- Rosencrantz, ¿se da cuenta de lo que me quiere el pueblo? Es que soy la hostia, Rossy, me he zampado a todos los ejércitos que se me han puesto delante y ahora soy conde por aclamación popular, tengo tartiflettes gratis de por vida y bajo mi gobierno la calidad del queso Reblochon ha mejorado considerablemente, además empezaré a promocionar el queso Beaufort en los países vecinos.
- Cierto, mi señor, el pueblo le adora.
Ajem! y ¿quién redactó los estatutos, capullín? ¿quién firmó la paz con Bohemia? ¿quién fue el magnífico militar que se quedó atrapado en territorio papal... uy, sí, no me digas, una astuta estrategia para despistar al enemigo... no te jode! Es que vamos, esto de tener que ir dando coba continuamente es agotador.
- De todas formas, nuestros mercaderes siguen sin saber como apañárselas solitos en los mercados internacionales. Habrá que hacer algo y...
- No me atosigue, Rosencrantz, ahora lo que quiero es descansar, que me he merecido una buena jubilación.
Estaba claro que el conde no quería hacer el más mínimo esfuerzo. Sentadote en su butaca, viendo las cumbres alpinas desde su ventana y con una señorita que le masajeaba los pies (y otras cosas, pero no delante de Rosencratz, que hubiera sido de mal gusto). Claro, ya me gustaría a mi que me masajearan los pies mientras los otros hacen el trabajo.
Mientras tanto el hijo (uno de tantos) de Pierre, Philippe, estaba de estudios en París, y la cosa no le sentaba muy bien que digamos. Todo el mundo se burlaba de él, que si qué provincianos que sois en la Saboya, que si no sabéis ni leer ni escribir, que si os toman siempre el pelo en los negocios, que si sólo coméis tartiflette. Y yo digo, qué tendrán los finolis de París contra la tartiflette, no es nouvelle cuisine, vale, pero bien rica que está y si pasarais los inviernos de acá, ya veríamos si no os zamparíais cacho tartiflettes para desayunar. Lo cierto es que Felipito un buen día se levantó en clase y dijo ante todos "¡Quando [sic] sea conde de Savolla [sic] sus [sic] bais [sic] a enterar!" y claro tanto sic y tanta tontería le valió un suspenso y una semana sin patio.
Pero a fe que cuando Philippe se hizo mayorcito cumplió su palabra, vaya si la cumplió. Todo empezó cuando su padre murió, un buen día de 1267. Philippe dejó a sus apreciados compañeros de clase de París y se vino a sus provincianos dominios para ser coronado conde de Saboya y Piemonte, delfín de Vienne, etc. etc. etc.
Sus primeras palabras fueron "¡A por Génova! Se van a enterar los de París si valemos o no valemos para los negocios: vamos a conquistar Génova y nos saldrá el dinero hasta por las orejas. Inundaremos el mundo mundial de tartiflettes envasadas al vacío y quesos." Un poco pardillo era el chiquillo, pero no se puede negar que le ponía ganas. La verdad es que lo de Génova estaba bien pensado, pues en esos momentos la república estaba aislada diplomáticamente y dificilmente vendría alguien en su ayuda. A Guildenstern, que para estas cosas siempre está a punto, le faltó tiempo para ensillar su caballo y bajar al galope hacia Génova... dos horas después tuvo que parar a esperar el ejército, el muy burro.
Los genoveses no se esperaban que un montón de payeses alpinos les cayeran encima cual torrente desbordado. Los pocos caballeretes genoveses que había por ahí nos los zampamos rápidamente, pero el asedio de la ciudad ya fue otro cantar, y la gente de casa, que tampoco tenía mucha manía a los genoveses que digamos, empezó a ponerse nerviosa. El asedio iba para largo, pero Philippe no quería otra cosa que la ciudad para él solito. Dos años duró el maldito asedio, los jodidos genoveses no se rendían no; pero finalmente, a principios de 1270 entramos con toda la pompa en la ciudad, ante la indiferencia general. Lo primero que hizo Felipito fue enviar una carta a sus ex compañeros de clase con las expresivas palabras "¡Toma ya!"
Ciertamente tras la conquista de Génova muchos países empezaron a lamernos el culo y a encargar partidas de queso Reblochon, pero los parisinos no se impresionaron demasiado y contraatacaron con un golpe de efecto: de un plumazo, como quien no quiere la cosa, se anexionaron diplomáticamente el condado de Toulouse. Felipito estaba rabioso y envió otra carta a sus compis: "Así no bale [sic], ay [sic] que acerlo [sic] con gerras [sic], nenitas". Se ve que en momentos de nerviosismo su ortografía se resentía.
Capítulo dedicado a Lucius por ortográficos motivos. 