Capítulo Tercero
¡Por la Reina y por el Imperio!
'Una guerra en Sudafrica sería una de las más serias
de todas las posibles. Sería casi una guerra civil
Sería uan guerra larga, desagradable y costosa...
Dejaría a su paso odios que se tardarían varias
generaciones en apagar... declarar la guerra al
presidente Kruger, forcarle a aceptar reformas en
los asuntos internos de su estado, en el que nos
hemos comprometido a no interferir - sería un camino
tan inmoral como equivocado.'
Joseph Chamberlain, Ministro de las Colonias, en un
discurso en la Cámara de los Comunes, en mayo de 1896.
Desde su despacho, el Ministro de las Colonias, Joseph Chamberlain, contemplaba el mundo y el mundo temblaba. La reina Victoria era el símbolo de la madre patria, el Imperio hecho carne; Chamberlain era su otro lado, el espíritu del león. Un hombre hecho así miso que había ascendido por su esfuerzo hasta los puestos más elevados de la política. Cuando Gladstone se retirara, él esperaba ser el próximo Primer Ministro Liberal.
Entonces llegó la estatuto de autonomía parcial para Irlanda. Y él se encontró siendo un curioso híbrido, medio radical y medio imperialista. Ssu proyecto no fue aceptado ni por Gladstone ni por los irlandeses, de modo que Chamberlain dimitió. Con Lord Hartington (futuro Duque de Devonshire), fundó los Unionistas Liberales. Y, por 9 años, estuvo perdido en el limbo, tanto que incluso pensó en dejar la política. En 1896 el acuerdo entre Unionistas Liberales y Conservadores puso fin a la mayoría libera en el parlamento. Chamberlain pasó a ser nombrado Ministro de las Colonias en el gabinete conservador del nuevo Primer Ministro, Robert Gascoyne-Cecil, tercer Marqués de Salisbury, para sorpresa del mismo Salisbury y Balfour, que esperaban que Chamberlain pidiera un cargo más prestigioso.
Así se encontró con el Ministerio de las Colonias, sin casi fondos ni personal, goernando sobre diez millones de millas cuadradas y 450 millones de habitantes. Poco a poco fue mejorando el ministerio y, cuando empazaba a saborear la gloria, el asunto de Jameson amenazó con arruinar su carrera. Compartía la visión de Milner respecto a Sudafrica, pero prefería dejar el asutno de la federación en manos de Rhodes. Entonces llegó el dilema. Si el golpe Uitlander en Johanesburg triunfaba, de repente Londres se podía encontrar con una república Utilander independiente, con bandera propia, lo que podía ser incluso peor para Londres.
Por ello, Chamberlain adoptó por "no saber demasiado". Si algo salía mal, el podía jurar que no sabía nada oficialmente; si triunfaba, podría disfrutar en privado del triunfo con Rhodes y Beit. Pero los Uitlanders no quería cambiar la república Boer por una colonia británica y Jameson fracasó, casi arrastrando a Chamberlain con él. Se intentó tapar el asunto: se dijo a Jameson que cerrara la boca; a cambio de que no presentaran diversos telegamas que hubieran arruinado a Chamberlain, Rhodes y Beit vieron como Londres salvaba a su Compañía. Se buscaron cabezas de turco, como Sir Graham Bower, Secretario Imperial en el Cabo, que fingió no haber informado a su jefe de los planes de Jameson. Como recompensa, su carrera fue aniquilada.
Sin embargo, Chamberlain fue salvado, finalmente, por el inmenso error del Kaiser, que envió un telegrama de felicitación a Kruger que enfureció a Inglaterra. Así se convirtió en el "héroe de Transvaal" y el partido Liberal se quedó sin municiones para atacar a Chamberlain. Como resultó que el imperialista más importante del partido Liberal, lord Rosebery, parecía estar "al corriente" de algo del asunto, se optó por olvidar todo lo referente al mismo.
¿Cómo afectó todo esto a Chamberlain? Su desprecio hacia Kruger creció paralelamente hacia su desconfianza hacia Rhodes, que había alienado a los Afrikaners de El Cabo y que se había atrevido a chantajearle con los telegramas.
Bueno, pero, ¿y que hacer con las Repúblicas? Pues le daría a Kruger toda la cuerda que necesitara para colgarse, parecía decir Chamberlain, convencido de que una guerra sólo causaría odio y dolor, y arruinaría cualquier intento de unión. Si tenía que haber guerra, que fuera por que Kruger la empezara y que los Afrikaners de El Cabo estuvieran de lado del Imperio.
El problema era que Kruger había demostrado ser demasiado inteligente para colgar a nadie, y mucho menos a él mismo.
Pero Milner era libre de actuar. Si podía encontar un lider competente, atraer a Beit y los Uitlander y dejar a Kruger al descubierto, habría una oportunidad para la guerra.
Y él, Milner, se encargaría de proporcionarla.