Capítulo VII: Muerte de un Patriota
Tras meses de tensiones internacionales, la mayoría del mundo occidental dio la bienvenida a la celebración del Mundial de fútbol, celebrado esta vez en Italia. Era la primera vez que el torneo contaba con una fase de clasificación previa, y el primero en que miles de aficionados de diversos países acudieron a animar a sus equipos nacionales. Tras una semana de competición, el país se encontraba mesmerizado por el avance de la selección alemana hasta las semifinales, donde se enfrentarían al poderoso combinado checoslovaco. No obstante, las tremendas habilidades de Nejedlýy y sus tres fabulosos goles trajeron la eliminación de la selección germana. En la final, los checos eran los favoritos para la victoria final, pero en última instancia los italianos, grandemente influenciados por la propaganda de Mussolini y contando con un árbitro demasiado casero, fueron capaces de llevarse el título. En la final de consolación, Alemania derrotó a Austria consiguiendo la medalla de bronce, y los jugadores eran recibidos como héroes a su llegada al hogar.
Italia, ganadora del Mundial de fútbol
La primera de las tres fases de reindustrialización planeadas por el Gobierno estaba a punto de terminar, y muchos emprendedores se mostraban complacidos al saber que en sólo 18 meses Alemania había incrementado tanto su capacidad industrial que superaba ya a la de Francia y Reino Unido juntas. Y no eran estas las únicas buenas noticias que recibiría el Ministerio de Economía y Armamentos, pues el conglomerado industrial IG Farben anunciaba un nuevo proyecto de estandarización de productos aplicable a muchas otras compañías, reduciendo así costes y tiempos de producción.
Pero eso no era todo, pues cada una de las ramas del Ejército anunciaba varios éxitos en el ambicioso plan de modernización. Los nuevos bombarderos en picado Henschel 123 estaban ya totalmente diseñados y listos para ser construidos, mientras Reichmarinewerft empezaba a desarrollar un nuevo modelo de torpedos mucho más precisos y letales que sus predecesores. Finalmente, el Ejército de Tierra comenzó un nuevo proyecto para la creación de una nueva serie de divisiones especializadas en combate alpino, los Gebirgsjägers.
Nuevo modelo de torpedos en desarrollo
Mientras tanto, Arthur Crispien empezaba con una larga serie de visitas diplomáticas a nuestros países vecinos, y mientras los Aliados aún seguían desconfiando con nuestras intenciones de lograr una paz duradera y estable en el continente, los gobiernos de Yugoslavia, Hungría y Rumanía se aproximaban a nuestra visión del mundo. En el resto de Europa, Bulgaria sufría un golpe protagonizado por la organización Zveno y los militares y aseguraba el ascenso al poder de Kimon Georgiev, mientras Turquía anunciaba un nuevo programa de rearme. Más al norte la Unión Soviética firmaba por fin un acuerdo de reconocimiento mutuo y fijación de fronteras con Rumanía y Polonia, mientras al mismo tiempo anunciaba la creación de una nueva policía estatal, la NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos. Aun así, el ministro Crispien se anotó otro tanto con la firma del tratado de Berlín, según el cual Alemania y la URSS se comprometían a comerciar regularmente y a mantener relaciones cordiales en el futuro.
Lamentablemente, todas estas buenas noticias quedarían empañadas por un evento trágico. A la edad de 86 años, el ínclito Mariscal von Hindenburg llegaba a su ocaso, y Alemania perdía a una de las figuras más relevantes de su historia reciente. El presidente y héroe de guerra había sido una de las figuras claves para evitar el ascenso de los nazis al poder, y en todos los comercios alemanes la bandera nacional ondeaba con un crespón negro como adorno. Después de conocer la luctuosa noticia, el canciller Wels declaraba que “Alemania es hoy una nación huérfana y triste, pero eternamente agradecida a su devoto padre”, y sólo el Partido Comunista evitaba una declaración oficial de duelo. Finalmente, el antiguo general era enterrado en el Memorial de Tannenberg, donde más de 200.000 personas presentaron sus respetos a lo largo del día, mientras Arthur Crispien, ministro de Exteriores, asumía de modo temporal la Presidencia del Reich.
Un día triste para Alemania
Sin perder tiempo, los diferentes partidos nacionales empezaron a postular candidatos para el cargo: el KPD anunciaba que el propio Thalmann se presentaría a las elecciones, el NSDAP recuperaba algo del prestigio perdido logrando el asentimiento de Erich Ludendorff para liderar su candidatura, y el DNVP y el BVP formaban una coalición liderada por Theodor Duesterberg. Por su parte, el canciller Wels hacía honor a los Acuerdos de Adlon y confirmaba que el SPD no concurriría con un candidato propio, pidiendo a sus votantes que apoyaran al centrista Wilhem Marx, quien previamente había accedido a permanecer en el cargo como una mera figura representativa sin más atribuciones que aquellas estrictamente previstas por la Constitución.
Al conocer estas noticias, el BVP retiraba su apoyo al proyecto del DNVP y publicaba su preferencia por Wilhem Marx, y a pocos días de las elecciones pocos dudaban de quién sería el ganador de las elecciones. Las urnas confirmarían estas predicciones, con Wilhem Marx como claro vencedor con una abrumadora mayoría del 63,1% de los votos frente al 17 y 11 por ciento de los partidos nazi y comunista, respectivamente. El 5 de septiembre de 1934 Wilhem Marx juraba el cargo de Reichspräsident, y la sensación de estabilidad nacional y de legitimidad gubernamental se reforzaba enormemente.
Wilhem Marx, nuevo
Reichspräsident