel consiguió su grado honorario, yo hablé contra las mentalidades, reflexioné sobre la revolución historiográfica francesa diciendo que la historia francesa de las mentalidades tiene una herencia ambigua, la herencia de Levy-Brhul, la herencia del evolucionismo, la idea de mentalidad prelógica. Entonces podría decirse que yo tenía dos caras: una para los ingleses, otra para los franceses, pero siempre quise hallar un equilibrio. Hoy ante la posición de Jacques Revel, no tan a favor de las mentalidades, tal vez deba defender la historia de las mentalidades en Francia y criticarla en Inglaterra.



C.M.: Usted en su último libro traducido al castellano Hablar y Callar, postula a la historia social del lenguaje como un intento de reconocer un terreno que la próxima generación podrá sin duda cultivar más intensivamente. Pero, ¿De qué hablamos cuando hablamos de una historia social del lenguaje?



- Mi objetivo es integrar el lenguaje en la historia social, e integrar el aspecto social en la historia del lenguaje. Mi inspiración fue la sociolinguística o sociología del lenguaje, o la etnografía del hablar o la etnografía de la comunicación, porque no pertenezco a ninguna escuela específica y hay varias escuelas entre los lingüistas de hoy. Quería hacer un puente entre lingüistas e historiadores. Claro que puede parecer un poco atrasado, hablar en los años ‘90, de una historia social del lenguaje como de una historia social del arte, pero en la introducción a ese libro, intenté mostrar que hay una influencia de la sociedad en el lenguaje, pero también una influencia del lenguaje en la sociedad, de nuevo intentando establecer un equilibrio entre fuerzas intelectuales opuestas, queriendo realizar un síntesis provisoria, teniendo en cuenta que toda síntesis intelectual es provisoria. Desgraciadamente hasta ahora, muy pocos historiadores, por lo menos que yo sepa, están siguiendo esa pista, tal vez será para el siglo que viene.



C.M.: En relación con lo antedicho, ¿Qué diferencia hay entre una historia social del lenguaje y el estudio foucaultiano de las formaciones histórico-discursivas, si tenemos en cuenta que en función de estudios realizados sobre épocas en las que no podemos auxiliarnos con la historia oral, debemos recurrir a una “oralidad escrita”?



- Me gustaría dividir la respuesta en dos apartados. El primero tiene que ver con las fuentes Creo que podemos utilizar fuentes literarias como las novelas, siempre recordando que esos textos no son espejos sino estilizaciones de la lengua hablada, claro que en el futuro con la historia oral -que ya tiene mas de treinta años-, un banco de datos no utilizado para la historia del lenguaje lo podremos utilizar para ese proyecto también. La segunda respuesta, sobre la relación entre los discursos tal vez en el sentido más literal, más estrecho del lingüista, discurso en el sentido más metafórico foucualtiano, lo cual me lleva a pensar que no es fácil ver una conexión aunque debe haberla. Desde mi punto de vista, lo interesante será hacer un abordaje sociolinguístico para el discurso del propio Foucault, con las preguntas normales para los sociolinguistas: ¿Quién habla a quién?; ¿Diciendo qué?; ¿Con qué registros, medios de comunicación?; ¿Con qué intenciones? y eventualmente; ¿Con qué resultados? Ya que desde mi punto de vista, no solamente se ha de ver el discurso de Foucault como suspendido en el aire. El sabía de lo social, pero no quería hablar de eso, no era falta de conciencia sino de voluntad.



C.M.: Retomando la cita que encabeza uno de los capítulos de su reciente publicación en habla castellana, cuando reproduce a Ortega y Gasset diciendo “el discurso consiste sobre todo en el silencio” y, el objetivo que Ud. persigue en la construcción de una historia social del silencio en la Europa moderna temprana, ¿Cómo esbozaría la historia de las cambiantes significaciones que tuvo el silencio?



- ¿Por qué hacer ese proyecto paradojal? En primer lugar, me atraía descubrir los límites de la investigación histórica. Hoy estamos viendo una gran expansión del territorio del historiador, entonces ¿Cuáles son las fronteras?, el único medio de saberlo es explorar esos límites. En segundo lugar, la inspiración provenía de la lectura de los artículos de los antropólogos. Hay uno muy interesante de Keith Basso, sobre el silencio de los apaches, tribu a la que no le gusta hablar mucho; aquí podríamos preguntarnos: ¿Es posible viajar un día para ver a un amigo, llegar y no hablar? ¿Por qué no hablar? Porque el motivo era ver al amigo, no hablar de uno u otro asunto. Entonces, para Basso era un proyecto de explicar cómo para un grupo el silencio tiene un sentido y para otro grupo tiene otro. Así, mi idea era investigar el pasado pensando en esto y teniendo en cuenta por ejemplo, que en la época del dramaturgo Harold Pinter todos consideraban que en su teatro, los silencios eran más importantes que las palabras.



C.M.: Qué recomendaría Ud. a los investigadores que actualmente se están formando en un territorio tan complejo como es el de la historia cultural:¿ Qué no se debe dejar de leer?; ¿ Qué centros de estudios se debieran conocer?; ¿Qué “pistas” se deben seguir?; ¿Cuál es su exhortación para quienes estamos construyendo el “oficio de historiador”?



- Esta pregunta es también muy difícil. Recuerdo en estos momentos cuando entrevisté a Braudel, mi gran orgullo fue cuando él me dijo “Ud. me propone preguntas terribles!”

En primer lugar, puedo decir que se puede empezar en cualquier sitio, eso no tiene importancia, luego un consejo muy braudeliano: siempre es muy importante colocar el tema escogido en un contexto o mejor en varios contextos, hasta llegar al contexto global. Es muy importante no encerrarse en una investigación, hay que mirar las conexiones entre ese tema, esa aldea y esa persona y las cosas mas grandes. Por otra parte hoy, en la época de la globalización historiográfica es más difícil recomendar Paris, Princeton, Bielefeld... es siempre importante no encerrarse en una lengua, en una mentalidad. Así, para la formación de un buen historiador del siglo XXI, será muy importante aprender lenguas, viajar, saber escuchar, y entrar en discursos historiográficos de tradiciones muy diversas. En cuanto a las lecturas, no sólo se deben leer los libros más apreciados dentro de la nueva historia, claro que es imposible no leer El Mediterráneo de Braudel, pero también es imposible dejar de lado a Burkhardt, con La Civilización del Renacimiento, o a Huizinga con El otoño de la Edad Media, si tomamos una perspectiva cultural. Ahora, como historiador de la política conozco mejor la historiografía de mi país, por lo que creo interesante proponer la lectura de Lewis Namier, que no es inglés sino mas inglés que los ingleses, pero hizo un estudio pionero sobre la estructura política de Inglaterra en el siglo XVIII, gran obra desmitificante, donde dice que detrás de las fachadas de los partidos políticos existe una realidad mucho mas clientelística.



C.M.: Finalmente,¿Podría expresar su opinión acerca de la función-historiador en las puertas del siglo XXI?


Tal vez valga la pena tomar la posición de historiador de la cultura, diciendo que no es el único rol importante, pero destacándolo. El papel de la historia de la cultura es en una frase “hacer la traducción cultural”. Precisamos cada vez más de la traducción cultural y del entendimiento entre gentes de culturas diversas. En estos momentos, de resurgimiento de los nacionalismos y también porque es una época de cambios tan rápidos, precisamos más y más de una traducción cultural entre el pasado y el presente. Desde mi punto de vista, este es a futuro, el gran papel para nosotros, los historiadores de la cultura.


Proyecto Clío