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Uooooooooooooo. Y yo sin enterarme (esto de tener en favoritos el OT hace que el resto de subforos ni los mire :( ). Ale, a leerlo. Gracias por tu trabajo.
 
6. El largo camino a Bretigny

Sin embargo no sería sólo la región de la Isla de Francia y sus alrededores las que arderían con la desintegración del poder real. Primero todas las regiones fronterizas con los territorios controlados por los ingleses, y poco más tarde el resto de Francia caerían por fin en las llamas. Y los portadores de las antorchas serían las compañías mercenarias creadas a favor de los ingleses durante el periodo entre Crecy y Poitiers. Creadas al calor de la feroz guerra civil en Bretaña y de la perenne lucha fronteriza en Guyena, respaldados por la corona y la senescalía inglesa desde Burdeos como forma barata de hostigar los intereses de Francia en la región, y alimentadas por la penuria no sólo de la guerra sino también de las sucesivas oleadas de la peste negra, las compañías mercenarias denominados en Francia como 'routiers' empezaron a ocupar los puntos más fuertes de estas regiones de Francia, tomando fortalezas o bien poco defendidas por las pérdidas de la guerra, la peste o el hambre, usando el engaño y la escalada nocturna para hacerse fuertes y empezar a saquear a voluntad a todas las granjas y ciudades a pocos días de marcha. Para la autoridad francesa, que en estos momentos sólo era el Delfín en la isla de Francia, y los pocos nobles principales, los príncipes de la sangre supervivientes y no capturados en las grandes derrotas de Crecy y Poitiers, era imposible reunir apenas las fuerzas para expulsar a los routiers de una fortaleza. Y también era completamente inútil. Autosuministrados por el saqueo y lo que era básicamente bandidaje. En el caso de las regiones fronterizas con Guyena, Perigord, Saintonge y Languedoc, algunos de los principales nobles gascones partidarios de Inglaterra o sus familiares más cercanos encabezaban los grupos de routiers. En el caso de Normandía y la frontera con Bretaña, los grupos navarros e ingleses se encargaban de saquear una de las regiones más ricas de Francia con el beneplácito del rey de Navarra y Enrique de Lancaster, que sin duda recibían su parte de los beneficios.

Pero pronto la corona inglesa lamentaría haber promovido esta forma de dañar a Francia. A la hora de negociar un tratado con el capturado rey Juan II, los franceses podía alegar que no se estaba respetando la tregua, ya que las compañías de routiers no dudaban en usar enseñas inglesas para legitimar su bandidaje abierto. Y mientras que la ventaja de todo este tema es que las compañías no le costaban un real a los ingleses... el problema era el mismo, que las compañías eran completamente independientes de la voluntad real por mucho que proclamaran su lealtad a Inglaterra. En el momento en el que la corona inglesa mandó órdenes a Francia para detener la acción de las compañías, estas fueron completamente ignoradas. No sólo las compañías tenían la más mínima intención de acabar con una actividad tan obviamente provechosa, sino que los intermediarios de la corona recibían su parte del saqueo para detener este tipo de órdenes o proclamar exenciones a las mismas. Eduardo III sólo podía desesperarse al entender que para extraer de Francia el fabuloso rescate real que pretendía y la legitimidad de sus ganancias territoriales en Francia necesitaba... bueno, que Francia existiera y pudiera extraer impuestos para pagarle. En su lugar el Delfín apenas tenía control sobre una parte de la isla de Francia. Y si acaso tras las órdenes de parar la actividad de las compañías, de hecho estas empezaron a extenderse hacia las regiones interiores de Francia. La Champaña, la Auvernia, el Borbonado... junto a todas las regiones del Loira. Y las compañías no dejaban de crecer. Cada vez eran más grandes y mejores organizadas. Para los mercenarios estas regiones interiores que no habían visto la guerra en más de un siglo era un paraíso del saqueador. Con ciudades poco fortificadas, castillos mal mantenidos... sólo apenas la Borgoña pudo resistir la invasión de mercenarios, que en estos momentos ocupaban la mayor parte del territorio de Francia.

El Delfín había podido recuperar París, y veía como el bandidaje generalizado de las compañias navarras en la baja Normandia y en el norte de la Isla de Francia habían destruido el poco prestigio y respaldo popular que Carlos de Navarra había conseguido. Pero incluso siendo así el Delfín era regente no de Francia sino de la región inmediatamente cercana a París. Cuando este se negó por enésima vez a obedecer las instrucciones que llegaban de su padre desde su cautiverio en Inglaterra, Eduardo III, poco dado a entender los problemas que atenazaban Francia (y que él mismo había provocado), decidió forzar la situación con una nueva invasión desde Calais. El Delfín apenas tenía ejército merecedor de dicho nombre para hacer nada al respecto.

Los ejércitos de Eduardo se pasearon por todo el noroeste de Francia como pedro por su casa. Tomando Reims principalmente pero sin ninguna fuerza que les pudiera hacer frente. Pero en esta aparentemente triunfal marcha el Delfín pudo sin duda observar las debilidades inherentes a la estrategia y a la capacidad inglesa. La única forma que tenía Eduardo de realmente forzar la mano del delfín era tomar París, y simplemente con una defensa medianamente organizada por parte del Delfín estaba claro que tal objetivo era imposible para Eduardo. Lo que es más, una enorme tormenta que sorprendió al ejército inglés acampado en campo abierto provocó gravisimas pérdidas. Eduardo sólo podía volver a Calais sin más que una demostración abierta de poder y poco más.

Pero para el caso, era suficiente. Francia y la corona francesa estaban completamente agotados. Y aunque las peticiones antes de esta última campaña inglesa habían sido de todas las regiones que habían pertenecido al imperio angevino de Enrique II junto con Bretaña, a cambio de renunciar a la reclamación de la corona de Francia, hasta el mismo Eduardo había visto como era imposible forzar tal compromiso. Ya no sólo por falta de voluntad del Delfín de entregar dichas regiones, sino de la misma imposibilidad de asegurar un traspaso legal de soberanía. Tras penosas negociaciones, se firmó por parte del rey Juan II y del Delfín junto al rey Eduardo el tratado de Bretigny, que básicamente daba la cuarta parte de Francia, todo el suroeste en soberanía completa a Inglaterra, y un rescate claramente más bajo que el pretendido inicialmente pero aún así fabulosamente alto (básicamente dos años enteros de impuestos de Francia... en los mejores tiempos, y no ahora que todo el país estaba en llamas) a cambio de la restitución del rey de Francia y el resto de la alta nobleza y de la renuncia de Eduardo III a sus derechos sobre la corona de Francia. Pero ya la resistencia de ciudades como La Rochelle, indignadas al ser incluidas en el nuevo territorio inglés, hacían presagiar que este acuerdo no sería sino papel mojado. Sin embargo el rey Juan de Francia sólo podía sentirse exultante mientras por fin salía de Inglaterra tras largos años, dejando a uno de sus hijos en garantía de los primeros plazos del pago de su rescate.
 
Joder que desastre. Si hasta el Bizancio de la época parece eficiente al lado de esto.

Como puedes ver *esto* sí que es el nadir total de Francia. Incluso en los peores momentos con Enrique V, no creo que Francia llegara a estar peor que ahora, con casi todo el país ocupado por decenas de unidades mercenarias que para el caso eran bandidaje organizado, con un cacho enorme de Francia cedido totalmente y con un rey medio gilipollas volviendo a París.
 
7. Cerrando cabos sueltos. La guerra en Castilla.

Sólo durante su vuelta, viendo un país arrasado, Juan pudo darse cuenta del estado en el que se encontraba Francia. Su hijo Carlos el Delfín sólo podía sentirse aliviado cuando por fin su padre regresó a la corte. Las circunstancias le habían superado con sólo 18 años de edad. Pero las duras experiencias habían ayudado al joven príncipe a darse cuenta del tipo de gobierno que Francia necesitaba y los problemas que enfrentaba. Para su horror, su padre decidió directamente ignorar sus consejos y enfrentar el gobierno de Francia como si todavía no hubiera pasado nada. Como consecuencia, Juan no pudo más que estamparse una y otra vez contra los estados regionales. Mientras que él pedía, exigía impuestos para pagar su rescate, se encontraba que nadie le hacía caso.

Y cómo le iban a hacer caso si casi toda Francia estaba en llamas. Casi todas las regiones de Francia estaban soprepasadas por los routiers. De hecho, estos mercenarios/bandidos ya formaban las llamadas grandes compañías. La suerte de las diferentes regiones de hecho iba a ser consecuencia de su vertebración e independencia de la corona. Regiones como Borgoña, que no había sido francesa durante mucho tiempo, o el Languedoc, con nobles fieramente independientes y con sus propios estados generales, iban a poder enfrentarse y empezar a rechazar a los routiers, empezando a contratar a aquellos mercenarios más cercanos a los intereses franceses. Por ejemplo, muchos de los bretones partidarios de la casa de Blois en la interminable guerra en la península bretona, se habían visto obligados a abandonar sus hogares, al estar triunfando la causa monfortista gracias a sus patronos ingleses. Como consecuencia, los principales generales que ayudarían al futuro rey Carlos V de Francia (ahora aún el Delfín) serían dos guerreros bretones curtidos en la guerra de Bretaña primero y luego junto a compañías de routiers recontratadas para defender a ciudades y regiones de otros routiers: Bertrand Du Guesclin y Olivier de Clisson. Este último había sido incluso un partidario monfortista al principio de la guerra y había servido junto a los ingleses en un par de campañas, hasta que las alianzas políticas de su familia le situarion de nuevo en el lado francés.

Cuando Juan II no sólo vio que era completamente incapaz de entregar la primera parte de su rescate y cuando el hijo que había dejado como garantía del pago, el duque de Anjou, escapó por su cuenta de Inglaterra decidió (y hace falta ser capullo) volver a Inglaterra a renegociar los términos del rescate. A pesar de los ruegos de su propio hijo y de la corte que le rogaron que no hiciera semejante gilipollez. Pero nada podía conmover el sentido de honor (y nulo sentido de estado) de este cenutrio. Afortunadamente para Francia, sin embargo, Juan II se pondría enfermo en el viaje, y moriría en Londres. El Delfin era por fin Carlos V. Y este iba a ser un rey muy diferente a los anteriores de la casa de Anjou. Curtido en el caos de París, conocedor del estado de Francia, había visto como sus mejores amigos eran asesinados por la turba de Etienne Marcel apenas hacía unos años. Una de las primeras cosas que hizo fue construir una fortaleza para poder refugiarse y controlar si París se volvía a desmandar: la luego muy famosa Bastilla.

Mientras tanto, con Francia completamente arruinada, la guerra encontró un nuevo escenario: Castilla. Allí Pedro I intentaba proseguir las políticas de centralización de su padre, pero sin su sentido de la diplomacia... y del tacto más básico, completamente necesario para cualquier monarca. Como consecuencia, amenazados sus privilegios, los principales nobles de Castilla se agruparon bajo el hermando del rey, Enrique de Trastámara, que el propio Pedro había desposeido (y había hecho ejecutar a su hermano gemelo, esto es gemelo de Enrique y por tanto también medio hermano de Pedro, detalle gracioso que no conocía, aunque no tengo claro si eran gemelos o mellizos...). Castilla hasta el reinado del padre de Pedro había sido a efectos del conflicto entre Francia e Inglaterra, un fiel aliado de Francia, y de hecho era uno de los principales contratistas navales para Francia, siendo junto a Aragón y Génova uno de los principales poderes marítimos del oeste de Europa. Pero Pedro se estaba decantando cada vez más y más hacia el lado inglés... sin duda atraido por las victorias y fama del príncipe negro y su nuevo gobierno en Aquitania.

Esta sería una oportunidad para el nuevo rey francés de solventar dos problemas con una misma solución. El primero era la gran masa de routiers que ya prácticamente representaban un estrato social en Francia. El problema de ir apaciguando y desplazando a estas compañías mercenarias, que durante la tregua por el tratado de Bretigny ni siquiera podían ya refugiarse bajo la bandera inglesa, es darles una alternativa cuando ya era un grupo de gente que sólo sabía dedicarse a la guerra y la rapiña. Además a estas alturas ya la composición de los routiers no era simplemente anglogascona. Había de todo: bretones, normandos, navarros, y ya muchos 'franceses' que simplemente la necesidad o la ambición les había empujado a unirse a la nueva ola. La solución hasta ese momento era 'orientar' a las grandes compañías hacia Provenza y hacia Italia. Qué majos los gabachos, eh... Algunas de estas grandes compañías, como la compañía Blanca de John Hawkwood triunfarían allí, otras simplemente se desharían en el nuevo entorno. Y ahora con la reclamación de Enrique de Trastámara sobre el trono de su hermano se presentaba la oportunidad de usar una gran cantidad de routiers para ayudar a Enrique a destronar a su hermano. La corona Francesa reuniría todos los fondos que pudo encontrar para financiar la salida de los routiers hacia el sur de los pirineos.

El resultado inicial fue un éxito bastante sorprendente. Los routiers (sobre todo compañías bretonas, pero por haber habían ya hasta ingleses que pasaban de la situación geopolítica internacional) consiguieron en una fulminante campaña sorprender al rey Pedro, que sólo pudo salir por piernas, primero hacia Galicia, donde estaban sus más leales partidarios, y finalmente buscar refugio en el nuevo y enorme dominio de Aquitania del Príncipe Negro, ya buscando el apoyo directo inglés. El Príncipe Negro, al que eso de gobernar en tiempos de paz le estaba tocando un poco las narices, vio en el tema la oportunidad de aventura, y montó una expedición carísima, con todos sus principales (y legendarios) compañeros. Invadiendo Francia a través de Navarra (el rey de Navarra ya desprestigiado completamente en su último intento de reclamar París) pudo por fin confrontar los ejércitos de Enrique de Trastámara.

A pesar de los ruegos de los principales capitanes franceses (especialmente Bertrand du Guesclin), Enrique al igual que Felipe VI en su momento y luego Juan II en Francia se vio obligado a presentar batalla en Nájera. El resultado sería el mismo: victoria aplastante del príncipe inglés. Con el mérito adicional de que esta vez incluso había ganado atacando en vez de defendiendo, consiguiendo sorprender por un flanco al ejército del Trastámara por un flanco. Al igual que en Poitiers sería no sólo fruto del genio táctico de Eduardo de Woodstock (que es como llamaban entonces al Príncipe Negro, lo del nombre molón fue casi con seguridad invento posterior), sino también de la profesionalidad y capacidad de sus compañeros. Aunque Bertrand duGuesclin demostró ser un guerrero más que competente, no estaba en la liga del príncipe inglés. Cayó prisionero al igual que muchos capitanes franceses y castellanos. Pero Enrique de Trastámara, al contrario que Juan II en Poitiers, había conseguido escapar.

En la victoria Pedro I demostró porqué le acabarían llamando el cruel. Desoyendo las peticiones de sus aliados ingleses, se puso a ejecutar (a algunos con bastante saña) a los nobles castellanos capturados. Con esto consiguió enemistarse con sus aliados, cuya experiencia en Francia les había habituado al tema de rescates de nobles, y vieron como el rey Pedro se cargaba lo que ellos consideraban la principal fuente de ingresos que ellos esperaban de esta campaña. El príncipe Eduardo llegó a advertir a Pedro de que si continuaba comportándose 'sin honor' de esta forma perdería lo que había conseguido con esta victoria. Pero Pedro iba a lo suyo. Pensando que ya había ganado, no sólo no hizo ni puto caso a los señoritos ingleses, sino que además renegó de las promesas de pagar los costes del ejército anglogascón de Aquitania.

La de Nájera se llamaría la victoria inglesa. La batalla había sido una victoria total sobre Enrique de Trastámara. Pero no se había capturado al rey enemigo. Además, no sólo Pedro se quedaría sin aliados por su comportamiento tras la batalla, dejándole indefenson cuando Enrique volviera (y como sabemos, volvería), sino que el coste de la campaña arruinó al príncipe negro y a su gobierno de Aquitania. Y para acabar de redondear el desastre, el principe Eduardo se traería de 'souvenir' de su turismo militar en la penísula un peazo de disentería de la que nunca se recuperaría.
 
Y con esto acaba el segundo libro.

Algunas cosas las he resumido hasta el ridículo. El primero no me costó tanto, pero es que en el segundo pasan un huevo de cosas. Y además el primero casi todo el primer tercio es resumir la situación e historia de antes de la guerra.
 
Gracias por el esfuerzo de síntesis, se agradece.

La verdad es que es curioso que aunque se haga hincapié en las estructuras sociales y económicas, al final el período medieval dependía en gran parte de si tocaba un rey inútil (Juan II) o capaz (Carlos V).
 
La verdad es que sí. Mirando aquí en la península, tienes a Juan II de Aragón, quién, de regente en Castilla, rey usurpador en Navarra y rey de Aragón, se lo montó para tener guerras civiles en los tres países, pese a que las organizaciones sociales y territoriales de unos y otros no tenían nada que ver.

O en Bizancio, donde los Angeloi lograron en 20 años llevarlo de primera potencia europea a país desintegrado.
 
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Gracias por el esfuerzo de síntesis, se agradece.

La verdad es que es curioso que aunque se haga hincapié en las estructuras sociales y económicas, al final el período medieval dependía en gran parte de si tocaba un rey inútil (Juan II) o capaz (Carlos V).

Sumption propone que esto era especialmente cierto en el caso de Francia. Todo el estado estaba vertebrado a partir de la corona, era lo único que Languedoc y Normandía tenían en común. Mientras que en Inglaterra, a la que tenían un rey inútil/dañino, se lo cargaban. La verdad es que la lista de reyes ingleses depuestos y/o asesinados es particularmente llamativa, comparada con la de otros países de Europa Occidental.
 
Justamente he estado leyendo en los últimos días sobre la fiscalidad estatal inglesa y su relación con la guerra, y es impresionante. En los años centrales del reinado de Eduardo I, hacia 1290, los ingresos ordinarios de la monarquía inglesas eran de unas 27.000£ anuales. Hasta 1294, el rey solo había tenido que pedir 3 servicios extraordinarios en el Parlamento, y le había dado de sobra para conquistar completamente Gales. Entre 1294 y 1297, se juntaron hasta 4 guerras: una nueva rebelión en Gales, la invasión de Escocia, la recurrente confiscación del ducado de Aquitania por el rey de Francia, y una operación en Flandes para aliviar ese frente. El coste de esos 4 años de guerra fue de unas 750.000£, es decir, los ingresos ordinarios no cubrían más que 1/7 de la factura. Ello obligó a recurrir a 4 impuestos extraordinarios en esos 4 años, en los que se recaudaron unas 200.000£. Es decir, un déficit de unas 450.000£. Una vez que se cerraron tres frentes (todos menos Escocica), se aumentaron los impuestos ordinarios (especialmente las aduanas, que se doblaron), y se recaudaron otros 3 impuestos extraordinarios, se consiguió enjugar hasta cierto punta la deuda, dejándola en 200.000£ a la muerte de Eduardo en 1307.

Eso habla bastante bien de la capacidad financiera de la monarquía inglesa; para que os hagáis una idea, esas 750.000£ son al cambio unos 18.000.000 de maravedíes, la moneda de cuenta castellana. Pues bien, para la campaña de Tarifa de 1292, el mayor esfuerzo financiero de la monarquía castellana entre la conquista de Sevilla de 1248 y la batalla del Salado de 1340, Sancho IV consiguió recaudar entre ordinarios y extraordinarios unos 4.000.000mrs. Por las mismas fechas, Eduardo I pudo mantener 4 años consecutivos de campaña (aunque estuvo cerca de que le estallara una rebelión fuerte en 1297). Más aún: haciendo cálculos por poder adquisitivo, es más o menos el mismo nivel de gasto que se podían permitir Juan I "Sin Tierra" un siglo antes (el reinado de Enrique III fue un desastre para la hacienda regia).

Si avanzamos un poco más hacia la Guerra de los Cien Años, los números para el reinado de Eduardo III son similares en cuanto al gasto, aunque la recaudación había mejorado mucho: solo en 1337, se recaudaron en impuestos extraordinarios para financiar las campañas francesas más de 100.000£. La diferencia respecto del reinado de Eduardo I es que a la altura de 1341, el de la batalla de Sluys, el déficit después de 4 años de campañas militares era aproximadamente la mitad que a principios de siglo. Y resulta todavía más impresionante si se compara con el nivel de gasto y financiación de Francia, que era aproximadamente similar al de principios de siglo (para la fallida campaña de Aragón de 1285, se habían recaudado 1.600.000 libras tornesas, que al cambio daban unos 4.000.000mrs).
 
LIBRO III: DIVIDED HOUSES (1369-1399)

1. Aquitania y el nuevo rey de Francia

Con el tratado de Bretigny, Inglaterra se apropiaba en plena soberanía de cerca de una tercera parte de Francia. Si bien se había renunciado a Nornamdía, Anjou y Bretaña no se había incluido (ya que con la victoria inglesa, la reclamación Monfortista al ducado había triunfado ya practicamente) ya que ni incluso el insensato de Juan II estaba dispuesto a vender media Francia por su libertad, pero el hecho es que se habían incluido grandes regiones que sólo habían conocido el dominio francés desde los tiempos de Felipe Augusto o regiones controladas por nobles que odiaban a los ingleses con toda su alma, como Armagnac. Sólo la región y los nobles de Poitou en la Aquitania demostrarían un afecto hacia sus nuevos señores feudales. E inevitablemente un traspaso de soberanía de esta magnitud comportaba una serie importante de dudas en cuanto a la demarcación concreta de las fronteras en muchos de estos casos. Eduardo III, ya empezando a entrar en la decadencia de la parte final de su reinado, retuvo y retrasó su renuncia oficial a sus derechos dinásticos sobre el trono de Francia como forma de presionar en estos flecos de última hora. Esto supondría un muy grave error diplomático, más pronto de lo que pudiera pensar. Puesto que en Francia ya no reinaba el agradable y personalmente valiente pero timorato y terriblemente incompetente Juan II. Su hijo Carlos, el quinto de su nombre, era el nuevo rey, y este era una persona muy diferente a su padre.

Carlos de Valois no había conocido la gloria de las armas de Francia, el país más grande, más rico, más poblado de Europa Occidental. La época de los capetos directos y la gran línea de reyes que había convertido a Francia en esta gran potencia había quedado olvidada tras los desastres de Sluys, Crecy y Poitiers. Carlos mismo había visto como incluso el mismo pueblo de Francia, de París, se había vuelto contra él y había asesinado a sus más personales confidentes ante sus propios ojos. Es posible que estos hechos hicieran a Carlos, una persona de constitución débil desde su juventud, evitar los hechos de las armas y volverse hacia el estudio del derecho y la diplomacia, pero lo cierto es que su caracter desconfiado e introvertido fuera natural, dado que su abuelo Felipe de Valois, el derrotado en Crecy, ya era desconfiado de cualquier consejo que no fuera el de sus más cercanos allegados, y claramente desconfiaba del pueblo de París, siempre prefiriendo tener su corte fuera de la capital en sitios más tranquilos. Además, Felipe VI ya había intentado la táctica fabiana que su nieto Carlos abrazaría con tanto éxito. Sin embargo, mientras que a Felipe le dio éxitos estratégicos y desastres políticos, Carlos sólo tendría el lado bueno de usar esta táctica. Ya nadie podía dudar de la capacidad militar de los ingleses, a los que ya se consideraba invencibles en campo abierto.

En cierta forma los desastres que habían moldeado Francia le daban las armas a Carlos V para enfrentarse a los ingleses. La reputación militar de Eduardo III y el príncipe Negro le permitía al rey abordad campañas de contención y desgaste que Inglaterra sólo podía perder sin ser criticado. Las grandes bajas en la alta nobleza tras las grandes derrotas de Francia le permitieron rodearse de un cuerpo de consejeros y altos funcionarios reclutados entre la baja nobleza y la burguesía y seleccionados por su competencia personal y no sus títulos o su cercanía a la corona. Incluso el gran rescate debido a Inglaterra por la captura del rey Juan II permitía a Carlos imponer grandes y novedosos impuestos a cortes que antiguamente se hubieran resistido, ya que el paco de un rescate era una de las pocas obligaciones legales de un vasallo para con su señor en la legalidad medieval. El sistema de impuestos y tasación que conseguiría imponer Carlos duraría prácticamente hasta la revolución francesa, cuatro siglos más tarde, y permitiría a Francia disponer de unas riquezas y una capacidad de financiación que incluso el eficiente sistema inglés no podía ni aproximar. Pero aún así hay que apreciar la gran parte que tuvo la personalidad tranquila y claramente muy inteligente, con su atención por el detalle que tenía el nuevo rey de Francia, así como su capacidad para atraer y conservar la lealtad personal de los mejores y más capaces hombres de Francia del momento. Es digno de observar como sus tres hermanos menores, los duques de Valois, Borgoña y Berry, que tantos dolores de cabeza ocasionarían en el futuro a Francia, se comportarían como fanaticamente leales y obedientes para con su hermano mayor Carlos.

Y así Carlos se agarraría a los pequeños y no tan pequeños incumplimientos del tratado por parte de los ingleses para evitar la suscripción final del mismo y el reconocimiento real de la pérdida de tanto territorio francés. Eduardo III de hecho no se daría cuenta de cómo estos pequeños detalles fronterizos, en los que debería haber cedido para poder conservar la gran parte de sus conquistas acabarían dañando su causa de forma irreparable. Y por supuesto había una ruptura del tratado con la que los ingleses no podían hacer absolutamente nada: los routiers que se habían legitimado en la causa inglesa, seguían desperdigados por casi toda Francia, saqueando y chantajeando a la población local a su gusto. Una parte del tratado incluía de forma clara que los ingleses se debían asegurar de que todas sus tropas abandonar el otro lado de la nueva frontera. Pero la corona inglesa no tenía ninguna capacidad de ordenar o siquiera controlar mínimamente a los routiers. Y ya no sólo eso sino que naturalmente muchos ingleses se sentían muy reacios a condenar públicamente a los routiers gascones e ingleses, que tanto bien y riqueza habían aportado a su causa (y por tanto con indudable influencia política en Inglaterra y el corazón de Gascuña, donde muchos capitanes habían comprado grandes propiedades, algunos incluso se habían hecho elegir al parlamento).

Mientras tanto la luna de miel del príncipe negro con Aquitania había terminado. Durante sus primeros años, el príncipe de Gales había enamorado a los nobles locales con su lujosa corte y sus grandes victorias militares. Sin embargo la campaña de Castilla había arruinado no sólo sus finanzas sino que había postrado al príncipe permanentemente, volviéndolo tremendamente irritable e irrazonable. Con el descalabro financiero de la campaña castellana, además, el príncipe se vio obligado a imponer una gran carga de impuestos sobre Aquitania, y muchos de los nobles, especialmente del Quercy, del Perigord y el Limusin, así como nobles claves como el conde de Armagnac y ciudades como La Rochelle, empezaron a ver grietas en el dominio inglés. Con la resistencia de Eduardo III de renunciar a la corona Francesa y por tanto remachar el tratado, hasta que todo estuviera a su completo gusto, estos nobles y ciudades podían argumentar que la soberanía final de sus territorios y sus obligaciones feudales aún estaban en Francia.

En 1369, por fin, el nuevo rey de Francia había conseguido expulsar a los routiers de las regiones claves del centro, norte y este de Francia. Y podía empezar a reunir de nuevo un ejército.
 
Muy interesante Lucius, me has hecho muy amena una mañana de guardia que estab siendo muuuuuy aburrida
 
2. Empieza la fase Carolina de la guerra

Tras conseguir financiación e impuestos extra de los estados del Languedoil y el Languedoc, el rey Carlos se lanzaba a la guerra con los ingleses por fin, alegando que estos habían incumplido las condiciones del tratado de Bretigny, y justificándose en las reclamaciones por abusos de bastantes de los nuevos vasallos ingleses en Gascuña (especialmente el conde de Armagnac) y algunas de las ciudades de Poitou (especialmente La Rochelle). El mando de los ejércitos no lo llevaría un rey físicamente débil y siempre delicado de salud, sino que lo llevarían sus hermanos, los duques reales. Estos serían el duque de Anjou, aventurero e impulsivo pero aún así un buen táctico militar, el duque de Borgoña, sin duda el más inteligente y competente de todos los hermanos del rey aunque su gran fuerza estaría en su capacidad diplomática, y finalmente el menos competente a nivel de hombre de estado (pero un gran patrón de las artes) el duque de Berry. Dice mucho de la fuerza de la personalidad de Carlos de Francia que sus hermanos, los tres claramente más apuestos, grandes y fuertes que su hermano mayor, le serían fanáticamente leales hasta su muerte.

El duque de Anjou, que había compartido con el entonces delfín tantas desgracias en París, llevaría la ofensiva principal en la zona que se creía más fácilmente recuperable: la parte norte del Languedoc que se había cedido: Quercy y el Rouergue, con el duque de Berry y el nuevo Mariscal Sancerre, uno de los nuevos consejeros personales de Carlos, llevando una división de apoyo. El dominio inglés sobre la región empezó a caer como un castillo de naipes. El gobierno del Príncipe Negro en Burdeos estaba completamente paralizado, atenazado por las deudas de la campaña castellana, y detenido por el hecho de que el príncipe Eduardo estaba completamente inutilizado por su enfermedad. La respuesta anglogascona no se pudo materializar hasta que el hombre de más confianza del príncipe Eduardo, Sir John Chandos, pudo regresar de sus nuevos castillos en la baja Normandía. Pero ya era tarde. Cuando Chandos pudo llegar a la región con las pocas tropas que pudo reunir, tanto los señores locales como el mismo pueblo se habían rendido o directamente unido a las tropas francesas. A pesar de su magnífica capacidad personal sólo pudo regresar al valle del Garona en la propia Gascuña y preparar las defensas allí, mientras se pedía desesperadamente que desde Londres se enviara una fuerza expedicionaria. Una fuerza de 1000 soldados, encabezados por el hijo más incompetente de Eduardo III, el conde de Cambridge, por fin partiría para llegar a Burdeos en verano.

Pero una vez allí, no partirían a apoyar a Chandos en el alto Loira y la frontera con el Languedoc. Con una nueva táctica de ir asediando castillos, evitando confrontaciones y atacar en un amplio frente, los franceses por fin estaban aprovechando sus ventajas naturales y libraban una auténtica ofensiva adecuada a sus medios. Nada más llegar las fuerzas de Cambridge a Burdeos, desde el Poitou se alertaba de que tropas francesas estaban empezando a tomar las fortalezas de Angulema. El Poitou era de hecho la zona más rica y más leal a los ingleses de todos los territorios ganados en Bretigny, así que Cambridge sólo pudo ir al norte a responder a esta amenaza. Incluso John Chandos mismo tuvo que delegar su mando en la frontera este y dirigirse al norte con las tropas que pudo.

Pero para los ingleses era como golpear humo. Los franceses evitaban de forma sistemática cualquier confrontación en campo abierto con los ingleses en la que no tuvieran una ventaja extremadamente clara. Las tropas ingleses podían por lo tanto contrarrestar alguno de los sitios al que los castillos y ciudades de la zona estaban sometidos. Pero era completamente inútil, cuando un sitio se aliviaba, otros tres empezaban y concluían. De hecho, una vez que John Chandos abandonó el Quercy y el Rouergue, estas zonas se perdieron sin remedio y con relativamente poco esfuerzo por parte del duque de Anjou. Los ingleses fueron expulsados completamente de la zona, para ya no volver. Lo que es más, una vez tomados estos territorios, las tropas francesas pudieron pasar a presionar la propia Gascuña, mientras que la mayor parte de las tropas ingleses estaban en el norte, en el Loira, intentando aliviar la presión de forma desesperada.

Mientras tanto, el último de los ejércitos reales franceses, encabezados por el duque de Borgoña, que se haría especialista en esa zona y que de hecho pronto sería el heredero del condado de Flandes a través de su mujer, ponía sitio y tomaba la fortaleza de Ponthieu. Esto desató el pánico en Londres. Ponthieu era una fortaleza clave para poder amenazar Calais. Y empezaba a rumorearse que los franceses estaban contratando galeras castellanas y genovesas para invadir Inglaterra desde Normandía, o al menos bloquear Calais por mar. La respuestas de Eduardo III fue la que había tenido cada vez que los franceses empezaban a prepararse para una invasión: invadir Flandes y la Picardía desde Calais para desbaratar cualquier pensamiento francés de invadir Inglaterra. Además, desde luego era logísticamente mucho más fácil llevar un ejército a Calais que a Burdeos, así que una fuerza mucho más grande que la enviada al sur, de unos 4000 hombres de armas, empezaría la campaña desde Calais para intentar asolar Picardía, amenazar París y contrarrestar al duque de Borgoña. Este ejército lo encabezaría la que iba a ser la principal figura inglesa en las siguientes décadas: Juan de Gante, pronto duque de Lancaster y tercer hijo del rey Eduardo. Juan de Gante era sin duda el militar más competente del reino tras su hermano mayor (aunque muy lejos de ser el genio militar que este había sido). Sin embargo poco podía hacer. Paseó a su ejército mientras que el Duque de Borgoña simplemente cubría sus movimientos sin enfrentarlos y asediaba los poblados y fortalezas de los que se iba alejando el ejército inglés.

De cualquier manera, tanto los ejércitos franceses e ingleses de la zona se tuvieron que desbandar por falta de paga y soporte logístico. Los ingleses podían reclamar la victoria de la campaña, ya que habían avanzado por territorio francés, arrasando, saqueando y quemando sin oposición. Pero el hecho es que no habían podido recuperar ninguna de sus pérdidas iniciales, y a este rey de Francia no le importaba el coste político de este tipo de guerra, y al contrario que su abuelo, había sabido convencer a sus nobles y ciudades que era la única forma de confrontar a los ingleses. Al igual que la primera campaña en Flandes de Eduardo III, esta había acabado con una derrota estratégica total de Inglaterra, pero al contario que Felipe VI, Carlos V supo hacerla valer como la victoria real que era. De la supuesta invasión a Inglaterra finalmente sólo se empezaría a enviar un poco de apoyo a los rebeldes galesas que empezarían a surgir.

En el valle del Loira, al menos los ingleses habían conseguido detener el avance francés e incluso hacerlos retroceder. Pero tras perder el impulso inicial y con la muerte en una escaramuza de John Chandos, principal responsable de la estrategia inglesa en la zona, pronto esta ventaja empezó a desaparecer completamente. Y con la llegada del mal tiempo a la zona, los ingleses empezarían a pasarlo francamente mal. Con crecientes problemas logísticos y sin la capacidad y el carisma de John Chandos para contrarrestarlos, el conde de Cambridge se vio superado por los acontecimientos, y pronto su fuerza anglogascona quedaría reducida a menos de la mitad entre escaramuzas, asedios, enfermedades y exposición a los elementos. La posición inglesas se empezó a desplomar de forma cada vez más precipitada. Tras haber perdido Rouergue y el Quercy en el sur, a la lista de ganancias francesas se sumaría el Perigord y Angulema, las regiones más septentrionales de los territorios de Bretigny. Además, se haría cargo de la zona veteranos de los cuerpos mercenarios bretones que habían luchado del lado de la casa de Blois y por lo tanto de la corona de Francia. Y con ellos sus dos principales líderes: Bertrand DuGuesclin, que había sido capturado en Nájera (y sería capturado varias veces en su vida, era un excelente estratega y guerrero a nivel personal pero un pésimo táctico), y Olivier de Clisson, que contaba con la particularidad de haber empezado del lado Monfortista e inglés en la primera fase de la guerra de sucesión bretona, pero al que las cambiantes y características traiciones y cambios de alianza de este tipo de guerra habían vuelto a situar del lado francés. Bertrand en concreto no sólo había podido hacerse rico a pesar de tener que pagar su rescate tras Nájera, sino que además había podido reunir nuevas compañias para apoyar de nuevo a Enrique de Trastámara para de nuevo invadir Castilla y esta vez de forma definitiva derrotar y asesinar a su hermano Pedro, que había perdido ya toda posibilidad de apoyo inglés.

En 1370, tras los evidentes éxitos iniciales de la campaña del año anterior, Carlos V de hecho impuso nuevos impuestos sobre los estados generales del Languedoil y el Languedoc, y varios de los estados de Normandía y Borgoña, y con la excusa más irónica: el pago del rescate del su ya muerto padre Juan II. Efectivamente este pago, legalmente, aún se debía a los ingleses y podía ser usado ante las cortes ya que el pago de un señor feudal era una de las pocas razones que se podían dar para imponer impuestos. Pero el hecho es que todos estos impuestos, no sólo no se usarían para este pago de rescate, sino que pronto se iban a institucionalizar como impuestos permanentes. Mientras tanto, las cortes inglesas empezaban a darse cuenta que iba a ser mucho más caro mantener y defender los territorios de Bretigny que conquistarlos.

Aún así, los ingleses intentaron de nuevo sus tácticas habituales. Para aliviar la presión de sus fronteras, lanzar una gran Cheuvachée hacia el corazón de Francia, para que los atemorizados franceses abandonaran los territorios qeu acababan de recuperar. En 1370 esta nueva expedición, liderada por Sir Thomas Knolles, que había sido uno de los principales líderes routiers de la década anterior, se lanzó a esta expedición, desde Calais y alimentándose desde los castillos de Carlos de Navarra en Normandía. La respuesta de Carlos fue continuar la estrategia de la campaña del año anterior. Sus hermanos Anjou y Berry atacarían en pinza la frontera norte y este de las posesiones inglesas, mientras que Borgoña presionaría hacia Calais. Y tras haber pagado su rescate de Nájera y por sus éxitos en la campaña del año anterior, se nombraría a Bertrand DuGuesclin Condestable de Francia. Y él sería el encargado de contrarrestar la expedición de Thomas Knolles.

Desde Calais los ingleses pudieron llegar a las cercanías de París sin demasiados problemas, mientras las fuerzas de DuGuesclin se estaban reuniendo aún. Pero una de las primeras medidas que Carlos V había tomado, como delfín y luego como rey, era fortificar París. En estos momentos y para una expedición rápida del modelo inglés, que contaba con la rapidez y por tanto no podía ir arrastrando maquinaria de asedio ni medios de construirla, París era completamente inexpugnable. Así que simplemente continuaron hacia el oeste, para ir arrasando todo lo que pudieron. Bertrand DuGuesclin empezó a seguir, a ser la sombra de todos sus movimientos. Agobiados por la presencia del ejército francés, y siendo incapaces de provocar una confrontación abierta, los líderes ingleses empezaron a discutir entre ellos y el propio Knolles perdió el mando, huyendo por su cuenta a las fortalezas inglesas/monfortistas en Bretaña. Entonces y sólo entonces DuGuesclin atacó a los ya desorganizados y desabastecidos ingleses. Desmoralizados, el resultado fue una matanza tremenda. Era la primera gran expedición inglesa que era completamente destruida en la guerra. No sólo desmontaba por fin la reputación de invencibilidad inglesa, sino que además abría el camino a asediar las fortalezas de Carlos de Navarra en Normandía y la posibilidad de apoyar las últimas fortalezas de la casa de Blois que habían ido aguantando, más mal que bien, en Bretaña. Carlos de Navarra, el eterno traidor, vió como soplaba el viento y de nuevo cambió de bando, expulsando a los mercenarios y soldados ingleses de sus fortalezas en Normandía. Reuniéndose por fin con Carlos V, le rindió homenaje y volvió al sur a Pamplona, desentendiéndose completamente de los ingleses en el norte.

En el sur, Juan de Gante se esforzaba en recuperar los pedazos del imperio de su hermano mayor. Pero era una tarea casi imposible. Apenas pudo conseguir convencer a todos de los hechos consumados: los límites del ducado de Aquitania volvían a ser apenas algo más que los del anterior ducado de Gascuña, y lo único que se podía hacer era contener a los franceses sobre el Garoña y lo que se había podido conservar en la ribera sur del Loira. Mientras tanto los franceses por fin podían abrir un canal seguro para apoyar a sus partidarios en Bretaña y Olivier de Clisson se haría cargo de enfrentar y reavivar la guerra de sucesión Bretona. En 1372, los bandos se aprestaban de nuevo a chocar, y todos tenían la vista puesta en la costa atlántica francesa.
 
Es que estoy en vacaciones y me da pereza estos días :D Seguiré, seguro.
 
Los ladrillacos de Sumption los he visto en varias librerías estos días. Si no fuese povre ni estuviese con Hobsbawm y Gibbon en adición a todo lo que me tengo que leer para la tesis caían.
 
Kindle is your friend.
 
3. Juan de Gante

La situación para Juan de Gante, tercer hijo de Eduardo III, era... preocupante, valga la rima, pero esto no haría mella en el segundo hijo más competente del rey Eduardo III, y futuro padre de la siguiente dinastía inglesa. El infante Juan era sin duda el hijo más competente y con mejor cabeza para el gobierno de Eduardo III. Desde luego carecía del glamour de su hermano mayor Eduardo, el príncipe negro, y no tenía su genio para la guerra. Pero era un líder militar más que compentente, y sin duda con una cabeza mucho mejor asentada sobre los hombros para el gobierno que sin duda su hermano mayor no tenía. Sin ser el hermano mayor había conseguido el matrimonio más codiciado de Inglaterra: la hija mayor del Duque de Lancaster, el que había sido el líder militar más competente de Eduardo III durante la primera fase de la guerra (más allá de su padre y su hermano, claro). El conde, luego duque de Lancaster había reunido fama y fortuna que había usado para adquirir el prestigio y la cantidad de tierras más grandes en Inglaterra fuera de la familia real, y tras su muerte, todo esto había pasado al infante Juan, ahora duque de Lancaster él mismo. Si bien la enorme cantidad de tierras y poderío económico provocaba un claro desequilibrio en el delicado balance de poder entre la nobleza inglesa, lo que provocaba el odio y la envidia de estos... y pronto de la misma corona. Pero en estos momentos el poderío Lancaster, dada la enfermedad del príncipe de Gales, estaba totalmente dedicado a la causa de Inglaterra, lo que hacía que este núcleo de poder fuera de la propia corona no fuera sospechoso. Por ahora.

Sin embargo el propio Juan no se hacía ilusiones, y como muchos hijos segundos de padres poderosos y prestigiosos (como pasaría una y otra vez con los segundos hijos de la corona de Francia en la época), tenía puestos los ojos en conseguir una corona para él mismo. Y esta corona sería la de Castilla. En Montiel, en 1369, Enrique de Trastámara había conseguido lo que Pedro no había conseguido en Nájera: vencer y matar a su hermano, con la ayuda y el patrocinio de Bertrand DuGuesclin y por tanto de la corona de Carlos de Francia. Durante los dos siguientes años Enrique estaría ocupado en vencer a los últimos partidarios del su medio hermano. Y en 1371, Enrique empezaba a dar señales de que, como todo jefe de estado con dos dedos de frente, empezara a considerar que ya apenas tenía que ganar, más con un reino medio arruinado por casi una década de una particularmente sangrienta guerra de sucesión, con el patrocinio de Francia. Sin embargo las ambiciones de Juan de Gante obligarían a Castilla a involucrarse con fuerza en la guerra entre Inglaterra y Francia. Y esto es porque Juan de Gante, tras la muerte de su mujer (y madre del futuro Enrique IV), casaría con la hija mayor de Pedro I y en su nombre reclamaría la corona de Castilla, algo que evidentemente un usurpador como Enrique de Trastámara no podía consentir.

La guerra con Francia, mientras tanto continuaba. Con casi todos los territorios fuera de Guyena perdidos o a punto de perderse, y con el 'frente' (por llamarlo de alguna forma, obviamente el concepto de frente no tiene mucho sentido en esta época) estabilizado en el Garona y con Calais rodeado y anulado, el único escenario medianamente activo sería el noroeste, reactivando el apoyo inglés a Juan de Monfort. Sin embargo, no muy al gusto del propio Juan. Décadas de vaivenes en la guerra de sucesión Bretona, y el renovado apoyo de la causa de Blois, ahora centralizado en Olivier de Clisson, uno de los dos principales líderes militares del rey Carlos V de Francia, a través de su matrimonio con la hija de Carlos de Blois, habían dejado particularmente débil al duque de Bretaña, y los ingleses claramente se estaban aprovechando del tema, estableciendo guarniciones inglesas permanentes en varios puertos de Bretaña, especialmente Brest.. y también a través de las fortalezas que habían pertenecido a Carlos de Navarra y que habían permanecido en el lado inglés tras el enésimo vaivén del rey de Navarra, especialmente Cherburgo. Sin embargo, esta política de abuso de poder en Bretaña sería algo que eventualmente costaría caro a los ingleses.

Estas fortalezas, Cherburgo y Brest, junto a Calais, serían las 'barbacanas' de Inglaterra en Francia, puertos fortificados de fácil acceso para cualquier flota de transporte inglesa, capaz de descargar ejércitos que podían amenazar Normandía, Bretaña y la Picardía, respectivamente, y controlar claramente el canal de la Mancha. Y estas fortalezas centralizarían los esfuerzos bélicos de ambos bandos, junto a otra fortaleza clave en la costa oeste de Francia: La Rochelle. Esta última era de importancia estratégica vital para ambos lados, pero especialmente para Francia. La pérdida de La Rochelle como parte del tratado de Bretigny había sido un golpe mortal para Francia, al ser el único puerto que hasta entonces había sido seguro en esa costa de Francia para los intereses franceses, y una base vital para interceptar o dificultar las tropas inglesas que se desplazaran hacia el ducado de Aquitania. Los propios habitantes de La Rochelle se habían opuesto de forma muy clara a ser traspasados a Inglaterra por el tratado de Bretigny, y habían dado mucho dolor de cabeza al principe negro y luego a Juan de Gante, que se veía obligado a mantener una guarnición permanente en el puerto para evitar que los habitantes traicionaran la ciudad a Francia.

Y sería en La Rochelle donde estas fuerzas se concentrarían y encontrarían, para decidir el destino del Poitou, el último territorio fuera de Guyena ganado en Bretigny al que los ingleses se aferraban. La flota inglesa llegaría al estuario que domina la ciudad, llevando los últimos refuerzos hacia Burdeos. Y allí estaría una gran flota Castellana, liderada por el genovés Ambrosio Bocanegra, esperándoles. Una flota que seguramente no hubiera existido de no haber sido por la amenaza que Juan de Gante suponía a la corona de Trastámara. La batalla sería una victoria decisiva de los castellanos, que no sólo destruirían completamente a la flota inglesa (en gran parte debido al buen hacer del almirante genovés, que básicamente pilló en bragas al inexperto conde de Pembroke) sino también capturarían a todos los líderes ingleses y a los refuerzos que se necesitaban tanto en la defensa de la propia Poitou y Guyena.

Las consecuencias de la batalla naval de La Rochelle se propagarían por toda la zona. La ausencia de refuerzos y la imposibilidad de traer más con la flota inglesa destruida por el momento haría que las fortalezas aún en contienda se fueran rindiendo. Todo el Poitou ser perdería para Inglaterra durante los siguientes años, desde lo que había sido la capital del principe negro en Poitiers, hasta la propia La Rochelle, que caería tras asedio en los siguientes meses. Pero la derrota inglesa también haría que las últimas fortalezas en Normandía, especialmente la formidable Saint Seveur se perdiera, quedando solo Cherburgo en manos inglesas... e igualmente el enésimo esfuerzo inglés para asegurar Bretaña para Juan de Monfort (al que habían dado el título de Conde de Richmond) también se iría al carajo, quedando practicamente sólo Brest en manos inglesas y teniendo que volver Juan de Monfort a Inglaterra, pero cada vez más harto de los abusos de los propios ingleses. Tanto Olivier de Clisson como Bertrand DuGuesclin irían derrotando una fortaleza tras otra, sin batallas campales y yendo punto a punto.

En 1374, los ingleses habían vuelto a la casilla de salida, nada de lo conseguido en Bretigny permanecía en sus manos, mientras el príncipe negro se consumía en su enfermedad en Inglaterra y Eduardo III cada vez caía más en episodios seniles. Toda la dirección del gobierno quedaba pues en Juan de Gante, duque de Lancaster, pero este seguía teniendo sus ojos puestos no en los intereses de Inglaterra, sino en los suyos propios en Castilla.
 
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Un placer leer tus resúmenes, como siempre.
 
Por cierto que es bastante cachondo ver como las tropas y líderes ibéricos (sobre todo castellanos), pasando hasta el culo de toda las convenciones de buen trato de prisioneros, sistema de pago de rescates, etc. La cara que se les queda a los ingleses y franceses cuando les dicen algo así como 'liberar a un enemigo, así por la jeta, antes de acabar la guerra... excuse mua? ni de coña, vamos' :D