LA POSGUERRA
Los minutemen dejaron al fardo que era Harry Morgan en la sala. Tras varias palizas tenía la nariz rota y un moratón. No era una sala muy acogedora: solo una mesa con una silla, una mesa y un interrogador de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en uniforme negro mirándolo fijamente.
"Harry Morgan"
"Por favor, Mr. Morgan. Sea tan amable de sentarse en esta mesa, por favor".
Poco a poco Morgan fue levantándose y se encaminó a la silla donde daba la única luz de la habitación. Era una mazmorra digna de Kafka ese lugar donde le habían encerrado.
El interrogador le sonaba. Llevaba la camisa negra de Minuteman, junto a varias condecoraciones y el brazalete de la NSA. Esa cara la relacionaba con la muerte de John Dillinger. El nombre vino automáticamente: "¿Melvin Purvis?".
El interrogador pareció querer sonreir, pero mantuvo la cara seria con cierto aire de profesionalidad. "No ha de preocuparle quién soy, Mr. Morgan. Si no quién es usted".
Morgan notó una gota de sudor frio: "Me llamo Harry Morgan. Nací en 1899 en Lubbock y siempre me he dedicado a la pesca."
El agente del NSA lo miró con cierto humor. "Por favor. Si yo estuviese en su lugar nunca hubiera usado de pseudónimo el nombre de uno de los personajes de mis novelas. ¿O acaso cree que no he leído "Tener y no tener", Mr. Hemmigway?"
Dejó que la sorpresa calase en el prisionero. Y que le bañase una sensación de impotencia. Otros interrogadores del NSA se enseñaban con toda clase de torturas imaginables. Long podía dar carta blanca, pero en Purvis aún había cierta humanidad pese a su trabajo. Recordó leer a su victima algo de que las personas más crueles eran las más sentimentales. Luego prosiguió:"¿O debo llamarle Comisario de Arte y Cultura, Camarada Hemingway?"
La impotencia era absoluta en el prisionero. Ya se sabía atrapado. Y si la cosa iba como en los Juicios de Memphis, donde fue juzgada y condenada a muerte o a carcel los pocos cabecillas sindicalistas que habían cogido, lo tenía claro. Pero sabía que un hombre podía ser destruido, pero nunca derrotado. Por que el hombre no ha nacido para ser derrotado. "Bueno, ya sabe mi secreto. ¿Ahora qué?"
El Teniente Coronel Purvis jugó su cara más encantadora. "Mr. Hemingway. Todo está en este papel que hay sobre la mesa. Nos hemos tomado la molestia de ahorrarle el trabajo literario y hemos confeccionado su confesión. Usted cooperó con la Asociación de Sindicatos. Y sus obras y su participación activa en la propaganda roja ya bastan como confesión. Pero el papel que tengo aquí le da un matiz de inocente ignorancia, pues entiendo que lo hizo por inocencia y no por malicia o animadversión al presidente Long. Fírmelo y solo tendrá que pasar una temporada en un campo de internamiento y reeducación de prisioneros políticos. Ya me aseguraré que en un corto tiempo, cuando pueda hacer creer a mis superiores que Sorel o Lenin ya no están en su panteón, podrá volver a hacer la vida de un ciudadano normal en la Unión de Estados."
Miró al papel y pensó en cuanto se equivocó cuando dijo que la cosa más espantosa era una hoja en blanco. "¿Y si no firmo?".
El interrogador sonrió: "Me desentenderé de usted y dejaré que mis compañeros le traten con métodos más brutales, de cuya eficacia dudo. Y sepa que no creo que ellos hayan leído su "Adios a las Armas" y no aprecien su calidad literaria como lo hago".
Y para añadir más dramatismo, se marchó de la sala diciendo: "Tiene quince minutos para pensarlo. Tengo mucho trabajo con disidentes pendiente por hacer. En 15 minutos quiero su firma o escribiremos en el papel las primeras lineas con su sangre"...