La cosa viene de lejos, concretamente de la época del Concilio de Trento.
Este concilio marca la separación irremisible de las formas en que se entendía (y entiende) el cristianismo: mientras los protestantes abogan por una disolución de la religión en la sociedad como una parte más, el mundo católico aboga por poner de manifiesto el poder de la religión institucionalizada.
La cuestión deriva de cómo se vive la fe: o bien de un modo místico y personal aunque compartible o bien de un modo teatral, ritual y abiertamente público donde los misterios de la religión se experimenten interior y exteriormente.
El catolicismo derivó por esta segunda opción mientras que el protestantismo en sus tropecientas variantes, derivó por lo primero.
Precisamente por eso, los actos públicos donde el teatro tiene un componente fortísimo sorprenden tanto a los protestantes.