Guerra y Paz
3.3. El Final de la Primera Guerra Austríaca
Tras el primer tropezón en la Provenza llegó el momento de ajustar cuentas. Se concentraron tropas frescas y descansadas en el Delfinado, y, cuando la moral de combate se les salía por las orejas, ligertalmente, se lanzó el ataque contra los sitiadores de Provenza, que, tras la marcha de las huestes de Bremen, eran los venecianos, a los que, como se dice coloquialmente, les tocó pagar el pato. Y las fantas, huelga decirlo.
Por si tenían pocos problemas, los austríacos le declararon la guerra al Turco, con el apoyo de los sospechosos habituales -Bremen, Modena, Baviera y Venecia- por una cuestión referente a Transilvania y unas estacas. O algo así, porque Vlad Tepes seguía muerto. Porque estaba muerto, ¿no?
Enrique IV tuvo entonces la idea de cambiar al Superintendente de Finanzas, que por entonces era François d'O (1), y nombró a Maximilien de Béthune, duque de Sully, un buen hugonote, estricto aunque un poco arrogante, para el puesto.
En mayo de 1602, con apenas unos días de diferencia, finalizaban los asedios en curso cuando se rendían los defensores suizos y bávaros. Era una gran victoria, que no había costado demasiadas bajas ni recursos, salvo la paciencia usada en tan tediosa cuestión. Así pues, nuestros ejércitos pudieron marchar hacia Salzburgo y el Tirol, mientras Enrique se seguían preguntado por el paradero de los ejércitos católicos.
Viéndolas venir, Baviera quiso salir del mal paso en que se había metido al batallar con la protestante y orgullosa Francia, y lo logró, aunque se tuvo que rascar los bolsillos para ello. Que quedara claro que desafiar a Francia no iba a quedar impune (2).
Así, poco después, se le ofrecía a Austria una manera igual de airosa de salir del paso, y lo aceptaba (3). Ya llegaría el momento de enseñarle a Austria quien era el amo de Europa. Ahora no, pues no tenía mérito derrotar a una potencia cristiana para gloria del Infiel.
Pocas conclusiones se podían sacar del conflicto, salvo que los asedios iban a ser más comunes que las grandes batallas. Por eso el rey ordenó que se empezaran a fundir cañones suficientes para derribar a bombazo limpio la Gran Muralla.
Y, además de demostrar que Francia no sólo ganaba guerras (4), sino también corazones, Provenza se unía a la verdadera Religión.
E Inglaterra tenía que jugar a tocar los ánimos, si señor... Enrique se preguntaba si tendría suficientes años de vida para arreglar tanto despropósito mundano.
(1) Ah, la de chistes e historias que podría hacer...
(2) Ay, que asquito me da escribir esto, por Dios...
(3) Creo que la cosa se quedó en 60 escudos o algo así.
(4) Coña, menuda paradoja he escrito y el mundo no peta...
@Ralfa: lo peor es que tienes razón, shurumbel de mis amores...