EL CESAR AMERICANO (III)
El general George S. Patton seguía en su tienda de campaña, leyendo con fervor las memorias de guerra de un oficial alemán llamado Rommel. Sus acciones habían sido bravas. "El bastardo tiene agallas", pensó. Pero Patton creía que las conclusiones que se habían sacado de la Gran Guerra eran erroneas. Pese a la victoria de las "Sturmtruppen" y de sus tácticas de asalto apoyado por artillería, él veia el futuro en el arma blindada: los tanques. Los británicos y franceses habían ido bastante por delante de los alemanes en eso, y si perdieron no fue por la inutilidad de esa nueva arma. Quizá se debió a fallos doctrinales o a la poca confianza en ella, pero el viejo oficial de caballería no dudaba que las guerras del futuro serían ganadas por los tanques.
Él había enviado cartas, e incluso había empezado a formarse una primera Fuerza Mecanizada. Pero MacArthur (perdón, el "presidente" MacArthur) lo había fastidiado todo haciendo que el arma de infantería y la de caballería desarrollasen los blindados cada cual a su manera. Ese Douglas fastidiaba todo lo que pisaba.
Eso sí, había gente que apostaba por sus ideas. El bueno de Huey Long lo hacía. Se habían conocido en una reunión social y Patton, pese a ser uno de los oficiales más ricos del ejercito gracias a su mujer, enseguida hizo migas con ese "populista". Sus valores eran más cercanos a él que los de los rojos, por los que no sentía más que animadversión.
Un joven teniente le interrumpió, entregándole un telegrama. Su regimiento de caballería había tenido que cargar contra los manifestas sindicalistas y, a golpe de hoja plana, los había replegado hacia sus fábricas. Una parte de él lamentaba no haber estado en el meollo de la acción. Pero recibir un ladrillazo de un obrero no era su idea de "esfuerzo heroico".

El general George S. Patton seguía en su tienda de campaña, leyendo con fervor las memorias de guerra de un oficial alemán llamado Rommel. Sus acciones habían sido bravas. "El bastardo tiene agallas", pensó. Pero Patton creía que las conclusiones que se habían sacado de la Gran Guerra eran erroneas. Pese a la victoria de las "Sturmtruppen" y de sus tácticas de asalto apoyado por artillería, él veia el futuro en el arma blindada: los tanques. Los británicos y franceses habían ido bastante por delante de los alemanes en eso, y si perdieron no fue por la inutilidad de esa nueva arma. Quizá se debió a fallos doctrinales o a la poca confianza en ella, pero el viejo oficial de caballería no dudaba que las guerras del futuro serían ganadas por los tanques.
Él había enviado cartas, e incluso había empezado a formarse una primera Fuerza Mecanizada. Pero MacArthur (perdón, el "presidente" MacArthur) lo había fastidiado todo haciendo que el arma de infantería y la de caballería desarrollasen los blindados cada cual a su manera. Ese Douglas fastidiaba todo lo que pisaba.
Eso sí, había gente que apostaba por sus ideas. El bueno de Huey Long lo hacía. Se habían conocido en una reunión social y Patton, pese a ser uno de los oficiales más ricos del ejercito gracias a su mujer, enseguida hizo migas con ese "populista". Sus valores eran más cercanos a él que los de los rojos, por los que no sentía más que animadversión.
Un joven teniente le interrumpió, entregándole un telegrama. Su regimiento de caballería había tenido que cargar contra los manifestas sindicalistas y, a golpe de hoja plana, los había replegado hacia sus fábricas. Una parte de él lamentaba no haber estado en el meollo de la acción. Pero recibir un ladrillazo de un obrero no era su idea de "esfuerzo heroico".
