Después dde Jutlandia, y antes de acabar la guerra, escuadras alemanas intentaron salidas con alcances limitados en dos oportunidades.
Y en ambas, de escasa trascendencia comparadas con la batalla de Jutlandia, los alemanes no salieron muy bien parados. Creo recordar que en alguna tuvieron que salir pitando para no recibir la del pulpo. Y en otra, perdieron al
Seidlitz, que en Jutlandia había quedado bastante maltrecho y tuvo que pasar varios meses en el astillero para volver a ser operativo.
Axioma estratégico:
La sorpresa puede gravitar fuertemente en el resultado de una batalla o combate, hasta el punto de decidirla a favor de quien la puede aplicar con éxito. Pero si falla, no puede esperarse sorprender 2 veces al rival aplicando la misma treta; porque eso implica presuponer que el adversario es estúpido... lo que de por sí, sería presuponer demasiado.
En Jutlandia, en diversas instancias de la batalla los ingleses cometieron algunos errores que, como suma individual y acumulativa, fueron concediendo ventajas a los alemanes. No fue tanto porque Jellicoe y Beaty fueran ineptos (que no lo fueron, tal como reconoció el Almirantazgo, muy poco dado a la autocomplacencia y a las disculpas fáciles cuando en una batalla se pierden buques, tanto cuando se ha ganado el combate como cuando se ha perdido).
El problema era que la Royal Navy se manejaba con doctrinas, maneras y tradiciones fuertemente asentadas y que Jellicoe no podía cambiar... aunque se lo hubiera propuesto. Al menos, antes de la batalla.
La sopresa por parte alemana, fue más tecnológica que otra cosa.
Sus buques tenían cañones de menor calibre que los ingleses... pero a cambio, estaban mucho mejor acorazados.
Asmismo, el propelente alemán se quemaba más lentamente que el inglés; por lo que un impacto severo en la santabárbara probablemente provocara un incendio, y no una explosión que partiera al buque y lo mandara a pique en pocos minutos. Además, las cargas propelentes inglesas estaban dosificadas en sacos de seda; las alemanas en vainas de bronce.
La doctrina naval inglesa se basaba en que sus buques dispararan con una cedencia de fuego más rápida que la de cualquier oponente, con el fin de hacer caer una mayor cantidad de explosivos sobre la escuadra rival en menor tiempo (algo similar a lo que en artillería terrestre se entiende por "saturación de área"). De esta manera se esperaba compensar los defectos de puntería durante el intercambio de fuego contra un enemigo "en el horizonte" (unos 20 km).
Esto trajo aparejado que los oficiales de las baterías inglesas acostumbraran mantener las puertas bliindadas de las santabárbaras abiertas, para poder mantener la cadencia de fuego más rápida que pudiera obtenerse, minimizando el tiempo de recarga. Y eso, creaba vulnerabilidades que no podía avocar sino al desastre... como ocurrió con los buques de Beaty.
Los cañones alemanes eran de menor calibre y tenían menor alcance... pero sus buques encajaban mejor los impactos. (Primera sorpresa).
La calidad de sus ópticas permitían apuntar con mayor precisión, y sus artilleros tenían un entrenamiento al menos tan bueno como los británicos, a pesar de que Alemania era una potencia naval emergente sin una larga tradición como la británica. Por tanto, podían adquirir blancos con mayor rapidez que sus oponentes, aunque su ritmo de fuego no fuera tan rápido. (Segunda sorpresa).
Las granadas británicas tenáin menor capacidad de penetración que las alemanas. No es que las inglesas fueran malas: contra buques equipados con corazas equivalentes a los ingleses, podrían haber sido más efectivas. Pero recordemos que los alemanes resignaron capacidad artillera a cambio de blindar mejor su buques.
En cambio, las granadas alemanas (pensadas para penetrar corazas como las que concibieron para sus propios buques), no traspasaron de lado a lado a los buques de Beaty para acabar explotando en el agua, de puro milagro.

(Tercera sorpresa).
Hasta el menos espabilado de los almirantes ingleses no dejaría de sacar conclusiones de todo esto, y se aplicaría a estudiar las tácticas que contrarrestar esas ventajas alemanas de un modo menos pírrico.
Y hasta el menos listo de los almirantes alemanes no podría dejar de conjeturar que los ingleses eran capaces de hallar el modo de compensar las ventajas que permtieron hundirles tantos buques.
Por tanto: si no se hallaba la forma de volver a soprender a los ingleses, lo mejor era que la flota permaneciera amarrada en espera de que fortuitamente se presentara la oportunidad de hundirles más barcos con las menores pérdidas posibles (como en Jutlandia).
Pero esa oportunidad no se presentó nunca.