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Aquí os dejo un artículo sobre una serie de libros que han salido en los últimos meses.

Me acabo de comprar el de Kershaw. Si llega el caso os cuento lo que me parece.

Tormenta de sangre y acero

La reciente aparición de un buen número de excelentes libros de historia sobre la II Guerra Mundial demuestra que el interés por la gran contienda del siglo XX no para de crecer

Okinawa: un oficial de marines se retuerce dentro de un tanque alcanzado por un impacto. Tiene la barriga desgarrada, las tripas fuera y un brazo que pende de una hebra de carne destrozada. "Dios mío, mamá, ayúdame", gime. Hay que salir del blindado y el joven corta con su cuchillo el fragmento que une el miembro a su cuerpo: la extremidad cae con un ruido sordo. Normandía: el comandante SS de la 12ª División Panzer, Kurt Meyer, aguanta un contraataque de los canadienses. Cuando se dirige a animar al jefe de uno de sus batallones, ve volar ante él la cabeza del infortunado, alcanzado por un proyectil de carro. Monte Cassino: los soldados estadounidenses enterrados en sus mugrientos pozos de tirador orinan sobre sus rifles para deshelarlos mientras las ametralladoras enemigas truenan regulares como un golpe de guadaña. De la tierra de nadie llegan chillidos desgarrados en alemán: "¡Me muero, Otto!".

Son escenas, terribles escenas, de tres nuevos libros sobre la II Guerra Mundial -respectivamente, Okinawa, de Bill Sloan; Seis ejércitos en Normandía, de John Keegan, y El día de la batalla, de Rick Atkinson-, parte de la nueva ofensiva (valga el término) editorial de obras sobre el peor conflicto de la humanidad, con un saldo de 50 millones de muertos. En total, una decena de títulos, varios extraordinarios, acaban de desembarcar para ir al encuentro de un público aficionado a la historia militar que no para de crecer. Se trata de obras muy variadas en su propósito, alcance y calidad literaria. Historias de una batalla concreta (Okinawa, Leyte), de una campaña (Normandía), de un Ejército (el estadounidense en Italia), de todo un año de guerra (Decisiones trascendentales, de Dunquerque a Pearl Harbour, 1940-1941, de Ian Kershaw), de un solo individuo (las memorias del coronel Hans von Luck, Panzer Commander) o de todos (Un mundo en guerra, historia oral de la II Guerra Mundial, de Richard Holmes).

Dejemos avanzar primero a un veterano. El maestro Keegan, cuyo nombre es sinónimo de historia militar, relata la guerra desde el Día D hasta la liberación de París fiel a su estilo, con el punto de mira centrado en los soldados y su vivencia sobre el campo de batalla. A algunos les parecerá insoportablemente marcial -el honor del varón, los camaradas, etcétera-, pero Keegan, para el que está tan claro como para Montgomery que la guerra se gana o se pierde sacrificando vidas humanas, es un genio a la hora de hacer vivir al lector las impresiones de la lucha. Y su descripción de los movimientos militares es impecable y clarificadora. En este libro de 1982, el profesor está además más sensible que de costumbre e incluso se permite hablar de sí mismo en un insólito prólogo en el que cuenta su experiencia como niño (nació en 1934) durante la guerra. También tiene detalles sorprendentemente tiernos nuestro historiador de hierro como apuntar que entre los que invadieron Normandía el recuerdo familiar se centraba sobre todo en las hermanas favoritas. Keegan examina las claves de la decisión de abrir el segundo frente, recalca el pavor aliado a un contraataque que los habría dejado expuestos en las playas y dunkerqueados, y ofrece datos muy interesantes sobre las defensas alemanas, como la presencia en sus filas de 65.000 prisioneros capturados en el frente ruso que se habían ofrecido como voluntarios y, lógicamente, no eran muy fiables. Keegan, como buen inglés, no le da un gran papel a la Resistencia. Subraya la "grandeza militar" de Eisenhower y sigue con fría pasión a las fuerzas aerotransportadas y paracaidistas (señala que la media de edad en un regimiento de éstos era ¡de diecisiete años y medio!), a los soldados desembarcados, a los defensores alemanes y a los batallones de carros y granaderos enviados por Hitler en un último esfuerzo por repeler la invasión. Lo mejor del libro es sin duda el relato de los brutales ataques y contraataques en los espesos sotos normandos, unas acciones tremendas -algunos panzergrenadier llegaron a suicidarse incapaces de aguantar la intensidad de los bombardeos, capaces de poner boca abajo un tanque Tigre de 60 toneladas- que normalmente quedan ocultadas entre la lucha en las playas y la liberación de París. También son destacables las consideraciones militares, dignas de Clausewitz o Sun-Tzu: "Donde se instala la confusión, pocos hombres hacen, con frecuencia, mucho más que un gran número".

Es difícil encontrar un libro tan distinto del de Keegan como el de Olivier Wieviorka, Historia del desembarco de Normandía, una insólita aportación al tema de un historiador francés. Wieviorka considera que hay que desmitificar el "día más largo" (al cabo, recuerda, la debacle definitiva de la Wehrmacht ocurrió en la estepa rusa) y guardarse de una lectura heroica del mismo -algo en lo que no estaría de acuerdo, por ejemplo, John Wayne: recordémosle encarnando al coronel de paracaidistas Vandervoort en el filme de 1962 basado en el libro de Cornelius Ryan-. De entrada, el francés le pega un viaje a Stephen Ambrose (el entusiasta historiador estadounidense de Band of brothers, El Día D y El puente Pegasus) como representante de la tendencia de presentar a los soldados angloamericanos de Overlord como jóvenes inocentes, valientes e idealistas. Wieviorka advierte contra una historia "magnificada" del desembarco y recalca la gran violencia de la campaña, la ignorancia de los soldados estadounidenses sobre las razones morales de su combate y los sentimientos ambivalentes de la población hacia sus libertadores. La invasión, recuerda, infligió terribles sufrimientos a los civiles: 14.000 muertos en el verano de 1944, la mitad víctimas del bombardeo aéreo aliado.

El historiador francés invita a "echar una mirada fría" sobre el desembarco. No duda en hablar de los pillajes y violaciones de que fueron culpables los soldados desembarcados y que, afirma, habría que revisar al alza. Incluso parece que existieron Los Violentos de Kelly: después de la toma de Saint-Lô, hubo soldados, explica, que se lanzaron sobre las cajas de seguridad de la Société Générale. Wieviorka, por supuesto, elogia a la Resistencia. El libro no carece de interesantes consideraciones militares, como que la campaña estuvo marcada por una desmodernización y una vuelta a formas arcaicas de combate -armas blancas incluidas- o que el 75% de las pérdidas aliadas en Normandía las causaron los morteros.

Ese grandísimo historiador que es Ian Kershaw ofrece una perspectiva de la II Guerra Mundial insólita, apasionante e incluso un punto lúdica: el análisis de las decisiones políticas trascendentales tomadas en el periodo crucial de los 19 meses que van de mayo de 1940 a diciembre de 1941. Lo más interesante del asunto es que la toma de esas resoluciones implica que hubo otras opciones, que las cosas pudieron suceder de manera muy diferente. Lo que propone Kershaw es distinto de un simple ejercicio de What if. El autor examina minuciosamente diez grandes decisiones y evalúa las opciones reales que existían de actuar de otra manera, lo que aclara extraordinariamente lo que acabó sucediendo. El análisis de la decisión británica de no pactar una paz con Alemania en la primavera de 1940 revela hasta qué punto ello era posible y estuvo incluso cerca de suceder. El de la decisión de Hitler de atacar a la URSS -"la más trascendental de toda la guerra"- muestra, sorprendentemente, que hasta cierto punto el líder nazi no tenía otro camino, incapaz como era de poner fin a la guerra mediante una paz negociada con Gran Bretaña. "Era una locura, pero no carecía de método", apunta Kershaw. Entre las decisiones analizadas están la del ataque a Pearl Harbour, la de Mussolini de intervenir en la guerra, la de Roosevelt de avanzar en la ayuda a Gran Bretaña y la de Stalin de ignorar la amenaza que se cernía sobre su país. Especialmente interesante es la última de las decisiones que estudia el historiador, no en balde gran biógrafo de Hitler: la de matar a los judíos. Sólo por ese impresionante capítulo, en el que traza la senda sinuosa de la Solución Final, ya vale la pena este libro magistral.

Desde el punto de vista literario, no hay duda de cuál es el gran libro del lote: el extraordinario El día de la batalla, de Rick Atkinson. Empeñado en una gran trilogía que traza la historia del Ejército de EE UU en la II Guerra Mundial (inaugurada con Un ejército al amanecer), este periodista estadounidense émulo de Tucídides entrega ahora la segunda parte, mil páginas impresionantes correspondientes a la campaña de Sicilia e Italia. De nuevo el eco épico, el hálito trágico, la impactante descripción de los personajes, la sensacional amplitud de mirada, la grandiosidad que, sin embargo, no está reñida con una fina sensibilidad para plasmar el dolor y el horror individuales, la inteligencia para seleccionar la frase precisa, rotunda, que conmociona. Las páginas dedicadas a Salerno, Anzio, Monte Cassino son antológicas. Todo el libro es una gozada literaria, sin dejar de ser una espléndida crónica de guerra en la que no dejan de explicarse episodios poco conocidos y polémicos como el fusilamiento sobre el terreno de soldados italianos por los estadounidenses.

Más libros: a la última gran batalla de la guerra, la tan feroz librada por la isla de Okinawa, dedica su obra del mismo título el periodista Bill Sloan. Es un relato sobrecogedor, con muchos testimonios de veteranos, a lo Max Hastings (si no lo han leído aún no se pierdan de éste su emocionante e iluminador Némesis, sobre la última etapa de la guerra en el Pacífico, también en Crítica). El libro de Sloan contiene algunas imágenes inolvidables como la del marino que ve alucinado cómo se desploma sobre su lancha PT una bomba Baka con su piloto kamikaze a horcajadas. A otro enfrentamiento decisivo del frente del Pacífico está consagrado La batalla de Leyte, de Jean-Jacques Antier, también con la fórmula de presentar la voz de los combatientes buscando la implicación del lector en la narración. Un mundo en guerra, de Richard Holmes, es una estupenda recopilación directa de testimonios orales agrupados por teatros y temas, en la que uno puede encontrar a gente tan diversa como el comandante de U-Boot Cremer, un soldado de la 101 Aerotransportada o ¡Lawrence Durrell! Los últimos cien días, de John Willard Tolan, es un ejemplo de un tipo de vieja historia narrativa (es de 1965) de dudoso rigor aunque muy entretenida. Incluye la mejor descripción del affaire de la Leibstandarte -la leyenda de que esa unidad de élite de las SS devolvió sus brazaletes a Hitler en un orinal- que quien firma ha leído. Recuerdos de un soldado, del general Guderian, el genio de los panzer, un libro clásico, responde a todo un subgénero de la historia militar, las memorias de altos mandos alemanes, de las que no hay que esperar mucha sinceridad y menos sensibilidad. Guderian no miente como Von Manstein y explica cosas interesantes pero dedica un capítulo repulsivo a criticar a Von Stauffenberg ("se comportó atolondradamente") y a los otros militares de la conspiración del 20 de julio. Otras memoires, las del coronel Von Luck (Panzer Comander), constituyen uno de los mejores testimonios de un combatiente de primera línea y están llenas de anécdotas impagables (el pacto de caballeros en el Norte de África con los británicos), pero desgraciadamente la traducción es un desastre.

En fin, en total casi seis mil páginas de historia, acero y sangre sobre un conflicto aterrador que no deja de fascinar y que sigue librándose en campos de batalla de papel y en la pluma de los historiadores.

-

Seis ejércitos en Normandía, de John Keegan (Ariel). Decisiones trascendentales, de Ian Kershaw (Península). El día de la batalla, de Rick Atkinson (Crítica). Historia del desembarco de Normandía, de Olivier Wieviorka (Tempus). Okinawa, de Bill Sloan (Crítica). La batalla de Leyte, de Jean-Jacques Antier (Inédita). Un mundo en guerra, de Richard Holmes (Crítica). Los últimos cien días, de John Willard Tolan (Tempus). Recuerdos de un soldado, de Heinz Guderian (Inédita). Panzer Commander, de Hans von Luck (Tempus).

la fuente

http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Tormenta/sangre/acero/elpepuculbab/20080517elpbabnar_7/Tes/
 
¿Por cierto alguien se ha leído las memorias de Manstein? Lo digo por eso que afirma el autor del artículo de que miente en ese libro.

Yo he intentado leerme las de Guderian y no he llegado al capitulo que comenta. Me aburrieron soberanamente. El Cruzada en de Eisenhower me pareció infinitamente mejor.

Estoy leyendo el de Kershaw, ya podré que me parece. de momento solo he leído el primer capítulo, sobre la decisión de los ingleses de continuar la guerra solos y no iniciar negociaciones entre mayo y junio de 1940 y me parece muy, muy interesante.

Una última cosa, ¿qué tal están Armagedón y Némesis de Max Hastings?
 
Saludos. El de Guderian, Manstein y otro tipo de memorias son un poco aburridas en el sentido de que cuentan con demasiados tecnicismos y se pierden en la complejidad del despliegue militar, la táctica y la estrategia, lo que para lectores neófitos en esta materia (como es mi caso) a veces cansa. No obstante las de Guderian me parecieron muy interesantes, aunque coincido contigo en lo cansinas que se hacen. Sobre el de Manstein y sus mentiras, no lo he leído, pero te pongo un magnífico post que espero te ayude. Gracias por la información bibliográfica y un saludo.

Manstein:

http://www.forosegundaguerra.com/viewtopic.php?t=7193
 
Yo recomiendo uno que se sale de la línea de las grandes batallas y biografías, lo acabo de leer y es interesante

¡Atención hombres K! de Cajus Bekker, narra las operaciones de los comandos de la marina alemana, ataque con minisubmarinos, lanchas, hombres rana volando puentes y esclusas.

Algo diferente :rolleyes:
 
¿Manstein mentir? No lo diria así, simplemente, pasa de puntillas sobre el gran tema del holocausto, como si no fuera con él, se justifica en no dar un golpe contra Hitler y a ver servido a sus ordenes a pesar de quejarse de lo insufrible que le resultaba hacerlo, y obvia evidentemente, como en todas las memorias, aquello que no le es favorable. Yo no lo llamaria mentir, es complicado que alguien que escribe sus memorias a posteriori de los acontecimientos no justifique sus errores y ponga solo los buenos ejemplos. (que leyendo el libro si es cierto que los soldados alemanes aparte de superhombres son hermanitas de la buena caridad y muy educados que jamás tocaron a un civil)

Aparte de tener una actitud demasiado optimista sobre el VI ejercito y la ruptura que le mandó hacer en Staligrado que según él hubiera funcionado. Yo tengo mis dudas de que un ejercito saliendo a la nieve, mal nutrido, a campo abierto sin casi munición hubiera logrado salvarse.

Aunque si coincido que más se hubieran salvado que en la realidad, lo cierto es que el propio Manstein reconoce, y creo que por ello le remuerde la conciencia, tuvo que usar su cerco para sostener todo el frente Sur. De haber salido parte del VI del mismo, sin posibilidades operativas de combatir, es posible que el desastre hubiera sido todavía mayor.
 
Yo ahora estoy con Kursk, 1943. La batalla decisiva.

Sobre las memorias de Guderian y Manstein sí que es verdad que se hacen lentas de leer a los que no tenemos muchos conocimientos sobre táctica militar. Por el contrario os recomiendo las de Doenitz: 10 años y 20 días. Me parecieron apasionantes.
 
Yo me estoy leyendo ahora las memorias de Adolf Galland. La traducción es maleja y es la que se hizo todavía en épocas de Franco (el prólogo de un general hablá de la guerra de la liberación contra el comunismo :) ).

La primera parte de cómo aprende a volar en planeadores es preciosa. Cómo van pasando de vuelos de pocos segundos a empezar a batir records con vuelos de menos de una hora y luego cada vez más tiempo es muy, muy bonita.

Ahora voy por cuando ingresa en la compañía civil, pero lo que echa de menos y a lo que vuelve es a los planeadores. :p

Tengo ganas de llegar a la parte donde se militariza el asunto.
 
Michel el Vasco said:
Yo estoy leyendo Némesis y no está mal, es entretenido, mezcla explicaciones estratégicas con las descripción de situaciones individules pero tampo aporta nada nuevo.

Es un poco estilo Beevord. Nemesis esta bien porque es díficil encontrar libros que traigan testimonios de Japoneses. Algunos son tremendos.

Son recomendables desde ese punto de vista, tampoco aportan nada estrátegicamente nuevo de las campañas, pero son interesantes.

Nemesis más que Armaggedoon.
 
carlos.gh said:
Yo me estoy leyendo ahora las memorias de Adolf Galland. La traducción es maleja y es la que se hizo todavía en épocas de Franco (el prólogo de un general hablá de la guerra de la liberación contra el comunismo :) ).

La primera parte de cómo aprende a volar en planeadores es preciosa. Cómo van pasando de vuelos de pocos segundos a empezar a batir records con vuelos de menos de una hora y luego cada vez más tiempo es muy, muy bonita.

Ahora voy por cuando ingresa en la compañía civil, pero lo que echa de menos y a lo que vuelve es a los planeadores. :p

Tengo ganas de llegar a la parte donde se militariza el asunto.



El que quiera contrastar, "Pilotos de Caza" de Patrick Bishop, narra la batalla de Inglaterra desde la RAF, bueno arranca con un preambulo sobre el nacimiento de la RAF.

Es interesante.
 
Michel el Vasco said:
Yo estoy leyendo Némesis y no está mal, es entretenido, mezcla explicaciones estratégicas con las descripción de situaciones individules pero tampo aporta nada nuevo.

Némesis los tienen en la biblioteca de la diputación así que posiblemente me lo lea. Armagedón ya he comprobado que es más difícil de conseguir.
 
En los últimos años las editoriales por fin se han dado cuanta del negocio que puede haber tras la historia militar. El resultado es que se traducen muchos más libros y que incluso en España empiezan a producirse más (todavía no hay comparación con lo que se hace fuera al menos en cantidad).

Uno de los reflejos es que cada vez aparecen más artículos en los suplementos literarios de los periódicos dedicados a este tipo de libros.

Aquí va un fragmento de otro.

La conversión del enemigo en demonio o monstruo acaba sugiriendo la posible presencia de monstruos en nuestro bando amigo. Laurence Rees, autor de Auschwitz, los nazis y la solución final (Crítica, 2005), publica ahora Los verdugos y las víctimas, 35 entrevistas en las que se mezcla la reflexión y la conversación con los supervivientes de la carnicería. “Tengo la sospecha de que soy la persona viva que ha conocido a más genocidas de la II Guerra Mundial”, dice Rees, que presume de haber hablado con “violadores, asesinos y caníbales”. Pero también entrevista a héroes que, a su pesar, hubieron de afrontar las peores atrocidades imaginables. Rees trabaja fundamentalmente para las cámaras de televisión, ante las que ha querido reconstruir el pasado con perspicacia periodística y paciencia detectivesca. La televisión se ha convertido en una fuente generosa de historia oral, y Rees ha sentado ante la cámara a veteranos de las SS, kamikazes, soviéticos, oficiales ingleses, un belga nazi tuerto y manco, prisioneros de campos de exterminio, actrices que recuerdan los maravillosos ojos azules de Hitler, un americano que bombardeó Tokio y todavía siente el olor a orina y excrementos quemados. Son gente normal que ha pasado por experiencias excepcionales. Las víctimas siguen doloridas. Los criminales defienden su derecho a actuar en cumplimiento del deber, de acuerdo con las circunstancias del momento. No se arrepienten. Y, como dice Rees, el objetivo del trabajo sería entender esta aberración.

Theodor Plote, personal de tierra de la Luftwaffe durante la campaña contra Polonia y Gran Bretaña, recuerda la guerra como una gran aventura. “Nos decían: el soldado no debe pensar, mejor dejarlo para los caballos que tienen la cabeza más grande”. Su testimonio aparece en La muerte caída del cielo. Historia de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, de Rolf-Dieter Müller, con la colaboración de Florian Huber y Johannes Eglau. Müller fue el primero en investigar, junto al periodista Rudibert Kunz, el uso de gas tóxico en la guerra española del Riff, entre 1921 y 1927. Ahora escribe la historia de la guerra en el aire, desde el conflicto italo-turco de 1911 hasta los bombardeos sobre Alemania y Japón en 1945. Y, si en algún momento parece adherirse a la línea iniciada por Jörg Friedrich en El incendio (Taurus, 2005), donde los bombardeos finales de las ciudades alemanas son presentados como crímenes de guerra, Müller llega a conclusiones muy distintas, aún más radicales, en mi opinión, que las que ofrece Frederick Taylor en su Dresdem: Tuesday, 13 february, 1945 (Bloomsbury, 2004). Taylor explica el bombardeo por la existencia de 120 fábricas dedicadas a la industria de la guerra en Dresde, nudo ferroviario fundamental en la resistencia al Ejército Rojo, a pesar de que la propaganda nazi la definiera como ciudad artística, “la Florencia del Elba”. Las bajas civiles, según Taylor, serían culpa de las autoridades alemanas, responsables de la mala defensa y la pobre protección de los habitantes. El alegato de Taylor recuerda lo que un piloto alemán declaraba a Müller: “En Coventry las fábricas de armamento estaban tan imbricadas con las zonas de viviendas, que era imposible distinguir entre objetivos militares y civiles”. El bombardeo de Coventry en 1941 puso de moda la palabra “coventrizar”, es decir, aniquilar una ciudad desde el aire.

Rolf-Dieter Müller considera la II Guerra Mundial “la guerra más sangrienta de la historia, una orgía de violencia y destrucción que partió de Alemania y retornó a suelo germano en forma de bombardeos”, y entiende que los crímenes nazis serían la causa indirecta de las bombas aliadas, “único medio de detener a los asesinos en masa”. Por otra parte, si la población civil trabajaba en la industria de la guerra y la victoria exigía la destrucción de la capacidad industrial enemiga, los bombardeos no sólo tenían efectos pedagógicos o morales, encaminados a disuadir al enemigo de continuar el combate. Los “actos de terror y destrucción desenfrenada”, como decía Churchill, cumplían el objetivo que, “con toda claridad y franqueza”, exponía en el otoño de 1943 Arthur Harris, mariscal del Aire británico, citado por Müller: “La destrucción de las ciudades alemanas, la muerte de los trabajadores alemanes y la desarticulación de la vida social civilizada en toda Alemania”. El punto concluyente de una historia de terror iniciada en la Guerra Civil española sería Japón, con Hiroshima y Nagasaki, dos explosiones atómicas que eclipsarían el bombardeo incendiario de otras ciudades niponas, recordado por uno de los entrevistados por Laurence Rees.

El buen fin de aniquilar el mal justificaría los bombardeos aliados. “Jehová llovió sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego”, dice la Biblia (Génesis, 19.24), traducida por Casiodoro de Reina. “El humo subía de la tierra como el humo de un horno”. Bombas incendiarias arrasaron Hamburgo en la llamada Operación Gomorra. La guerra se había convertido en golpe y contragolpe, venganza recíproca. Las V-1 y V-2 que caían en 1945 sobre Londres, Bruselas y Amberes llevaban la V de Vergeltung, represalia, venganza. Y Represalia (Minúscula, 2006) es el nombre de la novela de Gert Ledig, publicada en 1956, reeditada en 1999, y reivindicada por W. G. Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003). Ledig, voluntario en la Wehrmacht a los 18 años, soldado en Rusia en un batallón de castigo, herido y mutilado, contó 69 minutos del bombardeo de una ciudad alemana sin nombre, probablemente Múnich en julio de 1944, por estratos: de los aviones a los refugios convertidos en hornos crematorios, sin eludir el asfalto hirviente de las calles. La aparición de Represalia condenó a su autor a ser “excluido de la memoria cultural”, dice Sebald. En 1956 “traspasaba los límites de lo que los alemanes estaban dispuestos a leer sobre su más reciente pasado”.

el artículo completo

http://www.elpais.com/articulo/semana/Cuestiones/morales/elpepuculbab/20080112elpbabese_5/Tes


De Rees he leído el libro que se cita y es realmente bueno. Muy bien escrito, fácil de leer y siendo básicamente una obra de divulgación entra bastante a fondo en el tema.

Me apunto el de "La muerte venía del cielo". Si alguien lo ha leído podría decir si es tan bueno como apunta el autor del artículo.
 
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Has leido ya el de Kershaw Gauna?
Es tan bueno como el de Hitler del mismo autor?