27 de Diciembre del año 1065 de Nuestro Señor. Tras un periodo de agonía, el reinado de Fernando I de León, apodado el grande, llega a su fín.
A su muerte, y por disposición real, su reino se divide entre sus hijos. A Alfonso, su favorito le corresponderá León, que además lleva aparejado el título imperial. A García le es otorgado el reino de Galicia, y Sancho, el mayor, recibe el condado de Castilla, elevado a partir de ahora a la categoría de reino. A sus hijas Urraca y Elvira les corresponderán las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Comenzará una lucha sin cuartel por el poder, donde la victoria lleva a la gloria, y la derrota, a la muerte.

Fernando I de León
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Septiembre de 1066, Anno Domini, Consejo Regio convocado por el rey Sancho II de Castilla
Sancho se removió inquieto en su asiento cuando su Maestro de Espías le hizo aquella propuesta.
¡Matar a su hermano García! Eso era ir demasiado lejos. Para sus adentros debía reconocer que había acariciado esa idea en más de una ocasión, pero el recuerdo de su padre volvía a colocar la conciencia de Sancho en la senda de lo correcto. Fernando había adorado a su padre Fernando, como padre y como rey. El mejor que León había tenido. Por ello, dejarse llevar por la propuesta de su consejero hubiese sido deshonrar la memoria de Fernando el Grande.
-No, mi estimado Tello, no atentaré contra la vida de mi hermano, por la espalda, como hizo Caín con su hermano Abel. Si algún día he de ver reunidas de nuevo las tierras que mi padre un día gobernó habrá de ser por otros medios. En el peor de los casos, si las circunstancias no dejan otra salida, atravesaré con mi propia espada a García, y le miraré a los ojos mientras lo hago. Pero no le rebanaré el gaznate con un cuchillo por su espalda. Ni a él ni a Alfonso.
-Como vos digáis, Majestad - se limitó a asentir Tello, visiblemente molesto por los escrúpulos de su señor. -pero recordad que no tendréis oportunidad mejor.
Rodrigo, en una esquina de la mesa, silencioso y ausente durante toda la reunión del Consejo, se inclinó para adelante, aparentemente interesado por el cariz que había tomado la conversación. -Mi Señor, no es necesario acudir a sucios ardides que ni Dios ni los hombres podrían perdonar. Soy vuestro mariscal desde hace un año, y aún no he tenido tiempo para poder organizar vuestras huestes. Sois un blanco fácil, lo sé, y aunque soy de vuestra misma opnión, me permito la osadía de advertiros que vuestros hermanos no serán tan piadosos con vuestro real cuello como lo sois vos con los suyos, si le dais la más mínima oportunidad. Pero Dios mediante, en menos de un año os procuraré un ejército fuerte, os lo prometo, y para entonces el poder de Castilla será comparable al de los reinos de León y Galicia. Y todo ello sin correr el riesgo de aparecer a los ojos de vuestros siervos y vasallos como un fraticida y un impío.
Tello hizo ademán de abrir la boca para replicar, pero reculó en el último momento. No, no sería inteligente buscarse un rival en Rodrigo Diaz de Vivar, al menos por ahora. Era bien sabido que Don Rodrigo gozaba del favor real, y oponerse a él era oponerse al rey. Además, le habían dejado bien claro, aunque sin mentarle directamente que la falta de escrúpulos que él propugnaba no encajaban bien en la política de Castilla. Habría otro momento mejor para desplegar sus habilidades.
-Ejemm… volviendo al tema principal que debatíamos antes de entrar en territorios tan sombríos… -atajó Gomez de Silos, canciller real –los emisarios han vuelto con buenas nuevas, majestad. Vuestro enlace con la infanta doña Urraca de Aragón ha sido aprobado por el monarca, vuestro primo, y gracias a la ayuda inestimable de vuestro capellán y consejero en asuntos religiosos Gustio, que se encuentra aún en Roma, la bula papal que ha de permitir vuestro matrimonio ante los ojos de Dios ha llegado a través de un emisario también esta misma mañana. Si me dais vuestra autorización, me pondré manos a la obra para la preparación de las nupcias y el banquete. Vuestras arcas no están en el mejor momento, y esta boda, además de traeros un aliado valioso, os dejará oro suficiente para …
-… para garantizarme la lealtad y el amor de mis vasallos –interrumpió hastiado Sancho, -lo sé, mi estimado canciller, lo sé. Soy Rey por la voluntad de Dios, de mi padre, y de mi Oro. Encargaos de todo, tal y como decís, y cuando tengáis la lista de invitados, hacédmela llegar. Ahhh, y espero que con vuestro entusiasmo nupcial no hayais olvidado que me dijisteis que estabais preparando esa reclamación sobre los territorios de Nájera, en virtud de no sé qué documentos.-El joven monarca se reclinó hacia adelante en su asiento, en un movimiento leve pero inconfundiblemente amenazador. - Soy paciente Gomez, bien lo sabéis, pero esas tierras han de ser castellanas más pronto que tarde. Y sabéis también que aprecio la palabra dada en lo que vale. Y vosotros me disteis vuestra palabra…
-No lo he olvidado, Majestad. –El canciller Gomez de Silos tragó saliva - Tengo a mis mejores escribas trabajando en ello, y creo que lograremos obtener una base sólida para una reivindicación de esos territorios que os pertenecen por Derecho Divino. Dejadme hacer y Nájera será vuestra.
-Bien, mis queridos amigos y consejeros. Ahora he de atender otros asuntos, más mundanos que un Consejo regio, así que demos por zanjada esta reunión.
(continuará...)
A su muerte, y por disposición real, su reino se divide entre sus hijos. A Alfonso, su favorito le corresponderá León, que además lleva aparejado el título imperial. A García le es otorgado el reino de Galicia, y Sancho, el mayor, recibe el condado de Castilla, elevado a partir de ahora a la categoría de reino. A sus hijas Urraca y Elvira les corresponderán las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Comenzará una lucha sin cuartel por el poder, donde la victoria lleva a la gloria, y la derrota, a la muerte.

Fernando I de León
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Septiembre de 1066, Anno Domini, Consejo Regio convocado por el rey Sancho II de Castilla
Sancho se removió inquieto en su asiento cuando su Maestro de Espías le hizo aquella propuesta.
¡Matar a su hermano García! Eso era ir demasiado lejos. Para sus adentros debía reconocer que había acariciado esa idea en más de una ocasión, pero el recuerdo de su padre volvía a colocar la conciencia de Sancho en la senda de lo correcto. Fernando había adorado a su padre Fernando, como padre y como rey. El mejor que León había tenido. Por ello, dejarse llevar por la propuesta de su consejero hubiese sido deshonrar la memoria de Fernando el Grande.
-No, mi estimado Tello, no atentaré contra la vida de mi hermano, por la espalda, como hizo Caín con su hermano Abel. Si algún día he de ver reunidas de nuevo las tierras que mi padre un día gobernó habrá de ser por otros medios. En el peor de los casos, si las circunstancias no dejan otra salida, atravesaré con mi propia espada a García, y le miraré a los ojos mientras lo hago. Pero no le rebanaré el gaznate con un cuchillo por su espalda. Ni a él ni a Alfonso.
-Como vos digáis, Majestad - se limitó a asentir Tello, visiblemente molesto por los escrúpulos de su señor. -pero recordad que no tendréis oportunidad mejor.
Rodrigo, en una esquina de la mesa, silencioso y ausente durante toda la reunión del Consejo, se inclinó para adelante, aparentemente interesado por el cariz que había tomado la conversación. -Mi Señor, no es necesario acudir a sucios ardides que ni Dios ni los hombres podrían perdonar. Soy vuestro mariscal desde hace un año, y aún no he tenido tiempo para poder organizar vuestras huestes. Sois un blanco fácil, lo sé, y aunque soy de vuestra misma opnión, me permito la osadía de advertiros que vuestros hermanos no serán tan piadosos con vuestro real cuello como lo sois vos con los suyos, si le dais la más mínima oportunidad. Pero Dios mediante, en menos de un año os procuraré un ejército fuerte, os lo prometo, y para entonces el poder de Castilla será comparable al de los reinos de León y Galicia. Y todo ello sin correr el riesgo de aparecer a los ojos de vuestros siervos y vasallos como un fraticida y un impío.
Tello hizo ademán de abrir la boca para replicar, pero reculó en el último momento. No, no sería inteligente buscarse un rival en Rodrigo Diaz de Vivar, al menos por ahora. Era bien sabido que Don Rodrigo gozaba del favor real, y oponerse a él era oponerse al rey. Además, le habían dejado bien claro, aunque sin mentarle directamente que la falta de escrúpulos que él propugnaba no encajaban bien en la política de Castilla. Habría otro momento mejor para desplegar sus habilidades.
-Ejemm… volviendo al tema principal que debatíamos antes de entrar en territorios tan sombríos… -atajó Gomez de Silos, canciller real –los emisarios han vuelto con buenas nuevas, majestad. Vuestro enlace con la infanta doña Urraca de Aragón ha sido aprobado por el monarca, vuestro primo, y gracias a la ayuda inestimable de vuestro capellán y consejero en asuntos religiosos Gustio, que se encuentra aún en Roma, la bula papal que ha de permitir vuestro matrimonio ante los ojos de Dios ha llegado a través de un emisario también esta misma mañana. Si me dais vuestra autorización, me pondré manos a la obra para la preparación de las nupcias y el banquete. Vuestras arcas no están en el mejor momento, y esta boda, además de traeros un aliado valioso, os dejará oro suficiente para …
-… para garantizarme la lealtad y el amor de mis vasallos –interrumpió hastiado Sancho, -lo sé, mi estimado canciller, lo sé. Soy Rey por la voluntad de Dios, de mi padre, y de mi Oro. Encargaos de todo, tal y como decís, y cuando tengáis la lista de invitados, hacédmela llegar. Ahhh, y espero que con vuestro entusiasmo nupcial no hayais olvidado que me dijisteis que estabais preparando esa reclamación sobre los territorios de Nájera, en virtud de no sé qué documentos.-El joven monarca se reclinó hacia adelante en su asiento, en un movimiento leve pero inconfundiblemente amenazador. - Soy paciente Gomez, bien lo sabéis, pero esas tierras han de ser castellanas más pronto que tarde. Y sabéis también que aprecio la palabra dada en lo que vale. Y vosotros me disteis vuestra palabra…
-No lo he olvidado, Majestad. –El canciller Gomez de Silos tragó saliva - Tengo a mis mejores escribas trabajando en ello, y creo que lograremos obtener una base sólida para una reivindicación de esos territorios que os pertenecen por Derecho Divino. Dejadme hacer y Nájera será vuestra.
-Bien, mis queridos amigos y consejeros. Ahora he de atender otros asuntos, más mundanos que un Consejo regio, así que demos por zanjada esta reunión.
(continuará...)
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