Supongo que ya lo tendrás, pero te encontré esto, no es mucho, pero algo es:
LAS ARMAS DE LA CONQUISTA
Cuando Cortés desembarcó en México, sus soldados formaban parte de una maquinaria bélica temible en toda Europa que había sido forjada en las guerras de Granada, Italia y el norte de África. Aun así, la victoria sobre un imperio consolidado, situado a miles de kilómetros de España, con abismal inferioridad numérica es algo que todavía asombra a historiadores y deja abiertos una serie de interrogantes militares: ¿cómo es posible que el ejército azteca se viniera abajo en tan poco tiempo?, ¿cómo pudieron unos centenares de españoles derrotar en campo abierto a enemigos valerosos muy superiores en número?, ¿qué elementos tácticos y armamentísticos decidieron la suerte de la guerra?, ¿hasta qué punto fueron importantes las toscas armas de fuego de los soldados de Cortés?
Para empezar, es importante fijarse en la disparidad de medios bélicos en juego. Cuando el 8 de agosto de 1519 Hernán Cortés emprende el viaje desde Veracruz a Tenochtitlán, capital del Imperio azteca, le acompañan 350 soldados, de ellos unos 40 arcabuceros y 20 ballesteros. Además cuenta con unos 150 indios totonecas en calidad de auxiliares encargados del transporte de equipajes, víveres, municiones y material artillero. La expedición disponía también de 15 caballos y algunos cañones pequeños. Los españoles iban divididos en compañías de unos cincuenta hombres capitaneadas por jefes competentes como Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid y Gonzalo de Sandoval.
En cuanto al equipamiento individual, sobre el acostumbrado sayo los castellanos llevaban armaduras, siempre tenían sobre la cabeza el casco y a mano la espada, el arma por excelencia de la época.
La guerra florida-. En su Historia del arte de la guerra, el mariscal británico Montgomery, vencedor de El Alamein, reafirma la evidencia de que en los choques con los indios la superioridad técnica de las armas de hierro españolas quedó ampliamente demostrada. Los indígenas poseían hondas, arcos, lanzas, mazas y hachas, mientras que los europeos disponían de armas de fuego, espadas de acero y caballos. Pero hubo otros factores organizativos no menos importantes que decidieron la contienda. La victoria española se vio facilitada por las tácticas de los indios, que ignoraban el orden de combate oblicuo y atacaban siempre de frente. Esto suponía que sólo podía luchar la primera fila, hasta que era sustituida por otra, lo que permitía a un grupo compacto y bien disciplinado, como era el caso de los españoles, resistir a miles de hombres.
La falta de disciplina de los mexicas, o aztecas, era algo habitual, contrariamente a los soldados de Cortés. Éstos, acostumbrados al orden cerrado y al severo reglamento impuesto por sus jefes, respetaban las instrucciones, que eran simples y precisas: apuntar las lanzas a los ojos y las espadas a las entrañas, y aligerar la impedimenta de los arcabuceros y ballesteros para mejorar los tiros.
Los aztecas acudían al combate agrupados en masas de guerreros que lucían plumas y pinturas de guerra, y llevaban armaduras de madera, cuero o algodón, espadas de obsidiana, mazas, macanas, arcos, flechas y dardos. Para ellos existían dos clases de guerras: la de conquista y la ritual, o guerra "florida". La primera estaba destinada a ampliar territorio y obtener tributos, y la segunda tenía como objetivo la captura de prisionero para alimentar los altares de sus insaciables divinidades. En esas expediciones, los aztecas no intentaban matar a sus adversarios, sino apresarlos vivos. Cuando tenían suficientes prisioneros cesaba la pelea y los conducían a los templos, donde eran sacrificados por los sacerdotes, que les arrancaban el corazón palpitante como ofrenda a los dioses.
A los aztecas, preparar la guerra les llevaba tiempo, ya que debían celebrar todo tipo de ritos religiosos, reclutar soldados, enviar embajadores a los pueblos vecinos y consultar los libros sagrados. Lo normal era ajustar las guerras en la temporada apropiada según el calendario, para no despertar las iras divinas. No hay que olvidar que la religión constituía el factor más importante en la vida de los aztecas. Su cosmología se basaba en una exaltación permanente de dioses sanguinarios, recuerdo de su época ancestral de cazadores errantes que llegaron a Tenochtitlan, la capital de su imperio, desde el lejano norte. Los dioses debían ser perpetuamente aplacados con lo que consideraban el manjar más preciado, corazones y sangre humanos, para que el mundo no fuera destruido. La antropofagia ritual era corriente, y los indios quedaban muy sorprendidos de que los españoles rechazaran comer carne humana cuando se les ofrecía en señal de respeto.
El más importante de los templos consagrados al dios de la guerra, Huitzilopotchli, estaba en Tlatelolco, donde tuvo lugar la batalla final y más cruenta de la conquista. A cambio de los sacrificios humanos que los aztecas tributaban a sus dioses, esperaban recibir de éstos la vida y la salud. Y en esa sangrienta balanza residía el equilibrio de su existencia.
Obsidiana y madera-. Pese a la parafernalia religiosa que marcaba todos sus actos, los aztecas fueron uno de los pueblos más belicosos de América. El ejército era la única institución comparable en importancia social a la estirpe de los sacerdotes. Se practicaba una especie de servicio militar obligatorio, y en caso de peligro todos los hombres estaban disponibles para combatir. También existían guerreros profesionales, y los que aspiraban a ser admitidos en esa casta recibían educación en escuelas militares, donde eran sometidos a determinadas pruebas para comprobar sus aptitudes. El entrenamiento militar convertía a los aztecas en bravos guerreros, muy temidos por los pueblos vecinos sometidos, sobre los que recaía un yugo tan pesado que vieron con buenos ojos su caída.
El ejército estaba organizado de acuerdo con la propia estructura de la población. Las unidades mayores se agrupaban en torno al calpulli (plural calpultin), que era una especie de unidad territorial con vinculaciones de clan. Tenochtitlan estaba dividida en 20 calpultin, con los que se formaban cuatro divisiones que solían ser mandadas por parientes del tlatoani (emperador), el comandante supremo. Otras unidades menores del ejército azteca estaban formadas por 800, 400 o 200 guerreros, a cuyo frente solía estar un oficial noble del mismo calpulli. También existían órdenes o cofradías militares, como la de los caballeros águila o los caballeros jaguar, a quienes se reconocía fácilmente en el campo de batalla, ya que iban recubiertos de armaduras de algodón y plumas de águila, emblema de Huitzilopochtli, o con la piel de jaguar del dios Tezcatlipoca, otorgador de la victoria. En cuanto al grueso del ejército, estaba compuesto pro artesanos y campesinos con instrucción militar que iban rotando periódicamente en el servicio activo. La jerarquía militar de los aztecas venía marcada por el linaje y también por el valor en combate, que se demostraba por el número de enemigos muertos o capturados.
Aunque los mexicas no usaban uniformes propiamente dichos, existían unidades militares que portaban plumas y banderolas del mismo color. Los oficiales eran fácilmente distinguibles en el campo de batalla por sus vistosos atavíos y los estandartes de madera y tela que llevaban fijados a la espalda, lo que les hacía fácil presa en el combate. Cuando el estandarte del comandante en jefe caía, como ocurrió en Otumba, los indios daban la batalla por perdidad y emprendían la retirada, lo que se traducía en un desastre total, ya que los españoles no dejaban escapar al enemigo, sino que lo perseguían hasta destruirlo por completo.
La táctica más habitual de los aztecas en la batalla era el ataque frontal de masas de guerreros precedido de una lluvia de flechas, piedras o jabalinas. Como el principal defecto de este ataque era que sólo luchaban los hombres de las primeras filas, los mexicas tendían a abrir las fuerzas y formar un frente muy amplio, lo que hacía muy frágil su centro. Los combatientes mejor preparados luchaban en las primeras posiciones, y cuando la fatiga les iba restando ímpetu eran sustituidos desde atrás por otros guerreros. Este sistema rotatorio permitía prolongar los combates durante varias horas.
Los aztecas no conocían el hierro, por lo que sus armas estaban hechas de madera o piedra de obsidiana. El armamento de los mexicas, debido a las constantes cacerías humanas para el sacrificio, estaba diseñado más para herir y capturar prisioneros que para matar. Los guerreros aztecas se protegían con armaduras llamadas ichcahuipilli, fabricadas con varias capas acolchadas de tejido de algodón acolchadas de tejido de algodón o fibra de maguey endurecidas con salmuera. Podían cubrir todo el cuerpo o sólo el torso yel vientre. Este tipo de coraza era suficiente para protegerse de las flechas y otras armas arrojadizas, y se completaba con varios tipos de escudos, unos enrollables y otros redondos, de madera o fibras trenzadas. En cuanto a las armas ofensivas, utilizaban un venablo lanzado con ayuda de un propulsor de madera, o bien una lanza más pesada, el tepoztopilli, cuya punta estaba recubierta de cuchillas de obsidiana. También eran armas corrientes el maquahuitl, una combinación de maza y espada con el mango cilíndrico y una sola hoja guarnecida de puntas de obsidiana afiladas; la macana, porra de madera abultada en el extremo; o la honda con proyectil de piedra.
Infantes y jinetes-. La expedición que salió de Cuba para conquistar México era una fuerza militar independiente en el aspecto táctico, y no contó con ningún tipo de ayuda de la Corona, pero, por lo demás, apenas se diferenciaba de los ejércitos castellanos que combatían a las órdenes de Carlos V.
Como buen estratega, Hernán Cortés adaptó esta tropa al tipo de guerra que se vio obligado a hacer, y la dividió en unidades tácticas llamadas compañías o partidas, compuestas por unos cincuenta soldados, a los que se añadían unos pocos arcabuceros o ballesteros, algunos jinetes y varios cientos de indios aliados. La división en compañías aumentaba la movilidad, además de permitir atacar por varios frentes y concentrarse en el momento justo para dar batalla a una fuerza de gran tamaño. Como los indios no tenían caballería, los españoles no necesitaban recurrir a formaciones compactas de piqueros que frenasen las cargas.
La importancia del caballo en la conquista fue capital, superior a las armas de fuego. Era una animal completamente desconocido en América, y los indios, al principio, los consideraban monstruos terribles. Los jinetes castellanos cabalgaban a la jineta, sobre estribos altos y silla robusta, con un bocado duro de rienda simple, que permitía un gran control del animal. Solían ir armados con espada, lanza ligera y adarga de cuero, el pecho protegido con armadura ligera y gorguera, la cabeza con casco o capacetes de acero, y las piernas con quijotes, grebas y rodilleras de hierro. Cortés recomendaba que los corceles fueran enjaezados con cascabeles para aumentar la confusión del enemigo, y los hacía encabritarse y relinchar cuando estaba en presencia de caudillos indígenas para amedrentarlos.
La principal baza del combatiente a caballo era su velocidad, que le permitía caer sobre las formaciones indias en un tiempo muy corto y causar estragos fulminantes. La caballería era el arma perfecta para la exploración, el contraataque en retirada y la aniquilación del enemigo en fuga. Los jinetes actuaban siempre en pequeños grupos de tres o cuatro, para socorrerse. En el combate, un experto jinete nunca detenía su montura; la mantenía en trote permanente, a media rienda.
Pero aunque la caballería era el arma más potente, el grueso de la fuerza de Cortés lo formaba la infantería o combatientes de a pie, divididos en piqueros, rodeleros, ballesteros y arcabuceros. Los infantes solían protegerse con casco de acero, gola y coraza con escarcelas para el abdomen (lo que se denominaba armadura de tres cuartos). Algunos usaban la brigantina, prenda de cuero con láminas de acero, más ligera y flexible que la coraza. Con el tiempo, muchos combatientes españoles, incluido el propio Cortés, terminaron cambiando la coraza, muy pesada y sofocante con el calor, por las armaduras de algodón acolchado de los indios, frescas y ligeras.
Coraza, espadas y arcabuces-. De las armas de fuego, el arcabuz desempeñó el papel principal, aunque su funcionamiento presentaba todavía muchas limitaciones y su manejo era peligroso. Sus efectos eran más bien psicológicos, por el ruido y el fogonazo, pero no eran tan terribles y decisorios como se suele imaginar. La distancia eficaz de un tiro de arcabuz era de unos cincuenta metros, aunque se recomendaba no disparar hasta que el enemigo estuviera a unos quince metros. Los arcabuceros solían trabajar en equipo, unos cargando y otros disparando, lo que aumentaba la potencia de fuego y daba mayor rapidez al tiro.
El armamento defensivo de los soldados de Cortés consistía en corazas, rodelas y adargas, y en el cuerpo a cuerpo se utilizaban lanzas, partesanas y alabardas. Pero el arma por antonomasia, tanto a pie como a caballo, era la espada, hecha para herir tanto de punta como por el filo. Un arma que los castellanos manejaban muy bien y con la que podían matarse muchos adversarios en una sola batalla, mientras el brazo aguantara, ya que contra ella nada podían ni las armaduras de algodón ni los escudos de cuero o madera de los indios.
La artillería de Cortés-. Otra arma importante de la conquista fue la artillería. Cortés desembarcó en México 14 piezas, entre las que probablemente había alguna bombarda, que era un arma de sitio, para batir murallas. Casi con toda seguridad, los expedicionarios contaron con culebrinas y ribadoquines de bronce, muy útiles en campo abierto contra las formaciones indias lanzadas al ataque. Disparaban proyectiles de entre ocho y trece kilos y, aunque el tiro era poco preciso, abrían brecha y causaban estragos. Cuatro de las piezas eran falconetes, que podían fijarse sobre parapetos o en la amura de las embarcaciones, y se empleaban para diezmar a las concentraciones indias. Como en el caso de los arcabuces, su efecto psicológico era mayor que el daño real causado.
Los españoles dispusieron también de un "arma secreta" que causaba enorme pavor a los indios: los perros de guerra. "Eran perros enormes -describen testigos de la época- de orejas ondulantes y aplastadas, grandes lenguas colgantes y ojos intensamente amarillos que derraman fuego y echan chispas.[...] Andan jadeando, con la lengua fuera. Manchados de color, como tigres." Esta descripción encaja con la proporcionada en el siglo XV por el alemán Blondus, en su tratado sobre los perros de combate: [...] el perro de guerra debe ser de aspecto aterrorizante y parecer como si estuviera a punto de pelear, y ser enemigo de todos, excepto de su amo".
La fiereza de estos perros trastornó a los mexicas, que sólo conocían razas pequeñas que utilizaban como animales de compañía, para comérselos o para sacrificarlos a los dioses. Los perros de guerra estaban entrenados para luchar y hacer cualquier cosa que les mandaran sus amos. Con el transcurso de la guerra, muchos de estos perros quedaron sin dueño y vivían asilvestrados en jaurías, alimentándose de restos humanos y sembrando el pavor en las calles de Tenochtitlan y de otras ciudades.
FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ
Recogido de Historia y Vida; noviembre 2002