Los campos de trabajos forzados de Stalin impulsaron la economía de la URSS y dejaron atrás dos millones de muertos. El sistema sólo desaparecería con la era Gorbachov.
En unas elecciones durante la dictadura de Stalin, un hombre escribió la palabra “Comedia” en su papeleta de voto. Quería protestar por las farsas electorales de la Unión Soviética. En los comicios, supuestamente democráticos. Se presentaba un único partido, el oficial. El hombre, un simple apicultor, fue condenado a ocho años de trabajos forzados por denunciar esta situación con su chiste.
Una mujer robó un kilo y medio de centeno del campo que cultivaba a diario, que había sido suyo antes de la colectivización agraria. Tenía cuatro hijos, el país vivía una gran hambruna y la ración asignada por las autoridades no alcanzaba para alimentar a su familia. Fue sentenciada a diez años de prisión. Después tuvo que permanecer exiliada lejos de su hogar en instalaciones cercanas al Polo Norte. Su calvario duró 23 años y jamás logró reencontrarse con sus hijos. Todo por un kilo y medio de cereal.
En la Segunda Guerra Mundial, mientras servía en el Ejército Rojo como artillero, un intelectual escribió a un amigo una carta en la que criticaba el estalinismo. Sus opiniones fueron interceptadas por la censura y le valieron ocho años de reclusión. Con todo, lo tuvo mejor que los anteriores. Fue vigilado estrechamente por la Seguridad del Estado, se le confiscaron sus manuscritos y terminaron expulsándolo de su país, pero consiguió publicar varios libros testimoniales que le hicieron merecedor del premio Nobel. Poco después, en 1973, vio la luz su obra más famosa sobre las injusticias, penurias y aberraciones del sistema penal soviético en la era Stalin. Era Alexandr Solzhenitsin, el autor de Archipiélago GULAG.
Alexandr Solzhenitsin
Millones de Presos
Se tenía noticia e esta red carcelaria desde los inicios de la Revolución, pero sólo la aparición de este libro, medio siglo después, difundió sus atrocidades por el mundo entero. Era el GULAG, las siglas en ruso de la Dirección General de Colonias y Campos de Trabajo Correctivos. Todavía se desconoce el número exacto de víctimas. Algunos autores calculan unos 18 millones de personas bajo Stalin. Otros elevan la cifra a 25, contando los siete millones que fueron deportados después a localidades remotas. Echando cuentas, un 15% de la población soviética se vio atrapada en el GULAG estalinista. Se sabe con certeza que murieron en él casi dos millones de personas. En 1953, el año en que murió Stalin, había 2.750.000 detenidos en campos de concentración.
Igual de colosal y escalofriante fue la cantidad de centros donde se encerró a esta muchedumbre. Había miles de ellos repartidos por toda la geografía soviética. Los peores eran los situados en Siberia Oriental.
Allí se añadían las duras condiciones de vida a unas temperaturas invernales insoportables. Como recuerda un informe recientemente desclasificado del NKVD (La policía política de la época) , en estos complejos dedicados a la explotación forestal había “techos por los que se filtraba el agua, ventanas sin cristales, ningún tipo de mueble, sin lechos”. Esto en zonas como la ribera del Indigirka, donde se registró el récord climático de 71 grados bajo cero. Los condenados dormían en estos lugares inhabitables “en el suelo, colocando debajo musgo y heno”. Por culpa del hacinamiento y de una completa falta de higiene surgían epidemias de tifus y de disentería, no pocas veces letales, según el mismo documento. Otras veces los reos eran ejecutados. O la muerte llegaba sencillamente por hambre o agotamiento.
Gulag en Vorkuta
También hubo campos de concentración en plena capital de la URSS. Moscú albergaba centros donde los presos construían edificios, procesaban sustancias químicas o fabricaban juguetes. Sucedía igual en todas las ciudades de cierto tamaño. Se aprovechaba a los internos como mano de obra gratuita para potenciar la producción, las infraestructuras y, en general, la economía del país. Era una idea de Stalin.
No obstante, el GULAG, nació siglos antes que el Estado comunista. Fue en el XVIII. Ya los zares de la Rusia imperial castigaban los delitos comunes e ideológicos con trabajos forzados. Nada más tomar el poder, Lenin aprovechó el sistema para purgar la URSS de elementos contrarrevolucionarios. Pero la expansión masiva del GULAG llegó con el sucesor de Lenin. Cinco años después de asumir la jefatura del país, Josef Stalin decidió poner en marcha un ambicioso proyecto para fortalecer la economía nacional. Esta empresa de grandes proporciones, el Primer Plan Quinquenal, buscaba aumentar en un 20% anual la productividad del país. Su sector clave era la industria pesada. Pero para fomentar este enorme crecimiento hacían falta muchos más obreros de los que había. Además, éstos debían emigrar a las heladas estepas siberianas, donde se hallaban casi todos los yacimientos de gas, carbón y minerales necesarios en las fábricas. Stalin encontró la solución a este problema en el GULAG, una fuente inagotable y muy barata de recursos humanos.
Miles de pequeños propietarios rurales se negaban a ceder sus tierras a la comunidad, como exigía el Plan Quinquenal. Estos miles pasaron a engrosar las barracas del GULAG. Paulatinamente, el sistema penitenciario dejó de estar controlado por los jueces y pasó a depender de la policía política, que obedecía al dictador. Los prisioneros, arbitrariamente detenidos, condenados y desplazados, contribuyeron con su esclavitud al éxito de la industrialización soviética. A comienzos de los años 30 había 200.000 presos en la red. A finales, tras el Segundo Plan Quinquenal y las llamadas purgas del Gran Terror, eran 1.3 millones.
La Segunda Guerra Mundial aumentó la nómina de reos con desertores, enemigos capturados y, como siempre, presuntos opositores al régimen. Iban a parar al GULAG, según explicaba un decreto de 1948 “todos los espías, trostkistas, desviacionistas, derechistas, mencheviques, socialistas-revolucionarios, anarquistas, nacionalistas, blancos y otros elementos antisoviéticos”. También los rusos que, infringiendo una ley del año anterior, cometían el curioso delito de casarse con extranjeros. Cualquiera podía caer en la maquinaria represiva de Stalin. Y cualquiera lo hacía. Por eso había campos de trabajo, de castigo, de mujeres, de discapacitados, de enfermos mentales y hasta de niños. En 1948 eran 22.815 los menores de cuatro años recluidos en las guarderías dependientes de los establecimientos femeninos.
A costa del trabajo ajeno
No había sector económico que no se beneficiara de los trabajos forzados. Los prisioneros del GULAG talaban árboles, construían caminos y fabricaban armas. También pescaban en el Pacífico e incluso desarrollaban nuevas tecnologías, como la energía atómica (Entre ellos había científicos). Tan fundamental fue el papel productivo de la red, que se estima que un tercio del oro nacional de la época fue extraído por estos esclavos.
Pese a los arrestos, los interrogatorios, las condiciones de vida miserables, los exilios obligatorios, la destrucción de familias enteras o las ejecuciones caprichosas, fueron muchas las personas que sobrevivieron al GULAG. Así como las detenciones eran incesantes, también eran constantes las excarcelaciones. Unos había cumplido su condena, otros eran promocionados de interno a guardia o se incorporaban al Ejército.
No solía haber más de dos millones de reclusos a la vez. Pero este calvario terminó con la vida de otros tantos y arruinó la de muchos más. No eran raros los casos de depresión crónica, locura o lesiones irreparables entre los que volvían a la calle, la mayoría campesinos y obreros, además de algunos intelectuales.
La desestalinización, nuevos esquemas productivos y una serie de revueltas llevaron al cierre de casi todos los campos de concentración a partir de 1953, cuando murió el dictador. Sin embargo, ciertos núcleos de barracas fueron reconvertidos discretamente en prisiones en las décadas siguientes. Sólo una activa intervención de Mikhail Gorbachov, ya a finales del siglo XX, puso punto y final a esa especie de archipiélago que describió Solzhenitsin en su libro, esas islas de horror sembradas a lo largo y ancho de la URSS. Los abuelos de Gorbachov, como tantos millones de rusos actuales, padecieron en carne propia el infierno del GULAG.
Saludos
En unas elecciones durante la dictadura de Stalin, un hombre escribió la palabra “Comedia” en su papeleta de voto. Quería protestar por las farsas electorales de la Unión Soviética. En los comicios, supuestamente democráticos. Se presentaba un único partido, el oficial. El hombre, un simple apicultor, fue condenado a ocho años de trabajos forzados por denunciar esta situación con su chiste.
Una mujer robó un kilo y medio de centeno del campo que cultivaba a diario, que había sido suyo antes de la colectivización agraria. Tenía cuatro hijos, el país vivía una gran hambruna y la ración asignada por las autoridades no alcanzaba para alimentar a su familia. Fue sentenciada a diez años de prisión. Después tuvo que permanecer exiliada lejos de su hogar en instalaciones cercanas al Polo Norte. Su calvario duró 23 años y jamás logró reencontrarse con sus hijos. Todo por un kilo y medio de cereal.
En la Segunda Guerra Mundial, mientras servía en el Ejército Rojo como artillero, un intelectual escribió a un amigo una carta en la que criticaba el estalinismo. Sus opiniones fueron interceptadas por la censura y le valieron ocho años de reclusión. Con todo, lo tuvo mejor que los anteriores. Fue vigilado estrechamente por la Seguridad del Estado, se le confiscaron sus manuscritos y terminaron expulsándolo de su país, pero consiguió publicar varios libros testimoniales que le hicieron merecedor del premio Nobel. Poco después, en 1973, vio la luz su obra más famosa sobre las injusticias, penurias y aberraciones del sistema penal soviético en la era Stalin. Era Alexandr Solzhenitsin, el autor de Archipiélago GULAG.

Alexandr Solzhenitsin
Millones de Presos
Se tenía noticia e esta red carcelaria desde los inicios de la Revolución, pero sólo la aparición de este libro, medio siglo después, difundió sus atrocidades por el mundo entero. Era el GULAG, las siglas en ruso de la Dirección General de Colonias y Campos de Trabajo Correctivos. Todavía se desconoce el número exacto de víctimas. Algunos autores calculan unos 18 millones de personas bajo Stalin. Otros elevan la cifra a 25, contando los siete millones que fueron deportados después a localidades remotas. Echando cuentas, un 15% de la población soviética se vio atrapada en el GULAG estalinista. Se sabe con certeza que murieron en él casi dos millones de personas. En 1953, el año en que murió Stalin, había 2.750.000 detenidos en campos de concentración.

Igual de colosal y escalofriante fue la cantidad de centros donde se encerró a esta muchedumbre. Había miles de ellos repartidos por toda la geografía soviética. Los peores eran los situados en Siberia Oriental.
De Siberia a Moscú
Allí se añadían las duras condiciones de vida a unas temperaturas invernales insoportables. Como recuerda un informe recientemente desclasificado del NKVD (La policía política de la época) , en estos complejos dedicados a la explotación forestal había “techos por los que se filtraba el agua, ventanas sin cristales, ningún tipo de mueble, sin lechos”. Esto en zonas como la ribera del Indigirka, donde se registró el récord climático de 71 grados bajo cero. Los condenados dormían en estos lugares inhabitables “en el suelo, colocando debajo musgo y heno”. Por culpa del hacinamiento y de una completa falta de higiene surgían epidemias de tifus y de disentería, no pocas veces letales, según el mismo documento. Otras veces los reos eran ejecutados. O la muerte llegaba sencillamente por hambre o agotamiento.

Gulag en Vorkuta
También hubo campos de concentración en plena capital de la URSS. Moscú albergaba centros donde los presos construían edificios, procesaban sustancias químicas o fabricaban juguetes. Sucedía igual en todas las ciudades de cierto tamaño. Se aprovechaba a los internos como mano de obra gratuita para potenciar la producción, las infraestructuras y, en general, la economía del país. Era una idea de Stalin.
Un proyecto estalinista

No obstante, el GULAG, nació siglos antes que el Estado comunista. Fue en el XVIII. Ya los zares de la Rusia imperial castigaban los delitos comunes e ideológicos con trabajos forzados. Nada más tomar el poder, Lenin aprovechó el sistema para purgar la URSS de elementos contrarrevolucionarios. Pero la expansión masiva del GULAG llegó con el sucesor de Lenin. Cinco años después de asumir la jefatura del país, Josef Stalin decidió poner en marcha un ambicioso proyecto para fortalecer la economía nacional. Esta empresa de grandes proporciones, el Primer Plan Quinquenal, buscaba aumentar en un 20% anual la productividad del país. Su sector clave era la industria pesada. Pero para fomentar este enorme crecimiento hacían falta muchos más obreros de los que había. Además, éstos debían emigrar a las heladas estepas siberianas, donde se hallaban casi todos los yacimientos de gas, carbón y minerales necesarios en las fábricas. Stalin encontró la solución a este problema en el GULAG, una fuente inagotable y muy barata de recursos humanos.
Incluso niños
Miles de pequeños propietarios rurales se negaban a ceder sus tierras a la comunidad, como exigía el Plan Quinquenal. Estos miles pasaron a engrosar las barracas del GULAG. Paulatinamente, el sistema penitenciario dejó de estar controlado por los jueces y pasó a depender de la policía política, que obedecía al dictador. Los prisioneros, arbitrariamente detenidos, condenados y desplazados, contribuyeron con su esclavitud al éxito de la industrialización soviética. A comienzos de los años 30 había 200.000 presos en la red. A finales, tras el Segundo Plan Quinquenal y las llamadas purgas del Gran Terror, eran 1.3 millones.
La Segunda Guerra Mundial aumentó la nómina de reos con desertores, enemigos capturados y, como siempre, presuntos opositores al régimen. Iban a parar al GULAG, según explicaba un decreto de 1948 “todos los espías, trostkistas, desviacionistas, derechistas, mencheviques, socialistas-revolucionarios, anarquistas, nacionalistas, blancos y otros elementos antisoviéticos”. También los rusos que, infringiendo una ley del año anterior, cometían el curioso delito de casarse con extranjeros. Cualquiera podía caer en la maquinaria represiva de Stalin. Y cualquiera lo hacía. Por eso había campos de trabajo, de castigo, de mujeres, de discapacitados, de enfermos mentales y hasta de niños. En 1948 eran 22.815 los menores de cuatro años recluidos en las guarderías dependientes de los establecimientos femeninos.

A costa del trabajo ajeno
No había sector económico que no se beneficiara de los trabajos forzados. Los prisioneros del GULAG talaban árboles, construían caminos y fabricaban armas. También pescaban en el Pacífico e incluso desarrollaban nuevas tecnologías, como la energía atómica (Entre ellos había científicos). Tan fundamental fue el papel productivo de la red, que se estima que un tercio del oro nacional de la época fue extraído por estos esclavos.
Pese a los arrestos, los interrogatorios, las condiciones de vida miserables, los exilios obligatorios, la destrucción de familias enteras o las ejecuciones caprichosas, fueron muchas las personas que sobrevivieron al GULAG. Así como las detenciones eran incesantes, también eran constantes las excarcelaciones. Unos había cumplido su condena, otros eran promocionados de interno a guardia o se incorporaban al Ejército.
No solía haber más de dos millones de reclusos a la vez. Pero este calvario terminó con la vida de otros tantos y arruinó la de muchos más. No eran raros los casos de depresión crónica, locura o lesiones irreparables entre los que volvían a la calle, la mayoría campesinos y obreros, además de algunos intelectuales.
La desestalinización, nuevos esquemas productivos y una serie de revueltas llevaron al cierre de casi todos los campos de concentración a partir de 1953, cuando murió el dictador. Sin embargo, ciertos núcleos de barracas fueron reconvertidos discretamente en prisiones en las décadas siguientes. Sólo una activa intervención de Mikhail Gorbachov, ya a finales del siglo XX, puso punto y final a esa especie de archipiélago que describió Solzhenitsin en su libro, esas islas de horror sembradas a lo largo y ancho de la URSS. Los abuelos de Gorbachov, como tantos millones de rusos actuales, padecieron en carne propia el infierno del GULAG.
Saludos